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El amor de Miguel O. Pág.57

Tema en 'Relatos extensos (novelas...)' comenzado por Julius 12, 13 de Noviembre de 2022. Respuestas: 5 | Visitas: 980

  1. Julius 12

    Julius 12 Poeta que considera el portal su segunda casa

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    Página 68

    Mediante el tono insoportable de la alteración divergente, algo así como abundar en el malhumor con un tapón de espuma, subibaja por la garganta, le comunicó por celular la noticia del accidente de Julio O. en Mar del Plata.
    —¿Y quién lo mandó a meterse en líos? - Interrogó Gutiérrez a su compañero, mientras lograba destrabar por un segundo antes de ahogarse, aquel espesor singular de la saliva: y a un tiempo que exageraba su inquietud aspaventosa, comenzó el desparramo, al llevarse por delante un montón de «varios objetos», dispersos y pesados en su mayoría, en la habitación del hotel, y que, con cada una de las suculentas patadas cobraron vida, era un vuelo acechante y sospechoso: se armaba un simulacro de pajarracos, cuyos graznidos intemperantes saltaron la baranda, sobrepasaron el balcón… y terminaron armando el gran tole, el sin fin de roturas en la variedad de porcelanas en las cuales se desayunaban plácida y acogedoramente en las mesitas de mármol blanco de la galería de abajo; por lo cual se desperdició el matiz elegante «el buen nivel del prolijo decorado».
    Gutiérrez adquirió los atributos de un toro-conserje enfurecido, y generó el impacto nervioso de una fragua ardiente, inobjetablemente diluviana, que al descender por la escalera, desde su bocaza, hizo un derrame de ansiedad interminable, con los rasgos metafóricos innumerables en sus formas y contrastes humanos, hasta que lograron despedirse.
    ¿Y quién, sino Laura, sería la primera después de Gutiérrez en plegarse a un desacuerdo, cuya sola mención del viaje a Mar del Plata, por dos motivos, le causaron repulsión? Aunque, hubiese podido ocurrir que de haberse enterado alguno de la familia - supongamos su medio hermano Julián, quien desde que la había forzado a la relación incestuosa en circunstancias de confuso apremio: (modificando de ese modo su exagerada admiración por el frenético trastorno compulsivo del deseo de la posesión aunque ella se resistió, y no obstante abusó de ella después de ahuyentar a los asaltantes, aprovechando el gran susto y los temblores que la acosaban, después de haber acostado en sus camitas a los niños, habiendo ya pasando la madrugada del asalto).
    Pues bien, seguro que en el presente caso, ofrecería llevarla de mil amores, con la idea altruista que ocultaba el fin ulterior de ponerla, otra vez, en el callejón sin salida: y tal lo ocurrido en aquella infausta madrugada, tendría que acceder a lo que él se le antojaba, y con la excusa del amor sin barreras volvería a poseerla, incluso dentro de la camioneta 4 x 4, sobre el asiento enorme y con su cuerpazo incansable y su falso amor asqueroso. Y era así que Julián tenía aquella incestuosa fijación de apoyarla hasta dominarla y mancillarla siempre que se le antojase.
    Pero esta vez Laura se puso en guardia y comenzaba a precaverse, buscando resguardo en excusas más estiradas o más lacias: la sola mención del marido que, desde el mes anterior no daba señales de vida, la atribulaba de manera que proseguían apilándose las contrariedades, y con tantos bollos en el horno los desacuerdos la agotaban: principalmente, después de la suma de desfasajes durante casi una década de matrimonio: en la que a ella le repelía (y le causaba urticaria) correr más riesgos en la confusa situación actual. Entonces, no más enfocar los desacuerdos habidos entre ellos, consideró válida su decisión. Sin duda, le sobraban motivos para no hacerse cargo de Julio O., pero puntualizó que la principal limitación era el cuidado de sus hijos pequeños, quienes obviamente requerían de su responsabilidad: de modo que, de inmediato, barajó la posibilidad de no viajar como lo mejor y único prudente. No obstante, la mala noticia, curiosamente, la situó otra vez en el calendario de los resquemores odiosos hacia Julio O., aunque en algún instante sintiera por ello remordimiento, se le nublara la mente y tiñese de algún rubor sus cachetes. Pero ¡sin duda, lo peor era aquella noche atronando hasta el espanto! De manera que (después de Gutiérrez), habló con Inés y ella, con tranquilidad envidiable, muy suelta de cuerpo, le aconsejó: «no te muevas de la casa con este clima repetido de ciclones. Yo me resignaré, a que amaine la lluvia de porquería y seguramente mañana podré ir a acompañarte. Además, (después de todo lo que me contaste que te pasó la noche del asalto), quiero que recapacites y estés tranquila. También, quiero decir que no te preocupes si no te quedan reservas»







