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El amor de Miguel O. Pág.57

Tema en 'Relatos extensos (novelas...)' comenzado por Julius 12, 13 de Noviembre de 2022. Respuestas: 5 | Visitas: 1454

  1. Julius 12

    Julius 12 Poeta que considera el portal su segunda casa

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    Página 68

    Mediante el tono insoportable de la alteración divergente, algo así como abundar en el malhumor a causa de un tapón de espuma ( subiendo y bajando incesante a través de la garganta), logró transmitir mediante el teléfono celular, la noticia del accidente de Julio O. ocurrido cerca del malecón en la playa de Mar del Plata.
    Pero en lugar de preocuparse por su compañero herido (que en esos momentos recibía las primeras atenciones quirúrgicas en una de sus piernas con fractura expuesta), reprochó: "¿ y quién lo mandó a meterse en líos?" mirando desorientado al ayudante, que lo había ayudado a pintar la habitación y el cual, ya advertido de lo intrincado del asunto, (afiliándose al gremio de alcahuetes), así se lo hizo saber exagerando los escabrosos detalles del accidente. Entretanto, Gutiérrez - irritado- se enfrascaba en desencajar el singular espesor de la saliva de su garganta ( lo cual surtió efecto un segundo antes del ahogo) y, al unísono, surgió un espontáneo brote de bravura que podría haberlo salvado de unos cuantos machucones cuando, de pronto, ocurrió el inoportuno y aspaventoso desvío de su derrotero.
    Todo ello había comenzado con la embestida repentina del tablón que insuficientemente sostenido por los amarres se soltó de pronto y, a gran velocidad, originó el extraño recorrido desde el techo y el desvío al deslizarse hacia el lateral del andamiaje, arrastrando consigo las alfajías en dirección a los ventanales donde terminaron estrellándose y haciéndolos trizas; todo lo cual dejó varias zonas de la pared ya lijadas, pero sin pintar.
    Además, cabe aclarar, que al desparramarse como en un vendaval por lo ventanales destrozados, varios de los objetos utilitarios (pinceles, rodillos, tachos medio llenos de pintura), originaron el malogrado despliegue, cuyo impulso durante la caída, atravesaron a gran velocidad la abertura del gran ventanal, con lo cual Gutiérrez, viéndose también en ese mortal peligro, quedó en un desmayo.
    Por suerte, ambos ayudantes, mediante malabares circenses, lograron contener milagrosamente su enorme cuerpo barajándolo como a un baloncesto. Fue gran suerte para el atribulado Gutiérrez ser contenido en esa forma e intentó disimular el barullo cacareando con petulancia, aunque esbozando en su gorda y ancha cara varias incógnitas e interrogantes: sin embargo, aún apresado en el ataque de un equívoco mareo , (que lo tenía brincando como en una embarcación perdida en alta mar), en el transcurso del mañoso bailoteo se había ingeniado para mantener aferradas las alfajías; a las cuales, durante el azaroso trayecto se le sumaron varios objetos dispersos que, con cada una de las suculentas patadas que les había aplicado durante la errática marcha hacia el ventanal, despertó a las cotorras de las jaulas decorativas de abajo: dando origen a un conjunto intemperante de pintores, (cabe mencionar la caída estrepitosa de Gutiérrez con los ayudantes) que en forma similar al de los canguros, debieron saltar todos a uno sobre la baranda, y ya en caída libre sobre el balcón, arribaron al pituco ámbito del Café donde fueron ovacionados con un gran tole… Es decir con un barullo descomunal por las roturas ocasionadas en las porcelanas del desayuno, que se hallaban sobre las mesitas marmóreas de la galería, lo cual obligó a los clientes del hotel a escapar de los acogedores sillones y «rataplán»; por todo lo cual perdió la orgullosa prestancia: "el prolijo matiz del decorado» en un descomunal descalabro similar al de un cuento potencial del absurdo.
    Gutiérrez, atontado, por generar abajo, un impacto inobjetablemente volcánico, había incorporado en su alma los atributos del toro-conserje frustrado. De manera que una vez salido del despegue, derramando la ansiedad ontológica, sumada a los rasgos metafóricos de su cara enrojecida por el bochinche, quedó como un gran flan desparramado en el suelo, hasta que trabajosamente, de a uno por vez, lograron levantarse; y él como un oficial de brigada hizo la venia para despedirse: sin olvidar disculparse ante los clientes - y sobre todo ante el dueño del Hotel, quien, hirviente de furia escuchó al empleado - que trastabillaba- solicitar días de asueto con el fin de reponerse...
    continua página 69






