Desde el vertedero

Son las cuatro de la tarde
(es la hora del tráfico pesado),
todos los fantasmas acuden;
me toca bailar del otro lado de la cuerda...
y ni perro que me ladre.

Las manos quietas como adobe milenario
se rehúsan a mostrar su telaraña
y la palabra es una fragua sin aliento.
Ya la inercia los huesos me atrofian
(sin duda, es el invierno),
se anuncia con dolores de parto;
mis labios tiemblan, el tiempo se acaba
y no puedo extinguir esta tristeza.

En estas honduras, sólo el pasado cuenta…
el ayer es hoy y mañana, día y noche,
cima y abismo, eternidad y fugacidad;
el presente no es más que una pavorosa quietud
y el futuro, el ojo en la cima del hoyo.

Ahora siento cada segundo como pulso de sangre,
y como se despide la vida con su telúrico pañuelo:
despacito, para no levantar sospechas.

 

Qué buen poema paisano, te felicito por tu magnífica pluma, mis aplausos y estrellas.

 

FELIPE ANTONIO SANTORELLI

Gracias paisano; como tú bien lo dices, la poesía viene del alma y se manifiesta en esos momentos de intensas emociones.

Mis parabienes

 

Me ha gustado mucho, este poema
Muy bien trazado y con una agradable sensación de espontaneidad
Un placer leerte
Un abrazo
Joan

 

VIVIANNE LAGO

Las cuatro de la tarde es una hora que tengo clavada en el corazón desde mi niñez.
Tuve mucha libertad con mi abuela paterna, tuve mucha rigidez con mi ábuela materna; esos entornos me marcaron para siempre, y es a las cuatro de la tarde cuando regresa la nostalgia como un rio embravecido.
El día para mí tiene tres tiempos bien definidos... la mañana es angustia, la tarde es nostalgia, la noche es evasión.

Gracias por leerme