1. Invitado, ven y descarga gratuitamente el cuarto número de nuestra revista literaria digital "Eco y Latido"

    !!!Te va a encantar, no te la pierdas!!!

    Cerrar notificación

Ciudad incompleta

Tema en 'Prosa: Amor' comenzado por chc, 5 de Septiembre de 2011. Respuestas: 0 | Visitas: 521

  1. chc

    chc Poeta veterano y reconocido en el portal.

    Se incorporó:
    13 de Septiembre de 2007
    Mensajes:
    2.138
    Me gusta recibidos:
    26
    Buenos Aires, 28 de octubre de 2008


    Emilia:

    Buenos Aires de noche tiene esa especie de revelación que te da un misterio descubierto. Como si todo estuviera sobre la superficie para ser indagado, y a la vez, como si dentro de ese descubrimiento que salta a la vista, todo, absolutamente todo estuviera bañado por una sensación de inexplorado. A medida que se camina, en las veredas se descubren baldosas nuevas. Luces que antes no encendían, negocios que cerraron, otro tanto que inauguraron, hasta la gente y sus rostros se hacen otros. Todo va mutando no en relación a un tiempo, sino a la distancia. En metros. Dos o tres parecen ser suficientes. Si uno gira y mira hacia atrás seguramente verá un paisaje nuevo.
    Pero otra vez la irónica ambivalencia del principio. Porque, y ahora si en relación al tiempo, con los años, después de tantos, Buenos Aires sigue siendo la misma. Su espíritu casi vagabundo, su eterno insomnio, la melancolía goteando de sus edificios, la noche sin cuartel anudada como una desprolija corbata.
    Hace rato que caminaba Buenos Aires. Confieso que antes los aires eran más buenos, definitivamente el mismo ruido, aunque ahora más moderno, pero el mismo.
    Esta noche, otra vez anda sin rumbo, y yo la sigo. Entre todo este rejunte, acaso incansable por no pensarlo, de pasos, hay tanta historia dando vueltas que se hace difícil ponerla en un orden. No me refiero a la simple cronología, eso sería tan complejo como escalar, al menos para mí, el Obelisco, sino a estructurarla de forma tal que pueda comprender mis manos en los bolsillos y mi contar baldosas rotas, mi admirar semáforos que invariablemente cambian de color como de gente que los espera. Y ahora que lo digo, esto también suena como escalar el Obelisco.
    ¿Quién sabe por qué esa avenida será tan ancha? Cruzarla siempre fue un tratado de paciencia, esmero, cautela. Al llegar al otro lado uno siente que conquistó una hazaña, que cruzó Los Andes. Pero uno no queda plasmado en un libro de historia. Sigue siendo apenas, a duras penas, un peatón. Una minúscula parte del torbellino.
    Y yo no sé si será culpa de la nueve de julio o de qué otro museo de lo imposible, pero esta noche las distancias, las luces que se apagan sin abrazos, los monumentos con un solo par de ojos, los cordones que subo y bajo sin excusas, me duelen. Y te extraño.
    Porque no hay lugar de esta condenadamente hermosa ciudad con la que no te haya compartido. Es increíble como las cosas cambian de apariencia según la ausencia o la presencia. Hoy todos extienden sus recuerdos, baratos como saldos, pero burlonamente caros, como si uno fuera un turista, como si tuviera yo cara de penúltimo abandonado y ellos buscaran la ostentosa crueldad de recordármelo a cada instante.
    Te estarás preguntando que significa todo esto. La cuestión es que desde que te fuiste tras la loable misión de buscar ese horizonte que tanto anhelabas, la ciudad es otra. Los taxis, los edificios, las plazas, mi trabajo, en fin, no quiero caer en una enumeración innecesaria y seguramente injusta de todo lo que disminuye de categoría o acrecienta mi nostalgia.
    Quizá no sea lo mejor estar sentado en este bar. En este en donde tomábamos repetidos pero no por ello menos interesantes cafés de madrugada y en donde hablamos de nosotros o de los demás o del estreno del jueves. Hace largo rato que no hago esto solo.
    Ya sé. Todavía no me explico. O mejor dicho, no te explico.
    Al principio te dije que no era fácil ordenar este enjambre. No te mentía. Hace muchos años, exactamente 30, cuando vos y yo, gracias a la epifanía de nuestros padres de inscribirnos en la misma escuela, nos conocimos, yo no podía saber de este presente. Si lo hubiera sabido seguramente habría actuado de otra forma. No te voy a mentir, no hace 30 años que me reclamo no haberme dado cuenta porque, como dije, la inocencia de la edad a veces transforma una verdad en otra cosa, no menos cierta, pero tal vez un poco estúpida. Y por cierto que la crudeza de la verdad también cambia las edades. De cualquier manera, es más que gratamente bienvenida esa estupidez que nos unió como entrañables amigos.
