El círculo.

Culebras mágicas
traen tu recado.
No declino la oferta,
me va la marcha,
me va
apostar en términos integrales
de cuerpo y alma.



Me ralajo.
Ni me falta
ni me sobra
el tiempo.

Me detengo,
me entretengo.
A tragos.

Nunca tenemos prisa
antes de encañonarnos.

Te encanta que mire
tus ojos.
Incomprensibles.
Desérticos tras las cuencas.
Me tienes al corriente
del abismo que te sustenta.

Y me encanta mirarte
y no entender nada
y volver a ser libre
cuando todo está perdido.

La partida se alarga,
este es el juego,
los tragos se juntan
pero nunca es suficiente.
¿Para qué acabar tan pronto?
Los adictos a la fortuna,
al vicio
de dar
y quitar
somos remolones
mientras quede
una herida para hurgar.

Y los siglos
pasan,
se doblan
y envejecen
mientras nosotros
quedamos en tablas,
sin motivos para acabar
la partida más arcaica
de todas las edades.

Y los siglos van a lo suyo
mientras recogemos
los trastos
y volvemos a casa
(cada uno a la suya)
sin haber ganado
ni perdido
nada.