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Diez caminos a Sodoma

Tema en 'Poemas Filosóficos, existencialistas y/o vitales' comenzado por esteban7094, 21 de Junio de 2015. Respuestas: 0 | Visitas: 281

  1. esteban7094

    esteban7094 Poeta recién llegado

    Se incorporó:
    29 de Abril de 2014
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    Género:
    Hombre

    A JULIO




    -"Asesino", "Asesino" -susurraba y se iba el viento.
    Y los pastores me negarían sus cabañas.
    Las rocas me aplastarían en sus entrañas.
    La paz es mi enemigo violento
    Y el amor mi enemigo sanguinario.
    ¿Y a qué tu sombra, oh noche del lúbrico ardimiento,
    Si entre mi corazón ardía el tenebrario?

    Porfirio Barba Jacob





    I

    El corazón humano es como el fondo del mar.
    Y a medida que se desciende por la frialdad
    Del abismo, queda expuesta la esencia del hombre:
    Su bestialidad, su perversión, su misterio…

    Catamos todo veneno para hacernos
    Más fuertes, más fieros, más roca vieja
    Que aguanta los martillazos de las olas
    Crueles y constantes del irreversible tiempo.

    Y la mujer de los crepúsculos próvidos
    Nos expuso su seno para sacarnos
    De ese terrible letargo de la crucifixión.

    ¡Oh noche de las estrellas más ardientes!
    Deshicimos con bravura todo lo vivido
    Y sorbiendo lo incierto nos lanzamos al azar.



    II

    Esa noche negra por el sinuoso camino,
    Éramos bolas de incandescente fuego
    Y también cadáveres en la búsqueda
    De un poco de amor o de una fosa confortable.

    Izamos todas las banderas harapientas,
    Entonamos todos los cantos del bacanal,
    Consumimos el rocío de las frambuesas.
    ¡Ay! El dolor se convirtió en un amigo leal

    Cuando se rompió el horizonte y se derramó
    El universo todo en las cuencas de nuestros
    Ríos, empezamos a correr, huyendo

    De nosotros mismos; pues el espíritu
    Se nos había alucinado con la esperanza
    De estar en otro tiempo y en otro lugar.



    III

    Tanto nos abismamos en el espejo
    De la existencia; que al final del largo viaje,
    ¡De la búsqueda misma!, no teníamos
    Concepción del ser, ni de reflejos ni de espejismos…

    Y fuimos dejando en cada veta los sentidos,
    Renovándonos a cada instante, cual sierpes
    Que se abandonan a sí mismas por el mundo.

    ¡Pero el instante… el instante mata el instante!
    Y el padre odia al hijo, como todo río
    Que cansado de la vida ansia la mar.

    ¡Ay de nosotros: Judas aún en el olivo!
    Que dejamos pequeñas migajas de pan
    Para luego volver por nuestra lengua artera…




    IV

    La Santa Sara nos prometió su virginidad;
    Así que abandonamos la ciudad para
    Disipar la penumbra de nuestros ojos
    Con la soledad del monte y su murmurio eterno.

    Sin embargo, nos perdimos en el laberinto.
    Y los días secos caían en el pozo
    Oscuro de la noche, y el pensamiento
    Discurría por las profundidades del ser…

    ¡Hasta que después!, quién sabe cuándo ni cómo,
    Me hallé a mí mismo enredado en el sueño
    De la Santa Sara, de la virgen demoniaca.

    ¡Cómo me engulló en su terrible lascivia!
    ¡Cómo me mostró las perlas de otros mundos!
    Oh! Aprendí a deshacer la bruma del silencio…



    V

    ¡Las pasiones nos calcinan hasta hacernos vivir!
    ¡Qué mejor que errar inflamado por las fraguas
    Del corazón, poseído con vehemencia
    Por los sortilegios indecibles de todo ardor!

    ¡Qué es el bien y el mal sino la misma deformidad!
    Los mismos ojos insondables, pero anegados
    Con diferente cantidad de dolor.
    El mismo viento, mas nunca la misma cueva…

    La moral: ¡qué tristeza, qué desesperación!
    Esa sombra, esos abrojos, esos espinos
    Que tan sólo sirven para ceñir la frente

    De falsos nazarenos, de falsos profetas.
    ¡Oh, las lejanas orgías aún resuenan
    Como las campanadas que preludian la muerte!