    Pero desde que la niñez, esa forma de pensar que nunca debiera perderse, dejó de latir dentro mío, el silencio se me aferró con uñas y dientes, no a los labios, sino al corazón.
    Mi incipiente timidez tal vez hizo su parte, mi inseguridad, o mi miedo de que todo lo anterior desapareciera o cayera por su propio peso, o por esa acaso injusta necesidad del ser humano de no poder mezclar las cosas, de no saber controlar los sentimientos, yo preferí, inconscientemente guardar las palabras y maquillar las miradas.
    Hay quienes piensan que las distancias aclaran muchas cosas, otros dicen que cuando se pierde algo, si es que lo mío en relación a tu partida puede llamarse pérdida, es allí que se sabe con certeza o algo parecido, cuál era el verdadero sentir. Hoy no voy a discutir si eso es así o no. Pero sí puedo afirmar, definitivamente, que las dos cosas en esta ocasión resultaron de esa manera.
    Desde que no estás compartiendo esta Ciudad, estos aires buenos o malos, ya no importa, te veo clara como esta noche, y yo me veo a mi mismo con los ojos, gracias a Dios si es que existe, más sinceros, ahora que estás lejos y el miedo a mirarte y que te des cuenta no se hace tan palpable, y eso tampoco me importa. Porque ya no sos la Emilia de aquellos años, y yo tampoco soy Esteban, el de no hace mucho.
    Lo que quiero decirte es que todo este tiempo, desde que entraste al aula con tu carpeta debajo del brazo y tu cara de terror y de inconsciente ternura, hasta que esa escalera mecánica en el aeropuerto te elevaba como si fueras apenas equipaje, y tu mano en alto, inmóvil, acaso sabiendo lo necesario pero triste de esa despedida, todo este tiempo, Emilia, yo fui tu amigo.
    Pero luego de ese instante, en que vos, la escalera mecánica y tu mano en alto pasaron a formar parte, como única foto posible, del álbum instantáneo de mi recuerdo, la condición de amistad se tornó aún más importante. No solamente porque nuestra adolescencia y el después de ella hayan marcado nuestras vidas como una caricia indeleble, de una forma en que quizá más de uno quisiera vivir una relación de amistad. Tampoco sólo por el hecho de que vos sepas tantas cosas de mi y viceversa, después de todo eso es casi obvio cuando dos personas están íntimamente ligadas y comparten el sentirse a gusto con el otro.
    Se tornó más importante porque, cuando veía a través de ese gran vidrio que hay en el aeropuerto de Ezeiza, esa ventana descaradamente gigante que parece a propósito hecha de ese tamaño justamente para que uno tenga una visión perfecta de la despedida indeseada, precisamente en el microsegundo en que el tren de aterrizaje del avión pisaba con sus últimos centímetros de caucho esta Ciudad, yo terminé de darme cuenta que en ese pequeño pasar, de treinta años entre vos y vos, en ese conglomerado de horas que cuando están pasando a veces no las apreciamos como se merecen, yo no solamente estaba siendo tu amigo, tu compañero, tu confidente, o lo que a vos se te ocurra, yo, sin darme cuenta, acaso sin quererlo, además, estaba aprendiendo a amarte.
    Dirás que fui un cobarde y quizá lo pienses porque sé que no creés en este tipo de despertares repentinos. Bueno, yo tampoco creo. Entendé que nada tiene esta situación de repentina. Como dije fue un largo proceso. Quizá si, y en eso estaré de acuerdo, demasiado largo. Pero no podés dejar de ver en esta suerte de confesión o bravuconada, alguna veta de valentía.
    La ciudad continúa sin sentido. Incompleta. Ahora con un poco menos de sentido que antes, o al menos así la siento. Porque una cosa es convivir con un sentimiento propio, secreto, escondido, y otra muy distinta es saberlo compartido. Aunque vos y yo ya estemos curados de espanto en esto de confesarnos barbaridades o alegrías. La diferencia es que nunca eso tuvo que ver con nosotros, en tanto lo que ahora significa nosotros. Pues bien, ahora ya sabés más de mí que antes. Trato de no sentir vergüenza. Es una especie de vergüenza retroactiva a la inversa. Se irá acumulando hasta que sepa que estas hojas están en tus manos. Después, quién sabe en que se convertirá.
