El Encanto

En el silencio punzante, que penetra por las vetas místicas de un cuerpo de alhelí, la noche arde a espasmos de una sacudida demente. Fraguada por tremebundos pies de barro. La frágil naturaleza, con sus retoños en capullo en flor, siente el refrescante manzano. Bailando al compás de una brisa nocturna; que hace que caigan los frutos aún verdes y ácidos. Es entonces, cuando en el estanque de nenúfares de viejas mariposas, asoma la cabeza mugrienta de quien el genio de la especie había avasallado como el fútil enemigo. El pasajero pero indecoroso trozo de carne que ya no parpadea ni abre la boca. Vuelve éste a hundirse en el agua pura. Mientras que un niño huérfano contempla ensimismado cómo la voracidad insaciable de un hombre de dos testas se alimenta del sapo aletargado pero venenoso. Siente cómo con odio se lo engulle después de haberlo desmembrado. Y el crío corre en dirección traicionera hacia el camposanto. Donde la plaga vudú de los muertos vivientes se extiende sin contemplaciones. Mientras ríe el fresco rocío. Rompiendo así el encanto mudo.