    VI

    Con paso apático recorrí el sendero
    Allende las montañas, auscultando
    Mi propia soledad, mi silencio, mi amor…
    ¡Qué goce más intenso es labrar los vacío!...

    Y lavé la mugre de mi cuerpo en un lago
    De sangre. Y mis lágrimas fueron el vino
    De los moribundos, de los marginados,
    De los que quieren pan; pero también roca.

    Y mis hijos, cómo vagaban por ahí muertos,
    Deambulando por las negruras del cielo,
    Como enormes nubes de recuerdo espectral,

    Huyendo, inconsolables, de mi tiranía,
    De cuando, funámbulo, saltaba sonriendo
    Y gritando que la caída sería mi amante.



    VII

    Todas las mañanas, esas mañanas violáceas,
    Algentes, inamovibles, soterradas,
    El ciego Augusto se perdía con sus perros
    En la clarividencia de su tristeza

    Mientras yo llevaba a todas sus bellas hijas
    A las riveras traslúcidas del estigia;
    Y allí, nos sumergíamos en un sueño,
    Olvidando; para así poder recordar…

    Y los frutos brotaron de la boca de Eva.
    Y el pecado pululaba en sacro secreto.
    Es verdad que una vez, bajo la muerte de Antonia,

    Mi garra bestial, espoleada por una
    Lujuria réproba, rasgó los pétalos
    De la inocencia. El ciego Augusto lloró

    En el umbral de esas mañanas inertes,
    Y sus perros aullaron de intenso dolor;
    Porque la tristeza es la madre del mañana.

    VIII

    El sol horadaba la tiniebla con su fuego.
    Las aguas fluían en su lamento de oro
    Y su gárrulo murmullo florecía
    En la frescura de las desparramadas sombras.

    Abajo en el remanso, unos cuantos niños
    Jugaban entre sus aguas cristalinas.
    El sueño de sus padres se adentraba más allá
    De los velos azulinos de las cascadas…

    La torre de la iglesia se alzaba cual marfil
    Tras el valle y las colinas reverdecidas.
    Las campanas doblaban a través del tiempo.

    No podía discernir entre la fantasía
    Y lo real; iba con mis ojos hechizados.
    Todo el sueño cabía en mi murrio suspiro….


    IX

    El ser serpea entre los campos del vicio y la virtud,
    Muchas veces confundiendo ambos bajo
    El influjo perverso de las ansias del placer,
    De las espeluznantes ansias de algún no-ser.

    Y la muda noche abrió sus piernas inmensas.
    La luna alumbró el sacrilegio recóndito
    Y los narcisos negros se abrieron en el campo
    En donde me acosté a salmodiar las estrellas.

    Más tarde, cegado, lamí el costado invernal
    Y me aluciné con la sempiterna escarcha
    De un ensueño fugaz. ¡Oh, cabalgué la monstruosidad

    De lo negro mientras el Viernes Santo
    Desfallecía en ese vientre fúlgido
    De ombligo de vórtice que engullía mi dolor.


    X

    “Quien vive entre los deleites y los vicios
    Ha de expiarlos luego con la humillación y la miseria”
    Schiller

    ¡Oh Señor!, cómo estiré mi mancillado dedo
    Para palpar la llaga de la triste Raquel,
    Y viéndome a mí mismo en el furor orgiástico,
    Lloré… Mas el humo enmudeció mi ausencia.

    Los labios negros de la muerte, entrelazados
    Con umbrosas plumas de buitre, besaron
    Todo mi rostro marchito y oscurecido.
    Ninguna tristeza dura un simple instante…

    Y a merced de los designios entenebrecidos,
    Me postré y crispé las manos, injuriando
    Los altos, profundos e inalcanzables cielos.

    La belleza que mis ojos trasoñaron
    Se precipitó en la más ingente destrucción
    Y las llamas enardecieron mi inconsciencia.

    Comprendí en extremo júbilo que los perdidos
    Se hallaban en el laberinto de mi sombra;
    Y prosiguiendo, ¡dejamos de inmolarnos!...




    L. E. TORRES
    20/06/015
     
    #1

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