De parido comencé a morir

Y me vine acumulando venas,
otoños, malgastando el agua,
zozobrando con delicada astucia.
Me hice adulto
a fuerza de paños rotos,
de paneras tibias,
de bajar cerros en bicicleta
y de trotar desesperadamente
por las calles ineludibles
donde me unificaron.

Uno nace con ataúdes bajo el brazo,
vive sepultando cosas
e inunda cementerios
en el olvido. Uno se hace viejo
desde el primer ocaso.
Ya es historia
desde la primera noche en el insomnio
y se comienza a pensar
en el futuro con prioridad
llenando de vida los días y los años.
Somos ingratos con la muerte.
Uno cree que nace para no morirse nunca,
para hacerse joven de por vida
y entre los planes de nadie
está la muerte. Me comparo a cosas
que llamamos eternas y se derriten.
Ingrato, aunque casi no me duele esta vejez
de niño cansado,
estas uñas arrastradas,
este peso de sepelios
con que me deshojo mientras vivo.

De parido comencé a morir
entre gentes
como un vegetal seco,
aquí donde me ves, recostado
viendo pasar los días
con esta ociosidad de nube,
apagando luces, hurgando la nariz
del tiempo, acongojado
de tanta deuda contra natura.
Me vine de improviso
a esta tierra y confundí el amor
con profanas cosas
(porque uno se enamora como si nada,
y se va por la vida
inventariando estrellas.
Se enamora uno de bocas,
de sexo tibio, de pechos pálidos
con mantequilla,
y le llama amor
a cualquier emoción
que nos haga perder el tiempo
deliciosamente).
Creí en Dios, sacrifiqué lo impropio,
asesiné con mano justiciera
mi palma derecha,
y desde entonces he sufrido
esta invalidez de llevar cosas
y quienes que se quieren ir conmigo.
Me vine como todos
y me voy como tantos.
No hice pactos colaterales
y al diablo le debo
alguna que otra mentira
mientras reconcilio el alma.
Ya es hora de pedir la cuenta.

 

Amigo, es un poema excelente, muy bueno, me ha encantado realmente. Abrazos y toda la admiración.

 

Muy buen poema. Saludos