Carretera de Cea

La carretera de Cea se extendía, perezosa entre las tierras, bordeada de chopos que daban fresca sombra aquellos días de estío en que el sol sabía hacerse sentir. Los altos chopos lombardos, como centinelas de la vía, se alzaban a ambos lados, formando un túnel de verdor, un remanso de frescura, por el que daba gusto caminar. Al paso lento de la yunta de vacas, una carreta rebosante de gavillas, perezosa y retrasada, se desgranaba con desgana en el ligero traqueteo y el chirriar de las llantas contra el suelo. Alguna bicicleta, como un asno mecánico, llevaba a algún paisano cargado de serillos en el manillar y el portabultos. Un desvencijado camión, venía, levantando nubes de polvo desde la lejanía y hacía sonar con estrépito aquella bocina que remedaba el pitido del tren, poniendo espanto en los cuervos y obligando a las miradas curiosas de las gentes que por allí pasaban; luego, de nuevo la calma, la tranquila caminata que hacía ver cómo la carretera se deslizaba bajo los pies, la fresca sombra y el rumor acogedor de las hojas de los chopos al ser mecidas por el viento.

Carretera de Cea, para ser disfrutada, como un paseo, con un alto en el camino para dar un tiento a la bota y sobre el pan de hogaza cortar con la navaja el lomo de la olla. Pasar, caminar sin apuro, siendo el hombre la medida del tiempo, de aquel existir que trascurría como una melodía de acordes medidos y acompasados. Tiempo para filosofías, para cavilar mientras se anda, para ver el paisaje, para hablar cuatro palabras con los paisanos al cruzarse, para saltar la cuneta y ver la tierra negra de los barreales.

Hoy es más ancha la carretera y no hay casi árboles. Los automóviles pasan raudos, sin tiempo, con prisas inexplicables para llegar, quién sabe a qué partes. Y hemos perdido el viaje, el frescor, la charla, el reposo y el paisaje.

 

Es un recorrido para disfrutar del paisaje, de la gente, del aire que se hace cómplice del pensamiento envuelto con los aromas de la tierra, aunque al final se revele el cambio abrupto de todo lo que se pierde en la evolución de los caminos. Siempre grato leerte Luis. Un saludo y abrazo cordial.

 

Muchas gracias por comentar este relato. Un abrazo. LUIS.

 

A mí me gusta caminar, disfrutando el paisaje en ese tipo de carretera, me ha gustado recorrer "la carretera de Cea " por la lectura de tu obra . Una descripción que da vida y ambiente casi pude oler ese perfume tan particular que da el calor al campo días de verano, casi pude oír los pájaros y las cigarras.
Una prosa muy sensorial que abre a la reflexión y que me ha encantado leer.
Felicidades amigo poeta. Amistad poética.

 

Muchas gracias por tan gentil comentario. La villa de Cea está muy cerca de donde vivo y he recorrido esa carretera muchas ocasiones. Hoy, han cortado los árboles y los coches la recorren a velocidades increíbles. Así que en este pequeño escrito habla la nostalgia. Un saludo. Luis.

 

El texto descriptivo, dinámico y bien estructurado, es un placer. Eso desde el aspecto técnico, y si además, el tema elegido es un paisaje especial, es doblemente grato.
Tu don es poder transportarnos a tus geografías, y hacer que tu sentir nos contagie, y en este caso es una dulce melancolía de los buenos tiempos.
Preferí ignorar el presente de la carretera, y me quedé en el pasado, en sus épocas de quietud.

Bello, bello trabajo, y ojalá tu inspiración te siga bendiciendo de este modo.
Un abrazo.

 

Gracias por pasar por esta carretera. Yo la conocí siendo un sitio tranquilo y placentero. Lo más seguro es que no haya cambiado mucho la carretera, sino que lo hayamos hecho las gentes que nos hemos vuelto presurosas, siempre corriendo para ir a ninguna parte. Encantado de tu visita. Un beso. Luis.

 

Buena descripción del tiempo pasado y de la vida actual a través de un paisaje arraigado al recuerdo. A mí también me pasa al volver a los lugares que tuvieron trascendencia y ahora no queda rastro de ellos salvo en la evocación.

Saludos,

Palmira

 

Muy agradecido, Palmira, a su lectura y comentario. Mis saludos cordiales. Luis