Crónica de un diagnóstico

Se fue a dormir como cualquier día, sus párpados acobijados de pestañas cubrían su retina, la rutina diaria de la monotonía lo obligo a trabajar en la cama que soportaba el peso de su conciencia, y la balanza de sus pensamientos equilibraba el sueño que no conseguía todas las noches, y apagando por un instante la televisión de su funesta realidad paso una extensa prolongación de tiempo, y durmió como nunca antes lo había hecho, de repente; un espantoso escalofrió le punzaba todos los poros de su epidermis, sentía una fría humedad a su alrededor, una capa de madera encerraba su prematuro nacimiento en un hilarante campo de cadáveres, su claustrofobia lo había doblegado.

Entre los gritos sordos de sus lamentos su cuerpo se sumergía aún más en la tumba de su inexistencia, sus ojos estaban abiertos pero solo miraban el oscurecer de su vida, su apariencia física era peor que la de un famélico terminal, sus oídos escuchaban una pala haciéndole una autopsia a la tierra.

Un interminable holocausto de pensamientos batallaba en su mente, un último movimiento desgarrador era imposible de lograr, una película sentimental pasaba por la corteza de su cerebro. Ocho clavos de acero lo encerraban en su nueva casa, y una lluvia de llanto falso inundaba su nuevo patio, un gusano carnívoro decoraba su pecho, y un ejercito de moscas aterrizaban como aviones kamikazes en la autopista de su tórax, en sus entrañas explotaba una guerra de químicos mortales, su flujo de plasma rojo había sido drenado de la cloaca de sus venas, su sonrisa atrofiada se perdía en la eternidad del olvido, y su rostro pálido e inmóvil descansaba bajo seis metros a los que no pertenecía