El adorador de luces (A Moisés Castro López)

​

En la tímida sal de lo amargo,
la sórdida lectura de lo alegre,
se tumba el tiburón reseco y sobrio,
con la plasticidad ingenua de lo abrupto,
depredador ingente del anzuelo.

Hay por ello distancias,
no son más que recuerdos
de cercanías.

El fuego helicoidal del trapecista,
la severidad fatua de las redes,
bajo el hielo, carámbanos de almas,
que no quieren salir del domador.

Hay circos pusilánimes bajo el musgo del hombre.
Tu poesía es bisectriz de los ángulos de Cristo.
También el niño al que desposeen del cavernícola.
Los cauces del rocío en la hoja de laurel.

Expa(n)siones es siempre, esa savia que incurre entre las algas,
ese mar bajo el álamo, malecón que respira por los náufragos,
aquel jardín flotante de mi primer poema,
donde yacían lenguas -siempre- donde las sombras,
la retórica infame del maestro, los dominios del arte del destino.​

 

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