    Página 69.

    — Hermanita, hermanita: interrumpió a Inés: tengo comida y dinero. En mi mente solo ruego verte. Sabes que después del intento de violentar la puerta, me puse sobresaltada y frenética. Cada madrugada exploro todos los rincones: me acerco a la puerta de entrada, apoyo mi oído y espío por el ojo de la cerradura. Cada amanecer me levanto ante el menor ruido (que siempre parece sospechoso), aunque solo sea algún gato el que cruza con suavidad por el techo de zinc; pero últimamente, debido al asqueroso abuso de Julián, en los momentos de soledad, me afectan ataques de pánico. ¿Por qué insiste en rondarme pidiéndome lo mismo que la otra vez?
    — ¿Laura? ¿Me escuchas?, la comunicación distorsiona. ¿Escuchas? ¡Si, Julián, insiste con su infamia, denunciaremos al energúmeno por degenerado! Hola Laura… ¿Escuchas? En cuanto la comunicación se normalice, vuelvo a llamarte. (Pero había empezado el compás de espera y debería soportar con estoicismo el tormentoso castigo del cielo toda esa noche.)
    Hablar esa noche quedaría pendiente, ya se repetía en el cielo atronador el zafarrancho retumbando sin cesar: las atronadoras descargas del diluvio arreciaron con inusitada furia: en consecuencia, acrecentarían las complicaciones.
    Al rato, Laura opto por llamar a su cuñado. Pero fue Ludían (a quien nunca conocería) quien le respondió:«por favor, aguarde: enseguida le doy con Miguel»
    — Hola… Sí. Laura, escucho.
    — Te llamo a esta hora porque tu hermano sufrió un accidente y desconozco la gravedad… Me refiero al compañero de trabajo de Julio, Gutiérrez. Fue él quien avisó…
    — ¿Pero qué pasó... ¿Es grave? -- repuso Miguel.O., repentinamente anonadado.
    — Hasta ahora solo sé que lo internaron en el hospital de Mar del Plata, ante los primeros estudios los traumatólogos evaluaban una cirugía de urgencia…
    — Entonces… ¡Puedes pasarme el número de Gutiérrez!- Dijo Miguel O.
    Laura deletreó el celular con el prefijo de Mar del Plata. De inmediato Miguel O. insistió en los llamados pero sin suerte. Por el momento la línea solo respondería con un sonido incoherente, probablemente a causa del clima disonante permanecería inhabilitada.
    — Mi hermano está internado. Lo operan lo antes posible. ¿Qué le pasó? —dijo hablando con un interlocutor imaginario—. Por fin miró a Ludían dubitativo.
    Ella lo escuchó pensativa y preguntó: ¿No hay más datos?
    Él negó con la cabeza:— Llamé a emergencias del Hospital, pero, con la saturación de la línea, no se logra información inmediata. Incluso le pedí a mi cuñada que intente comunicarse nuevamente con el compañero de Julio: pero ella no contesta.


