El convite de los muertos

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En el remanso de paz del campo santo,
Tras correr cada noche sus sombrías rejas,
Del viejo cementerio y sus capillas,
Se escuchan ecos de alegría y tristeza;
Se celebra el convite de los muertos,
En la viviente intimidad de las tinieblas.

Danza siniestra sobre los sepulcros,
Sincronizando sus almas con lo incierto,
Al compás de una triste sinfonía,
Interpretada por el soplo de los vientos,
Al balancear las ramas de los sauces,
Que amenizan cada noche el sueño eterno.

No todos los difuntos, acuden al encuentro,
Desconocidos secretos de ultratumba,
Le permiten escapar a visitar sueños,
De carnales que han quedado acá en la tierra.

Navegando de la noche, sus misterios,
Despojados de ropajes terrenales,
Ataviados con sencillo y tenue traje,
Vaporosos atuendos, de celestial belleza.

Se entremezcla el resplandor del fuego fatuo,
Con la lumbre de los cirios y las velas
Aparentando el resplandor de los relámpagos,
Cuando el trueno se desprende desde el cielo.


Se apaga la penumbra, la oscuridad cesa,
Llega a su fin el festejo de los muertos,
Regresan a su morada los difuntos,
No sin antes despedirse de la tierra.

Los muertos son hermanos que partieron antes,
Futuros anfitriones de la fiesta,
Que ofrecerán al recibir nuestros cadáveres.

La muerte no es tan cruel como la cuentan.
La muerte es solidaria con la noche,
Con la vida y con el tiempo.
La muerte es otra vida, la vida es una muerte.