Desechos humanos

El crepúsculo soñaba una ráfaga de incienso que apagara los ojos
una muerte instantánea a cada paso de los astros
como sedas en la hoguera de un teclado transparente.
Y ese chaparrón de nueces que taladra la cabeza
desviste nuestro velo con un viento negativo
con las cenizas del silencio que atosigan los pulmones
como tramos breves de una lengua que no para de inyectarse.
Quién vendrá entonces esta noche a subir los edificios de la sangre
la piedra encarnecida donde habitan los pájaros del escudo solitario
las paredes inocentes de un hombre con garganta de fuego
que añadió los centavos en la cuenta corriente de su alma
como alcantarillas de barro cayendo por la sombra.

Los derechos humanos se pierden en la selva
cuando ese pasado de gritos golpea los relojes,
la ventana, la parte más dura del asfalto, los surcos del suburbio
que se suben a la mesa como heridas de solares.
Y vieja María, qué podemos robar de las estaciones antiguas.
Nada o sólo un andén de harapos tirados por el césped
como queriendo olvidar un presente que destierra todos los recuerdos
mientras el duende permanece en una huelga eterna
y quedan en el mundo los desechos humanos que lo amparan.