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El Paciente, el Doctor, el Amigo y la Mujer

Tema en 'Prosa: Cómicos' comenzado por Christian Jiménez, 25 de Enero de 2016. Respuestas: 0 | Visitas: 973

  1. Christian Jiménez

    Christian Jiménez Poeta recién llegado

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    23 de Octubre de 2015
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    Hombre
    Alan McCafferty estaba echado en el diván de ese color salmón que tanto le desagradaba. La verdad es que toda la habitación donde su psicoanalista, el Dr. Albert Costello, le atendía—que a pesar de su apellido se trataba de un hombre bastante serio—le desagradaba. Tan llena de muebles, papeles encima de la mesa, libros y libros y más libros de psicología, filosofía y psicología filosófica, apilados encima de la estantería.

    No aguanto esta habitación”, pensaba él mirando a todos lados representándose en su mente miles de imágenes de su día a día mientras su observador le hablaba.
    Todos esos malditos libros ya me empiezan a marear. Estoy hasta las narices de ver en las estanterías siempre los mismos libros…de Fechner, Watson, Husserl. Santo Dios, este tío hasta tiene de Adler y Jung…muy separados de los de Freud, por lo que veo.
    Por Dios, esto ya me está pareciendo una verdadera tontería. Yo no sé para qué sigo viniendo al psicoanalista si no tengo ningún progreso. No avanzo…¡estoy totalmente quieto!, y eso que no me dedico a la política.
    Cuando creo que mi vida tiene sentido y, de repente, me pongo a pensar en ella, me vuelvo a desmoralizar. Por la tontería más mínima ya me vuelven las ganas de analizar mentalmente todas las posibilidades que me llevan a ser el más desgraciado e infeliz individuo que existe.
    Y eso no es precisamente lo que opinan mis amigos, ni tampoco es que sea un tipo que desprecie la vida; no me paso los días gimoteando por los rincones ni soy como uno de esos viejos babosos que, recién llegados de comprar en la pescadería y con una bolsa llena de sardinas en el brazo, entran en una cafetería y se ponen a criticar el estado actual en el que se encuentra la sociedad o lo verdaderamente inmoral que significa seguir las doctrinas del movimiento religioso ecuménico.
    Tengo un buen trabajo. Sí, es un trabajo que me gusta. Soy escritor y me gusta mucho el teatro. Principalmente escribo y dirijo junto a mi compañero Carl, que es un loco del cine, sobretodo del cine cómico clásico. No hay una tarde en la que no esté metido en alguna vieja sala de proyección viendo películas de Buster Keaton, los hermanos Marx, Laurel y Hardy o alguna que otra de Chaplin
    ”.

    —¿Y qué tal marcha su relación con respecto a las mujeres?—preguntó Costello a Alan de repente.

    —Bueno…no se puede decir que siga teniendo mucha suerte.

    No, la verdad es que, con respecto a las mujeres, no se puede decir que tenga mucha suerte. Hace poco salí con una chica que me presentaron Carl y mi amiga Wendy.
    A simple vista me pareció interesante; Alison, creo recordar. Sí, me pareció guapa, simpática, divertida, inteligente, y había estado estudiando metafísica y ética nada menos que en Oxford.
    Pero resulta que, una noche, cuando llegamos a su casa, al segundo día de habernos conocido, me confesó ser una estricta seguidora de Nietzsche, Bentham y Gandhi, y estaba…totalmente dispuesta a hacer el amor conmigo para luego suicidarse
    ”.

    —Yo…habría aceptado sin poner excusas—prosiguió Alan con mordacidad—. Lo que pasa es que, a los diez minutos, apareció el marido de Alison, y eso…dificultó la relación que pretendíamos tener aquella noche.

    —¿El marido?—preguntó Costello un tanto extrañado.

    —Pues sí. Era, era un…un guardia de seguridad del “night-club” “Wynnston”. Es curioso, creí que podría haber sido un profesor, o el dueño de alguna librería, pero me sorprendí bastante.

    —¿Cómo era?

    —¿Qué?

    —¿Que cómo era?, ¿qué aspecto tenía?

    —Oh…pues…¿recuerda a Rocky Marciano en sus mejores años?

    —Sí, claro.

    —Algo más o menos igual.

    —¿Y cómo hizo para evadirse de esa situación?

    —¿Qué cómo lo hice? Pues verá, le conté que era el terapeuta de pareja de Alison, y que estábamos en mitad de una sesión intensiva.

    —¿Y qué ocurrió?

    —¿Usted qué cree?…le dije que me dejara trabajar, se disculpó, se fue y me quedé a solas con ella.

    —Vaya. Me cuesta creerlo—dijo el doctor, sonriendo.

    Pues sí. Mi relación con las mujeres no ha ido nunca del todo bien. Yo acostumbraba a sentirme atraído por aquellas que defendían ciertos ideales, por aquellas que pensaban y que decían cosas interesantes.
    Eso tampoco quiere decir que no me gustaran las chicas explosivas. ¿Por qué no?, yo disfruto con un miembro del sexo opuesto bien proporcionado. Así es como nos creó Dios, y no soy nadie para oponerme a su celestial concepto.
    Muchos filósofos dualistas afirman que existen dos realidades independientes en el ser humano: la del cuerpo y la del alma. Pero, de hecho, mi modelo de mujer perfecta sería la que combinase las dos partes: una mente como la de Gayle Delaney y un físico como el de Traci Lords.
    Lo que pasa es que eso no ocurre en el mundo real. Las mujeres no llegan a ser nunca como un hombre se las imagina. Y en la mayoría de los casos, cuando resultan serlo, ya te han quitado la casa, el coche, la televisión y la novela romántica que ella te regaló las primeras tres semanas de relación.
    Lo sé porque yo he estado casado, dos veces. Y, después de la circuncisión, creo que no hay nada más insoportable.
    No es que no haya disfrutado con las dos mujeres con las que estuve, sino que, cuando llegó el momento del matrimonio, las cosas siempre se acababan torciendo
    ”.

