El mordedor de cucharas-.

Prefiero el ruido de las fábricas

antes que el murmullo ausente del agua.

Me aburren los sitios sofisticados igual

que las obsoletas praderas contaminadas de elefantes.

Es por eso que no soy cristiano ni aborigen,

sólo un eterno Prometeo de origen hermético.

Me gusta andar suave por la brisa

y pisar la yerba descalzo, y caminar

por los senderos del barro con amplias

orejeras de burro poseso.

Las brisas acariciadoras me estremecen

tanto, o más, que los lame-botas que articulan

palabra cada vez que el amo les reserva una limosna.

Soy sencillo y también lo contrario, aunque

siempre guardo un durazno para mi entierro.

Soy amarillo por dentro y guarda forestal

en el destierro, me gusta conversar con las llamas

que originan los incendios.

Soy anti fanático, no me gusta desbordarme

ni en las bodas de mis hermanos.

De tanto sacudirme las polillas del espíritu

acabé por acobardarme y suicidarme

dentro de un frasco de colonia.

Y así, hasta cien-.



©

 

Yo he probado el agua de colonia. Sabe muy fuerte.
Creo que así son los puñetazos de Mike Tyson.





Comparo dos sentidos: Gusto y tacto.


Pero no hay nada comparable a parar con la barriga, una ola de un metro de alta.
En el rompeolas de una playa, de rodillas.


Otros prefieren las olas de tres metros, para disfrutar de generosas sacudidas apabullantes.