El herrero

Soberbio y altanero y ahincado en rebeldía

sus músculos tensados templaban en la forja.

Cargado hasta el hocico un burro con alforjas

cubierto de sudor como mejor podía,

portaba diez costales de limas y toronjas

más otros bien pesados de un convento de monjas.



Quitando el ferretero la carga que traía

miró que el animal un mal trato sufría;

así mientras el amo comía del pollino,

aquel le comentó entre tajada y vino:

¡Arriero desalmado…! ¡Tu burro andaba cojo!

Y dijo el increpado: no es cosa de tu antojo.

Tiró tal martillazo sin pensarlo a su cliente

y dijo a la sazón: ¡qué tal comes sin dientes!
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Muy buen relato cotidiano de cosas que pasan y han pasado en la realidad rural.
Saludos, grata lectura me gusto esta pincelada.

 

Cierto, Ansel. He vivido en la época en que las bestias eran sobreexplotadas a límites inhumanos. Vamos progresando.

Un cordial saludo.

Frankos