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Dámaso Alonso

Tema en 'Biblioteca de Poetas consagrados en verso libre' comenzado por lluvia de enero, 14 de Mayo de 2015. Respuestas: 0 | Visitas: 1153

  1. lluvia de enero

    lluvia de enero Simplemente mujer

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    Dámaso Alonso (1898-1990)

    Nació y murió en Madrid. Se le puede considerar bajo tres categorías: la de profesor, la de crítico literario y la de poeta. Como Profesor universitario tuvo gran renombre. Como crítico se le considera el principal investigador de la Generación del 27. Y como poeta, no alcanzó a lograr la trascendencia de los que forman el grupo de su generación: Federico García Lorca, Luis Cernuda, Jorge Guillén, Pedro Salinas, Gerardo Diego, etc.

    Fue director de la Real Academia y obtuvo el Premio Cervantes en 1978. Sus estudios de Estilística son de gran trascendencia y sus trabajos críticos se basan en un análisis fundamentalmente lingüísticos.

    En cuanto a su poesía se podrían distinguir fácilmente dos períodos claves: el primero, a imitación de Juan Ramón Jiménez, se distingue por la fase de la “poesía pura”. Aquí se preocupa más de la forma que del contenido, una poesía más bien sencilla sin grandes compromisos sociales. En el segundo período, Dámaso Alonso rompe con estos moldes para entregarse y lanzarse de lleno a una nueva modalidad formal versolibrista y de unos contenidos sociales y morales desgarradores. Estamos en la época de la Guerra Civil española y el poeta se hace eco de los disturbios y atrocidades humanas de la misma. Esto se refleja en particular en sus dos obras maduras: “Los hijos de la ira” y “Hombre y Dios”.

    Biografía: http://www.los-poetas.com/a/damasobio.htm


    ***************​


    MADRE


    No me digas
    que estás llena de arrugas, que estás llena de sueño,
    que se te han caído los dientes,
    que ya no puedes con tus pobres remos hinchados,
    deformados por el veneno del reuma.

    No importa, madre, no importa.
    Tú eres siempre joven,
    eres una niña,
    tienes once años.
    Oh, sí, tú eres para mí eso: una candorosa niña.

    Y verás que es verdad si te sumerges en esas lentas aguas,
    en esas aguas poderosas,
    que te han traído a esta ribera desolada.
    Sumérgete, nada a contracorriente, cierra los ojos,
    y cuando llegues, espera allí a tu hijo.
    Porque yo también voy a sumergirme en mi niñez antigua,
    pero las aguas que tengo que remontar hasta casi la fuente,
    son mucho más poderosas, son aguas turbias, como teñidas de
    sangre.
    Óyelas, desde tu sueño, cómo rugen,
    cómo quieren llevarse al pobre nadador.
    ¡Pobre del nadador que somorguja y bucea en ese mar salobre de la
    memoria!
    ...Ya ves: ya hemos llegado.
    ¿No es una maravilla que los dos hayamos arribado a esta prodigiosa
    ribera de nuestra infancia?
    Si, así es como a veces fondean un mismo día en el puerto de
    Singapur dos naves,
    y la una viene de Nueva Zelanda, la otra de Brest.
    Así hemos llegado los dos, ahora, juntos.
    Y ésta es la única realidad, la única maravillosa realidad:
    que tú eres una niña y que yo soy un niño.

    ¿Lo ves, madre?
    No se te olvide nunca que todo lo demás es mentira, que esto solo es
    verdad, la única verdad.
    Verdad, tu trenza muy apretada, como la de esas niñas acabaditas de
    peinar ahora,
    tu trenza, en la que se marcan tan bien los brillantes lóbulos del
    trenzado,
    tu trenza, en cuyo extremo pende, inverosímil, un pequeño lacito rojo;
    verdad, tus medias azules, anilladas de blanco, y las puntillas de los
    pantalones que te asoman por debajo de la falda;
    verdad, tu carita alegre, un poco enrojecida, y la tristeza de tus ojos.
    (Ah, ¿por qué está siempre la tristeza en el fondo de la alegría?)
    ¿Y adónde vas ahora? ¿Vas camino del colegio?

    Ah, niña mía, madre,
    yo, niño también, un poco mayor, iré a tu lado,
    te serviré de guía,
    te defenderé galantemente de todas las brutalidades de mis
    compañeros,
    te buscaré flores,
    me subiré a las tapias para cogerte las moras más negras, las más
    llenas de jugo,
    te buscaré grillos reales, de esos cuyo cri-crí es como un choque de
    campanitas de plata.
    ¡Qué felices los dos, a orillas del río, ahora que va a ser el verano!