    Pág. 69
    ¿Y quién, sino Laura,(después del hostigamiento de su medio hermano Julián, a quien a partir del primer ataque incestuoso le quitó de cuajo su aprecio y lo odió para siempre haciendo trizas el lazo familiar, lo cual además, equivalía a negar toda validez al parentesco ); sería después de Gutiérrez la primera en plegarse al desacuerdo?
    La sola mención de Julián proponiéndole viajar para ver a Julio O. en el viaje al hospital de Mar del Plata, la asqueo por dos terribles motivos. Aunque, sospechó que por intermedio de su hermana Inés ya estuviesen enterados del abuso algunos de los familiares ( entre ellos Marta Cariaquillo la cual en cuanto lo supo hirviendo de rabia deploro a su marido Julián rebajándole al nivel de abusador y degenerado, ( desde ese momento se propuso firmemente divorciarse), pues a esas alturas era triste e incontrastable, que el truhan se había aprovechado del estado de desvalimiento de Laura para forzarla en la primer relación incestuosa y como un animal cebado,- en circunstancias de apremio-, merodeando prosiguió en el obcecado acecho. En tal forma que modificando su papel aparentó asumir el protectorado ocultando ulteriormente su estado compulsivo: más allá de que Laura agudizó la resistencia poniéndose en estado de alerta y con todas las precauciones. La trampa maniquea elaboraba reincidir en futuros abusos cada vez que fuese posible. Lo cual coincidía con el primer acto incestuoso ocurrido durante la madrugada de la balacera que ahuyentó a los asaltantes, y en los que Julián , recién llegado, y al fingir consuelo, también maquinaba aprovecharse del gran susto y los temblores que la acosaban; y después de acostar en sus camitas a los niños, ( habiendo ya pasando la madrugada del asalto), al salir ella de la habitación le tendió la celada, la anuló con un pañuelo para frenar los gritos y la dominó fuertemente con su peso.
    Pues bien, en este grave asunto, él proyectaba en una u otra forma repetir la tramoya, al ofrecerse llevarla a Mar del Plata ocultando el fin ulterior - como se dijo más arriba-, detrás de la falsa idea altruista, de manera de reiterar el callejón sin salida: de manera tal que, como ocurrió en la infausta madrugada, creaba las condiciones que a él se le antojaban y con la maquiavélica excusa del amor sin barreras, intentaría en su siniestra imaginación nuevamente poseerla durante el largo viaje, incluso dentro de la camioneta 4 x 4, sobre el asiento enorme y con su cuerpazo incansable y su falso amor asqueroso. Y era así que Julián, obcecado y con su patología sexual abyecta, proyectaba predominar y mancillar a su medio hermana siempre que se le antojase.
    Pero esta vez Laura, ya en estado de alerta comenzó a precaverse, buscando resguardo en excusas más estiradas o más lacias clausurando la puerta de la entrada a la habitación: y, cuando él salió a cerrar la camioneta, atrancó la entrada. Por otro lado la sola mención del marido que, desde el mes anterior no daba señales de vida, no la dejaba dormir; atribulada por su ausencia pues en ese caso él no hubiera permitido aquel desmán salvaje del sinvergüenza medio hermano) de manera que proseguía apilando contrariedades, y con tantos bollos en el horno los desacuerdos la agotaban: principalmente, después de los desfases durante casi una década de matrimonio: en la que a ella le repelía y le causaba urticaria sumar más riesgos debido a la actual intención de Julián. Ella recorría mentalmente todos los factores negativos y no más enfocar los desacuerdos habidos con su marido, consideró válida su decisión de no ir. Sin duda, le sobraban motivos para no hacerse cargo de Julio O., pero puntualizó que la principal limitación era el cuidado de sus hijos pequeños, quienes obviamente requerían de su responsabilidad: de modo que, desde que se había enterado, barajó la posibilidad de negarse a viajar como lo más prudente. No obstante, la mala noticia, curiosamente, la situó otra vez en el calendario de los resquemores odiosos hacia Julio O., aunque en algún instante sintiera por ello remordimiento, se le nublara la mente y tiñese de algún rubor sus cachetes. Pero ¡sin duda, todas las situaciones empeoraban durante aquella noche tronante hasta el espanto! De manera que (después de Gutiérrez), habló con Inés y esta, con envidiable tranquilidad, le aconsejó : «no te muevas de la casa con este clima repetido de ciclones. Yo me resignare, hasta que amaine el vendaval y mañana podré acompañarte. Además, (después de todo lo que me contaste que te pasó esta noche del asalto y de la violación), quiero que hagas tu mejor esfuerzo y recapacites hasta tranquilizarte. También quiero decir que no te preocupes si no te quedan reservas»







