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El hospital

Tema en 'Prosa: Generales' comenzado por esthergranados, 31 de Enero de 2017. Respuestas: 2 | Visitas: 522

  1. esthergranados

    esthergranados Poeta adicto al portal

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    Cada vez que pasaba por allí, mi mirada se detenía en aquel hospital mastodóntico que un día fue el proyecto estrella del Ayuntamiento, y que después de varios años de abandono se alzaba como una presencia fantasmal en las afueras de Villaviciosa. Me atraía poderosamente su estructura hueca semejante a un esqueleto gigante.
    Por aquella época me fascinaban las ciencias ocultas, sobre todo la psicofonía. A veces me perdía por lugares misteriosos casi siempre alejados del pueblo, a los que iba con la esperanza de escuchar voces del más allá. Estudiaba con interés esos sonidos turbadores que para decepción mía, nunca lograba descifrar. Después de algún tiempo conseguí reunir el dinero suficiente para comprarme una grabadora mejor que la que manejaba hasta entonces: un viejo aparato que usaba papá en las prácticas de periodismo de sus años de Universidad. Nunca hablaba con nadie de estas cuestiones para que no me tomaran por loco.
    Mi obsesión por el hospital crecía tanto que decidí visitarlo. Preparé minuciosamente mi escapada y me fui el viernes a media tarde. Cuando llegué estaba anocheciendo. Era el mes de Noviembre. El gran edificio se recortaba sobre el horizonte anaranjado y azul. Nubarrones grises intentaban robarle el protagonismo al sol, a punto de esconderse. La quietud del lugar sobrecogía.
    Busqué la entrada del inmueble. Encontré una puerta medio desvencijada en el lado izquierdo, por la parte que daba al campo. El interior me pareció alucinante. Del techo colgaban cables de todos los tamaños. Algunos llegaban hasta el suelo y estaban roídos por las ratas y los conejos que corrían libremente por allí. El piso se hallaba cubierto de tubos, cascotes, y basura. Había bolsas, vasos de plástico y envases de bebidas, sin duda restos de algún un botellón. Caminé con cuidado, ayudado por la luz de la linterna. Al final del pasillo se alzaba una escalera maltrecha que conducía al piso de arriba. Multitud de grafitis tapizaban las paredes dándole un aire de aparente modernidad. Algunas pintadas reivindicativas o soeces completaban la decoración de aquellos muros semiderruidos. Me senté en el suelo de una de las habitaciones, puse en marcha la grabadora y esperé. Los ruidos de la carretera llegaban a mis oídos amortiguados por la distancia. Al rato dejé de escucharlos. Me centré en los más cercanos: algún crujido de madera, chirridos de puertas y chasquidos inquietantes sonaban en el sosiego de aquel lugar. El frío de la noche se colaba a través de la ventana y el viento, tozudo, silbaba machaconamente. Sentí miedo. Encendí un cigarrillo y poco a poco me fui relajando y adormeciendo. Al rato desperté sobresaltado. La luz parpadeante de la grabadora indicaba que había dejado de funcionar. Escuché todo lo que se había grabado hasta el momento. Se oía al viento silbar y el tintineo de la lluvia sobre los hierros del patio interior. Incluso se apreciaba mi respiración, a veces pesada y a veces inquieta. Escuchaba atentamente una y otra vez. Cuando terminaba el audio, lo volvía a pasar para oírlo de nuevo. Los detalles eran
    esenciales. Buscaba matices; sonidos que avalasen mis teorías sobre las energías que flotaban en aquel hospital. Desistí. No percibía nada que hiciera sospechar de alguna presencia extraña. Apagué la grabadora y recogí mis cosas. Llovía tanto que opté por esperar a que escampara. Me asomé a la ventana y oí algo a mi espalda. Eran sonidos sordos, murmullos apenas perceptibles, conversaciones quedas, pasos sigilosos. Supe que eran ellos. No me hizo falta verlos para saber que estaban allí, rodeándome. No intenté escapar: sabía que no me dejarían ir. Comprendí por qué me atraía tanto el oncológico: yo era parte de él y ellos siempre estuvieron esperándome.
    Aquella fue mi primera noche entre estas paredes. De eso hace una eternidad. Sigo echando de menos a mi familia. Sé que me buscaron incansablemente, pero por alguna extraña razón –presiento que ellos fueron los culpables- nunca llegaron hasta aquí. Rastrearon el pueblo, organizaron batidas por los alrededores, pegaron carteles en tiendas, farolas y marquesinas. Salieron en televisión, fueron a la radio, hablaron de mi desaparición en los periódicos. Me hice famoso. Mi foto colgaba en los tablones de anuncios de los institutos y las comisarias. No sé si perdieron la esperanza de encontrarme, si alguna vez se dieron cuenta de que nunca volvería.
    Desde entonces comparto con ellos éste lugar del que nunca saldré. Son una presencia constante y silenciosa que ya no temo. Están siempre a mi lado. No sé si me necesitan. Puede que sea su nexo de unión con el mundo real. O no. ¡Quién sabe! Por no saber, ni siquiera sé si yo también estoy muerto.
     
    #1
    A Mauricio Arostegui, Antonio del Olmo y Emp les gusta esto.
  2. Emp

    Emp aww

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    Entretenida prosa. No estoy muy adentrado en el tema: por eso una crítica mía no sería buena. Pero llevas muy bien el hilo del suspenso. Creo que no siempre es fácil ir "enganchando" al lector linea por linea. En este caso sí. Pero más allá de la forma, rescato tú sensibilidad para con esas personas aisladas, con problemas, que se van del mundo así de pronto a buscar algo por ahí, quizá escapando de los fantasmas que a diario nos susurran cosas.
     
    #2
  3. Antonio del Olmo

    Antonio del Olmo Poeta que considera el portal su segunda casa

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    Tus finales son siempre sorprendentes. Combinas bien la intriga y el suspense hasta el final. Creo que los fantasmas, si existiesen, serían seres amables y bondadosos, puesto que no pueden estar dominados por los bajos deseos materiales.

    Salud y ventura hasta el más allá. Ja ja ja ...
     
    #3

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