Cicatriz hipertrófica

Mis ojos, testículos llenos de brío para llorar,
se engrandecen de noche por las ganas guardadas,
por tanto silencio y no se pueden liberar.
Eyaculan lágrimas de trementina,
después de tanto vaivén, de tanto salvajismo,
de tanto entrar y salir por la vida y la muerte.
Locos, alucinados, suspensos, hundidos, vaciados,
se calman y esperan la siguiente arremetida.

Mi corazón, como miembro viril, a veces erguido
cuando consigue una sonrisa dichas las verdades del barquero,
una palabra lejos de todo velo, que no baje sus ímpetus de vivir
y languidezca, y se caiga, después de escupir todo el veneno tragado.

Mis nervios cual flujos sexuales producto de ceñimiento perpetuo,
de unas manos que lastiman cuando rozan plegadas de odio,
abrumadas de la lascivia. Endurecen cada tejido, hasta convulsionar
y desvanecer, corriendo a través de unas piernas que no responden,
de un sudor que quema, frío, sobre un rostro tenso y entumecido.

Sólo coágulos brotando de una herida que no se teje,
no se deja curar, arroja los tapones para volver a supurar,
se quita las ligaduras, la cosen, arranca en furia y los vuelve a arrancar.
Gota a gota, los besos se caen, se derraman del vaso,
donde el vino ya no sabe igual.
Sabor a óxido, a pérdida, a ansia, asfixia, huesos quebrados y soledad.