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El Infierno Blanco (obra finalizada)

Tema en 'Relatos extensos (novelas...)' comenzado por Évano, 5 de Diciembre de 2013. Respuestas: 16 | Visitas: 2164

  1. Évano

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    El Infierno blanco



    Hace no sé cuánto, en algún lugar de esta Tierra...


    —¿Lo tienes todo preparado, Job?

    —Sí, creo que sí.

    —Mejor, porque ya baja.

    —Sí, me he dado cuenta.

    Job entró en su caserón de piedra y revisó la leña, la paja, centeno, trigo y hojas de roble: la comida de los animales, y a estos. Se dio cuenta de la tranquilidad que se aposentaba en vacas, ovejas y bueyes. El mastín y el gato no, en estos el nerviosismo acrecentaba. No les gustaba la llegada de esta época. Salió a la puerta del establo y observó al valle, a los esqueletos de chopos, fresnos; a los enormes helechos, a la hierba marchita y a un río que ya ralentizaba las aguas. A la mañana siguiente el Infierno Blanco se habría apoderado de todo ello.

    Se acostó apesadumbrado. Cada vez le afligía más enfrentarse a él, soportarlo.

    Se levantó al alba y abrió la ventana. El Infierno Blanco ya estaba ahí.

    Empuñó un trozo de él, hizo una bola y lo masticó, volviendo a sentir el frío dentro de la boca, cómo bajaba sin sabor alguno por su esófago y desaparecía poco a poco por el calor del estómago. Al rato, como cada vez, lo vomitó. Era un ritual que realizaba cuando comenzaba el Infierno Blanco. Un ritual que llevaba a cabo desde que murió su madre, en un día como este.

    Cogió una tabla de madera y abrió la puerta de la calle. La niebla compacta y dura le cerraba el paso. Cerró los ojos, apesadumbrado por volver a ver la luz blanquecina, casi de color óseo, de esa niebla maldita; una luz como una cortina que no dejaba ver nada más allá de las narices. Fue cavando a un lado y a otro, y al frente, lograba así un túnel por donde a penas pasaba su robusto cuerpo. Excavó en dirección a la calle que daba al puente. Allí se encontraría con el túnel de Paco. Este era más madrugador, eso si dormía, se decía cuando lo vio llegar, sudoroso por el esfuerzo

    —Parece que este año viene más duro el Infierno; ¿o acaso yo estoy más cansado y viejo?

    —No, tienes razón, Paco, viene más duro, y más frío. ¿Han empezado los otros a perforar sus túneles?

    —No. Me dijeron que esta vez lo pasarán en sus casas, que no vale la pena tanto esfuerzo. Se han hecho ermitaños. Se han sometido.

    —Y si necesitan algo, ¿que harán?

    —Resignarse y morir, supongo.

    —Yo sigo, hasta el camino del río, ya sabes que me gusta verlo.

    —Yo por hoy lo dejo, Job. Mi mujer está a punto de caer.

    —No sabes cómo lo siento, Paco. Mañana iré a verla. ¿O quieres que vallamos ahora mismo?

    —¡No!, mejor ven mañana.

    —De acuerdo, mañana iré sin falta.


    Job continuó excavando durante todo el día, hasta llegar a la orilla del río. Se metió dentro del agua y esta ondeó al verse libre de la presión de la dura masa de niebla blancuzca. Poco a poco logró llegar hasta la otra orilla. Había creado un amplio hueco donde los peces acudirían atraídos por la mayor libertad y luz que ello suponía. El Mastín se abalanzaba una y otra vez sobre la espesa niebla infinita, abriendo sus caminitos propios, los que le llevarían adonde enterró la comida en el buen tiempo. Todos los restos escondidos los repartía cerca, para no perderse.

    Empezaba a oscurecer y se volvieron a casa. Por la noche el Infierno ya no era blanco, sino del color de la oscuridad y el frío era inmenso. Dio de comer a los animales y acarició al gato, un gato que no saldría hasta la siguiente estación. Bebió un cuenco de leche y comió un gran trozo de queso de oveja a la luz de una vela mientras pensaba en el recorrido seguido por su vida, en el tiempo que le avenía y en la soledad que volvería a asolarle en esa dichosa temporada malévola. Se introdujo en el lecho y se tapó con varias mantas de pieles. Con su perro al lado, se durmió pensando en la soledad.

    Amanecía. Se calzó las botas de piel de oso revestidas con cuero de ciervo, y se vistió con ropas de abrigo, de mamuts, según le gustaba decir a todo el que le preguntaba. Era de los pocos del poblado que poseía tan valorada vestimenta. Desayunó lo mismo que cenó la noche anterior, además de unas gachas tomadas en un plato de barro que se le cayó, rompiéndose. Mala suerte, se dijo. Fue al establo y recogió los excrementos de animales y los arrinconó en una esquina del establo, para que secaran y sirvieran más tarde como abono y leña. Esparció paja a vacas y bueyes, y hojas de roble a las ovejas. Los animales permanecían casi acostados, en grupo; de esa manera afrontaban la crueldad de la gélida noche. Luego, a lo largo del día, daban cortos paseos por el establo, como ensimismados, pero pronto tornaban a juntarse, como con miedo, o resignación. Pensó que empezaba el segundo día del Infierno Blanco, por lo que la tierra y el valle habrían sido enfriados, sino congelados, al no llegarles más que esa difusa luz del sol que correteaba entre el laberíntico espesor de esa inmensa masa de Infierno que lo cubría todo, hasta el punto de que no dejaba ver ni alcanzar los límites de ella, ni en alto, o largo, o ancho. Los rayos de sol, cuando arribaban al suelo, lo hacían sin calor alguno.