    Página 70.

    — Hermanita, - interrumpió a Inés: tengo comida y dinero. En mi mente solo ruego verte. Sabes que después del intento de violentar la puerta, me puse sobresaltada y frenética. Cada madrugada exploro todos los rincones: me acerco a la puerta de entrada, apoyo mi oído y espío por el ojo de la cerradura. Cada amanecer me levanto ante el menor ruido (que siempre parece sospechoso), aunque solo sea algún gato el que cruza por el techo de zinc; pero últimamente, debido al asqueroso abuso de Julián, en los momentos de soledad, me afectan ataques de pánico. ¿Por qué insiste en rondarme pidiendo lo mismo cada vez?
    — ¿Laura? ¿Me escuchas?, la comunicación distorsiona. ¿Escuchas? ¡Si, Julián, insiste con su infamia, denunciaremos al energúmeno por degenerado! Hola Laura… ¿Escuchas? En cuanto la comunicación se normalice, vuelvo a llamarte. (Pero había empezado el compás de espera y debería soportar estoicamente el tormentoso castigo del cielo a lo largo de esa noche.)
    Hablar, quedaría pendiente, en el cielo el zafarrancho de truenos continuaba incesante y arreciaban con inusitada furia: en consecuencia, crecían las complicaciones.
    Al rato, Laura optó por llamar a su cuñado. Pero fue Ludían (a quien nunca conocería) quien le respondió: _«por favor, aguarde: ya le paso con Miguel»
    — Hola… Sí. Laura, escucho.
    — Te llamo a esta hora porque tu hermano sufrió un accidente aunque desconozco la gravedad… Me refiero al compañero de trabajo de Julio, Gutiérrez. Fue él quien avisó…
    — ¿Pero qué pasó... ¿Es grave? -- repuso Miguel O., anonadado.
    — Hasta ahora sé que lo internaron en el hospital de Mar del Plata, ante los primeros estudios los traumatólogos evaluaban una cirugía de urgencia…- explicó Laura
    — Entonces… ¡Pásame el número de Gutiérrez!- Dijo Miguel O.
    Laura deletreó el celular con el prefijo de Mar del Plata y se despidieron. De inmediato Miguel O. insistió en los llamados a Gutiérrez pero sin suerte. Por el momento la línea solo respondería con sonidos monótonos e incoherentes, probablemente a causa del pésimo clima permanecería inhabilitada.
    — Mi hermano está internado. Lo operan lo antes posible. ¿Qué le pasó? —dijo hablando con un interlocutor imaginario—. Por fin miró a Ludían dubitativo.
    Ella lo escuchó pensativa y preguntó: ¿No hay más datos?
    Él negó con la cabeza:— Llamé a emergencias del Hospital, pero, con la saturación de la línea, no se logra información inmediata. Incluso le pedí a mi cuñada que intente comunicarse nuevamente con el compañero de Julio: pero ella no contesta.