    ¿Te acordás cuando me contaste de tu primer beso? Tenías ese rubor tan natural en tus mejillas, pero soberbiamente rosa. Si ese banco de plaza hablara... ¿Qué desastre sería no? Recuerdo que enseguida te pregunté su nombre, mera curiosidad, o tal vez para saber si era alguien que yo conocía, o de la escuela, y después poder buscarlo en los recreos y dedicarle una mirada cómplice, vos bajaste la cabeza y el pelo que tenías detrás de la oreja se desparramó sobre tu rostro colorado, lo volviste a acomodar y me miraste. Primero te mordiste un costado de tu labio inferior y después, con un ¿vergonzoso? hilo de voz, tan suave que casi no pude escuchar dijiste: “Nicolás”. En ese momento pensé claro, Nicolás, quién más. Era el más lindo, no el más aplicado. Por lo general esta regla en esos tiempos siempre se cumplía, no sé cómo será ahora. Las mujeres siempre besaban a los reos. Que por regla general siempre son los más lindos. Pero enseguida sentí algo parecido a bronca. No me pude explicar que era lo que me hacía sentir así. Era un cosquilleo pero no lo era, como una desesperación que no terminaba de explotar. Ahora sé que eran celos. Pensaba, por esos años, que era envidia, no de que lo hubieras besado sino porque yo no me consideraba precisamente lindo. Además no te veía como una mujer. Mejor dicho, como una chica de la cual yo podía enamorarme, aunque el término sea desproporcionado para esos años (o no...). Vos eras mi amiga.
    Al fin de cuentas tenías razón. La amistad entre el hombre y la mujer no existe. Bueno, razón a medias, si es que treinta años no cuentan para una teoría. Al menos yo, tardé ese tiempo en darme cuenta, aunque esto suene a que se terminó la amistad, nada más contrario a mis deseos.
    Luego de esto ¿se puede seguir siendo amigos? Luego de un te amo, ¿hay amistad? Luego de tres décadas de amistad, ¿el amor es improbable?
    Ayer pensaba en otra cosa, en más o en menos relacionada con lo mismo. Si esa supuesta amistad entre dos personas de distinto sexo, como vos tanto pregonás, no existe, entonces alguna vez ¿se te cruzó por la cabeza la remota idea de que yo podía ser algo más?
    Luego recordé, vaya uno a saber por qué vericuetos inconscientes de refutación casi instantánea, el día de tu casamiento. Estabas radiante en tu vestido blanco tan anhelado. Yo desde el segundo banco te veía avanzar lentamente, como una novia, si me permitís la obviedad y la poca imaginación. Con todo el tiempo del mundo por delante.
    Todos te miraban, pero vos sólo admirabas el frente. Hasta que pasaste a mi lado y entonces, giraste levemente tu cabeza y me dedicaste una de las sonrisas más hermosas que alguien me haya dado en mi vida. Dicen que cuando uno muere ve pasar ante sus ojos todas las imágenes de su vida. Podría decirte que en ese instante yo sentí esa sensación de muerte. Todos nuestros momentos se precipitaron como un manojo de fotos que cae literalmente al piso y yo, inmune (una muestra más de mi ya treintañera falta de pericia en lo que concierne a mis sentidos).
    Luego te vi de espaldas, junto a Ricardo. Era una foto más para archivar. Un buen tipo. Luego de tu separación, esa fue la conclusión a la que llegamos. Vos con lágrimas en los ojos me decías que no podías entender cómo se había llegado a esa situación. Yo te dije, con cierta liviandad, que a veces el destino actúa de formas que no llegamos a comprender. Claro. A pesar de todo, opinar sobre cosas ajenas, aunque vos nunca me fuiste ajena, siempre es un poco más fácil y muchas veces se suele pensar según la conveniencia o el egoísmo (ambos inconscientes). Hoy al menos, parece que es así. Seguramente si vos no te hubieras separado de Ricardo yo nunca me hubiera animado a decirte absolutamente nada (¿cobarde?). Pero acá estoy, escribiendo mis sentimientos.
    Hoy resulta todo tan claro. Cada circunstancia por la que pasamos me hace pensar en dónde estaba yo como para no darme cuenta. Por qué no sentí en esos momentos esto que siento ahora. ¿Será que de verdad estaba aprendiendo a amarte y eso no es simplemente una frase que queda bien?
    Pero ¿por qué tanto tiempo? Si total uno nunca aprende del todo a amar. Ni a vivir.
    A pesar de todo esto nunca consideré que existan tiempos perdidos. El amor siempre me resultó esquivo, eso lo sabés mejor que nadie. Pero como solía decirte, siempre me aferré a la esperanza. Lo que nunca imaginé era que ese ingrato, que a veces resulta ser el amor, te iba a poner a vos, justo a vos, frente a mí y me iba a decir es ella, a ella tenés que amar.
    El avión era casi un punto en el cielo y yo aún lo seguía. Veía tu ya cercano cariño acercándose más y más pero vos, tu cuerpo con todo ese cariño dentro, cada vez estaba más lejos. Sentí impotencia, bronca, una desesperación que esta vez si estalló. Porque en un rapto de sinceridad debo decirte que no todo fue tan repentino. Al menos no de una forma tan tajantemente súbita. Digamos que todo brotó la noche en que me contaste que te ibas, o sea, tres noches antes de irte. (Hablando de cosas repentinas.)