    En el umbral de la puerta se calzó las madreñas con clavos y se dispuso a visitar a Paco y a la mujer moribunda de este. La distancia, si estuviera el valle despejado, no era mucha, pero en esas condiciones se hacía larga y dura. Mientras excavaba el pasadizo se decía que, aunque siempre se levantaba al alba, estos amaneceres eran diferentes, que le satisfacían por los espectaculares arcoíris que se formaban en esa niebla rara; casi lo único agradable de la época. Avanzaba con la idea de la desgracia en la cabeza, le echaba la culpa al cuenco de barro roto. Luego, pensando en la mujer de Paco, se dijo que bien podría haber sido la suya de no mediar la amistad entre ellos, que ahora no viviría en la otra parte del poblado, sino con él. Se inclinaba por el túnel, para excavar con más fuerza, dejando en el suelo una jarra azulada que contenía miel de cerezo: un regalo para Eva, la mujer de Paco. Después se retrasaba, la volvía a coger y continuaba clavando en la niebla la tabla de madera, apretándola hacia los lados. Daba algún trago para retomar energía mientras se preguntaba si le sería útil la miel a la mujer de Paco para el nuevo camino que emprendía. Estos pensamientos le oprimían pecho y garganta, y algo de dentro quería salir por sus ojos. El mastín le acompañaba resbalando a cada paso por una tierra helada que no descongelaría hasta que la nueva estación derrotara al Infierno Blanco. Nada más caer, se congelaban las gotas de agua que exudaban las paredes y los techos del túnel. Job se preguntaba ahora, para quitarse de la cabeza a la mujer de Paco, si era la misma niebla la que producía el goteo, o era el rocío, que se habría paso entre ella.

    Aún a riesgo de deslomarse, el mastín inseparable de Job, le seguía sin echar la mirada atrás. Job avanzaba con menos penurias, gracias a una flecha de piedra atada a la punta de un bastón de dura madera de enebro que apoyaba en sus espaldas para no resbalar mientras abría el túnel. El vaho exhalado por las bocas pululaba durante unos segundos dentro del pasadizo, permaneciendo visible en el aire un rato antes de desaparecer poco a poco.

    El camino hasta la casa de la moribunda era prácticamente llano, exceptuando el tramo final, que ascendía por la ladera de la alta montaña del poblado. En esa parte ayudaría a su querido perro.

    La distancia se le hacía más larga que otras veces, quizás por que ya era un año más viejo y la lentitud del andar de los pasos se acrecentaba, o la fuerza disminuía. El miedo a romperse algún hueso en esas fechas también lo atemorizaba, al tener la certeza, de que si ocurría, lo llevaría a la tumba, a él y a sus animales.

    El techo y paredes dejaron de gotear cuando llegaron al pasadizo que había abierto Paco, lo que agradecieron en silencio tanto Job como el perro. Job alzó la vista al techo del túnel y comprobó la forma lisa de este. Paco siempre tan meticuloso en el trabajo, dijo a un Fidelio, un perro que se diría que comprendía el sonido emitido por ese animal tan alto de dos patas que le daba de comer sin pedir a cambio nada más que compañía.

    Con gran esfuerzo ascendió el tramo final. Con cuidado de no romper la jarra, la dejó apoyada en la puerta y volvió a bajar para ayudar al mastín, que pataleaba en vano en el intento de subir tan pronunciada cuesta. A penas ascendía un poco cuando la pendiente lo devolvía al comienzo. Se colocó detrás de él y lo fue empujando. De tal manera consiguieron alcanzar el umbral de la casa de Paco y Eva. Después de un rato, Job se extrañó que Paco no saliera a recibirle. Gritó y oyó como respuesta un Adelante seco, como de piedra pesada. Fidelio se quedó apostado en la puerta con sus grandes capas de pelo denso y marrón que le resguardaban del frío.

    Job entró y vio a Eva entre el humo. Tosió. Fue entonces cuando salió de sus ojos aquello que hacía un rato retuvo. Lloró aprovechando que podría echarle la culpa al aire irrespirable de la cocina-comedor. ¡Pero qué diablos estoy pensando!, se exclamó. Eva estaba tumbada en la banca de madera que hacía de sillas de la mesa y la cubrían varias pieles. Paco, sentado a su lado, se veía difuso por el humo acorralado del fuego de la cocina. Job, tosiendo y lagrimeando bruscamente, dijo:

    —Paco, si no apagas el fuego moriremos.

    —Lo sé, pero Eva tiene mucho frío. Ya se va. Aguanta un poco más.

    Job quiso decirle que no le importaba aguantar, que si quería se tumbaban junto a Eva y morían con ella. Jamás había tenido tales pensamientos ni tan raro el pecho. Se lo palpó, pero no le dolía. No tenía nada roto.

    —Le traigo miel de cerezas para el viaje. Espero que no sea tarde —dijo casi mareado por la falta de oxígeno.

    —No, dámela, quizás sea lo último que haga; y deja que entre tu perro, ya sabes que para ella era como de la familia.

    El mastín entró y lamió los pies de Eva, la cual tragaba, a duras penas, un poco de miel de cerezo que le daba Paco. Lanzó una mirada moribunda al perro, después una larga a un Job que se quedó paralizado. Jamás Eva lo había mirado de tal manera; luego observó con grandes ojos abiertos a su marido mientras daba un último suspiro, marchándose para siempre.

