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De pequeño

Tema en 'Prosa: Generales' comenzado por Asklepios, 6 de Noviembre de 2020. Respuestas: 0 | Visitas: 246

  1. Asklepios

    Asklepios Digamos que a tientas

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    De pequeño decía no acordarse de gran cosa. La verdad es que tardó en llorar. Ante cualquier reprimenda, castigo e incluso azote, siempre reía. Cuanto más castigo recibía, tanto más sus carcajadas se podían oír. No conocía lágrimas como señal de dolor ni arrepentimiento.

    Pocos años más tarde,- no puedo precisar con exactitud cuándo, pero sé que fue a consecuencia de una despedida-, lloró por primera vez. Lloró en soledad. Desde entonces su llorar se hizo fácil, demasiado fácil, hasta molesto.

    Comenzó a sentir que sus lágrimas se pronunciaban como verdaderas y las comenzó a guardar en pequeños recipientes que clasificó según motivos, intensidades y fechas, en una coqueta estantería.

    Algunas tardes se entretenía en recordar los momentos allí embotellados y se percató que de algunos frascos se había evaporado el atesorado líquido. Entonces, se dedicó a comprobar el contenido de todos los recipientes retirando los que encontró vacíos que, para él, le eran la Nada. Con los que algo contenían, todavía podría recordar. Lloró amargamente, como nunca e intensificó el cuidado y atención sobre su acristalado tesoro, decidido a no volver a llorar como lo acababa de hacer. Aún hoy, guardo de aquel suceder su resumen en un frágil recipiente ante el que,- tanto él como yo, cada cual en su momento-, hemos enmudecido largas tardes de inabarcable importancia para ambos.

    Conocemos ya su fácil carcajada de juventud y su, cuando menos, pintoresca ocupación pero lo más sorprendente se produjo durante una entre tantas de sus tardes de alargada mudez. Fue al separarse brevemente de su denso diálogo mudo y de sus recuerdos para colocar algunos libros que una violenta ráfaga de aire había tirado al suelo. Mientras los colocaba, su curiosidad se detuvo, indiferente y caprichosa sobre uno de los párrafos. Su lectura abrió casi violentamente su risa que no tardó en ser acompañada de lágrimas que fue incapaz de dominar. Para él, aquella experiencia resultó ser algo totalmente nuevo, algo tan desconocido como, después, algo también positivamente desconcertante.

    De aquella experiencia, jamás fue capaz de explicarse cómo consiguió hacerse con muestras de aquellas novedosas perlas entre tantas convulsiones, entre tanto descontrol. Sólo recuerda recoger una pequeña parte de aquella humedad que recorría su cara.

    Allí comenzó una nueva colección.

    Poco a poco, sus colecciones fueron creciendo y los envases colocados sobre los estantes de múltiples maneras: en estado puro cada uno de ellos; vertiendo en los recipientes mezclas de recuerdos tristes y alegres en muy diferentes proporciones…

    Atesoraba tal cantidad de matices que, haciendo el uso del llanto adecuado a cada momento podía,-y así lo hacía-, potenciar o suavizar su intensidad a conveniencia.

    En definitiva, raro era el día que no visitaba aquella parte de la casa. Y si tenía que ausentarse, por el motivo que fuera, siempre llevaba consigo la cantidad suficiente de envases para el viaje.

    Llegado el día, compartió conmigo todo esto que hacía y, durante muchos años, fui testigo de enormes alegrías e inabarcables tristezas. A veces llegué a sentir envidia por tan peculiar y extraño montaje más, no sé ni cómo ni por qué, opté por seguir mi camino.

    Tras su fallecimiento fui reclamado para asistir a la lectura de su desconcertante testamento. Salí de allí como poseedor de cristales varios. Me pasé casi una semana en busca de las suficientes cajas en las que poder trasportar lo heredado. La casa quedó en herencia a su única hermana. Así, creí como lo más conveniente avisar de mi visita.

    Llegué a tiempo de tomar café. No quise entretenerme demasiado y, tras cumplir lo más rápido posible con las reglas no escritas del decoro y la educación, pedí permiso para recoger aquello que ella jamás llegó a apreciar ni tampoco mostrar el más mínimo interés. Nada más empezar a recoger, noté como la sensación de melancolía que llevaba en mí desde hacía días, empezaba a crecer.

    Apenas tres horas después llegué a la puerta de mi casa. Apilé todas las cajas al fondo del garaje. Lo hice lo más rápido que pude. Me sentía agotado… vencido por la melancolía.

    Me tomó bastante tiempo domesticar mi melancolía y eso que, por otra parte, tenía muchas ganas de colocar y poner en orden el garaje. Por fin fui desembalando y colocando todo tal y como, en origen, estuvo organizado. Desde entonces me he pasado largas tardes abriendo frascos y frascos para, al fin, llegar a entender muchos de los grandes enigmas que contienen. Me gusta, de alguna manera, seguir estando con él.

    En su momento me atreví a combinar algunas de sus lágrimas con las mías y los resultados, curiosamente, revelaron una asombrosa compatibilidad que fortalecía la esencia de lo que ya había, tanto que me he llegado a preguntar si no hubiese tenido que llorar con él algunas veces. Él nunca se pronunció a este respecto y supongo que lo mejor ha sido respetar su mundo. Ese, al que hoy en día tengo el honor de conocer, a pesar de su ausencia.

    Para terminar, decir que, estúpidamente, a veces he intentado, como él, guardar mis lágrimas. Las mías son válidas como tal, únicamente, en su momento natural. Así, cuando he querido volver sobre ellas, el resultado ha sido nulo.

    Para mí, no hay entrada en ese mundo, por mucho que sea mi llanto
     
    #1

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