Choker

Qué gentil y transversal.

La joya del gatillo,
la infame mujer llevada en carroza.

Huérfana,
mirada acuchillada observando las gotas de lluvia deslizándose por las ventanas.

¿Pero qué realmente observa esa mirada?

No hay para que culpar a las aguas.

O al vapor exhalado del liquido caliente en aquella tetera.

O a los dibujos pintados a mano de la tacita sobre la mesa.

Qué lejanía suspira atrapada en encaje de gargantilla.

Qué desamor transpira por perlas unidas en fila.

Qué bello baile supone cuando éste termina.

¡Qué calor! Se queja la mujer mientras se abanica.

No hay para que culpar a las gotas.

Tropieza el respiro, ni quiere ser asma.

Las perlas unidas en fila transpiran.

Por allá va el vuelo de perdices.

Se detiene la carroza frente a la mansion destino.

Mas allá a la izquierda, el motivo de estrago.

Con solo pensar en la terraza de bonsai la amante recogía su alergia frutal.

Rogando guillotina o azafrán.

Aquella señorita mejor culpaba a la elegancia.

A su sombrero, a las escalas.

Al mozo, a sus amigas y a su madre.

Sin esposo, pero queriendo ya amarle.

Destruida y sin lengua por cruel incertidumbre

le lamían la mano los felinos que merodeaban en pares

¡Pobre señorita, tan amable!

Copa llena,

pero con el corazón sin vestir su rojo granate.

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