    Página 71
    Mientras la cordobesa preparó pacientemente la cena, Miguel O. Escuchaba música instrumental proveniente del living:
    Apenas hubo un impase después de cenar, se abocó con los preparativos. Puso atención en los estruendos de la tormenta y pensó: «No creo que semejante lluvia vaya a parar». Se preparó para salir. Ludían, abrazándolo con intensidad; lo despidió morigerando con sus besos la contrariedad de la partida. Miguel O. no olvidó decir que mantendrían comunicaciones mientras fuese posible: el automóvil combinaba Spotify con la función de recibir llamadas, también repasó mentalmente las charlas en el Café del día anterior y de cuando salieron acompañándolo hasta el automóvil.
    Pero hablar con Luis era como hablar con su sombra, aun teniéndolo frente a frente, se manifestaba sombrío y depresivo, indagaba exhaustivamente en un mundo diferente (o al menos diverso) y, muchas, muchas veces se ponía serio, tanto que lo que tuviese que decir terminaba de un modo dramático. Naturalmente, tal actitud no era agradable: no resultaba atractivo para nadie con su parsimonia neutral; sin embargo, y a cambio, cada uno de sus variados amigos podían confiar en él.

    Continuará

    Página 72.

    Recordó la tarde que estuvo en vena para referir a Ludían, las complicaciones por las que pasaba Julio O. luego que Tío Lucas lo despidió de la confitería. Advirtió que sería en vano asumir la defensa de su hermano menor, ya que el Tío Lucas echaba chispas. Tal vez debía dejar pasar algún tiempo.
    Y por otra parte le aparecían ideas que podían ayudar a Julio O.
     
    #1
    Última modificación: 18 de Abril de 2025
  2. Julius 12

    Julius 12 Poeta que considera el portal su segunda casa

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    Pág. 72
    En la primera parte del trayecto, repasó lo ocurrido antes de despedirse de Ludían.
    Luego de cenar de manera frugal, quedó anulada la posibilidad de ver la película programada: el motivo fue el compromiso habitual con Luis, en el Café Victoria. (sin duda su mejor amigo). Desde allí partiría en el aventurado viaje nocturno por la ruta 2 hacia Mar del Plata.

