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Dos policías amables.

Tema en 'Prosa: Generales' comenzado por Old Soul, 16 de Marzo de 2017. Respuestas: 0 | Visitas: 349

  1. Old Soul

    Old Soul Poeta adicto al portal

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    Hoy he conocido a dos policías amables, los primeros dos policías que, en toda mi vida, conociéndolos por su trabajo y en persona, me han tratado de caballero.

    El caso es que han hecho una batida por la zona dos tipos para ver qué casas se podían robar; y me han alertado. Pues tenemos la puerta del garaje rota, no cierra, y desde abajo escuché cómo corría por sus raíles, abriéndola. Acto seguido sonó el interfono, por lo que me puse a él de inmediato.

    A través de él me habló un tipo, alguien joven, diciendo que pertenecía a la empresa de seguridad del cartel que tenemos exhibiendo en la entrada, que había habido robos por la zona y que a sus clientes estaban preguntando si estaban bien. Obviamente, era mentira, pues ni si quiera tenemos contratada alarma alguna, ya que dicho cartel es de un viejo contrato con una empresa de seguridad. Por lo que le dije que ese cartel estaba ahí porque no lo habían retirado. Así que, muy contento él, me pregunto, “si se puede saber”, con qué empresa estaba ahora. Yo le contesté que con “una”; que era privada también. Así que me dijo que, si quería, me podían retirar los carteles ahora; y yo me excusé diciéndole que estaba trabajando y que prefería no tener que tratar esos temas ahora. A lo que me contestó con un altanero “vale”. Con ese deje de barrio santacrucero tan definido, y que yo bien conozco, pues me crié entre esos barrios y, aún al día de hoy, cuando me relajo, se me nota.

    Después de este suceso, minutos después, salí a la calle y le pregunté a unos obreros que allí había si habían visto a un coche de una empresa de seguridad, mas me dijeron que no habían visto coche alguno sino dos chicos que iban a pie y que no parecían de seguridad sino, más bien, de un empresa de “cerrajería”.

    Y, por estos motivos, llamé a la policía; comunicando que los sospechosos estaban todavía por la zona. Con lo que tardaron en llegar lo que había supuesto, lo justo para dar una batida por la zona buscando a esos dos tipos, y sortear las obras que abarcan varias calles paralelas.

    Cuando llegaron tocaron el interfono, me dijeron que si había llamado yo a la policía, les dije que sí y que iba a atenderlos de inmediato. Cuando llegué a la entrada de la casa ya habían entrado y estaban inspeccionando el patio, por lo que les dije que, “como ya sabrán”, tenemos estropeada la puerta. Ambos me saludaron, a lo que les respondí con otro saludo. Uno era corpulento, los dos altos, el corpulento llevaba un chaleco antibalas y el otro sólo la camisa azul de manga larga. No sé distinguir las insignias policiales, pero sé ver las diferencias en ellas y, por cómo fue el rol del pequeño interrogatorio, el más joven de los dos, el que no llevaba chaleco antibalas, me pareció ser el de mayor graduación.

    Les conté lo sucedido y, ya mientras hablaba, empezaron a asomar amigables sonrisas en sus rostros, como naciéndoles una natural simpatía hacia mi persona o, simplemente, que les hacía gracia. (Aunque esto último no sabría decirte porqué, pero es que hay gente para todo.)

    El más joven, el que no llevaba chaleco antibalas, justo después de que terminara mi declaración, fue reclamado por una de mis vecinas preguntando que si había pasado algo, que si estábamos bien. Por lo que el hombre aprovechó para interrogarla, descubriendo que esos dos chicos habían pasado por todas las casas y que a ella le trataron de “vender” que las alarmas que ellos instalaban eran anti “inhibidores”. Refiriéndose a esos aparatos que, mediante una frecuencia de onda, bloquean o desbloquean ciertos sistemas electrónicos. Cosa que le hizo mucha gracia al policía, pues me comentó que nunca, en todo el país, se ha escuchado antes que una alarma de seguridad pudiera ser desactivada con un inhibidor; o sea, que es mentira.

    Mientras, el otro me tomaba los datos, hasta mi número de teléfono, cosa que le di por gentileza, pues sé que es para archivar y no para un efecto práctico de inmediato. Tras tomarme todos los datos se me puso a charlar diciendo que había muchas personas pertenecientes a cuerpos de seguridad estatales viviendo en la zona. Sé que lo dijo de buen corazón, para tranquilizarme. Yo le sonreí.

    Después me hizo una pregunta que me extrañó y, pese a que sé porqué la dijo, no voy a escarbar en sus razones; pero me preguntó si yo era “empleado” de la casa. A lo que yo contesté que, simplemente, era el hijo de la dueña.

    Salimos los dos charlando amigablemente sobre que la casa está en venta, que a él no le gusta la zona, pues hay que ir a todos lados en coche, y que él tenía niños pequeños y era aún más por ello un jaleo. En ese momento el otro me informó sobre sus pesquisas con la vecina y nos pusimos a hablar los tres de cómo bloquear la puerta, que, hasta que dentro de unos días no regrese el que la arregla, sigue rota. Yo expuse que no había mucho problema, ya que suelo estar en casa y que esos tipos sólo querían entrar para echar un vistazo. Y ellos, sonriendo por mi valentía y franqueza, por mi falsa bravuconería, me dijeron que, aún así, ellos pondrían una madera para bloquear la puerta por la noche.

    Ya en la calle, debatieron sobre si fueron realmente comerciales de una empresa o ladrones los que me tocaron en casa. Y uno de ellos, el del chaleco antibalas, comentó que, al fin y al cabo, eran comerciales; refiriéndose a que no debían de ser precisamente genios. Lo que me hizo mucha gracia, por lo que le expresé que, al fin y al cabo, con la información se puede comerciar. Y me miraron sonriendo sinceramente con sus labios y dientes pero mirándome con una mirada extraña, escrutadora, tal vez sorprendidos de que sepa de estas cosas pues, como ya dije, me críe entre barrios.

    Después se subieron al coche, conduciendo el más joven, el que no llevaba chaleco antibalas y me pareció de mayor rango, le di unas enfáticas gracias a los dos y, al ver que tenían que dar la vuelta, pues la calle está cortada por las obras, muy natural el hombre, supongo que ya harto de las obras y todas las calles que tuvieron que recorrer para llegar hasta aquí, me dijo algo así como: “Bueno, haremos algo si conseguimos salir de aquí.” Por lo que le sonreí y le abrí al completo la puerta del garaje para que dieran la vuelta con más comodidad. Al pasar por mi lado me dijo que (pues casi pasa) “ahora me como la puerta del garaje con el coche y hay que dar el seguro”, a lo que le comenté que ellos debían de tener un buen seguro, me dijo que él no sabía de eso y yo me reí diciendo que esos son cosas del jefe.

    Y se despidió con un sonoro: ¡Gracias, caballero! A lo que yo respondí con un “a usted”. Y se fueron.

    Me pregunto qué pensarían de mí si supieran que, justo antes de hablar con ellos, me había fumado yo solo un buen porro de marihuana y que, justo después de hablar con ellos; pensando en si escribir o no el suceso, me he fumado otro mientras reflexionaba.

    La verdad, creo que, a estos dos, posiblemente, les haría mucha más gracia que enfado; esta anécdota.
     
    #1
    A Hannah Alarcón G. le gusta esto.

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