    Paco apagó el fuego. Se hizo un largo silencio en el que los presentes recordaron algunos momentos vividos.

    Job recordó cuando intentaron un año escapar del Infierno Blanco, el año donde Paco se emparejó con Eva.

    Mucho tiempo atrás, en la adolescencia, Paco y él decidieron excavar hasta la cima de la montaña. Una vez allí, subidos en el más alto árbol, con larguísimas varas pincharon la niebla todo lo arriba posible, pero no vieron el final del Infierno Blanco, por lo que decidieron librar a media docena de robles del agobio de la niebla que los apretaba y el espacio lo utilizaron para correr, jugar y subirse a los árboles. Al final a Job se le ocurrió que bien valía para recinto donde poder bailar y retozar con las mozas del pueblo, más concretamente con Eva, moza a la que Job ya le había echado el ojo; pero fue Paco, al confesarle que quería a Eva para mujer, el que se emparejó con ella, a pesar de que albergaba la seguridad de que Eva lo deseaba a él. El fuerte lazo de amistad que le unía a Paco le impidió luchar por Eva.

    —Seré incapaz de soportar su cuerpo cerca hasta la próxima estación —dijo Paco, sacando del ensimismamiento a Job.

    —¿Cuál es tu idea, entonces?

    —Enterrarla ya en el cementerio.

    —Nunca se ha hecho tal cosa, siempre se ha dejado el cuerpo entre la niebla y se ha enterrado con el buen tiempo, en presencia de todo el poblado.

    —Lo sé, pero no me veo capaz de pasar esta época junto a su cadáver.

    —Puedes dejarla por donde mi casa.

    —No, no quiero que pase tantos días y noches metida entre esta maldita niebla. ¿Me ayudarás? No respondas. Hoy la velaré. Mañana, si quieres, ven al alba y me ayudas a cavar hasta el cementerio.

    —Vendré, Paco. Aquí estaré.




    Al día siguiente, Job se sorprendió camino de casa de Paco al ver la multitud de túneles que se unían al excavado los días anteriores. Se encontró con algunos aldeanos que ampliaban el pasadizo y con otros que marchaban hasta la casa de la difunta. Preguntó cómo se habían enterado de la muerte de Eva; todos le dijeron lo mismo: Fidelio se había presentado a las puertas de cada uno, por lo que pensaron que algo malo había ocurrido; pero el buen perro los dirigía a la casa de Paco. Este perro posee un instinto fantástico, se dijo Job, bien podría haberse perdido y congelado para siempre entre la niebla de araña esta que no deja ver ni un paso más allá.

    Job meditaba mientras se dirigía a casa de la muerta. Ahora el túnel era más ancho y cómodo, por las pequeñas prolongaciones realizadas por los vecinos. Cuando arribó discutían Paco y algunos del poblado: estos argumentaban que jamás se enterró cuerpo alguno en tiempo del Infierno Blanco, que era algo sabido desde tiempos inmemoriales; Paco contestaba que se marcharan si no pensaban ayudarle, que no abandonaría a su mujer dentro del Infierno Blanco y la enterraría ya en el cementerio sí o sí. Todos le dieron el pésame y velaron un rato a Eva, para marcharse después a sus viviendas, aduciendo que no contrariarían las leyes de los ancestros.

    Paco y Job empezaron a excavar hacia un camposanto situado en una planicie, a mitad de la montaña, por lo que el pasadizo era en pendiente continua. Alguna que otra vez se desviaban del sendero, pero las malezas, o algún tronco de árbol, los devolvía al camino correcto. Job empujaba al cuerpo sin vida de Eva desde detrás de una camilla de madera curvada para el hielo mientras Paco tiraba desde delante, de una cuerda deshilachada que acabó por romperse, pillando descuidado a Job. La camilla arrastró a Job toda la pendiente ganada, acabando al principio de la rampa, con las mantas que cubría a Eva desperdigadas a lo largo del trayecto. La muerta Eva rodó hasta los pies de Job. Estaba totalmente desnuda. Job la miró y entonces sí que aquel algo extraño que insistía en salir de su pecho y de sus ojos explotó con una ira y una rabia inmensa. El cuerpo de Eva estaba plagado de grandes moratones, magulladuras, cortes y una hendidura abría su estómago, a todas luces realizada por un cuchillo de grandes dimensiones. La besó y se dio cuenta que tenía la lengua cortada. Se arrodilló ante ella y la abrazó. Paco bajaba corriendo, patinando por el helado suelo. Al ver la escena, sacó de su espalda un gran cuchillo. Job levantó la cabeza, enseñando sus ojos encendidos a Paco.

    —¿Por qué, Paco, por qué? —gritó, sin levantarse y sin dejar de abrazar a Eva.

    —Porque te quería a ti... porque hablaba de ti hasta en sueños y me quería abandonar —gritó Paco, con una cólera que jamás había visto Job.

    —¡No es razón, Paco, no es razón! ¡Yo me sacrifiqué por ti! ¡Bien habrías podido hacer lo mismo tú!

    Una rabia inmensa tensó unos músculos a los que afluían energías inenarrables que se abrían paso por cada célula de un Job que saltó encima de Paco, cayendo este de espaldas al suelo y soltando el cuchillo porque Job le estrujó la muñeca de tal manera que se la rompió. Job empuñó como un rayo el cuchillo y apuñaló tantas veces el pecho de Paco que la sangre cubrió en un instante todo la tierra helada del alrededor.









