El Alumno

Asqueado de tanta imprecisa matemática, el joven rubio y de ojos verdes premeditaba el asesinato - con vil alevosía - de su ex profeso maestro. Todas las noches éste dormía, el muy canalla, en un ataúd de caoba. Lo que incitaba deseos prohibidos de hondura psicoanalítica en el muchacho. Se sentía atraído por las nalgas del intelectual. Pero, un severo demonio interior, que moraba en el epicentro de su conciencia, le dictaba la negativa a caer en funesta sodomía. Entonces, decidió esperar a la alborada. Para escrutar la mirada harapienta de quien había sido, en añejos años, su ídolo lectivo. Se dio cuenta que aquel bajaba la vista a los cinco segundos. Entonces, intuía que alguna vergüenza de hondo calado homosexual se cernía sobre la coronilla del longevo hombre de cifras y letras. Llegó la noche. Y su fetiche sabiondo se volvió a meter en la caja mortuoria. Entonces, el muchacho fue raudo a la chimenea y, cogiendo una antorcha, prendió fuego al malsano vicio nigromante. Pero, cual sería su estupefacción. Cuando una risa de vertiginosa hilaridad se cernió sobre sus delicados oídos. Era ni más ni menos que la sombra corpórea del crapuloso seguidor del cálculo infinitesimal. A partir de aquella noche, nuestro aprendiz perdió por completo el sano juicio y la actividad intuitiva de estar vivo.