    Página 70
    Mientras la cordobesa preparó pacientemente la cena, Miguel O. Escuchaba música instrumental proveniente del living:
    Apenas hubo un impasse después de cenar, y se abocó en los preparativos, él percibió los estruendos en aumento de la tormenta, y pensó: «No creo que semejante lluvia vaya a parar». Se preparó para salir. Ludían, abrazándolo con intensidad; lo despidió morigerando con sus besos la contrariedad de la partida. Miguel O., no olvidó decir que mantendrían comunicaciones mientras fuese posible: el automóvil combinaba Spotify con la función de recibir llamadas, también repasó mentalmente las charlas en el Café del día anterior y de cuando salieron acompañándolo hasta el automóvil.
    Pero hablar con Luis era como hablar con su sombra, aun teniéndolo frente a frente, se manifestaba sombrío y depresivo, indagaba exhaustivamente en un mundo diferente (o al menos diverso) y, muchas, muchas veces se ponía serio, tanto que lo que tuviese que decir terminaba de un modo dramático. Naturalmente, tal actitud no era agradable: no resultaba atractivo para nadie con su parsimonia neutral; sin embargo, y a cambio, cada uno de sus variados amigos podían confiar en él.

    Continuará
     
    #1
    Última modificación: 20 de Abril de 2024
  2. Julius 12

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    Pág. 71
    Repasó lo sucedido desde antes de despedirse.
    Luego de cenar de manera frugal, era tarde y no vieron la película programada: tuvo como pretexto el compromiso habitual con Luis, en el Café Victoria. (sin duda su mejor amigo). Desde allí se partiría en el azaroso viaje nocturno por la ruta 2 hacia Mar del Plata.

    — Ludían: te agradezco, la cena fue la más adecuada para mis excesos— dijo sonriendo darle un abrazo cariñoso y afable. A fin de eliminar de su gesto reconcentrado cierta inquietud, añadió: «También para un viaje difícil, como de esta noche».
    Al regresar Miguel O. con la maleta preparada, ella captó en su cara la súbita contrariedad, pero sonrió al reconocerle confiado cuando ella dijo: «no te preocupes, trataré de mantenernos comunicados por los celulares». (Era la mejor idea para las veces que hiciera base en las estaciones del camino). Se despidieron en las formas alentadoras y aún, con la noche intemperante, él se sintió reconfortado.
    Arribó al Café con la llovizna insistente, pero esta vez el amplio paraguas acompañaba sus pasos. Saludó al grupo y se sentó unos minutos donde se reunían normalmente. Luis lo acompañó hasta el sector privado donde lo escucharía perplejo.
    — ¿Por la ruta a Mar del Plata con semejante tormenta? ¡Qué locura, che! - afirmó y después de su opinión agorera, sorbió su grapa. Al erguirse predominó su enorme estatura, avanzando hacia la vidriera, adonde puso la mirada crítica en avance (casi constante), del breve oleaje que llenaba paulatinamente la calle y la vereda.
    Luis poseía la buena condición de ser afectivo, contemporizador de ciertos temas subjetivos y Miguel O., lo quería de ese modo. En cierto momento le contó del accidente de su hermano y le pidió fuese con él. Luis no aceptó un viaje arriesgado, peligroso. Aunque lo lamentase, se negó. Discutieron el riesgo. Deliberaron en las dificultades, pero persistió en negarse. La noche se presentaba azarosa. Luis creyó ayudar al aconsejar la velocidad máxima como promedio: «no más de 80 Km.» El propósito era no tensarse, para evitar el estrés, y sobre todo refugios transitorios en las Estaciones de Servicio. Al ser naturalmente previsor, él usaba para sus actividades la mayor prudencia.
    Ya avanzado en la ruta, Miguel O., recordó sus consejos: manejó sin tensiones, aunque por momentos evaluó modificar los cambios, elaborando una prudente estrategia en la marcha. En resumidas cuentas: un viaje que comenzaba complicado y en el cual mantenía la velocidad moderada de crucero (entre 70 - 80 Km/h.). Para lo cual predominaba la concentración. Recordaba el pasaje por el sector de la mayor niebla, que recorrió con lentitud, sobre todo al arreciar las inclemencias de la tormenta. En los tramos, en largos, y cuando sacudía la cabeza y se detenía para darse respiro, en lugares, como al costado de los peajes o (por ej.)en los paradores de las Estaciones de Servicio, hasta sobrepasar las zonas torrenciales que menguaba en Dolores.

    Continuará
     
    #2
    Última modificación: 25 de Abril de 2024 a las 2:08 AM
  3. Julius 12

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    Prosigue redacción, pág. 72.

