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Ejercicio vocálico I

Tema en 'Prosa: Surrealistas' comenzado por Asklepios, 9 de Abril de 2022. Respuestas: 3 | Visitas: 415

  1. Asklepios

    Asklepios Digamos que a tientas

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    Recuerdo que por entonces no le iban nada mal las cosas; incluso, los más de los días, se permitía comer un buen plato de ibéricos en uno de los restaurantes de la zona regentado por un peculiar personaje, ibicenco él, para más señas, pero recién llegado de la zona del Lago Ibón en los Pirineos donde al parecer, se hizo adicto al ibuprofeno al abusar de él por intentar paliar los fuertes dolores de espalda que llevaba padeciendo desde hacía demasiados años y que le obligaron a abandonar la práctica del parapente, curiosa afición para alguien que se llamaba Ícaro y a quien muchas veces, -demasiadas veces-, se le podía escuchar, cuando pensaba en alto, ideas o planes de lo más estrambótico como ese de querer ir al polo norte para pisar un iceberg y extraer de él el icor, ese humor seroso que las llagas y tumores tienen y que, a buen seguro, los icebergs también, estaba convencido, lo deben tener, decía. Como curiosidad, no sé por qué, me viene ahora mismo a la cabeza que en su parapente, este hombre tenía representado, como si fuera un icono, el monte Idalia de Chipre, consagrado en su día, creo recordar, a la diosa Venus.

    Cuando llegó aquí, siempre dijo que no tuvo la menor idea de qué hacer con su vida y que, además, durante los primeros meses no lo pasó nada bien, incapaz de olvidar la idílica y larga relación que mantuvo con la que por siempre será para él, la mujer de su vida; su ya no tan reciente ex pareja a la que conoció estando de vacaciones recorriendo Asia, durante una excursión a la antigua ciudad de Idumea; esa ciudad que, en realidad, nadie llegó ni llegará a ver, pues hace siglos que ya no existe y hoy no deja de ser un engaño, un mero reclamo turístico.

    Todos notamos el tiempo, el poder de su pasar y, por mucho que se luche contra él siempre, finalmente, todos terminamos por asumir y aceptar sus incomprensibles sentencias, que nos marcarán a unos más y a otros menos, pero, ¡y daros cuenta de lo que os digo!, nunca deja de acompañarnos hasta que llegamos a nuestro final.

    Tuve la oportunidad de mantener numerosas y muy interesantes conversaciones con este hombre, peculiar donde los haya, hacia el que no puedo negar sentir cierta envidia de sus amplios conocimientos sobre todo geográficos y literarios, aunque también científicos y, sobre todo de sus habilidades manuales que siempre le han sido de gran ayuda en todos y cada uno de sus viajes por el mundo, sobre los que no le gustaba hablar demasiado. Por suerte, ignoro los motivos, yo resulté ser la excepción y supe de muchos. Por ejemplo de aquel que realizó con apenas 17 años a las Islas Filipinas. Allí, recuerda que conoció a un igorrote,-así se llaman a los nativos de la isla de Luzón-; que se hicieron muy amigos y compartieron muchas experiencias y que, tras la repentina muerte de éste, abandonó la isla acompañado del igüedo,- una especie de cabrito de unos dos años-, que encontró abandonado con no más de dos días de vida y en un estado deplorable, a punto de morir, y al que cuidó hasta lograr su total recuperación. El animal, una vez recuperado y quizás a modo de agradecimiento, a partir de entonces, jamás dejó de acompañarle allí donde él fuera. Por desgracia, durante el viaje hacia las costas americanas, una fuerte tempestad además de provocar serios daños en la embarcación, causó la muerte de varios pasajeros y también la de su tan querido compañero al que vio ijadear sin parar, - mover a causa del enorme cansancio las ijadas-, entre las aterradoras olas que no dejaban de azotar el casco con enorme violencia y que no pudo rescatar. Al llegar a la costa, todos pensaban que habían atracado en tierras peruanas pero resultó que la violencia del mar los llevó a las costas de El Salvador. La tempestad dejó sin ninguna pertenencia a todo el pasaje y nadie tenía dónde ir ni sabía qué hacer. Afortunadamente, el capitán resultó ser una buena persona y, mientras reparaban el barco, dejó que el pasaje se hospedara en él a cambio de echar una mano en lo que fuera necesario y lo primero fue bajar a tierra los cadáveres de los 4 desdichados pasajeros que perdieron la vida durante la navegación.