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    Última modificación: 22 de Diciembre de 2013
  2. Évano

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    Introdujo el cadáver de Paco entre la niebla, detrás de unas piedras que limitaban un terreno de sembrado, y volvió a rellenar el pequeño túnel. Después estiró con cuidado el cuerpo de Eva sobre la camilla y la tapó con las mantas y, antes de proseguir abriendo el túnel hasta el cementerio, fue a su casa y liberó a los animales. Dejó las puertas abiertas y toda la comida para ellos a mano. Luego marchó con Eva, para enterrarla en el cementerio.

    Tal era la ira de Job que avanzaba más deprisa él solo que cuando excavaban el túnel Paco y él, y eso que tuvo que unir la cuerda también a un mastín incapaz de avanzar por su cuenta. Escuchaba maullar. Miró para atrás, a la bajada, y hubiese sonreído, a no ser por el trágico momento, al ver que, extrañamente, su gato les seguía. Este también tiene otro sentido, se murmuró. Parece que sabe que me voy para siempre. Lo siento por los animales, pero aquí no me queda nada.

    Se le había olvidado recoger víveres ningunos, por lo que pasó varios días perforando la niebla sin comer ni beber. Además, la muerta, por mucho que la hubiese querido, olía y, a pesar del frío en el pasadizo, empezaba a descomponerse, por lo que el mal olor recorría todos los túneles. Era muy difícil y nauseabundo el excavar.

    No quería recordar a Paco y a Eva; deseaba borrar de su cabeza todo el maldito poblado y trataba de pensar en cualquier cosa. Se hablaba él mismo, o se preguntaba como medio ido el por qué por las noches los túneles se estrechaban; y él mismo se respondía que quizás la niebla se ofendía al ser ultrajada. Job, tendrás problemas si quieres volver al poblado; si quisieras, pero no quieres, así para qué me digo eso. Ya no hay nada que me ate a ese maldito valle. Mi mejor amigo y mi primer y único amor ya no están; ¿qué hago allí, entonces? Juro avanzar entre el Infierno Blanco, aunque eso me cueste la vida. Encontraré el final o moriré en el intento.

    Sudoroso y mal oliente entró en el cementerio. Enterró a Eva casi a la entrada, a la derecha, junto con los esqueletos de los antepasados de Eva. Colocó cantos de río sobre la tumba y ramas de acebo que robó de una adyacente. Luego abrió de rodillas pequeños socavones hacia otras tumbas en las que sabía que habría quesos, carnes curadas en sal, frutos secos y manzanas o peras; además de vino para los muertos varones y agua de rosas para las hembras: eran ofrendas de los seres queridos para los últimos viajes de sus fallecidos.

    En las mantas que arroparon a Eva de su desnudez y martirio, introdujo los víveres y ató algunos de ellos al perro y otros a la espalda de él mismo. Se apretó bien el calzado y las ropas y continuó cavando el túnel en dirección a la cima de la montaña. Una vez allí, proseguiría hacia el sur, hasta encontrar salida o muerte.

    Cuando le quedaba poco para arribar al alto de la montaña, giró la vista y a penas pudo ver restos de lo excavado. El túnel se cerraba casi por completo. Tan duro fue el cavar por el terreno del último tramo, de pronunciada pendiente, que había tardado tanto que la niebla le cerraba el paso a sus espaldas. No hay paso atrás, amigos, comentó a un perro y a un gato que intuían un peligro mortal, pero no lo demostraban.

    Se acurrucaron en la cima de la montaña y tuvo la sensación de estar en un nicho. Se acordó de Eva y los recuerdos parecieron llenar de melancolía a los dos fieles compañeros. Fidelio le lamió las largas barbas. El gato arrullaba, sonido que los adormecía a los tres.

    Los diminutos arcoíris formados por la niebla le advirtieron que la mañana se presentaba. Enderezaron los huesos, cada uno como pudo, y prosiguió cavando y cavando hasta el anochecer. Así un día y otro; una semana y otra. Los víveres se acababan: de vino y agua de rosas a penas quedaba una calabaza de las medianas. A pesar de haber racionado los víveres con dureza, se acaban.

    En la tercera semana, cuando estaban en mitad de lo que dura el Infierno Blanco, no tenían nada que llevarse a la boca. La vuelta, imposible; el avanzar, lo que le duraran las pocas fuerzas. Los dos sentados en el helado suelo, el perro y él, retomaban fuerzas, si ello era posible; aunque más bien se diría que se acostumbraban a la muerte. El gato se adentraba de vez en cuando entre la niebla y por gordo que estaba, y no como ellos, que habían perdido más de diez quilos cada uno, se diría que no tenía problemas para subsistir en el Infierno Blanco. No sé por dónde andaremos, Fidelio, ni cuánto hemos recorrido, pero si no encontramos pronto agua y alimento, moriremos. Quizás hubiese sido mejor habernos quedado con Eva, en el cementerio, o en casa, calentitos, esperando a que se fuera este maldito Infierno Blanco; o esperando a la muerte. El mastín lo miraba y retornaba a lamerle rostro y barbas; mientras el gato, en medio de ellos, aprovechaba para calentarse, con una tranquilidad pasmosa.



    Job, exhausto, casi inánime, decidió dejarse llevar por la muerte. Cerró los ojos y durmió con la idea de no despertar.

    Unos maullidos del gato, que parecían alaridos, lo despertaron. El perro había matado al gato.