    Vos te fuiste de casa y ni bien cerré la puerta me quedé varios minutos apoyado contra ella, tratando de comprender lo que me habías contado. Que tu carrera, que las oportunidades, que un nuevo comienzo, que buscar por fin los destinos. Me sentí mareado con la situación. Pensé en primera instancia que tal vez era otra locura. Una más de las tuyas.
    Luego me permití ser un poco egoísta. ¿Te acordás? Siempre me recriminabas lo mismo. Que nunca pensaba en mí. Esa vez lo hice. Te critiqué por dejarme, porque no te importó que quizá yo pudiera necesitarte, de la manera en que nosotros nos necesitábamos. Golpeé con el puño la puerta y fui derechito a acostarme. Luego de un instante de mirar el techo en penumbra, encendí el velador, el que me regalaste hace unos cinco años mientras paseábamos por San Telmo.
    Sentí miedo. Algo me había golpeado y yo no me había dado cuenta. Estaba tu cara en el techo, con forma de respuesta, pero sólo vi un signo de interrogación. “Me voy a España a trabajar.” Esas palabras sonaban a una errada elección de canción de cuna.
    Pensé en tu viaje anterior, estando aún casada. Te había ido mal. Pero este era diferente. Esta vez no quería que te vayas. Primero porque no me gustó el tono terminal con el que me lo dijiste. Como si no estuviera en tus planes volver. Y segundo porque, en el transcurso de esa noche interminable, como te dije, me di cuenta que te amo y si lo primero se cumplía, podía perderte, quizá, para siempre.
    Varias veces desde que comencé a escribirte dudé si debía enviarte esta carta. La posibilidad de que por leer esto nuestra relación de amistad se quiebre no es lo que más me alienta. Pero en definitiva siempre fui una persona que nunca corrió grandes riesgos. Siempre me mantuve dentro de parámetros normales, midiendo bien un paso después de otro, analizando amenazas, oportunidades, ordenando los hilos de mi vida obsesivamente como si eso me asegurara algo mejor. Lo cierto es que no conozco la aventura de no diagramar o de no pensar consecuencias. Esto es un riesgo. Quizá demasiado grande como para que sea el primero que tomo, pero también es grande lo que siento. Pero más que ser algo grande, y como testigo te doy mis cuarenta años de vida preparada, pensada, evaluada, calculada al milímetro de la que vos fuiste testigo, es algo verdadero. La más absoluta y conmovedora verdad con la que jamás me haya cruzado. Nunca estuve convencido de casi nada (a pesar de todos mis cálculos), de esto sí. Por eso, la continuidad de nuestra amistad, o no, no es algo que voy a detenerme a analizar. Lisa y llanamente porque mi amor hacia a vos, sin hacer desprecio de nada, es más importante. Y, ya no hablando de terceros, el destino actúa de maneras extrañas. Esta vez me toca enfrentarlo.
    Lavalle nunca me gustó. A vos tampoco. Siempre me pareció una calle triste, una gran vereda recorrida por gente extemporánea, en búsqueda de no sé que piedra filosofal. Siempre trato de tomar por otro lado, pero hoy, tal vez haciendo alarde de mi propio estado me adentré entre sus paredes de altos y oscuros edificios, abandonados algunos al parecer, maltratados cuando menos. Las caras en Lavalle no miran nada en particular, caminan como al margen de todo, ensimismados, a punto de cometer cualquier delito de conciencia. Lo curioso de esto es que no veía todo con extrañeza o distancia. Por el contrario reconocía cada latido de esas cuadras marchitas. Me dí cuenta que hacia quinientas cuadras que no encendía un cigarrillo. No esperarás que en tan corto tiempo lo haya dejado. Simplemente me olvidé de fumar. Aunque no lo creas en algunos casos tiene más lógica de lo que parece. Mientras lo prendía, mientras la llama del encendedor quemaba el papel y el ruido del tabaco encendiendo parecía una fogata en un campo desierto, me daba cuenta que tenía cierta tristeza.
    A priori pensé tengo que salir de esta calle, que era la escapatoria más a mano y más ridícula. Pero no tenía que ver con el ámbito externo sino con el interno. Yo era la calle.
    Intenté elucidar, y no me fue difícil descubrir, por qué tenía esa sensación de abandono, de manos huérfanas. Otra vez, la ciudad sin vos, estaba incompleta.
    Quise escapar de ahí, tuve una viciosa necesidad de dejar de pensar, concentrarme en mañana, en mi trabajo, en mis pendientes, volver a la realidad más física posible. No divagar entre las sombras oscuras de una incurable sensación de soledad.
    Tomé un taxi hasta Palermo. Hacia a algún lugar de Palermo y aquí estoy. Con un café por la mitad, ya frío, al lado de una ventana que tiene marcas de dedos. Es gracioso pero imagino que esas huellas dactilares con latidos quisieron aferrase a algo a través del vidrio. Quizá a otra mano.
