El amanecer de los bastardos

Carlos Carvajal, poeta medio vivo
nacido muerto el día nueve de Febrero
del año de nuestro Señor Jesucristo,
entre las quince y dieciséis horas
de Chile continental,
y que enloquecido de amor
huyó con su cadáver puesto
por Moneda dirección poniente;
hijo de Carlos Carvajal padre,
hombre sencillo, hermano de la pobreza
y analfabeto del corazón,
y de su madre quien falleció
prematuramente al nacer él.

Carlos, poeta insano,
fue hallado muerto mientras divagaba
arrastrando aún el cordón umbilical de su madre;
atacado por lobos y mendigando risas,
se le ha visto por fuentes y plazuelas
bañándose con palomas que le tienen el corazón
infectado de piojos,
y liendres en la mirada;
heredero único del temple nortino
hoy yace sepultado vivo
al fondo del pique de su vida
ocultándose por cavernas y requiebros
para no ser rescatado;
defensor prominente del derecho a amar,
hoy proscrito y perseguido
por su clarividencia.

Al poeta Carvajal, se dice,
no le convencieron los para siempre,
lo motivaban los ahora…
Lo peor de su vida estuvo plagado
de buenas intenciones…
Tiene una revolución sobre las sienes
del tamaño de América contestaría,
y con su teclado lleno de palas
a comenzado a cavar desde el infierno;
es un astronauta perdido
entre los vacios del alma,
colonizador de piezas empapeladas en la añoranza,
detractor de cinismos y corduras,
empalador de sueños quebrantados,
fabricante erudito, tejedor de la noche,
inhumador de penas,
testigo de la vida desde una calle malparida…

La gangrena poética le acosa maloliente
y se traga la vida
con el tinto y el agua putrefacta
de sus pómulos vencidos;
amanece con el techo de la aurora
como un bastardo a los ojos de Dios Padre,
y desayuna lo que los perros
le han dejado de morder,
se come la uñas y vomita,
deambula por Bustamante y Brasil,
se deshace con el fulgor de las horas
y termina la noche entre hospederías
administradas por el silencio.

No hay poeta maldito
que no haya enloquecido antes de morir,
ni muerte que no acabe con la locura,
laureles en la fiebre
para que la muerte huela bien,
amores colgando de un clavo en el pecho,
cicatrices que no supieron sangrar.
Carvajal es de esos poetas maltrechos y mal habidos,
pero las perras no paren hijos miserables
ni los arrojan al canal;
él es un hijo de su propia convicción,
follaje de los versos que copularon su demencia,
otra crónica de otra muerte anunciada
que aún no se entera de que la vida
ya no le quiere amamantar…

 

Poeta muerto, poeta vivo....Yo diría poeta extenso.