    Nadie quería contraer lo que, en aquellas tierras llamaban ijillo, enfermedad que se contagiaba a causa de los vapores que despedían los cuerpos de los difuntos. La ilación más lógica era desembarcar cuanto antes los cuerpos de aquellos desafortunados y evitar en lo posible, cualquier contagio

    Fueron unos días muy duros, recordaba mientras su mirada se perdía en la nada. Por fortuna, continuó, pudo salir ileso de aquella aventura sin, además, hacer nada ilegal, nada ilícito que pudiera complicarle más la vida.

    Para los suyos, es decir, para nadie, pues a pesar de su juventud, no tenía a nadie, estaba… -¿cómo me decía?-... Ah, sí. Estaba ilocalizable. Se veía así y aunque es fácil entender como dramática su situación, para mí eran bromas que se hacía a mí mismo, con las que procuraba entretenerme, animarme… no perder la ilusión…

    Por mucho que uno quiera experimentar la misma intensidad de lo que se cuenta de una vivencia, ya sea ajena o propia,-esa que se está recordando-, nunca llega ni vuelve a ser lo mismo. Esto es una gran verdad. Es un suceso que se ocupa con una serie de visiones que no son de nadie, son recuperación imaginada de vivencia que ya no es y que, como mucho, quedará colgada, tendida como una sábana en ese espacio que no es, que es nuestra inventiva. Es como la imela, ese fenómeno fonético de la lengua árabe, donde un sonido “a” largo, se dice como e ó i; son una misma experiencia que se sustenta en universos superpuestos. No sé… debe ser algo así. Quizás, en el fondo, simplemente, se quieran imitar.

    Otro de sus viajes del que también compartió múltiples anécdotas y en numerosas ocasiones, fue el que le llevó a Grecia, pero del que, a estas alturas, -han pasado muchos, demasiados años-, apenas tengo recuerdos. Si… algo de un muy complicado y peligroso negocio; algo de una bella y perversa mujer; días de sol y también de mucho frío; de más hambre que de hartazgo; de muchos lugares y palabras relacionadas con la arquitectura: fuste, capitel, basa, frontón, imoscapo, acrótera, estilóbato…

    Lo cierto es que ambos coincidimos en muy diferentes situaciones, en nuestra valoración sobre lo inaudito que tiene el mundo. Sería inexacto decir otra cosa.

    A veces, al acordarme de él, es como si recuperara ese asombro primero y sublime que conocí gracias su inmensa capacidad, para determinado tipo de iniciativa, esa que llamo “inorgánica”, por inocente y que tanto inundaba a mi escasa predisposición a cualquier cosa.

    La ciudad de Ipanema, lo puedo asegurar porque así me lo confesó, resultó ser una de las localizaciones en las que más disfrutó en toda su vida y eso que, el motivo de su viaje a tierras brasileñas no fue más que recorrer los mismos lugares por los que pasó su abuelo mientras intentaba encontrar a uno de los responsables de la utilización de la iperita, es decir, el gas mostaza, durante la primera Guerra Mundial. Al parecer se descubrió que, el prófugo en cuestión, consiguió huir de Europa y que, tras numerosas peripecias, terminó por refugiarse en territorio brasileño, donde no existía acuerdo de extradición. Las órdenes que tenía su abuelo eran muy claras: encontrar a aquel hombre y llevarlo de regreso a Europa sin importar el cómo, para juzgarle por los crímenes de guerra de los que se le acusaba. Por lo que recordaba de lo que su abuelo le contó en su día de aquella peripecia, éste finalmente cumplió su misión: el fugitivo fue apresado y llevado ante el tribunal internacional que se constituyó tras la contienda con el fin de juzgar los crímenes contra la humanidad.

    “Ya sabes que me gusta organizarlo todo”, me dijo mientras yo asentía moviendo afirmativamente la cabeza, al tiempo que continuó diciendo que, a pesar de haber estudiado el recorrido que hizo su abuelo, y que ahora él pretendía realizar, pasó en Brasil muchos más días de los planificados en principio, pero que no le importó en absoluto, pues para él, aquel viaje resultó ser la experiencia de su vida. Quizás fue ese el motivo por el que seguía manteniendo vivo tanto y tanto recuerdo. Así, por ejemplo, me dijo que el vuelo fue más movidito de lo habitual y que el mismo día que aterrizó, tomó otro vuelo hacia el interior pues quería llegar cuanto antes a la selva, al poblado donde instaló su abuelo el cuartel general. Allí conoció a varios y pintorescos personajes. Uno de ellos, y no supo nunca por qué, tenía en lo que se suponía era el porche de su casa, un tiesto en el que, a duras penas sobrevivía un destartalado ipil. -Aquí me enteré de que el ipil es un árbol leguminoso, originario de las Islas Filipinas y fuera de esta curiosidad, nada más que decir al respecto salvo que su dueño era un iqueño de Perú que, tras años deambulando por la selva, decidió asentarse en aquel triste poblado, donde pocas semanas después de instalarse se casó con una iquiqueña, una chilena iracunda donde las haya que le recordaba a aquellos irenorcas, a aquellos magistrados romanos encargados de mantener el orden y la paz en los territorios de parte de Asia y Egipto y que, para realizar sus cometidos, a veces se veían obligados a imponer su autoridad de un modo nada satisfactorio para nadie. Estos magistrados solían decorar los patios de sus viviendas sobre todo con el irídeo, ese árbol semejante al lirio que soporta mucho mejor la climatología de aquellos parajes.

