Divagando en realidades

"Por ti... yo subiría al cielo infinito y te bajaría la luna". Que bonito suena ¿verdad?. Aunque sería más sencillo y más real decir "por ti saldría corriendo y te compraría un helado". Claro, ustedes dirán ¿qué tiene eso de romántico? La respuesta es obvia: nada. Y así es, así somos, no nos alcanza con la sencillez de la vida, con lo real-intangible..., con lo terrenal.


Necesitamos darle siempre a todo un toque especial, algo romántico, poético, mágico, extraordinario... Parecería que sin ello la vida sería aburrida, monótona y sin color. No es así, así nos acostumbraron. Nos criamos pensando en papá Noel, que viaja desde el polo norte surcando los cielos montado en su trineo, tirado por simpáticos renos para luego bajar por la chimenea de nuestro hogar, dejarnos un regalito bajo el árbol de navidad y partir silencioso y veloz dejando tras de sí un "joou joou joou".


Por si esto fuera poco, cada 6 de enero esperamos ansiosos la llegada de 3 hombres que viajan en camellos. Pero estos no vuelan, así que como llegan cansados, pues viajan desde el Medio Oriente, debemos esperarlos con agua y pasto para los animales. No son ni más ni menos que Merchor, Gaspar y Baltasar, los 3 reyes magos. Y sí, no cabe duda de que son magos, pues obedecen la cartita de pedidos, que dejamos junto a nuestros zapatitos. Ellos cumplirán nuestro deseo para luego marcharse en silencio. Por supuesto nunca falta alguna hada madrina o un ángel de la guarda dando vueltas por ahí.


No vamos a negar que todo esto es muy hermoso, mientras dura, porque luego llegamos a una edad, que no está muy bien determinada, en la cual ya no somos merecedores de seguir manteniendo esa ilusión. Entonces nos hacen un último obsequio: la realidad. No nos gusta para nada porque en ella no hay papá Noel, no hay reyes magos, ni duendes, ni hadas, ni ángeles ni nada por el estilo.


Por eso es que pasamos el resto de nuestra vida buscando encontrar aquella ilusión que nos arrebataron cuando éramos chiquillos, algo que nos haga creer que la magia realmente existe, que un ser alado nos protege y que existe algo más allá de lo que pueden percibir nuestros sentidos. Necesitamos creer en la existencia del país de las maravillas, del edén, y del país de Nunca Jamás.


En más de una ocasión deseamos vivir en un lugar así, sin problemas, sin peleas, sin discusiones, sin guerras, sin maldad, sin tristeza, sin dolor, sin odio, sin egoísmo... Vivir en un mundo de paz, amor, armonía y felicidad. Soñamos y alimentamos nuestro espíritu y nuestra alma con fragmentos de inconsciencia y con cosas que no sabemos bien que son ni como son, pero al fin y al cabo no sabemos tampoco qué son ni como son a ciencia cierta el alma y el espíritu. En definitiva buscamos cualquier indicio de existencia extraterrestre, y no me refiero precisamente a alienígenas, sino a esas vetas de esperanza en las cuales se pueden apreciar señales de un mundo muy diferente al nuestro. Señales de que todo aquello que nos contaron cuando éramos pequeños tenía al menos algo de verdad porque al fin de cuentas, de sueños e ilusiones también se vive.

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