1. Invitado, ven y descarga gratuitamente el cuarto número de nuestra revista literaria digital "Eco y Latido"

    !!!Te va a encantar, no te la pierdas!!!

    Cerrar notificación

El extraño caso de los hombres de barro

Tema en 'Fantásticos, C. Ficción, terror, aventura, intriga' comenzado por danie, 11 de Octubre de 2016. Respuestas: 0 | Visitas: 944

  1. danie

    danie solo un pensamiento...

    Se incorporó:
    6 de Mayo de 2013
    Mensajes:
    13.695
    Me gusta recibidos:
    10.270
    Recuerdo bien lo sucedido, fue cuando salí del entierro de mi amigo Juan. Juan era una persona macanudisima que conocía de casi toda la vida y que aún hoy me resulta extraño cómo murió. En realidad, nadie dijo nunca cómo ocurrió eso, sólo me comentaron que de la noche a la mañana él desapareció y que habían encontrado toda la ropa que él llevaba (desde los zapatos hasta la gabardina que él siempre usaba con su billetera y su identificación) tirada en un zanjón de la calle. Salieron muchas suposiciones del asunto, que lo asaltaron, que lo secuestraron, pero ninguna teoría se volvió una certeza. La idea del robo era absurda ya que ningún delincuente iba a dejar tirada la billetera con todo el dinero de su sueldo recién cobrado. Y la idea del secuestro también no resultaba muy correcta, ya que al trascurrir los días nadie pidió una recompensa o nada por el estilo. El tema era que pasaron los meses y Juan jamás apareció. La policía ya lo había caratulado como un caso sin explicación, uno más de esos casos extraños que no se pueden resolver. La policía indagó por todos lados; familiares, amigos, compañeros laborales, a mí me preguntaron muchas veces si sabía algo del asunto, si alguna vez vi a Juan metido en algo raro, incluso hasta pensaron la idea de un ajuste de cuentas por parte de algún mafioso. Cosa que después se descartó, porque Juan no andaba en nada extraño. Juan era uno de los pocos tipos que iba del trabajo a la casa, y nada más, y algún que otro fin de semana se juntaba a comer un asadito con alguno de sus amigos. En términos sencillos, Juan era un pibe muy tranquilo.


    Recién después de los tres meses de la búsqueda de Juan, apareció el comentario de un viejo que decía que en su momento lo vio, o por lo menos vio a una persona que vestía su gabardina y que en la calle, con la lluvia, prácticamente se desintegró. Un comentario muy sospecho para la policía, porque era imposible considerar que esa versión fuera correcta. El viejo este, que luego de su declaración fue indagado miles de veces más, afirmaba que lo que decía era realmente lo que ocurrió o por lo menos lo que él vio, y que antes no había dicho nada porque él sabía que no le iban a creer.
    Yo no sé si el viejo ese decía la verdad o si estaba loco (más allá de que la historia es muy difícil de creer), pero si sé que se metió en un gran lío por esa declaración, ya que ahora está internado en el Borda y con custodia policial.


    Volviendo a cuando salí del cementerio, después del entierro de Juan, tipo las 18 hs, ya cansado, muy nostálgico y un poco molesto por la incómoda situación de presenciar la sepultura de un amigo, y más sabiendo lo inconcluso de aquella insólita pérdida me decidí a cortar camino para llegar lo más rápido posible a mi casa. Me metí por una cortada que nunca antes había tomado, pero que sabía que me sacaba directo a cuatro cuadras antes de mi casa. No me pregunten por qué sabía de esa cortada, digamos que era una especie de corazonada, o había algo que me decía que yo tenía que ir por ahí.


    Caminé unas largas cuadras, y a pesar que recién estaba atardeciendo, la noche se presentó con más rapidez en aquella cortada. Los edificios empezaron a tomar la forma de monumentos oscuros, incluso se parecían a inmensas lápidas. Por otro lado, debo decir que no encontraba una sola alma en la calle, yo solo estaba caminando en ese extraño lugar del barrio completamente desconocido para mí. Pero así y todo, a pesar del sombrío aspecto del lugar, no sentía temor, todo lo contrario, sentía la necesidad de seguir, de estar caminando ahí. Como si algo me llamaba inconscientemente y yo debía acudir en respuesta.


