Cómo me convertí en un tipo duro

CÓMO ME CONVERTÍ EN UN TIPO DURO

Tengo treinta y seis años,
pero mi careto es el de un tipo de cuarenta y cinco.
Fui a comprarme una Cocacola a un triste quiosco,
los niños revoloteaban en su propia compañía,
uno de ellos hizo un esfuerzo sobrehumano por no rozarse conmigo,
yo no era más que un mono viejo para sus ojos grises.
Entonces comprendí que había llegado el momento de dejar de sufrir,
que sufrir era lo que me había envejecido tanto.
Sufrí por amor y por mi ego, sufrí en el instituto y en el colegio
y ahora mi cara era la de un hombre amargado por la vida,
un hombre al que ningún niño quería acercarse.
Había perdido mi chispa, mi energía, mi antigua prestancia
y me había vuelto un perro viejo.
Por eso decidí hacerme más perro,
ya no sufrir por nada ni por nadie,
hacer pesas mirando la televisión,
levantar muchas pesas y cultivar mi cuerpo en vez de mi intelecto.
Porque el intelecto es una mierda,
es una mierda de la que muchos se alimentan,
pero es una mierda al fin y al cabo.
Sería duro con los demás y conmigo mismo,
si me sentía sufrir me diría:
“De qué te quejas niñita melindrosa”
y así sería mi vida mejor.
Me masturbaría siempre todos los días,
tuviera o no tuviera ganas,
haría el amor cuántas veces pudiera,
tendría una colección de mujeres a mi alrededor pero sin comprometerme con ninguna,
dejaría de leer poesía y leería relatos de espías o de ciencia ficción,
soportaría a Willian Faulkner y a Norman Mailer
y cerraría todos los bares de mi barrio
y mi rostro de mono viejo se convertiría en uno de tipo duro,
acabaría con mi carita sonrosada de lector de filosofía oriental,
carita sonrosada avejentada por el sufrimiento.
Lo más importante era seguir aguantando vivir solo
y no dejar que mi madre controlase mi vida.
El mundo es sólo un sueño dentro de un sueño,
la realidad es otro sueño que nos oculta la verdadera realidad:
que la vida no es más que una puta mierda.
Por eso mejor tener músculos en los brazos,
las espaldas cubiertas,
y una cara de mono que asuste a los niños
pero que al mismo tiempo les haga respetarte.
Y sobre todo plantearte que ya no vas más a sufrir.