Desolación

Hubo un exceso de gris donde no se profetizó la tormenta, y perfumes de azufre sustituyeron el aire, lejanos titanes vaciaron sus ardientes intestinos. Ya no supieron distinguir entre el joven y el viejo porque coronas de cenizas adornaban cada cabello; no pudieron sacudirse el tormento que cayó sobre sus cuerpos.

Los abismos dormidos, más ningún pie pudo resistir el hielo del suelo, ningún llanto pudo saltar sobre los rugidos de bestias salidas del mar y caídas del cielo. No se encontró refugio para almas malditas, no hubo yerro sin castigo, no acudieron las nobles nubes para extinguir la ira del fuego; ni misericordia cuando en manadas intentó huir el miedo.

Mi alerta llegó temprano encriptada dentro de formas de luz pura, intocables, inocuos perfectos, con palabras de vida y maldiciones, revelaciones que sobrepasaron lo siniestro. Mi casa y Yo contados por justos sin respuestas ni tiempo, sin sol en las pupilas ni pulmones para el veneno en el viento; ni las piedras soportaron tanta violencia, tanto odio, tanto desafuero.

Pocos días después entre nosotros un alma menos, inerte en su salina figura, un alma menos que sólo disfrutó el infierno. Miramos de lejos a donde Sodoma y Gomorra una vez estuvieron, ahora solo calcinadas sombras de su existencia, donde los buitres no arriesgan a hacer sus nidos ni cantan los rechazados cuervos.

Yo sobreviví al desastre divino y también demonios compartieron mi duelo; yo fui permitido a consumir de mi propia carne sin censura para dar otra vez vida a lo que había muerto. Yo, Lot, hijo del hombre, del pecado y del favor, de la alegría y los lamentos, también soy, sobre la tierra, hijo del que habita en los Cielos.