    Después de una espera agobiante, (en pleno ruta de Dolores), con un cansancio notable, pero aún animado, logró escabullirse por el sendero de la banquina o cuneta colindante, consiguió avanzar por ella, a pesar del movimiento incesante de vehículos. Uno detrás de otro, cada conductor se lanzaba temerario con su vehículo bordeando la enorme muralla de arena del camión volcado. Aquel apoteósico derrame, que había obstruido las dos vías, complicaba el avance hacia las estaciones de abastecimiento. Pero sin otras alternativas, los audaces conductores optaban por ganar algún pequeño lugar en algunas de las varias Estaciones de Servicios accesibles. Entre tanto, las precipitaciones durante esos breves trayectos continuaban empecinadas. Incluso se observaron tramos en los que persistió la ferocidad de la tormenta, y los avances vehiculares se tornaron, por lo complejo, peligrosos. Asimismo, observando a un vuelo de pájaro en derredor de las grandes distancias carentes de visibilidad, se intensificaban los parajes de neblina, lo cual tuvo como consecuencia embotellamientos debido a la inusual interacción del tránsito, lo cual se hizo efectivo con el llegar. Por entonces se apreció otro alivio, cedió el acoso de la intensa lluvia al atenuar con los chubascos más débiles.
    Durante el derrapar, el semi se había derribado con el terrible estrépito y causó el inusual derrame del total del tonelaje, lo cual agravó el paso de ambos carriles que conectaban con la circunvalación de la ruta 11 (una importante derivación hacia la serie de diversas playas de la costa marina hacia el sur, desde Necochea hasta Mar del Plata)
    Miguel O., después de tamborilear con sus dedos sobre el volante la música de su agrado, cansado y expectante al movimiento de automóviles por la banquina, arriesgó escabullirse de la fila parcial y exasperante, para lograr continuidad por la cuneta hasta la siguiente estación de servicio donde los vehículos amotinaban en cada resquicio del parador.
    Miguel O., meditó el movimiento siguiente: «Si el coche sigue quisquilloso, habrá que verificar el motivo; cualquier desperfecto sin duda es subsanable». Pero pronto pasaría de la madrugada y urgía averiguarlo por el mecánico experto en tales emergencias. La consigna era subsanar el contratiempo y resueltamente se escabulló hasta la fila de cargadores de nafta. Mientras reponía combustible, el despachante de modales melifluos, señaló, hacia la derecha, a unos 200 metros, la forma empobrecida de chapa canaleta, aún apreciable en la luz oscilante sobre la oscuridad. Desde el descampado lindante, y desde más allá, provenían los persistentes ladridos de las inmediaciones. Miguel O., movió a empujones su vehículo averiado hasta detenerlo ante la persiana. Mientras arreció otro chubasco; el farol oscilante, igual a una veleta mecida por el viento, descubría la entrada, por la cual sé entreveía, el desgastado cartel del taller mecánico del tal Roco, todavía útil para su finalidad. Miguel. O, con los faros encendidos, caminó protegido de la llovizna por un pilotín hasta el frente acanalado adonde sacudió con el puño la persiana retumbante que con los ladridos, a veces quejumbrosos, a veces prehistóricos, lejanos y dispersos en la vecindad aún borrosa: es decir, desde más allá del sector invisible, armaban una música violenta y discordante.
    De repente, Miguel O., escuchó el vozarrón duermevela del tal Roco, seguido por un gruñido. Era el torso de un Gigante el que asomaba por la portezuela. Con la cara barbuda y los ojos enrojecidos, se fijaba en la mojada figura de Miguel. O, y exclamó estentórea: - ¡Soy Roco! ¡Qué, precisa…!
    De manera sucinta; apartándose de su jerga habitual para entonar, Miguel O., explayó sobre el desperfecto.
    Aguardaba, suponiendo que al mecánico, le resultaría agradable, vérselas con un cliente desesperado: (luego de conocer el presupuesto tuvo esa certeza, ya que Roco lanzó con su vozarrón un precio exorbitante).
    Miguel O., apretó los dientes y observó con estoica resignación, (ese era finalmente el único consuelo del desesperado), pero al faltar por recorrer un buen trayecto, lo mejor sin duda era reanimarse, aunque seguía preocupado por no haber logrado una comunicación estimulante con su amor.