    A nuestro paso van saltando las ranas verdes,
    van saltando, van saltando al agua las ranas verdes:
    es como un hilo continuo de ranas verdes,
    que fuera repulgando la orilla, hilvanando la orilla con el río.
    ¡Oh qué felices los dos juntos, solos en esta mañana!
    Ves: todavía hay rocío de la noche; llevamos los zapatos
    llenos de deslumbrantes gotitas.

    ¿O es que prefieres que yo sea tu hermanito menor?
    Sí, lo prefieres.
    Seré tu hermanito menor, niña mía, hermana mía, madre mía.
    ¡Es tan fácil!
    Nos pararemos un momento en medio del camino,
    para que tú me subas los pantalones,
    y para que me suenes las narices, que me hace mucha falta
    (porque estoy llorando; sí, porque ahora estoy llorando).

    No. No debo llorar, porque estamos en un bosque.
    Tú ya conoces las delicias del bosque (las conoces por los cuentos,
    porque tú nunca has debido estar en un bosque,
    o por lo menos no has estado nunca en esta deliciosa soledad,
    con tu hermanito).
    Mira, esa llama rubia que velocísimamente repiquetea las ramas
    de los pinos,
    esa llama que como un rayo se deja caer al suelo, y que ahora
    de un bote salta a mi hombro,
    no es fuego, no es llama, es una ardilla.
    ¡No toques, no toques ese joyel, no toques esos diamantes!
    ¡Qué luces de fuego dan, del verde más puro, del tristísimo y virginal
    amarillo, del blanco creador, del más hiriente blanco!
    ¡No, no lo toques!: es una tela de araña, cuajada de gotas de rocío.
    Y esa sensación que ahora tienes de una ausencia invisible, como una
    bella tristeza, ese acompasado y ligerísimo rumor de pies lejanos,
    ese vacío, ese presentimiento súbito del bosque,
    es la fuga de los corzos. ¿No has visto nunca corzas en huida?
    ¡Las maravillas del bosque! Ah, son innumerables; nunca te las podría
    enseñar todas, tendríamos para toda una vida...

    ...para toda una vida. He mirado, de pronto, y he visto tu bello rostro
    lleno de arrugas,
    el torpor de tus queridas manos deformadas,
    y tus cansados ojos llenos de lágrimas que tiemblan.
    Madre mía, no llores: víveme siempre en sueño.
    Vive, víveme siempre ausente de tus años, del sucio mundo hostil,
    de mi egoísmo de hombre, de mis palabras duras.
    Duerme ligeramente en ese bosque prodigioso de tu inocencia,
    en ese bosque que crearon al par tu inocencia y mi llanto.
    Oye, oye allí siempre cómo te silba las tonadas nuevas tu hijo, tu hermanito, para arrullarte el sueño.

    No tengas miedo, madre. Mira, un día ese tu sueño cándido se te hará
    de repente más profundo y más nítido.
    Siempre en el bosque de la primer mañana, siempre en el bosque
    nuestro.
    Pero ahora ya serán las ardillas, lindas, veloces llamas, llamitas de
    verdad;
    y las telas de araña, celestes pedrerías;
    y la huida de corzas, la fuga secular de las estrellas a la busca de Dios.
    Y yo te seguiré arrullando el sueño oscuro, te seguiré cantando.
    Tú oirás la oculta música, la música que rige el universo.
    Y allá en tu sueño, madre, tú creerás que es tu hijo quien la envía.
    Tal vez sea verdad: que un corazón es lo que mueve el mundo.
    Madre, no temas. Dulcemente arrullada, dormirás en el bosque el más
    profundo sueño.
    Espérame en tu sueño. Espera allí a tu hijo, madre mía.


    ***************​

    INSOMNIO


    Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres
    (según las últimas estadísticas).
    A veces en la noche yo me revuelvo y me incorporo
    en este nicho en que hace 45 años que me pudro,
    y paso largas horas oyendo gemir al huracán, o ladrar
    a los perros, o fluir blandamente la luz de la luna.
    Y paso largas horas gimiendo como el huracán, ladrando
    como el perro enfurecido, fluyendo como la leche
    de la ubre caliente de una gran vaca amarilla.
    Y paso largas horas preguntándole a Dios, preguntándole
    por qué se pudre lentamente mi alma,
    por qué se pudren más de un millón de cadáveres en
    esta ciudad de Madrid,
    por qué mil millones de cadáveres se pudren lentamente en el mundo.
    Dime, ¿qué huerto quieres abonar con nuestra podredumbre?
    ¿Temes que se te sequen las grandes rosas del día, las
    tristes azucenas letales de tus noches ?


    ****************​
     
    #1

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