    Muchas veces, de repente, recordaba con frecuencia lo irónica que llega a ser la vida. Era algo que hacía casi con violencia. Cortaba en seco lo que fuera que estuviese diciendo y, sin más, compartía con quien fuera su interlocutor, tres o cuatro ejemplos que ilustraban esa ironía de la vida a la que se refería de ese modo tan… extraño que, si estaba a solas, también lo hacía. Presencié muchas veces este comportamiento que, al principio, lógicamente, asustaba a cualquiera, pero con el tiempo uno se acostumbraba y, no más, se dejaba pasar.

    Estaba yo camino de Irún donde tenía que asistir a una conferencia sobre la época isabelina cuando volvió a mi mente el viaje que hizo a Brasil mi viejo y queridísimo amigo. Las imágenes de lo que en su día me contó atravesaban mi mente en total desorden pero llenas de vivos colores, de fuertes contrastes, todo impregnado con los densos aromas que jamás pierden los recuerdos.

    Mi cabeza, ese contenedor donde se va proyectando todo, elige algo y se para en ello.es en esa parte del relato donde me contaba que el día que decidió dejar aquel poblado, ya por la mañana, recordaba, que se sintió algo indispuesto, que algo no iba bien y que fue a visitar al famoso “médico” del asentamiento. Era el doctor una vieja mujer, una especie de hechicera quien, casi a diario, salvaba más de dos y tres vidas. Al parecer, manifestaba los primeros síntomas de la isípula, una enfermedad febril contagiosa que suele producir dolorosas inflamaciones de la piel. La “bruja”, por fortuna, le dijo que estaba de suerte, que estaban a tiempo. Preparó un par de nauseabundos brebajes que le obligó a tomar en su presencia; le preparó una especie de emplaste que aplicó sobre su pecho y después cubrió con unas hojas grandes de apariencia carnosa; le indicó que debía beber una toma más de la pócima preparada mezclada con agua bien caliente por la mañana y también por la noche durante los 3 días siguientes; que con eso no le pasaría nada y que, en breve, podría seguir su camino. Su destino no era otro que la ciudad de Manaos, donde, después de muchos días, pudo ver funcionando una televisión. Daban el parte meteorológico. El mapa del país estaba cubierto por las isobaras, por soles y algún símbolo de nubes y rayos en el sur del país.

    Faltando poco para llegar a Irún, llamé por teléfono al hotel Itálica para confirmar mi llegada, ítem para que no se preocuparan por mí.

    No pasó demasiados días en Manaos, en mi cabeza apenas se proyectaban imágenes de esta parte de la historia, pero sí que tengo presente que me dijo que no le había transmitido nada en especial el lugar y que, sin más, continuó con el itinerario hasta que regresó a España.

    Lamento no poder continuar con el relato de este viaje. Quizás lo continúe más adelante. He llegado a Irún y debo prepararme para ir a la reunión que tenía prevista. Ya deben de estar esperándome.
     
    #1
    A La Sexorcisto y Alizée les gusta esto.
  2. Asklepios

    Asklepios Digamos que a tientas

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    Gracias por tu visita y tu opinión. Es un texto que abarca las 5 vocales. Quizás de interese leer los 5 textos. Ya me comentas. Un sincero abrazo de Enrique
     
    #2
  3. La Sexorcisto

    La Sexorcisto Lluna V. L.

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    ¿En qué consiste el ejercicio? El relato me ha gustado mucho. Tiene fluidez narrativa con mucha imagen y frescura.
    Continua la historia.

    Kiss
     
    #3
  4. Asklepios

    Asklepios Digamos que a tientas

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    Saludos y gracias por tu visita Son 5 textos, uno por cada vocal. El motivo no es otro que crear una historia haciendo uso de palabras que empiecen por aba abe abi abo abu... aca ace aci aco acu... en orden dentro del texto hasta aza ... Lo mismo con la e eba ebe ebi ebo... etc
    Quizás tengas que leer los cinco texto. Si así lohaces, ya me dirás.Un abrazo
     
    #4

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