    Hizo un poco de hueco en la dura masa de niebla, que ya casi los asfixiaba, y miró al mastín, pero no le reprochó nada. Sacó el cuchillo y despellejó al gato. Bebieron la sangre del desdichado felino y le cortó las extremidades. Se comió las patas y el resto se lo ofreció a Fidelio. Bien, amigo, última oportunidad: o salimos de este Infierno Blanco, o morimos. Te dejo a ti que elijas y abras camino; te seguiré a gatas, aunque sea.

    El perro lo entendió y cavaba por donde le daba la gana. Job se dijo que debía haberlo pensado antes, ya que avanzaban más rápido y sin a penas cansancio, por lo menos él. Pero pronto advirtió que para Fidelio también era un arduo trabajo. Agotado cayó, por lo que volvieron a descansar, para reanudar la excavación el mismo Job.

    El gato les había servido para recuperar algo de aliento y fuerza. Creo que nos comimos al gato en vano, amigo, le dijo a su perro. Estamos en la misma situación, aunque ahora, mucho me temo, que no nos salvamos. Ya no hay gato, amigo.

    Volvieron a acurrucarse y durmieron. El pasadizo del túnel de niebla los comprimía y engullía casi por completo. En el delirar previo a la muerte, medio moribundo, creyó divisar unas siluetas negras desplazándose entre la niebla con una agilidad sorprendente. Deben ser visiones por la falta de oxígeno, por el hambre y la sed, se dijo.

    Notó que a Fidelio le costaba respirar y creyó oír pasos y susurros avanzando. Giró la cabeza en dirección al lugar del que pensaba que venían los ruidos, que era por atrás de donde estaban, y se apartó rápidamente al ver llegar a bueyes que abrían la niebla como si fuera mantequilla. Tras ellos, vacas y ovejas. Eran sus animales.

    Pudo retener a uno de los bueyes y atarle una cuerda. Montó en el buey a Fidelio y él se asió fuertemente al extremo de la cuerda.

    Rompían el Infierno Blanco como nunca. Ganaban terreno y con ello aire y amplitud, pero dudaba si corrían en círculos, o si se dirigían a sur o a norte; aunque esto le daba igual, no había más remedio que dejar la suerte en manos de los bueyes, vacas y ovejas. Algo terrorífico ha debido pasar en el poblado para que los animales anden en desbandada en pleno Infierno Blanco, pero creo que no sabré jamás que les ha ocurrido. El mastín lo miraba de reojo y Job pensaba que el perro entendía lo que hablaba.

    Los animales también acabaron por cansarse y deambulaban ahora con penuria, sin rumbo, uno detrás de otro. Pronto morirán, querido Fidelio, esta maldita masa blanca acabará con todos nosotros. El perro lo miró desde arriba del buey y Job entendió que quería que lo bajara, que ya estaba descansado. Así lo hizo.

    Varias ovejas desfallecían y una yacía muerta. Job la degolló y bebieron otra vez sangre; llenó dos calabazas y comieron la carne cruda. Luego lio los restos de la oveja muerta en una manta y los cargó en el buey, aunque a este tampoco le sobraba energía.

    Los animales continuaban y continuaban día y noche, sin detenerse. Cuando lo hacían era para morir casi al instante. Estaban reventados de caminar, pero no paraban hasta morir. Esto, sin saber el por qué exacto, llenaba de orgullo y de una extraña energía a un Job que se repetía, unas veces en alto, como un loco histérico, otras veces a él mismo, que la muerte de sus queridos animales no sería en vano. Aunque la verdad era que ya apenas permanecían en pie dos bueyes, una vaca y un par de ovejas, las otras se habían quedado atrás, muertas, entre una maldita niebla que los volvía a encerrar como en una tumba inmensa.

    Job y su inseparable amigo recobraron energías y andaban con tanta fortaleza como cuando empezaron; pero los pocos animales que quedaban se pararon en seco. Job pensó que caerían a la vez y morirían en el mismo instante. Pero no fue así. Se adelantó para ver lo que ocurría y se encontró con una pared en vertical. Fue a derecha y a izquierda, pero la pared continuaba. Una extraña pared, se dijo, tan extraña como que se hayan parado los animales y no continúen como hasta ahora lo han hecho, ya sea por izquierda o derecha. Quizás tengan otro sentido, como el perro y el pobre gato, y sepan que este es el final.

    Se sentaron los dos bueyes, la vaca, las dos ovejas, el perro y él, ante el muro vertical. Fidelio, le dijo Job, espérame aquí; voy a escalar esa pared. El perro volvió a lamerle la cara y barbas y se sentó nuevamente.

    Job, frente a la pared, acariciándose las barbas recién chupadas por su amigo, observó que la pared estaba formada por cantos rodados enormes. Por lo largo, cada uno bien podría ser como un caserón del poblado y era imposible escalar por ellos, dado que eran prácticamente lisos; pero entre las uniones había salientes de rocas por donde se hacía posible escalar. No lo pensó y empezó a subir por una de ellas. Si esta pared no me saca del Infierno Blanco, estoy muerto... estamos, querido Fidelio, estamos muertos, porque ahora sí que ya no hay milagro que valga.

    Job escaló durante lo que quedaba de día y toda la noche; y luego todo el día siguiente y toda la noche siguiente; y subía con rapidez, gracias a que entre las enormes rocas se podía aferrar y colocar pies y manos ágil y cómodamente; incluso descansaba sin problemas cuando las fuerzas disminuían.

    De pronto se ilusionó. La sensación de que le costaba menos perforar el Infierno Blanco mientras subía no era un sueño, sino realidad. Estaba menos compacta esa maldita niebla que caía bajo él; esa maldita niebla que volvía a llenar el túnel que iba abriendo.

