Después de la batalla, en Alepo

DESPUÉS DE LA BATALLA, EN ALEPO


Me llegas imprevista como la noche,
nacida del cálido aliento del ocaso.
Me llegas, diosa láctea, al conjuro
de la cárdena bruma de los vinos.

En la dolorosa encrucijada
de los campos de batalla me requieres
y juntos caminamos como estatuas
entre las pálidas alineaciones de cadáveres.

Preparados están los holocaustos,
las olorosas maderas, los aromas
que mitiguen el insoportable olor de la batalla.

Como gritos minerales, como hirientes carcajadas
el silencio de los muertos nos perfora,diosa láctea.
Entre los negros cipreses nace, amarilla, el alba.

 

Muchas gracias a tí, Palmira, por recuperar este ya viejo poema. Viejo en el tiempo de su redacción, que no desgraciadamente en su actualidad. Cada día revienta un forúnculo en esta castigada piel de la Humanidad; cada día, cruenta o incruenta, alguna batalla genera miles de muertos y pone en cuestión nuestra cualidad de humanos. Un abrazo, querida amiga,
miguel

 

Muachas gracias, dulcinista, por tu visita y tu elogioso comentario. Una batalla sólo genera perdedores. Al menos en su ámbito físico. Detrás, callados y taimados, están los vencedores, los que no toman partido y son la causa y origen del desastre. Un abrazo, querido compañero,
miguel

 

Muchas gracias, Lebowsky, por tu visita. Comparto totalmente tu grato comentario. Incluso lo matizaría precisando qué tipo de educación sería la que modificase el brutal comportamiento humano. Que yo sepa suelen ser las élites mejor educadas las que se ponen al servicio de los poderosos y generan las debacles que nos asolan. Aunque el gen de la maldad siempre estará en nuestro ADN. Un cordial saludo, querido compañero,
miguel