    Continuará
     
    #3
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  4. Julius 12

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    Prosigue la redacción Pág. 73

    Al entrar con el auto en el enorme taller extrañamente superpoblado de bruñidas herramientas que permanecían fijadas con clavijas a los tablones, y además, desperdigadas entre la anómala serie de objetos y, reluciendo con el brillo raramente cegador, igual que los cientos de ganchos fijados a las tablas cuadrangulares, aferradas mágicamente sobre la robusta pared, y las herramientas amontonadas sobre las mesas oscuras, percudidas por el petróleo representando un singular muestrario que se destacaba en la parte de arriba con las fotos a todo color de las mujeres desnudas de vetustos calendarios, bien protegidas detrás de los vidrios inmaculados - aunque en verdad se tratara de figuras suculentas, ampulosas y decadentes. Y si uno no quedaba bizco: haciendo un paneo amplio del extravagante lugar, se prestaba atención a los objetos arrumbados: por toda clase de vehículos desde sus albores y luego aquella inextricable maraña de autos destartalados enquistados dentro de los camiones militares a los cuales - la imaginación exacerbada—, podía atribuir el rango legendario de las dudosas hazañas… que tal vez les tocó prestar servicios durante las dictaduras.
    Entonces, al observar el criterio disparatado de aquel menjunje de hierros retorcidos, de sillones desvencijados, de muebles carcomidos y dispersos: lo cual inhibía a Miguel O. a meter su automóvil en un espacio tan deprimente y acotado. Se preguntó, entonces, cómo abrir el paso a su vehículo averiado. Pero allí estaba Roco, ojo avizor, gritando: ¡Vamos, Tío no se achique, empújelo, empuje con coraje y verá qué resultado!… Fue algo curioso que el tal Roco tuviese razón. Cuando Miguel O., con la mayor fuerza posible de su alma, entró la trompa del auto desde la parte trasera y pasó la prueba, vio asomar el torso y la cabeza golosa de Roco (como la de un enorme y divertido cavernícola), por debajo del Capot abierto esgrimiendo las lucientes herramientas, quedó sobrecogido.
    _ ¡Señor!— dijo Roco, sentencioso: es mejor que espere en el Restaurante de los 30 Platitos que está al costado de la Estación. Mientras beba algo fuerte, ¿sabe? Tengo para un rato largo y acá el aire enferma y congela porque Yo no gasto en calefacción en un lugar con riesgo de explosiones, ¿Entiende no? ¡Vaya y cuando repare su auto voy y le aviso! Y Miguel O. dócil, (aunque un tanto disconforme, otro poco dudoso y rascándose un mechón mojado y rebelde), suspiró y fue hasta el sitio que el mecánico le había indicado.

    «Continúa»
     
    #4
    Última modificación: 25 de Abril de 2024 a las 4:41 PM
  5. Julius 12

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    "Prosigue la redacciòn pág. 74"
    El Bar del parador, estaba repleto de viajantes, de conductores de ómnibus de larga distancia, de camioneros profesionales, y otras especies de bullangeros.
    Miguel O. buscaba un asiento libre en medio del rumoreo de los choferes de camiones y los viajantes que, de acuerdo con el conductor del ómnibus, se podía utilizar una hora para cenar y las restantes necesidades. En medio de la humareda de las parrilladas, del consumo de cigarros, del hacinamiento y las risotadas, los comensales se burlaban del pobre criterio de los choferes o de las órdenes de los dirigentes organizadores de los horarios. ¿En qué cabeza cabe suponer que podamos dirigir nuestros viajes debajo de la tormenta y cumplir con todas las reglas de la organización? Un clima de alegría a su modo que aparentaba ser un gran festejo, aunque afuera los aguaceros arreciaban a cada momento.
     
    #5
    Última modificación: 25 de Abril de 2024 a las 8:39 PM
  6. Julius 12

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    El Bar del parador estaba lleno de viajantes y de choferes de camiones
     
    #6

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