El Crepúsculo

El crepúsculo poderoso, teñido de la sangre digna de los mártires, encauza la bestial locura sacerdotal de poetas dementes. Los cuales, observan compungidos cómo se hace noche cerrada en sus espíritus. Es el momento de delirar. Bajo el auspicio feligrés de la pitia de Delfos. Emanan de los vapores de la tierra cuartada sueños putrefactos. Que enajenan mentalmente. Para así, recitar el proemio maldito que nunca debió salir a la luz fosforescente del aura maltrecha del alma del mundo. Y, el crepúsculo sigue ahí. Habitado por númenes de pulcra idiosincrasia pagana. Para ir apagándose y ser reabsorbido de nuevo por la tormenta de fuego y azufre. Pero, en el momento que menos se espera, un dios desdichado pero terco deja penetrar, a través de la celosía imantada, parajes oníricos ante la mirada estupefacta de aquellos que tuvieron miedo a ir más allá del plomizo arco navegante. Que siempre fue la fuente de inspiración negra.

 

homo-adictus, tal glorioso portento de los cielos tenía en contra tenor bajo a las almas desdichadas de inspirados por los versos malditos de la sacerdotal mujer encumbrada. Por los gases pestilentes del santuario de Apolo. Pero, esos seres de inmaculada desidia ostentarían por un momento el furor divino. Que los abría de llevar en volandas hacia la pagana y obscurantista tiniebla densa como sangre coagulada de héroes ya derrocados por un destino aciago. Sí, el crepúsculo fue ahuyentado por la noche. Que carcomería la diapasón inevitable de sueños que nunca serían reabiertos ni por los dioses suicidas ni por mortal alguno. Fue así cómo el terror por la verdad se transformaría en superchería de respeto perpetuo. Atentamente Edouard.