De pronto… ¡me vi!

De pronto… ¡me vi!

Exacto, como el sol de la mañana,
despierta, al fin, mis sueños cual silbato,
la voz del locutor que anuncia y clama
noticias que saquean mi descanso.

Me debo levantar, porque es la hora
que siempre, cada noche, le señalo…
al viejo "centinela de la aurora"
que es el viejo nombre de mi radio.

Es vieja, pero fiel. Cada mañana
me llama la atención, al justo horario.
Procuro abrir mis ojos. ¡Dura hazaña!
Al fin, con gran dolor, ya me separo

del ángel protector, que son mis sábanas
y pongo mil esfuerzos en mis párpados
que quieren mantenerse sin mirada.
Mis pies, con poca ayuda, se han calzado

y enervan mis sentidos con esfuerzos
y van, poquito a poco, hacia el lavabo
con ritmos de torpeza, ¡siempre lentos!
Acaso los instintos de mis manos

rechazan el auxilio de la vista
quizás porque son siempre cotidianos
los útiles que tiene la repisa:
la espuma de afeitar, el mismo vaso,

el gel para los dientes, y el cepillo,…
y muchas cosas más … ¡lo que es diario!
Y como es natural… ¡ todo en su sitio!
Y todo, como siempre… ¡rutinario!

Delante del espejo… entreabro un ojo…
poquito a poco, porque me hacen daño
las luces, que parecen que son focos.
Saco la lengua. Mírome despacio.

Resumo la escena:… la lengua fuera,
me guiñaba yo con mi ojo derecho,
la barba entrecana, la boca abierta
la calva brillante, canoso mi pecho

de pronto me doy cuenta… ¡que soy yo
el que está frente a mí en el espejo!
Medito, razono y digo… ¡que no!
que no puedo ser yo, que es otro viejo.

No puede yo cambiar así de pronto
de modo tan brutal… ¡y extraordinario!
Ayer, sin ir más lejos… era un potro
y hoy, esto que estoy viendo… un relicario

Razono, sin embargo: ¿es verdad
lo que dice el espejo?… ¡qué ordinario!...
¿me indica que quizá sea otro animal?
¿Es que puede uno, en un día… cambiar tanto?

No puede ser. Pongo el ejemplo de ayer:
El hijo de un empleado me invitó a su boda,
llevaba el traje azul, (no uso el chaqué)
camisa adecuada, corbata roja,

mis negros zapatos lucían de brillo…
Mi sonrisa jovial estaba con todos
y todos querían el beber conmigo
y yo que no, que bebieran los mozos.

Mas todos decían que el mozo era yo
y me quitaban años… y se reían…
Y así toda la noche hasta que el sol
nos trajo la aurora del nuevo día…

Me miro nuevamente en el espejo,
¡en el espejo de mi propio baño!
¿Y qué es lo que en el espejo veo?:
La fea imagen de un viejo cano y calvo,

un viejo que no tiene ya remedio
por mucho que me llene ya de rabia…
que no se ha dado cuenta con más tiempo
los cambios socarrones de mi estampa.

Y miro con rencor al viejo espejo
que muestra con crudeza lo evidente
que ochenta años, por fuerza es ser ya viejo
sin nada que le influyan pareceres.

No obstante, mi sonrisa alzó su vuelo
y mirando al espejo, el mentecato,
porque a pesar de todo soy sincero,
le digo, sin maldad: ¡Adiós chivato!

 

Hermoso poema nos comparte de esa rutina y el tiempo.
Me ha encantado leerlo. Le felicito. Le dejo Reputacion.

Saludos,

Lourdes

 

Para Lourdes C.: Gracias mil por tus comentarios. Te quedo muy agradecido. Mi sincero saludo F. CABALLERO

 

La cotidianidad transcurre, con todos sus tiempos y afanes, en medio de ella estamos a veces tan idos, sin embargo, cuando nos examinamos profundamente, redescubrimos nuestra esencia o nos percatamos de los hechos y decisiones que vamos llevando mal. A veces, incluso, se nos figura el recuerdo o miramos con ansiedad el futuro. Ante todo, creo necesario revertir ciertas cosas y desnudar nuestra miseria. El presente es lo más importante, la sinceridad con uno mismo.

***

​