«Castaño», el burro viejo

«Castaño», el burro viejo
(Diálogo con mi perro pastor).​

- Tú me miras con tus grandes ojos, Lucero, y no sólo quieres comprenderme sino que me comprendes. Y me comprendes porque no eres un perro como los demás. Dime, ¿no es cierto que sientes, como yo, una honda pena porque se han llevado a Castaño? ¿no es verdad, Lucero? ¿Has visto, tú también, cómo el amo lo ha vendido a esos gitanos, aún con vida, por treinta cochinos reales, para que ellos aprovechen su piel? Porque como es viejo y ya no sirve... dice que algo es algo, que menos le darán cuando se muera ¡Pobre asnillo!

Yo le había tomado gran cariño, igual que tú. ¡Tantos años juntos...!

Era yo todavía un chiquillo cuando vino a esta casa. ¿Y tú? Tú no habías nacido aún. A ti te trajeron las cigüeñas poco antes de que los civiles matasen a tu madre.

Era por San Juan y decían... y decían que estaba rabiosa y les quiso morder: ¡Mentira! Era la perra más noble y que mejor me cuidaba las ovejas, pero ellos... fueron malos y la mataron a tiros. Entonces fuiste tú a cuidar conmigo el rebaño.

Pero como eras tan pequeño, muchas veces te llevaba Castaño subido, encima de él, hasta el huerto; luego tú, ladrando alegremente, ibas a mi encuentro monte arriba. Y de regreso, si hallábamos aún en el huerto a Castaño, estiraba el borriquillo las orejas y rebuznaba de gozo cuando nos uníamos a él. Y ya ves... el tiempo es el tiempo y el amo es el amo. Yo tampoco sirvo ya gran cosa. Quizás me venda también, el amo, un día de estos por pellejo, aunque el mío bien vale poco. Bueno, Lucero, vamos a lo nuestro que el hato aguarda. Y no te contagies de mi, Lucero, que si yo lloro es... es por nada.

F. CABALLERO SÁNCHEZ​