Convergencias.

La cara me es conocida, si… pero, ¿dedónde? ¿dedónde? Está sentado en aquella mesa. Ufanos labios. Mirada errante. Nómada. Sin dudas, Dios mío, ¡es Pío Baroja! ¿Qué coño hago en el Café de Fornos? Sin curiosear camino en dirección a la puerta y miro afuera. Sin dudas, estoy en la esquina de la Virgen de los Peligros. Joder, pestañeo. ¿Es un sueño? No; no creo. Subo a mi Renault Mégane y atrás quedan la iglesia de las Calatravas y La Cibeles. Ahora mi coche se desplaza por la calle de Alcalá. ¿En qué dirección? Sigo desorientado. Por el espejo retrovisor y sentada detrás, veo una mujer con rostro de niña. Tiene un gallo atado a su cintura. ¿De dónde vienen? Los dos irradian la magnífica luz que baña las sombras en La Ronda de Noche del pintor Rembrandt… No me mires de esa manera, que yo no soy culpable, lo de Berta fue un desliz; traté, pero no pude evitarlo, le dije a la niña con remordimiento. En un punto detengo el coche y reconozco el lugar por el tronco grispardo de algunos árboles y la singular frescura de la Catalpa, coño estoy en el parque El Retiro, ¡joder! ¿qué hago aquí? Entonces la niña, con su gallo atado a la cintura, abre la puerta trasera del coche y desciende y puedo apreciar que su rostro se transforma y dos enormes cuernos sobresalen de su cabeza y macabras fauces de hiena exhalan fuego mientras, sus aterradoras pupilas, y sin piedad, rastrean mis entrañas, y es en ese momento cuando; sin yo esperarlo, ocupa un lugar en la Fuente del Ángel Caído y entonces, y por primera vez, la escucho decir su nombre… Luzbel, me llamo Luzbel.