    Siguió y siguió y la niebla era cada vez más débil y cada vez con más luz y más, mucho más clara, casi como la de los días normales de la estación del buen tiempo de su poblado.

    Y de pronto, escarbó un trozo de Infierno Blanco y las manos salieron al aire, en libertad; y luego la cabeza y el cuerpo entero; y le dio la luz y el calor de pleno, y vio al sol y a las nubes y al día en todo su apogeo; y volvió a salir del pecho y de los ojos esa fuerza de antes, pero esta vez lo hizo de otra forma. Eran las mismas lágrimas y la misma fuerza saliendo por ojos y garganta; pero la sensación que dejaban al salir no era, ni mucho menos, la misma que cuando murió Eva, ni que cuando mató a Paco. Esta era muy diferente.

    No le había dado tiempo a pensar en el Infierno Blanco, en mirar su amplitud, cómo era, dónde empezaba y acababa.

    Respiró hondo el aire limpio y se restregó los ojos, luego miró al horizonte y no logró ver el final ni el principio del Infierno Blanco. Este lo cubría todo. Miró para arriba y tampoco estaba el final de la pared que escalaba. Se sintió desesperado. Había logrado salir, pero no le servía de nada, porque no había salida, solo esa pared que parecía subir hasta el infinito, o hasta el cielo; pero seguro que era una suposición, porque también acabaría la pared, y sería una inmensa montaña en mitad del Infierno Blanco; una montaña enorme, infinita, inmensa, sí, pero nada más. El Infierno Blanco no tenía salida, no se salía de él; solo la llegada del buen tiempo lo derrotaría.

    Estaba tan afligido que se sentó en un saliente y apoyó la espalda contra la pared; pero cayó, porque a su espalda no había pared. Se giró y miró para atrás, a los lados y para arriba: una gigantesca gruta se abría en la pared y salía una luz de ella, una extraña luz que no era como la del sol, ni como la de la luna, ni como la de las estrellas; esta era diferente porque estaba anocheciendo y no se iba como la luz del sol; pero alumbraba tanto, o más que ella, aunque no calentaba tanto.

    Job caminaba hacia esa nueva luz por una llanura gigantesca. Se adentraba en la gruta, libre, sin niebla que excavar, sin suelo helado. A sus espaldas: la noche del Infierno Blanco; delante de él: una luz potentísima que iluminaba todo su enfrente, toda la inmensa caverna.






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    Job avanzaba por la inmensa planicie, donde se encontraba de vez en cuando con grandes rocas muy separadas entre sí. Pensaba en su perro, aunque no temía por él; en caso de necesidad se alimentaría de las vacas, del buey y de las ovejas que murieran; confiaba en que sabría volver al poblado, o buscarse la vida. Quizás... quizás no, seguro que tenía más probabilidades de sobrevivir que él. Mientras meditaba en esto no se había dado cuenta que no hacía frío, más bien lo contrario. Miró atrás y vio la noche del Infierno Blanco; pero en esa llanura no penetraba su helor.

    Poco a poco se dibujaban en sus ojos algunas siluetas de las de adentro de la caverna, pero eran extrañas, enormes, con formas que creía reconocer, aunque le era imposible concretar imagen alguna al no poder abarcarlas por completo. Juraría que el calor provenía del fuego, por el olor inconfundible que emana de la leña al arder; pero no había humo ninguno. Alzó la vista y se dio cuenta de dónde surgía la luz: de arriba, de muy alto, pero no tanto como el sol.

    De repente, mientras escrutaba la gruta, se halló ante una pendiente que acababa en un precipicio del que no notaba final alguno. Intuía, sí, muy abajo, una tierra del color de la madera, lisa, totalmente lisa.

    Una especie de araña, como de diez mamuts de grande, caminaba hacía él. Se quedó paralizado, aterrorizado. Ese gigantesco animal llevaba una velocidad endiablada, balanceando levemente su grueso cuerpo e hincando las patas de aguja en una tierra que se abría inevitable ante ellas. Una pequeña cabeza, para tan enorme ser, miraba de un lado a otro la tierra. Está buscando comida, se tartamudeó Job.

    El brutal animal le pasó por encima, pero ni se molestó en Job, es como si no existiera Job. Se marchó. La tensión hizo que Job gritara: ¡Gracias, señor! Luego se sentó, temblando. Pero al momento oyó una voz a sus espaldas.

    —El señor no ha tenido nada que ver. Ese bicho, sencillamente, no te ha visto.

    —¿Es que es ciego...? —Job se giró y vio a una mujer desnuda. Pelirroja y muy bella, casi de su misma altura— ¿Eres una ninfa, la oréade de esta gruta..? —preguntó, tartamudeando todavía.

    —No sé si es ciego; la verdad, nunca he querido averiguar si los ácaros son ciegos o no. No me importan mucho.

    La mujer caminada alrededor de Job mientras musitaba:

    —Y no, no soy la ninfa ni la oréade de esta gruta; ni sé lo que es eso de ninfa. Soy un pensamiento, como tú.

    —¿Un pensamiento...? —repitió Job, mientras se deleitaba con las curvas y senos de la mujer.

    —Sí, un pensamiento, un sueño, un deseo... Eso es lo que eres.

    —Eso es una estupidez. Yo sufro, y siento dolor si me rompo un hueso, o si me pincho con una espina... Mis deseos, pensamientos y sueños no padecen ni sufren, ni huelen, ni se queman... —Job parecía hablarle más a los pechos y a la entrepierna que a los oídos de la mujer.