    Fue en vano la huida porque mañana, mi trabajo, los pendientes y la realidad más física y tangible también tienen que ver con vos. Porque hoy casi todo tiene que ver con vos. No se puede escapar, y mucho menos de uno mismo. Quizá el adjetivo incurable tenga ahora algún sentido práctico.
    Te voy a explicar mejor lo que me pasa. Porque muy en el fondo uno siempre lo sabe. El problema en este instante no es lo que vos dirás al respecto de todo esto sino que es la primera vez que me estoy permitiendo, con todas las letras, sentir que te extraño de otra manera y no te tengo, todo lo que estaba guardado, aprisionado en algún rincón olvidado del alma ahora se está desparramando sobre la mesa como el azúcar del sobrecito que inevitablemente y por tu apuro en abrirlo siempre te vencía. ¿Por qué te fuiste Emilia...? No respondas. Es una pregunta retórica. Es un interrogante que tal vez ese desdichado destino que siempre sabe lo que hace algún día sepa responderme. Quizá sea él el único capaz (rapaz capacitado) de (para) contestar semejantes cosas. ¿Quién sabe?
    Afuera hay una maratón de automóviles. ¿Dónde va la gente que siempre está yendo hacia algún lado? Todo parece, dentro de la desorganización imperceptible o aparentemente controlada, un ir y venir sin origen ni destino. La luz roja del semáforo en la esquina detiene a algunos y permite el paso a otros. Esa bendita ambivalencia de la cosas. Un viaje me deja ver una mujer que nunca vi como tal, y me despoja de su presencia.
    Es una tristeza rara, con un dejo a desahogo y una pizca de ilusión. En cuanto a lo último no sé qué pensar. Todo esto es tan nuevo, tan virgen, no imagino tu reacción, a pesar de conocerte tanto hay lugares de vos que recién ahora estoy descubriendo. Explorar este nuevo escenario se hace muy difícil, porque ya no hablamos de terceros, de reacciones... digamos estereotipadas de uno o de otro, harto conocidas, esto es totalmente diferente. Somos vos y yo lo que está en juego, y entre vos y yo nunca hubo un simulacro o una práctica para estos casos. No podemos pedirnos consejo mutuamente acerca de qué hacer con nosotros mismos, estamos los dos del lado de adentro. Ojalá del mismo lado.
    Esta vez no permití que el café se enfriara. Entre línea y línea le di pequeños sorbos. La única forma por otra parte de tomar un café. Noté hace un momento que soy el único que está solo en el bar. A dos mesas a mi derecha hay tres tipos que no paran de hablar de política y vos sabés como me molesta la conversación monotemática... Junto a la ventana que dá a la otra calle hay una parejita, parecen tan jóvenes... no paran de sonreírse. Hice lo mismo que hicimos tantas veces nosotros. Me imaginé la conversación. Sos experta en esas cosas, tu imaginación no tiene límites. Lo que siempre me sorprendió fueron tus explicaciones. Con lujo de detalles me explicabas por qué pensabas que decían lo que decían, porque la cara de él, porque el gesto de ella. Yo no pude ni siquiera descubrir si hace mucho o poco que están de novios.
    Detrás de mí hay dos señoras mayores que deben haber salido de ver alguna función en el teatro, y por favor ¡que manera de perfumarse!
    Tu perfume siempre fue un tanto más sutil. Aunque debo decir que la forma en que olías tuvo varias etapas. El olor tuyo que siempre me gustó era el de la escuela. Mezcla de chicle de frutilla y desodorante en aerosol de esos que estaban de moda en aquellos años. Luego, en época de universidad, siempre tenías impregnado aroma a jabón, eras toda frescura. No sé cómo hacías para mantenerlo tan penetrante todo el día. Luego empezaste a usar perfumes. Algunos, te confieso no me gustaban. Creo que los usabas de acuerdo a tu humor. Una vez quise cambiar el libro que te regalaba siempre para tu cumpleaños por un perfume pero no me animé a entrar a la perfumería. Ya sabés que a veces soy medio raro. Quizá por eso me haya quedado soltero. Aunque debería confesarte que el tema de los papeles ya no me preocupa tanto como antes. Llevar este cartel que la sociedad te impone como si fuera cuestión de vida o muerte, o lo que es peor, una declaración de fracasado en sociabilidad, ya no me pesa. Después de todo, lo que importa no es saber que legal o religiosamente estás unido a alguien sino, no estar solo...
    En definitiva, ni una cosa pero la otra.
    Le pedí al mozo que me cobre los café. Ya es hora de que vuelva a casa. Pero ¿qué hora es la indicada para volver? Quizá camine. Acaso como una forma un tanto masoquista de seguir pensando en vos. Tal vez hasta pase por delante de tu departamento, vacío, y toque el timbre a sabiendas de la estupidez de hacerlo. Pienso otra vez en Buenos Aires, tan linda, tan despierta, tan postal, sin vos, te extraño.



