1. Invitado, ven y descarga gratuitamente el cuarto número de nuestra revista literaria digital "Eco y Latido"

    !!!Te va a encantar, no te la pierdas!!!

    Cerrar notificación

Dos rosas

Tema en 'Prosa: Filosóficos, existencialistas y/o vitales' comenzado por Khar Asbeel, 2 de Septiembre de 2017. Respuestas: 0 | Visitas: 767

  1. Khar Asbeel

    Khar Asbeel Poeta fiel al portal

    Se incorporó:
    17 de Julio de 2015
    Mensajes:
    849
    Me gusta recibidos:
    1.180
    Género:
    Hombre

    El punzante y frio aguijón de la nostalgia dirigió mis pies y manos hacia el lugar donde había guardado las rosas. Ahí estaban, en su quietud de siempre, acumulando polvo y años grises sobre un cúmulo de libros viejos de historias desgastadas de tanto ser leídas.


    Tome la caja de plástico, sacudí la suciedad que la opacaba y contemple la solemnidad marchita de las dos rosas; esas rosas que tantos años han acompañado mi propia marchitez, adornando la interminable y pétrea soledad que me sepulta en la más estática espera por la Muerte que siempre tarda en llegar.


    De vez en cuando voy y saco de su amargo rincón las rosas. Casi siempre cuando el viento sopla demasiado frio y la luna luce muy alta en el cielo. Cuando la noche se vuelve un horizonte eterno y las heladas estrellas se deslizan como lágrimas.


    Hoy el céfiro ha lanzado su gélido gemido por doquier, mordiendo rencoroso casas, arboles, almas. Hoy la luna, con su rostro de cadáver ha abierto los ojos, lanzándome su maldición... Hoy todo luce teñido por lágrimas visibles e invisibles.


    No extraigo de su sarcófago a las roas, pues sé que el más leve toque las pulverizaría. Pero la sola vista de su decrepitud me transporta años atrás, cuando el sol no dolía tanto y la sangre corría tibia.


    Las doradas playas del recuerdo se abren bajo las alas del pensamiento y todo luce tan vivido, tan cercano.


    Era hermosa, muy hermosa. Mis ojos se llenaban de una luz desconocida y benéfica cuando la miraba. Toda ella era para mí claridad sin sombra, una perfumada presenciar en un jardín de refulgentes deleites. El tenerla cerca de mí era un rocío beatífico, una unción de suaves efluvios que me purificaban por dentro y por fuera.


    No recuerdo cuanto duro este íntimo idilio, pues al saberla mía el tiempo era breve, ilusorio e insustancial. ¿Fueron semanas, meses, años? La marcha del reloj no era igual para que para le resto del mundo.


    Pero un día dijo: “No más”


    Se alejó, con una abundancia de argumentos que no llenaron nunca mis ansias de comprender.


    El viento soplo muy frio esa vez. Vi morir las flores bajo la sombra de mis manos. La luz de la luna perdió brillo y trajo un gusto acre a mis labios.


    Las dos últimas rosas -una para ella y otra para mí - se quedaron huérfanas, derramando su roja desolación en el agua contenida en un vaso de cristal. Al volver a casa y posar mi vista en ellas, mi primer impulso fue descargar mi dolorosa furia destrozándolas. Pero cuando mis manos acercaron su temblor a ellas, mi ánimo homicida se calmó. Las humildes flores me parecieron tan tristes y desamparadas como mi realidad; así que busque un lugar donde guardarlas. Encontré una vieja caja de plástico de origen incierto y ahí las coloque.


    Paso un día y otro más. Caminado por alguna calle la vía a ella, radiante, sonriente, feliz del brazo de alguien que yo nunca había visto, pero cuya lujosa ropa y brillante peinado hablaba de opulencia y comodidad. Aferrara a él, no dejaba de reír aun cuando ambos se introdujeron a un suntuoso automóvil que nunca podría poseer.


    En un rincón de la ciega calle mordí mis labios hasta hacerles brotar una roja y espumante rabia. La verdad me abofeteo con el rostro con sorna. Tanta excusa, tanto pretexto, tantas palabras fueron solo la disimulada careta de estudiada mentira.


    Simplemente me intercambio por alguien más y ni siquiera tuvo el valor de decírmelo de frente.


    Mi primer pensamiento fue matarla.


    Mis pies no pesaban y las calles se acortaron bajo mi frenesí criminal. Sin darme cuenta como ni cuando ya estaba en mi casa y mis manos rígidas buscaban mi colección de cuchillos de caza.