    —¿Estás seguro de lo que dices...?; yo creo que no. Y si no, recuerda tus sueños profundos, a tus deseos verdaderos, a tus pensamientos más queridos; ¿a caso no sufren y lloran y aman y viven y mueren?


    Job permaneció en silencio, mirando el suelo, intentando hallar una respuesta.


    —Y si soy un sueño, o pensamiento o deseo... ¿de quién? ¿Tuyo?

    —Caliente, caliente... Pero no. De la mujer sobre la que caminas.

    —No veo ninguna mujer, y jamás caminaría sobre una mujer —contestó, aún dudando.

    —No la ves, no puedes verla entera, es demasiado grande y tú demasiado pequeño, como yo —se rió y bailó alrededor de Job—. Y que sepas que ya has caminado sobre una mujer... ¡Bueno, mejor dicho!, te han hecho caminar sobre... —iba a decir sobre la tumba de una mujer, pero prefirió decir—: ya te han hecho caminar sobre una mujer.

    —¡Estás loca, como una cabra, beeeee! ¡Solo hay que verte, andando por la vida desnuda! —Job se había ofendido porque entendió la indirecta.

    —Mira las formas gigantescas que rodean a esta habitación, o a esta gruta, como la llamas tú. Si las abarcaras por completo sabrías que son estanterías, y una silla, y una mesa, y una cama, y una mesita de noche, y una ventana, y la luz del techo... una lámpara; aunque claro, tú eres un sueño pueblerino y cateto que no sabe que existe la luz eléctrica.

    La mujer desnuda continuaba danzando alrededor de Job, tatareaba canciones y soplaba cariñosamente a los oídos de un Job que seguía con su cuerpo y ojos las vueltas de la mujer de ensueño.

    —Pero tú eres especial, como yo —la mujer se detuvo, le besó la boca agarrando las dos mejillas y continuó danzando y hablando a su alrededor—. Sí, eres muyyyyy especial. Has logrado salir del cerebro y te has hecho... podríamos llamarlo.... quizás... te has hecho casi realidad. ¡Un deseo hecho realidad!, ¿no te suena?; ¡un sueño hecho realidad!, ¿no te suena? Sí, sí te suena y lo sabes, y sabes que en tu poblado no te espera nada... a no ser —la mujer se volvió a parar y a besarlo—, a no ser que vayamos juntos. Nos llevaremos a Fidelio y al buey, si está vivo, y alguna vaca u oveja también. ¡Nos llevaremos a todos!

    —¿Cómo sabes el nombre de mi perro, y lo de los animales, y lo de que no me queda nada en el poblado? —preguntó atropelladamente Job, confuso y encantado por los besos y el roce con tan bella mujer desnuda.

    —Porque yo lo sé todo, amor mío. Porque yo soy también un deseo, un sueño, un pensamiento de la misma mujer que te ha creado a ti. Soy ella, un sueño de ella, un deseo de ella; unos pensamientos un poco golfos, por cierto —y tornó a reír y a danzar y a besar a un Job que se alegraba y reía y danzaba dentro del círculo que le trazaba la mujer.

    —Pero no podremos volver al poblado, está el Infierno Blanco —dijo preocupado Job, maldiciéndose por haberlo olvidado.

    —Sí podemos volver al poblado. Mañana mismo, nuestra creadora, limpiará la nieve del jardín y allí habrá uno; o podemos volver por donde viniste, introduciéndonos otra vez en la cabeza y llegaremos igualmente; o ir a cualquier lugar que queramos. ¡Sueña, Job, sueña!, que eso es lo que te ha hecho casi realidad, y cuanto más sueñes, más realidad serás.






    Fin de la obra. Muchas gracias por leer.
     
    #3
    Última modificación: 15 de Diciembre de 2013
  4. marea nueva

    marea nueva Poeta veterano en el portal

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    Ese es el secreto? Soñar y anhelar ranto hasta bolverse realidad? Vaya imaginación Sr Evano , la III parte un final que me sorprendio , ahhh y la peliroja es tu sueño-pensamiento? Jiji me encantó leerte Sr evano pensador- soñador, un abrazito bien pensado!


    Nota: regrese a leer este escrito y espero el final de l otro
     
    #4
  5. Birbiloke

    Birbiloke Poeta adicto al portal

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    15 de Mayo de 2013
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    He disfrutado de lo lindo con tu cuento invernal. Un relato fantástico donde disfrutar con su lectura y sentir su atmósfera gélida casi hasta el final.Los celos, la traición de la amistad, el arte de sobrevivir con la penuria de la injusticia y los elementos en contra, el amor fatídico del destino.Lo del gato ya no me gustó tanto, me parece una muerte muy perruna, pero real como la vida misma. Muchos corrieron su peor suerte en las hambrunas de la guerra civil española. Y el final una vuelta de tuerca donde los sueños cristalizan. Un abrazo por tu imaginación generosa digna de disfrutarse con su lectura.
     
    #5
  6. Évano

    Évano ¿Esperanza? Quizá si la buscas.

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    Creo que sí, señora Ethel, que el secreto está en soñar, porque si no seríamos una vaca, o un lobo jajjajaja Y la pelirroja es un sueño más, pero más bien un homenaje a las pelirrojas y pelirrojos, que siempre han sido perseguidos. ¿Sabe que en la edad media les quemaban los cabellos porque pensaban que venían del infierno? jajajaja... ¡Qué mundo este! Un montón de abrazos, Ethel, y que sepa que el que me queda en construcción no tiene fin (por lo menos hasta que me muera, ya que es biografía jajajajja).
     