    ***




    Algún lugar del Atlántico (suena a película ¿no?), 22 de octubre de 2008


    Esteban:

    Hace un par de horas que este monstruo con alas dejó atrás tantas cosas que quiero. Por momentos me gustaría que dijeran por los parlantes que tenemos que regresar por problemas técnicos o porque se olvidaron de cargar la comida o por cualquier sin sentido que me lleve de regreso hasta allí. Pero supongo que eso no va a pasar. Seguimos tragando kilómetros, inexorablemente (haciendo un paralelo con tu frase de que la vida sigue tragándose tus segundos sin masticarlos).
    También hace un rato que tengo ganas de escribir. Pero no deseos de escribir en general, sino, de escribirte. Siento que me fui tan de pronto, que no tuvimos tiempo de despedirnos como nos merecemos. Ni siquiera, y si es que eso es posible, tiempo de acostumbrarnos a la idea de estar tan lejos. No sabés como me gustaría ahora estar tomándome un café con vos en Recoleta o caminando por cualquier lado hablando alguna pavada trivial de esas que suelen llevarnos varias horas y cuadras. Lo cierto y palpable es que estoy a... ¿a cuántos metros de altura viaja un avión? Eso es algo que vos seguramente sabrías... te decía que la realidad es que me estoy yendo a España, otra vez. Sé que tu cara de póker durante los días anteriores a mi partida y hace unas horas en el aeropuerto significan mucho en vos. Me di cuenta aunque no quisiste demostrarlo que estabas bastante enojado. Quizá enojado no sea la palabra, tal vez... ¿perturbado? No sé si es por miedo a que fracase nuevamente o porque sabés que me vas a extrañar. (Calculo que lo primero me lo dirías...) No te preocupes. Yo siento las dos cosas. Pero tenía que viajar.
    Tengo que demostrarme a mí misma que a mis cuarenta años puedo seguir ilusionándome y puedo aventurarme a perseguir esa ilusión que se me presenta, tratar de conquistarla y hacerla verdadera. Luego de mi separación (cinco años pasaron, ¡¡que increíble!!) mi vida entró en una chatura enorme. Yo dejé un montón de cosas de lado al casarme, y no me estoy quejando, vos sabés que fue una elección que tomé con gusto, pero luego, me di cuenta que me era muy difícil recuperar todo aquello que había logrado y que también formaba parte de mis anhelos. De mis sueños más íntimos. Lo cierto es que esta es la oportunidad de sentir un poco de ese vértigo que me recorría en mis años más jóvenes. Quizá otra vez vuelva con las manos vacías, pero no del todo. Habré ganado en lo personal muchas cosas. No pienso volver derrotada.
    Es muy curioso porque cuando pienso en que me puede ir bien, también evalúo que eso significa no volver a Buenos Aires, a mi ciudad tan amada, a sus calles, a su olor. A veces uno cree que sólo pueden extrañarse las personas, pero eso es un error tremendo. No sabés cómo se extraña el lugar. Las cotidianeidades son tan diferentes. Uno siente ganas de caminar por las paredes y se aferra a cada pedazo de realidad que lo acerque un poco a su hogar. Esa es la parte mala de buscar horizontes o a una misma en otro lado que no sea su propio país. El viaje anterior, a pesar de volver con mucha angustia, detrás de ella, había un destello de alegría por regresar al lugar donde nací, allí donde todos me “entienden”, donde soy una más.
    Pero volviendo a vos, te quiero mucho Esteban. Y esto no lo quiero decir a la ligera, como un “buen día” o, en estos tiempos de mero costumbrismo u oportunismo, un “gracias”. Sé que después de todos nuestros años de amistad es difícil hacerlo sonar como yo querría que suene pero espero lograrlo.
    Hay algo sobre mí que no sabés. Sí... ¿viste?, vos que creías que sabías todo. Bueno, el asunto es que siempre hay cosas que no contamos, que las reservamos para uso personal y privado. Esta es, o era, una de esas cosas.
    La razón por la que no la sabés es porque nunca tuve el valor de asumirlo, o de contártelo. Aunque a las instancias actuales quizá haya sido lo mejor. No me gusta la intriga, sé que a vos sí, no sé cómo hacés, siempre me jorobas con eso de que te cuento la síntesis de las cosas, sin una pizca de gracia. Vos querés que te cuente todo como una novela de misterio, con lujos y detalles, y llevando y sosteniendo la resolución hasta la última hoja. Lamento reiterarte algo que ya te dije mil veces, aunque quiera, no me sale y esta vez no va a ser la excepción, dadas las circunstancias.