    Caminé más y más en aquel barrio desconocido, hasta detenerme en la boca de un pasillo completamente oscuro que nacía de una calle. De entre las penumbras pude oír un leve gemido, como si algún hombre se quejaba por alguna molestia. Sin pensarlo ni dudarlo siquiera me adentré en ese pasillo. Tal vez en otra ocasión ni hubiese estado en ese lugar, pero había algo completamente inexplicable que me decía que siga mis impulsos, que yo debía estar ahí y entrar en ese pasillo. Había algo que me llamaba, sin nombrarme, sin utilizar la voz, pero de alguna forma me hacía obedecer algún designio.


    Fue ahí, al final de ese pasillo, donde encontré en el suelo a un hombre. A pesar de la oscuridad, del cabello largo y enmarañado, de la ropa mojada y cubierta de barro, me di cuenta de que se trataba de una persona joven. Él no pareció darse cuenta de mi presencia. Pensé que lo más conveniente sería sacarlo de aquella humedad, pero cuando lo tomé por debajo de los brazos, el joven profirió un quejido lánguido, lastimoso. Traté de hacer que dijera algo, pero él no pronunció una sola palabra, sólo empezó a llorar un llanto largo y melancólico, como un llanto que más no se podía contener y que estuvo guardado por muchos años. Lo incorporé como pude y lo recosté sobre un árbol. Él no impidió que lo hiciera, pero tampoco hizo nada por ayudarse. Pensé en llevarlo hasta algún hospital, pero desde el lugar en que estaba, la distancia me pareció insalvable.
    A pesar de mi insistencia por intentar que aquel joven me diga algo, este no emitió palabra alguna, sus ojos se mantenían cerrados y su rostro parecía que estaba cubierto por alguna sustancia, como si fuera barro gelatinoso, una secreción oscura que le cubría todo el cuerpo.
    La llovizna que empezó a caer lo iba gastando, de la misma forma que se gastan las orillas de los ríos.


    Yo no comprendía mucho la situación, ni sabía qué era lo que le estaba pasando a aquel joven. Sólo entendía, que el muchacho estaba formado de barro o de algo muy similar a él. Parecía como si nada podía hacer, y también pensé que debería darle fin a la agonía del joven. Entonces lo tomé nuevamente entre mis brazos y lo expuse al castigo de la lluvia. Bien puedo decir que fue aquella la única vez que el muchacho hizo un gesto, como una expresión de agradecimiento. Ahí fue cuando por primera vez abrió los ojos y reflejó una pequeña sonrisa en su rostro.

    De a poco sus rastros se fueron borrando. Cada gota que le golpeaba lo roía y dejaba en el suelo un charco de agua embarrada y oscura. Lentamente sus quejidos se fueron apagando, y ello parecía ayudar a su consumación. El barro que se desprendía de su cuerpo caía por la vereda y se sumaba al que bajaba por la calle.
    Su muerte, su dilución fue insólita y también angustiosa, pero a la vez, parecía que al joven le resultaba confortable. Como si le estaba dando fin a una existencia penosa.
    Al final, sus ropas se desinflaron entre mis brazos, igual que un muñeco inflable que perdió todo el aire.


    Después de esa traumática situación me apresuré en llegar a mi hogar sin intentar pensar o detenerme en ningún sitio. Más luego, tendría tiempo para intentar comprender lo incomprensible. En ese momento sólo quería llegar, prepararme un té, calmar mis nervios y ducharme para quitar el barro que quedó de aquel sujeto, el cual ya se tornaba molesto en mi cuerpo.


    Cuando llegué a mi casa, con presteza abrí la puerta y me dirigí al baño, ya pasando la idea del té por alto, sólo tenía como meta ducharme y quitarme todo ese barro que prácticamente comenzó a quemarme. Así empecé a quitarme la ropa mientras a su vez, con desesperación, abrí los grifos.


    Estimados lectores, lo que después ocurrió, hasta a mí me cuesta narrarlo por todo el dolor sentido. En términos sencillos, podría decir que la presión del agua de la ducha me comenzó a quemar incluso aún más que el barro que sentía. Y no fue necesariamente porque el agua se encontraba caliente. Fue porque parte de mi cuerpo se desprendía y se estaba yendo por la rejilla del baño. En ese momento me miré al espejo y me di cuenta que por alguna causa inexplicable yo también estaba formado de barro, igual que aquel joven que no conocía, igual que mi amigo que desapareció de forma misteriosa.


    Fin.
     
    #1
    A homo-adictus le gusta esto.

Comparte esta página