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Cierta gran trucha arcoiris

Tema en 'Prosa: Filosóficos, existencialistas y/o vitales' comenzado por Caneo, 3 de Agosto de 2016. Respuestas: 0 | Visitas: 594

  1. Caneo

    Caneo Poeta recién llegado

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    2 de Agosto de 2016
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    Hombre
    La gran trucha arcoiris de cerca de quince kilos había tomado aquella parte del río bajo su dominio real. Y como algo personal me había tomado yo el batirme en duelo con aquel enorme y majestuoso pez.

    El arte de la pesca de la trucha requiere de paciencia y maestría a la hora de abordar su captura. La caña debe levantar del agua la línea o sedal, el líder y la mosca, darles un buen tirón por encima de la cabeza y luego lanzarlos hacia adelante de forma que se posen en el agua, sin producir el menor chapoteo, por este orden: mosca, líder transparente y línea...Es todo un arte, y ese arte no se adquiere fácilmente, se debe tener una intuición natural para dominar su práctica.

    Descendí por la ribera hacia la orilla del río. El viento fresco que soplaba no había generado nubes con aparato eléctrico, así que seguramente los peces ya habían abandonado el fondo y estaban alimentándose otra vez. Como el animal que cuando baja a beber va metiendo y sacando la cabeza entre los hombros para ver lo que hay delante, yo miraba a mi alrededor para decidir que mosca colocaba. Me senté en un tronco y abrí mi caja de muestras. Sabía que necesitaba una que fuera idéntica a esas moscas que volaban cerca de su guarida, porque los peces ya no pican nada más que lo conocido en determinadas épocas del año. Monté entonces el anzuelo y lancé el sedal a favor del viento, porque el corcho y la crin las hacen ligeras para su volumen, el viento acorta el lance al mismo tiempo que provoca que la mosca descienda lenta y casi verticalmente sobre el agua sin chapoteo apreciable.

    Tras una tensa y larga espera y tras innumerables lanzadas, el pez por fin mordió el anzuelo y luchamos como si nos fuera la vida en ello hasta que finalmente conseguí cansarle lo suficiente para hacerme con mi presa. Esta vez había vuelto a ganar yo. Ya eran siete veces en las que conseguía vencerlo, aunque la mayoría era yo el vencido. Con suavidad le acaricié dejandolo en libertad y raudo se alejó hacia sus dominios el gran y majestuoso pez. Quizás en otro lejano día nos enfrentaríamos de nuevo, más ambos nos íbamos haciendo cada vez más viejos, y la vejez atempera el enfrentamiento y propone paz duradera
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