    — Ludían: te agradezco, la cena fue la más adecuada para mis excesos— dijo sonriendo al despedirse con un entrañable cariño y voz afable. A fin de eliminar de su gesto reconcentrado cierta inquietud, añadió: «También para un viaje difícil, como el del clima tormentoso de esta noche».
    Al regresar Miguel O. con la maleta preparada, ella captó en su cara la momentánea contrariedad, pero sonrió cuando le reconoció el semblante nuevamente animado al decir:- «no te preocupes, trataremos de mantenernos comunicados por los celulares». ( Para él, esa era la mejor idea para las veces que hiciera base en las estaciones de la fluctuante ruta). Se despidieron con palabras mutuamente alentadoras y aún, con la noche intemperante, él se sintió reconfortado.
    Arribó al Café con la llovizna insistente, pero esta vez el amplio paraguas morigeraba la lluvia incesante. Con buen ánimo saludó al grupo que lo recibió con bromas y cambiando saludos se sentó unos minutos donde solían charlar café de por medio. Con una señal a Luis, este lo acompañó hasta el sector privado donde lo escucharía perplejo.
    — ¿Por la ruta a Mar del Plata con semejante tormenta? ¡Qué locura, che! - afirmó y después de la opinión agorera, sorbió su grapa. Al erguirse predominó su enorme estatura que iba avanzando hacia la vidriera, adonde vio con mirada crítica el meloso y breve oleaje comenzando a invadir la calle y la vereda.
    Luis poseía la buena condición de ser afectivo y contemporizador en ciertos temas. A Miguel O. le agradaba ese modo de ser. En otro momento le contó lo del accidente de su hermano Julio O. y le pidió lo acompañara. Luis declinó, era un viaje arriesgado y peligroso. Aunque lo lamentase, se negó. Discutieron al respecto. Deliberaron en las dificultades, pero se negó con empecinamiento. La noche se presentaba azarosa. Luis creía ayudar al aconsejar la velocidad máxima como promedio: «no más de 80 Km.» El propósito era evitar excesos: " la tensión y el estrés"; sobre todo lo mejor sería utilizar los refugios transitorios de las Estaciones de Servicio, lo más posible. Al ser naturalmente previsor, solía usar para sus actividades la mayor prudencia.
    Miguel O., durante la marcha aciaga, recordó sus consejos y dominó las tensiones, aunque por momentos zafaba de su certeza y percibía cierta modificación, con lo cual reelaboró una estrategia más estricta durante la azarosa marcha. Al fin de cuentas: se trataba de un viaje de riesgo y además complicado, en el cual mantuvo la velocidad moderada de crucero, con predominio de la concentración. Regresaba a su memoria el pasaje por los sectores cargados de niebla cegadora, recorridos con lentitud, y sobremanera, después de arreciar la inclemencia del temporal. En los tramos desolados, cuando la tensión debilita la claridad del análisis, sacudiendo la cabeza, buscaba darse un respiro: varias veces se detuvo en los resquicios, en los bares y en los rincones de los peajes, también dentro de los paradores de las Estaciones de Servicio, sobre todo cuando lo sobrepasaban las descargas torrenciales que solo menguaron al entrar al partido de Dolores.