    Y las circunstancias son que hace un tiempo que me enamoré de vos... pensé que nunca lo iba a poder decir... en este caso escribirlo. No se si hubiera podido decirlo. Ahora mismo no te tengo enfrente, no me estás mirando con esa mirada que me escudriña con tanta soltura y ternura que a veces te juro me cuesta mantener mis ojos en pie, lo que lo hace apenas más fácil, pero así y todo estoy tan nerviosa como el día en que me casé. Que nervios tenía ese día. Me acuerdo que no podía mirar a nadie, solo tenía la vista clavada en la imagen de la Virgen que estaba al costado del cura, que no me acuerdo ahora cómo se llamaba. Ni el cura, ni la Virgen. Que mala memoria, antes me acordaba más cosas, ¿será la edad? Me puse verborrágica. Eso me pasa cuando estoy nerviosa. Me dá gracia porque te explico las cosas como si no me conocieras.
    Esteban, cómo seguir...
    Hace unos instantes sabía perfectamente que cosas decirte, ahora todo se mezcló un poco y estos son los momentos en que me gustaría que me abraces. Como cuando murió mamá. De ese abrazo no me olvido más, no me preguntes por qué, porque en definitiva era un abrazo más de los tuyos, pero ese se me metió en la piel, y desde ese momento puedo decirte que lo llevo conmigo. Muchas veces que he necesitado un par de brazos, me dejé rodear por el recuerdo de los tuyos ese día. Quizá porque sé lo que mamá te quería, y te debe seguir queriendo la vieja esté donde esté.
    Un día, a poco de haberlo conocido a Ricardo, me dijo: “Nena, (si estuviera viva me seguiría diciendo así...) vos sabés que yo te quiero mucho ¿no? Bueno. ¿Me podés explicar por qué Esteban no es tu novio?”
    Qué locura. Si supiera...
    Sigo sin saber para donde salir corriendo. No me preguntes cómo pasó. La verdad que no lo sé. A veces (casi todas las veces) estas cosas sólo suceden. Un día empecé a mirarte de otra forma, a escucharte distinto. Me di cuenta que las palabras cobraban otro sentido si las decías vos. Una noche equis sentí que te extrañaba, pero no de la forma en que solía extrañarte. Luego, una tarde cualquiera, comencé a fijarme en lo físico, me resultaste atractivo, llegué hasta el punto de desearte. Y un día, igual a otro de los trescientos sesenta y cinco, luego de darme cuenta que ya no te miraba como al amigo que habías sido durante toda mi vida, comprobé y tuve que aceptar, en un rapto de sinceridad, que me había enamorado de vos.
    Y a estas alturas, de las cosas y del vuelo, no sé si estar contenta, si pedir perdón, si desaparecer del mapa. Te aseguro que no es otra de mis locuras. Te imaginarás que antes de llegar a este punto los análisis en los que me embarqué fueron muchos y exhaustivos. A mi edad yo no estoy para juegos, aunque ahora me sienta como esa colegiala que un día entró a un aula con 30 desconocidos que la miraban como si la fueran a comer viva. Entre ellos vos.
    De alguna manera impensada me devolviste la pasión por las cosas. Y que ironía, pensarás, pero vaya uno a saber hasta qué punto influyó todo esto en mi decisión de viajar.
    No se me ocurre cuál podrá ser tu reacción al leer esto. Estimo que pensarás en broma que es una mera comprobación práctica de parte mía a la teoría de que no existe la amistad entre el hombre y la mujer. No es nada de eso, pero ciertamente nuestro caso engrosa la ya abultada estadística.
    Simplemente es lo que siento. Yo nunca te mentí. Siempre fui sincera y directa con vos. ¿Por qué no iba a serlo en este caso? No es un caso cualquiera pero a cualquiera le pasa.
    No quiero entrar en el terreno de la justificación. No quiero sentir que necesito explicarte por qué me enamoré de vos. Te repito que estas cosas ni se planean, ni pueden detenerse. Aparecen cuando uno ya está entregado. Creo que somos grandes y nos conocemos bastante como para manejar la situación de manera adulta.
    El avión hace un rato que se mueve de un lado a otro. Adentro mío también se mueve todo. Siento como si ya lo supieras. Como si esta carta en lugar de estar conmigo, estuviera en tus manos, como si pudieras leer a medida que escribo.
    ¿Alguna vez pensaste en mí de otra forma que no fuera como tu amiga de siempre? Me gustaría saber tantas cosas. Últimamente me pregunto muy seguido cómo pudo ser que nunca en tanto tiempo y con la variedad de cosas que hablamos y con las oportunidades que tuvimos de que saliera el tema, nunca nos hayamos acercado más a nosotros. A nosotros como posibilidad de pareja, como cosa potencial, como supuesto.
    Nunca una sola palabra. Nada. Es curioso. Al menos a mi me resulta llamativo. Quizá la amistad que tenemos es realmente sincera y verdadera, y ninguno de los dos se puso a pensar en el otro porque ese querer opacaba con su brillo cualquier otro tipo de cariño.
