De la segunda venida de Quetzalcoatl

De La segunda venida de Quetzalcóatl

Al principio fui mirada fija y circular, luego vino la mañana, el atardecer, y las bestias hambrientas. El hombre fue el último en llegar. Mi trono era de piedra y me alimentaba solo de la amarga raíz. Fue el jaguar quien me tentó a probar la carne, mas advertí en su cara la terrible enfermedad del hambre que embrutece. Entonces los patos nadaban por el lago, las abejas zumbaban entre las flores y la vida latía como un arroyo lejano, cuando observe que me había enfermado de hastió. Así que hice la guerra. Pensé: si lucho contra la montaña, la noche y el trueno, yo que controlo los vientos, derribare a alguno de ellos y me acercare a su cuerpo mutilado, para bañarme en su sangre. Así cambie mi color al rojo, antes era blanco y azul como el conejo sobre la luna. Luego, arrepentido dije: Que haya amor en la tierra, pero no lo hubo. Y dije: Que el lago se disuelva en nube, la nube en sequia, la sequia en fertilidad, y crecieron nuevas flores de todos los colores y vinieron las aves con sus cantos para celebrar, como cada año.

Un día, después de luchar contra la montaña inmensa, me senté a la orilla del lago, cansado, cuando un pájaro vino a posarse sobre mi cabeza, y busque mi rostro reflejado en el agua, mas vi a la muerte ataviada con su sangriento penacho. Entonces dije: que haya amor en la tierra, pero no lo hubo. Luego vi a los hombres cazando animales, robando y mintiendo, por lo que sentí una profunda tristeza en mi corazón hecho de fuego y avergonzado dije: Que haya justicia entre los hombres, pero no la hubo. Pase toda la tarde pensando: ¿Será el hombre quien asesine al hombre? ¿Construirá el quetzal su nido en la boca de la serpiente? ¿Se pintara el tecolote los ojos con sangre? ¿Cosechara sal aquel que siembre maíz? Así que rápido convoque a todos los dioses, mas ninguno quiso hacer nada por los hombres, ni por esta tierra. Dijeron: Lo mejor es que perezcan en el fuego y renazca un nuevo sol. A lo que yo implore que no se interviniera y se dejara al hombre y a la tierra libres a su suerte. Los dioses que eran viejos, sabían muy bien que podían morir intentando crear una nueva era. Así que dijeron: Que sea lo que tú dices, y partieron. Visto esto me decidí alejarme por un tiempo y sumirme en un profundo sueño, por no ver el destino de la tierra, pues llegue a querer al hombre como se quiere a un niño pequeño que aún no sabe andar por sí solo.

Y desperté, después de mil gavillas de años, y vi al hombre enloquecido talando los arboles, escupiendo en los pozos sagrados, tirando aceite en el rio, degollando animales. Viviendo en su casa con un arma de fuego escondida detrás de la puerta, hospedando escorpiones en el calor de su pecho, legando a sus hijos todo su odio. Entonces dije: Que haya razón entre los hombres, pero no la hubo. Ya hace mucho que los dioses partieron y yo solo no puedo hacer arder a la tierra en las llamas del sol, menos puedo hacer que renazca, y pienso avergonzado en cuánto dolor y cuanta tristeza se hubieran evitado de haber dejado que el jaguar devorara al primer hombre que piso esta tierra.

ECC