    Continuará
     
    #2
    Última modificación: 12 de Enero de 2025
  3. Julius 12

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    Prosigue redacción, pág. 73.
    Al llegar a las estaciones de servicio que abundan en el partido de Dolores, experimentó diversas sensaciones: el cansancio del trayecto tormentoso lo agotó, luego la sensación de ansiedad pues en aquel sector se saturaban casi todas las salidas y el movimiento era similar al de un manicomio pero peor.
    Nadie acertaba a qué hacer con el súbito embotellamiento que se perdía más allá de la ruta 11.
    No era suficiente con el autocontrol que lo caracterizaba y al decidir esquivar la montaña de arena derramada en ambos carriles en dirección Sur, siguió la sensatez de los anteriores choferes : la solución aconsejable consistía en el desplazamiento por la banquina, (o cuneta) siguiendo la hilera incesante en idéntica trayectoria. Uno detrás de otro, cada conductor temerario bordeaba las partes mas inclinadas o con irregularidades de las cunetas hasta conseguir sortear la muralla de arena ocasionado por el camión volcado. Era inevitable que aquel gigantesco montículo derramado dificultase la normalidad de cualquier avance hacia las estaciones de abastecimiento. Sin otras alternativas, los más audaces hurgaban insistentemente en las que estaban disponibles. Aunque esos trayectos fuesen relativamente cortos causaban aprensión que las precipitaciones arreciaran empecinadas. Aunque, en algunos lugares no muy lejanos el temporal, menguaba por momentos. En los tramos irregulares, los avances vehiculares se tornaban sistemáticamente arriesgados. Asimismo, al mirar a vuelo de pájaro en derredor de las grandes distancias carentes de visibilidad, de nuevo se intensificaban los parajes neblinosos de las extensiones de los campos, lo cual causaba en las rutas, debido a la masiva interacción del tránsito, embotellamientos al circundar por las rotondas. Por suerte, de repente surgió el momentáneo alivio al ceder repentinamente el acoso de la intensa lluvia, que atenuaba y transformaban en los simples chubascos.
    En el sitio del derrumbamiento del semi, el accidente se produjo por la rotura del eje central. Tal rotura por torsión lo derribó con el terrible estrépito y agravó el paso de ambos carriles que conectaban con la circunvalación de la ruta 11 (la importante derivación hacia la serie de playas de la costa marina hacia el sur, incluyendo Miramar, Mar del Plata y Necochea.)
    Miguel O. después de tamborilear con sus dedos sobre el volante la música de su agrado, cansado y expectante al movimiento de automóviles por la banquina, arriesgó escabullirse de la fila parcial y exasperante, para lograr continuidad por el extremo de la cuneta hasta la siguiente estación de servicio donde los vehículos se amotinaban en cada resquicio del parador.
    Miguel O. meditó el movimiento siguiente: «Si el coche sigue quisquilloso, habrá que verificar el motivo; cualquier desperfecto sin duda es subsanable». Pero pronto pasaría de la madrugada y urgía averiguarlo por algún experto en tales emergencias. La consigna era subsanar el contratiempo y resueltamente se escabulló hasta la fila de cargadores de nafta.
    Durante el reabastecimiento de combustible, el despachante de facha indiscreta y jactancioso, cuando Miguel O. le preguntó acerca del servicio mecánico, señaló que el ámbito oscurecido con nubes amenazadoras se encontraba impenetrable. Ante la insistencia, respondió con modales melifluos, señalando con vaguedad hacia la derecha; a unos 200 metros, la forma empobrecida de chapa canaleta, aún apreciable en la luz del frente, sobre la oscuridad. Miguel O. desorientado, hurgó con la mirada hacia el lugar señalado en el descampado lindante. A lo lejos y desde más allá de las inmediaciones, provenían la persistencia de ladridos. Miguel O. movió a empujones su vehículo averiado hasta detenerlo ante la persiana. Mientras arreció otro chubasco; el farol oscilante, igual a una veleta mecida por el viento, descubría la entrada, por la cual sé entreveía, el desgastado cartel del taller mecánico del tal Roco, todavía útil para su finalidad. Miguel O. Caminó protegido de la llovizna por un pilotín hasta el frente acanalado, donde sacudió una persiana que retumbó y acrecentó los ladridos, a veces quejumbrosos o resonantes que provenían de la vecindad borrosa.
    De repente a Miguel O. lo sorprendió el vozarrón duermevela del tal Roco, al que siguió un gruñido incomparable con la voz humana. Y lo vio: Era el torso de un Gigante el que asomaba por la mitad alta de la portezuela. Con su cara barbuda, con los ojos enrojecidos, se fijaba en la mojada figura de Miguel O. y exclamó: _ ¡Soy Roco! ¡Qué, precisa…!
    De manera sucinta; apartándose de su jerga habitual para estar a tono, Miguel O., se explayó sobre el desperfecto del automóvil…
    Aguardaba, suponiendo que al mecánico, le resultaría agradable, vérselas con un cliente desesperado: (en cuanto conoció el presupuesto tuvo esa certeza, pues, el mecánico lanzó la cifra exorbitante con una especie de rugido).
    Miguel O., apretando la boca y mordiendo sus labios lo observó con estoica resignación, (ese era finalmente el único consuelo del desesperado), pero al faltar por recorrer un buen trayecto, lo mejor sin duda era reanimarse, aunque seguía preocupado por no haber logrado una comunicación estimulante con su amor.

    Continuará
     
    #3
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    Prosigue la redacción Pág. 74