    #6
  7. Évano

    Évano ¿Esperanza? Quizá si la buscas.

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    Muchísimas gracias, Birbiloke, por leer esta prosa que me ha costado tres días escribir; por ello se agradece de corazón que alguien te lea, y más si ha entendido tan bien como usted el relato. Creo que sin querer, cuando escribimos (ya sea bien o mal) aflora lo que uno mismo lleva dentro, o le ha sucedido, incluso lo del pobre gato, ya que en la aldea donde paso medio año los gatos mueren como moscas, y se los comían en la guerra, como bien dice, e incluso después también, como broma de los mozos. Un fuerte abrazo y reitero mi gratitud.
     
    #7
  8. Samuel17993

    Samuel17993 Poeta que considera el portal su segunda casa

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    :D Cuidado, Évano, es vayamos.

    Muy interesante. Haces muy cercano ese mundo pos-apocalíptico que diría que podría ser la escena de un pueblo en estos largos invernos jeje. Bello y horrible, como una flor que se marchita en el invierno. Muy simbólico el nombre de Eva: ¿quizás las mujeres en Castilla (y León -ya sabe cómo somos éstos de al lado, de Vardulia XD-) sean las más perjudicadas en esta vida machista y dura? También el de Job. No recuerdo ahora mismo de catequesis a este hombre, pero tenía fama de trabajador y honrado; más de una vez mi madre grita tener más paciencia que él jaja. Es el santo de las mujeres, debe ser :D.
    Lo que más me ha gustado es esa sencillez hacia con ese mundo destrozado. Es como es ése mundo, resignación al caos, a la destrucción, a la muerte... Espero leerme más de este tu relato estos días. Ya sabe, a mi ritmo pero con la maña de un relojero jeje.
    Un saludo de Samuel. Y mi rep.
     
    #8
  9. Évano

    Évano ¿Esperanza? Quizá si la buscas.

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    Muchas gracias, señor Samuel, por la corrección, lo corregiré cuando vuelva de Fuerteventura, que ahora ando con la tablet. Un abraxo, amigo.
     
    #9
  10. Ligia Calderón Romero

    Ligia Calderón Romero Moderadora foro: Una imagen, un poema Miembro del Equipo Moderadores

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    Prometo volver por los siguientes capítulos,
    incomparable tu forma de narrar
    siempre sorpresivo, no me esperaba
    ese cierre del primer acto...
    Regreso,

    ligiA
     
    #10
  11. Ligia Calderón Romero

    Ligia Calderón Romero Moderadora foro: Una imagen, un poema Miembro del Equipo Moderadores

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    Señor Evano! regresé por las dos últimas partes y me sorprendió cada una por igual, siempre tiene usted la manía de reservar la sorpresa para el final, jajaja y yo lo felicito por eso porque da siempre un vuelco sorprendente que hace de sus cuentos una excelente lectura.

    Encantada de pasar por su invierno. fantástico el relato,

    mi abrazo y admiración siempre,

    ligiA
     
    #11
  12. Samuel17993

    Samuel17993 Poeta que considera el portal su segunda casa

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    de no ser por el trágico momento
    Impresionante este capítulo. Simplemente impresionante. Me ha encantado. Me ha dejado con intriga. Aunque ya acabaré el relato el otro día, me está gustando mucho. Me recuerda a la película "La Carretera", que se basa en un libro que casualmente me compré hace poco :p...
    Sigue así, Évano.
    Un saludete de Samuel.
     
    #12
  13. Évano

    Évano ¿Esperanza? Quizá si la buscas.

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    Muchas gracias Ligia, mi ojo mágico, y perdona no contestre mrjor ni comente más, pero es que ando po las canarias y con tablet, que es muy dificultoso. Un millón de abrazos.
     
    #13
    Última modificación: 22 de Enero de 2014
  14. Samuel17993

    Samuel17993 Poeta que considera el portal su segunda casa

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    Acaso

    Un final muy... extraño. Muy tuyo por otro lado, surrealista. Me sonó ex abrupto. Pero no está mal jaja.

    Un saludete de Samuel.
     
    #14
  15. Évano

    Évano ¿Esperanza? Quizá si la buscas.

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    Como siempre tiene usted raxón, don Samuel, no puedo evitar el surrealismo, o andar caminos ectraños. Un fuerte abraxo, amigo, pronto podré leer y comentar en condiciones. Muchas graciad por su valioso tiempo.
     
    #15
  16. Ro.Bass

    Ro.Bass Guau-Guau

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    Espero que si algún día cierran este portal, avisen con tiempo, así me imprimo tus relatos y los encuaderno!
    Como tus ocurrencias no hay Évano... Son una ensalada de creatividad, locura, humor y mensajes profundos.
    ¡¡Soy fans de tus relatos!! jaja
    Creo que soñar es una forma inconsciente que por instinto usamos, sin saber usar, buscando co-crear nuestra realidad.
    Soñar y ensoñar, demasiado más importantes de lo que se cree.

    No quería irme sin terminarlo.

    Te dejo mis aplausos.

    Abrazo
     
    #16
  17. Évano

    Évano ¿Esperanza? Quizá si la buscas.

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    Muchas gracias, Ro, es usted tan buena persona o más que una monja jajaja... Esto demuestra que para ser santa no hace falta hábito ninguno. Como al señor Villa, mi única recompensa es que me lean personas como usted, aunque a mí me falta alguien que me invite a tequila y tabaco jajaja... Un fuerte abrazo amiga.
     
    #17

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