    Pero bueno, yo me quebré, fiel a mis postulados. Te amo. Yo sé que aún soy joven, o al menos eso me dicen y yo elijo creerlo, pero muchas veces sentí que nunca iba a usar nuevamente esas dos palabras, y no porque no quisiera sino porque estaba convencida de que se había pasado mi tiempo, mi oportunidad. Eso también me lo devolviste vos. La chance de poder sentir la necesidad y las ganas de decir te amo otra vez. ¿Sabés una cosa? Yo no sé lo que el destino tendrá preparado para nosotros, si después de esta carta todo se vaya al carajo (como este avión que si se sigue moviendo así, salimos en las noticias) o no, o si te vas a enojar o me regalarás un hermoso a mí también me pasa. Lo cierto es que pase lo que pase, yo me siento una mujer renovada. Quizá es un poco rebuscado lo que te voy a decir pero esto es lo único que te faltaba para ser el amigo perfecto.
    No te rías pero hace unos minutos pasó la azafata y me pedí un whisky. Hace tanto que no tomo nada que ya no me acordaba de su gusto. Me estoy riendo sola. Es increíble la cantidad de cosas que hicimos juntos, y ahora parece que cada minuto intenta demostrármelo. La primera borrachera me la agarré con vos. Yo sola por supuesto porque a vos no se te conmueve ni una uña cuando tomás, y menos mal porque si no, no sé como hubiera vuelto a casa. Estamos llenos de momentos ¿te das cuenta? No sé si eso a la hora de analizar las cosas cuenta o no. Supongo que suma pero no define nada. La gente se enamora sin conocerse demasiado. Lo peor es cuando se habla en nombre del amor y no es más que por costumbre. Hoy día sucede mucho eso ¿no te parece? Pareciera que todos andan por ahí enamorándose y desenamorándose como si fuera ropa sucia que hay que lavar. Es una pena que se bastardee de esa manera un sentimiento como este. Que todo pase por cuestiones materiales, o de imagen o por necesidades sexuales. Aunque lo último no tanto. Hoy por hoy, todo es más directo. Unas pocas salidas y a la cama. A veces me siento como alguien que se quedó en el tiempo. ¿Tengo ideas tan retrógradas o esto realmente se está descontrolando peligrosamente?
    Estoy un poco más tranquila. Mi “turbulencia” del principio se aplacó un poco.
    Todo mi universo a través de la ventanilla está conformado por el ala y parte de la turbina del avión, muchísimas nubes y un cielo despejado encima de ellas que de a poco se va oscureciendo. Dirás que no es poco. Ciertamente no lo es.
    No es tan atractivo o pintoresco como viajar por Buenos Aires en colectivo. Acá no hay bocinazos, ni manifestaciones, ni edificios, ni manadas de personas intentando cruzar una avenida antes de cambie el semáforo. Esto es otra cosa.
    Como sea, con ruedas o con alas pienso en vos. Tal vez más con alas...Ahora mismo estarás en tu casa, mirando en la televisión algún programa sin sentido, esperando que te de un poco de hambre, se me viene a la memoria cuantas veces te pregunté si te sentías solo.
    Yo me siento sola ahora mismo. En el último tiempo me decías que lamentablemente ya te habías acostumbrado a vivir de una manera que siempre aborreciste. Y eso es cierto. Tu anhelo de toda la vida fue construir una familia, tener hijos. Es una gran cuenta pendiente de ambos. Lo de los hijos creo que ya es un tanto imposible. Tendré que guardar los nombres que elegí en algún momento para otra vida. Eso sí lo siento como una frustración. Un gran fracaso.
    Vos me decías que tus hijos se iban a llamar Andrés o Joaquín si era varón y Celeste o Abril si era nena. A Joaquín me lo robaste porque era mío. Yo fantaseaba con decirle a mi hijo Joaco cada vez que lo llamara... Me encantaba... Nunca entendí la postura de Ricardo en ese sentido. Ya lo hablamos esto. Cuando ya era tiempo de pensar en hijos no quiso saber nada. Ahí empezó el problema. Me acuerdo que vos con tu mejor buena voluntad querías hablar con él. Estabas enojado. Siempre tuviste esa actitud protectora para conmigo. Atento a todo lo que me pasaba, a mis preocupaciones. Alegre con mis progresos.
    Es raro sentirme así, sin vos... incompleta, como si tanta proximidad de repente se hubiera transformado en un pendiente ineludible que hay que poner al día. Tanto tiempo ganado que se quedó sin premio.
    Apenas este infierno volador toque la tierra, te juro que meto esta carta en el buzón, y ojalá tarde menos en llegar hasta vos de lo que yo tardé en encontrarte.
     
    #1

Comparte esta página