    Al entrar el auto en el enorme taller sobrepoblado de la serie de bruñidas herramientas, fijadas con clavijas a los tablones encastrados sobre la robusta pared y en mesas oscurecidas de grasa y aceite industrial o, mirando hacia arriba con el muestrario que destacaba las fotos de opulentas mujeres en vetustos almanaques, protegidos por vidrios polvorientos. Miguel O. se vio en un aprieto al carecer del conocimiento acerca del confuso lugar, y le fue necesario echar el mismo vistazo en el espacio de los automóviles arrumbados, para finalizar con la maraña de autos en desuso de aspecto destartalado, embutidos como sardinas en los camiones militares.
    Entonces, al observar el criterio disparatado de aquel menjunje de hierros retorcidos, de sillones desvencijados, de muebles carcomidos y dispersos: (lo cual inhibía a Miguel O. a meter su automóvil en un espacio tan deprimente y acotado). Se preguntaba cómo abrir el paso a su vehículo averiado. Pero allí estaba el ojo avizor de Roco gritando: ¡Vamos, Tío no se achique, empuje con coraje y verá el resultado!… Fue estimulante que el tal Roco tuviese razón. Al entrar en la trampa del vehículo desde la parte trasera y avanzar, vio sorprendido el torso y la cabeza golosa de Roco (como la de un enorme y divertido cavernícola), por debajo del Capot abierto, con el manojo de herramientas en su mano y quedó sobrecogido.
    _ ¡Señor!— dijo Roco, sentencioso: es mejor que espere en el Quincho de los 30 Platitos que está a un costado de la Estación y beba algo fuerte, ¿sabe? Tengo para un rato largo y acá el aire enferma y congela porque no gasto en calefacción en un lugar con riesgo de explosiones, ¿Entiende no? ¡Vaya y cuando repare su auto voy y le aviso! Y Miguel O. aunque un tanto disconforme y dudoso, rascándose un mechón mojado y rebelde, suspiró al dirigirse al sitio indicado.

    «Continúa»
     
    #4
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    «Prosigue la redacciòn pág. 75
    Repleto de viajantes, de conductores de ómnibus de larga distancia, de camioneros profesionales, y de otras especies bullangeras.
    En el apretujamiento de medio centenar de comensales, Miguel O. buscaba un asiento para él. Allí permanecían rumoreando y comiendo cada manjar de los diversos platos, a costo irrisorio (no sucedía igual con las bebidas que valían el doble de lo habitual), los choferes de camiones y demás viajantes que, de acuerdo con el conductor del ómnibus, autorizaban aproximadamente 3 horas: todo por causa de las malas condiciones del tiempo y teniendo en consideración a las restantes e invariables necesidades. Con la humareda de las parrilladas, el consumo exagerado de cigarros, el hacinamiento y las risotadas de los comensales se burlaban del pobre criterio de los choferes o de las órdenes de los dirigentes organizadores de los horarios. ¿No es de cabezones suponer que podamos dirigir nuestros viajes debajo de la tormenta y cumplir con todo las reglas de la organización? No obstante, era habitual que se sobrepusiera el clima alegre y dicharachero que, a su modo, aparentaba algo muy distinto...
    El mecánico, reconocible como Roco (El Cíclope), apareció en el Quincho con tan imponente aspecto, cuando la masticación colectiva andaba aproximadamente por la mitad y no iba a pasar de ningún modo desapercibido. Todos abrieron sus bocas como en suspenso: todo lo observaron como si fuera la gran efigie primitiva que aplastaba con solo la mirada milenaria y el corpachón preparado para lidiar. Unos cuantos comensales sigilosos escaparon de los largos bancos o, como suele decirse, pusieron pies en polvorosa. Él se sentó frente a Miguel O. y luego de engullir cinco empanadas como si triturase simples maníes cerveceros o aceitunas dobles y, como si ingerir de un trago una botella de vodka fuese una paparruchada, se dirigió a Miguel O, para desarrollar la perorata sobre su destino dedicado al oficio de mecánico y a la joya: "del Señor" Miguel, a la que en ese largo rato de atención y buen uso de sus herramientas le había devuelto el viejo esplendor… "¡Felicidades, Don, la máquina respondió perfecto! ¡Ha sido muy cuidada! Me agrada quién cuida un auto como si fuese una dama…" Y el Tal Roco guiñó ambos ojos: con la dentadura de Gorila, mostró que era capaz de reír a mandíbula batiente y forzar a todos los que escuchaban a reírse también…
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    Redacciòn Página 75
     
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