El alma que mintió con los ojos

No fue el roce,
ni el cuerpo perdido en otra geografía.
Fue la ausencia en tu mirada
cuando aún dormías en mi pecho.

El alma no traiciona con gestos,
traiciona con silencios.
Con esas pausas largas
donde ya no habitaba la verdad.

Me pregunté mil veces:
¿cómo muere el amor?
Y entendí que no muere,
se disuelve,
como una tinta abandonada en la lluvia.
Lo que queda no es la muerte,
es la negación de lo que fue.

Decían los sabios antiguos:
la infidelidad es una grieta en el ser.
No hacia el otro…
sino hacia uno mismo.

¿Quién traiciona al amor
si no el que se traiciona primero
a su propia alma?

Porque quien es fiel de verdad
no lo es por temor,
ni por rutina,
ni por jaula.
Lo es porque habita un templo
y no se atreve a profanarlo.

El que miente al ser amado
ya se ha mentido a sí mismo.
Ya ha roto el espejo donde se miraba limpio.

Y no hay carne que cure eso.
Ni caricias,
ni disculpas.
Porque hay traiciones que no suenan,
pero retumban por dentro
como campanas rotas en la conciencia.

Yo no perdí un amor.
Perdí la idea de que el alma
siempre responde al alma.

Aprendí que no todos los cuerpos
tienen espíritu.
Y que no todos los “te amo”
vienen del amor.

Hoy, si alguien me pregunta qué es la infidelidad,
diré que es un vacío:
una sombra vestida de deseo
que nunca supo lo que era mirar
con los ojos del alma.

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~Daniii