    La rabia aumentaba de tono hasta rozar la demencia. Estaba decidido no solo a matarla a ella, sino también a su madre, a su padre, a sus hermanos. Asesinaría a todo aquel que se conectara con su pútrida sangre para al final hacerla descender al infierno en vida, sembrando en su mentiroso cuerpo tanto dolor que me rogaría de le pusiera fin junto a su vida; pero mis oídos serian sordos a sus suplicas, entregándome al cruento delirio de la tortura.


    Cuatro cuchillos bien afilados llevaba ocultos bajo la ropa. Mis pasos me dirigieron firme y sonoramente hacia una casa en específico. El viento soplaba, pero yo no lo sentía. Hacia frio, pero mi sangre hervía en un odio creciente y volcánico.


    Dos o tres cuadras faltaban para llegar al hogar que iba a convertir en matadero cuando una patrulla pasó frente a mí con las sirenas encendidas. Tres sombríos policías iban en la parte de atrás y en medio de ellos, un hombre cubierto de sangre, con los ojos tan hinchados que se perdían y por lo que pude ver a través de su rota boca entreabierta, bastante dientes de menos. El uniforme y los guantes de los agentes estaban cubiertos de manchas pardas.


    Me di la vuelta y me aleje. Mi furor seguía ahí, el odio me mordía. Pero la razón se impuso al instinto.


    No volví a esa casa y nunca la volví a ver a ella.


    Pasaron los años. El tiempo se escurrió como una lenta hemorragia pero el viento nunca dejo de soplar frio ni las flores volvieron a brillar.


    Y las dos rosas, arriba de una colección de libros viejos, se volvieron viejas también; llenándose del mutismo y la mustia y gris apatía que arropaba cada instante de mi vida.


    El silencio nunca disminuyo.


    Y las rosas lo sabían.


    Hace poco supe que murió, que acumulaba muchos años de fallecida, pero los giros del dédalo de la existencia me mantuvieron ignorante de este hecho.


    Pero yo ya no había sabido nada de ella. Incluso creí olvidarla. Pero el pasado siempre nos alcanza y nos muerde, nos desgarra la conciencia cuando menos lo esperamos.


    Estaba muerta.


    Muerta.


    En algún lugar del mundo hay una lápida con su nombre. Bajo la tierra se guarda el secreto de una vida que yo nunca conocí, no puse, no quise conocer. Y ahora ese ciclo vital, ese tiempo ajeno se volvía par a mí una interrogante que deseaba con todas mis fuerzas desentramar.


    ¿Qué había sido de ella? ¿Fue feliz? ¿Tuvo hijos? ¿Se acordó de mí en algún instante en todos estos años? ¿Cómo murió? ¿Estuve en sus pensamientos en las horas finales?


    Pero estaba muerta.


    Muerta, al igual que yo.


    Al igual que el rencor que durante tanto le guarde y que ahora se encontraba hundido, petrificado sin sustancia bajo el peso del tiempo y los recuerdos.


    Fue entonces que busque aquellas rosas exiliadas, que se pudrían en una noche sin margen ni retorno. Las rosas que simbolizaban un amor muerto y al alma oscurecida y extraviada.


    Y a estas rosas les estuve hablando durante horas, contándoles mis secretos más íntimos y duros; abriendo para ellas las heridas nunca cerradas. Recitándoles las palabras que nunca pude ni podre decírselas a ella.


    Les hable de lo mucho que la amaba, de todo lo que ella llego a significar, de lo mucho que me dio y lo mucho que me quito. Les hable de toda la rabia, de la soledad y la tristeza.


    Ellas pusieron de todo el daño que me causo, la amargura con la que teñiste mi vida. Los días y noches en blanco, los años perdidos en negro lagos de desconsuelo.


    Hora tras hora les hable a las rosas mientras el sol sé ocultada y volvía a salir; mientras lagrimas heladas empapaban mi rostro y caían una a una en mis manos, hasta sentir que de mis ojos habían nacido mares.


    Cuando la luz del día alumbro aquella estancia, vi que las rosas brillaban con un fulgor nuevo, llameante. Un alegre todo carmesí, como si hubieran sido teñidas de sangre.


    Con temblorosas manos las extraje de su sepulcro. Las coloque en un vaso de cristal lleno de agua y frente a ellas puse el único retrato que conserve de ella, donde se veía tan hermosa, tan feliz y luminosa.


    Pero al pasar junto al espejo vi a un anciano, de rostro ajado y cabellos blancos; de espalda curvada y vencida y ojos hundidos y apagados.


    Si… Había pasado mucho tiempo… Demasiado…


    Me aferre a mi bastón de roble y salí a la calle.


    El viento soplaba suavemente, como una caricia cálida.

    [​IMG]

     
    #1

Comparte esta página