1. Invitado, ven y descarga gratuitamente el cuarto número de nuestra revista literaria digital "Eco y Latido"

    !!!Te va a encantar, no te la pierdas!!!

    Cerrar notificación

Crónica de un brillo asesinado "lo que queda después de un narcisista"

Tema en 'Poemas Melancólicos (Tristes)' comenzado por samsahara, 22 de Noviembre de 2025 a las 3:25 AM. Respuestas: 0 | Visitas: 3

  1. samsahara

    samsahara Poeta fiel al portal

    Se incorporó:
    24 de Septiembre de 2007
    Mensajes:
    512
    Me gusta recibidos:
    72
    A veces pienso que no fui yo quien salió de aquella relación,
    sino un espectro agotado que aún arrastra el humo de tu presencia,
    un eco de mí misma cubierto por el olor rancio
    de tu narcisismo dulce y corrosivo,
    esa luciérnaga negra que llegó como una promesa de calor
    y terminó devorando mis destellos
    hasta convertir mi luz en ceniza suspensa dentro de mis huesos.

    Mi brillo empezó a morir el día que entraste,
    cuando tus palabras —suaves como plegarias y vacías como un ataúd—
    descendieron en mí como un veneno devocional,
    apagando mis llamas en silencio, una por una,
    hasta volverme un faro quebrado
    que solo iluminaba lo suficiente
    para que tus sombras me encontraran,
    me reclamaran,
    me consumieran.

    No necesitaste tocarme para destruirme:
    te bastó la precisión quirúrgica de tus silencios,
    esa voz tuya que sabía tragarse mis certezas,
    esa hambre tuya de ser adorado hasta desangrarme.
    Desmantelaste mi alma lentamente,
    como un relojero cruel que desmonta cada engranaje
    solo para escuchar cómo se rompe.
    Así me fuiste arrebatando:
    mis ganas,
    mis convicciones,
    mi paz,
    y al final la pequeña chispa que pensé invencible.

    Mi duelo empezó cuando aún “estábamos”,
    cuando todavía respiraba bajo el eclipse que tú llamabas amor.
    Tus ojos —dos espejos sin alma—
    no me miraban: me succionaban la vida.
    Y yo, sacrificio dócil, me entregaba igual,
    como quien se lanza al fuego esperando renacer
    y termina siendo solo humo que nadie reconoce.

    Memorizaste mis grietas,
    mis temblores, mis silencios, mi distimia,
    y lo usaste todo como llaves
    para abrir mis partes más vulnerables.
    Hiciste de mi fragilidad un altar profano,
    y tú, jardinero oscuro, sembraste dentro de mí
    la mentira de que mi luz era tuya por derecho,
    de que debía marchitarme
    para que tú te sintieras eterno.

    Y así, con la paciencia de un verdugo enamorado de su oficio,
    fuiste apagando mi brillo lentamente,
    como quien apaga velas en una catedral abandonada,
    hasta dejarme moviéndome entre las sombras
    sin recordar cómo sonaba mi propia voz.

    Me marchité sin escándalo,
    bebiendo tus ofensas como agua negra
    para sobrevivir en la noche que me impusiste.
    Me reduje a un resplandor tembloroso,
    una estrella exhausta,
    una constelación rota que olvidó cómo incendiar el cielo.

    Pero entre tus ruinas y las mías,
    algo en mí empezó a mutar.
    No fue renacer:
    fue desangrarme hasta voltear la piel
    y descubrir que lo que quedaba
    ya no era frágil.
    Mis huesos absorbieron la sombra que me destruyó,
    y con ella comencé a reconstruirme.
    Cada lágrima se volvió filo,
    cada decepción, armadura,
    cada mentira tuya, piedra negra
    con la que forjé esta nueva versión de mí.

    Me convertí en un empático oscuro, reactivo,
    no por rencor,
    sino por supervivencia.
    Aprendí a amar sin arrodillarme,
    a mirar desde la penumbra
    con la cabeza en alto,
    a reconocer que la luz que un día fui
    murió en tus manos, sí,
    pero que de esa muerte nació mi sombra
    —y esta vez, mi sombra es mía—.
    Una sombra que no pide perdón,
    que no se entrega,
    que no se deja devorar.

    Hoy camino sin ti,
    y las cicatrices que dejaste
    son vitrales rotos en una catedral interna,
    no cadenas,
    sino recordatorios luminosos
    de la oscuridad que crucé
    y del monstruo que dejé atrás.

    Ya no brillo como antes:
    brillo distinto.
    Mi luz ahora es una llama negra,
    un fuego obstinado que no pudiste apagar,
    un destello que se sostiene incluso en la penumbra
    que dejaste esparcida por mi alma.

    Y aunque ya no te deseo,
    hay algo que sí espero:
    que el karma te alcance con la misma lentitud
    con la que tú fuiste apagándome,
    que tu sombra te pese,
    que tu vacío te muerda,
    que tu vida —esa cueva interminable que te acompaña—
    te recuerde cada día
    el daño que dejaste a tu paso.

    No te deseo lo mejor,
    porque nunca lo mereciste.
    Y tu castigo más sincero
    es vivir contigo mismo.

    *NOTA* segundo poema de la trilogía escrita después de salir de una relaciona narcisista
     
    #1
    A Maramin le gusta esto.

Comparte esta página