El dragón sin alma

El dragón sin alma de la oscuridad escupe bombas negras.

Por la sed de la historia, por la caries del imperio,
por las trompetas del caos, por la gloria de la inmortalidad
y la megalomanía de los espejos.

El dragón en su cama de alabastro duerme sin luna,
no le importan los huérfanos, solo el avance de la crueldad
y el poder de la espada de fuego, solo el hipócrita alud de la conquista.

El dragón de ojos rasgados invoca a los zares antiguos,
su trono de perlas fulge entre las llamas,
los edificios muertos,
la carne esparcida por los jardines sin flor
como semen de maldad.

El dragón no escucha la voz de los niños,
se pasea por los palacios con la frente alta,
orgulloso como un misil certero,
necio como un pedestal que se iza
sobre el tallo de la inocencia.

El dragón rumia la locura en su senil memoria,
solo quiere un juguete nuevo
cuyo nombre es genocidio.

 

Aplausos.

 

Este tipo de personajes se justifican a sí mismos y no tienen dudas de la necesidad de su "misión"; el factor distintivo de este en concreto es su capacidad de mandar el mundo a la mierda. Y además no creo que sea ni el único ni el peor de todos los tarados que están en el círculo de poder de Rusia. Un placer leerte, Ramón. Un abrazo.

 

Buen poema; saludos.

 

Gracias, amigo. Un saludo cordial.

 

Probablemente sea así, ningún megalómano se sostiene por sí solo. Gracias por comentar. Un abrazo, Luis.

 

Agradezco tu lectura y comentario. Un saludo cordial.

 

Es cierto que no es el único, pero quizá sea el peor y más amenazante de todos. Un abrazo y gracias por comentar.