Destino y capricho.

Quizás lo que el destino quiere
es que lo nuestro sean solo símbolos:
guarniciones estrictas sin tregua
ni concesión en el entendimiento.
Vueltas y vueltas sobre el mismo viento.
Nos conocimos para desconocernos después
como si supiéramos los presagios del camino
y del desamparo del dolor y la lágrima.
Crecimos juntos temblando por ser mayores.
Junto a los relámpagos de los espejos
donde nos mirábamos y donde con los ojos
dejábamos palabras escritas sobre cierto amor sin piernas.

Piernas mutiladas fueron las cifras que manejamos
después de una contabilidad que nos llevo
al desamparo de las respiraciones difíciles,
de los aires que rompían los centros atroces
de nuestro buen paso.
Le dimos vuelta a la vida y rompimos las costuras,
deshicimos los trajes que nos prometimos
llevar como esperma de huesos hasta el último
aliento donde debíamos de ver el corredor del adiós obligado.
No queda sonido de la despedida, solamente queda el ruido
del rencor espinoso del amor prometido.
Solamente queda un lamento rabioso.
Solamente queda la gelatina atroz y la certeza
de querer sin saber que no hay ocasiones
de poder nombrar su empapada verdad.

No hay adioses sordos ni palabras tenazmente chilladas,
solamente existe el carbón consumido de un recuerdo,
de un fondo de exterminados volcanes.
Solamente existe un cuchillo, un cuchillo furioso,
un amor amargo cernido sobre cedazos
de este asunto que se desliza hacia mi.