    ---------------------------------------------------------------------------

    Ya alcanzaban a dar la una menos cuarto. Alan había estado preparando la comida junto a su esposa Kelly. Vivían en una zona residencial de la ciudad de San Francisco; a Alan no le gustaba en absoluto, pero lo soportaba con resignación.
    Él salía de la cocina mientras ella se dedicaba a colocar los platos y cubiertos. Era rubia, de pelo largo y ondulado, alta, bien plantada y con unos bonitos ojos azules.
    Tenían lista una ensalada y un plato de tallarines, con salchichas, champiñones y salsa de menta por encima. Kelly se ensimismó un segundo mientras veía las noticias en la televisión.

    —Cariño, ¿podrías apartarte?—pidió Alan.

    —Sí.

    Después de dejar la comida, observó a su mujer, abstraída: —¿En qué piensas?

    —¿Es que no estás viendo la tele? Se ha desatado un conflicto internacional entre Inglaterra y Argentina. La “Guerra de las Malvinas”, lo llaman los periódicos.

    —Cielo, tengo por costumbre no mezclarme jamás en asuntos de guerra o política. Toma—le pasó el plato de la ensalada.

    —Gracias.

    Los dos comenzaron a comer mientras continuaban las noticias.

    —Pues a mí—continuó Kelly—la política me parece un tema fascinante, interesante y lleno de complejidad.

    —Es justo lo que yo pensaba de la sexología cuando tenía doce años—escarneció Alan.

    Kelly sonrió: —No seas idiota—miró de nuevo el televisor, pero siguió con la conversación—. ¿A ti nunca te ha interesado otro tema que no fuese el teatro o el cine?

    —Pero…¿cómo te atreves a decir eso?—devolvió él con cierto aire de asombro y burla juntos— ¿Acaso no sabes que soy un entusiasta de la filosofía y la psicología?

    —Sí, pero tú siempre estás hablando de lo mismo.

    —¿Cómo que estoy hablando de…

    —Sí. Sólo sabes ponerte de acuerdo con Schopenhauer, Nietzsche o las teorías fatalistas—interrumpió ella de nuevo alzando la voz.

    —Porque plantean cuestiones que me resultan importantes. ¿Qué tiene de malo pensar que existe un destino del que no podemos escapar, hagamos lo que hagamos? Por ejemplo, eres heterosexual y dices que quieres estudiar para llegar a ser médico…pero hay un gen recesivo en tu cuerpo que te convierte en asexual y te haces abogado—explicó Alan mientras seguía comiendo tranquilamente.

    —¿¡Y dónde está la lógica!?

    —Ah…pues—balbuceaba intentando explicarse—…no…¿no te parece interesante que a algunas personas se le hayan ocurrido esos pensamientos, incluso antes de que Reagan fuese presidente?

    —Más o menos es lo que yo creo de la política—zanjó Kelly.

    —Bueno, estamos hablando de pensamientos. No creo que esa palabra exista en sus diccionarios. En fin, la…la vocación de cualquier político es hacer de cada solución un problema—zahirió.

    —Alan…no puedes criticar por criticar.

    —Y no lo hago. ¿Por qué me tengo que preocupar de los planes de gobierno de esos tíos si se supone que tienen que mejorar mi calidad de vida y no lo hacen?

    —Algunos lo intentan.

    —Sí, pero acaban poniendo alguna excusa.

    Kelly se dio por vencida, resoplando, mirando a la televisión de nuevo con la cabeza apoyada en la mano derecha. Alan vio esto y se disgustó bastante: —Oye, por…¿por qué tenemos que ponernos a discutir ahora?, y de política, nada menos. Mira, si decides presentarte para alcaldesa de San Francisco yo te votaré, sin duda, y hasta te organizaré la campaña.

    —Ya no es sólo eso, Alan. Es que—el tono de voz de Kelly sonaba muy apagado—…creo que todo lo que yo aprecio o estimo lo intentas criticar y poner en duda.

    —¿Pero qué dices?—Alan, por su parte, se tornó más benigno, y se levantó para situarse al lado de su mujer, poniéndose de rodillas— Escucha, cariño—le besó la mano—, decidas lo que decidas, y siempre que no peligre mi estado de salud, yo te daré mi aprobación. Tendrás mi apoyo para siempre, ¿te vale con eso?

    —¿Lo dices en serio?

    —Bueno, es una de las frases que tuvimos que decir al reverendo el día de nuestra boda. Pues claro que lo digo en serio—bromeó para relajar la tensión, lo que le hizo arrancar una bonita sonrisa a Kelly.

    —Oh, Alan…¿de verdad?—se acercó para besarle.

    —¿No lo crees?

    Los dos se besaron tiernamente durante unos segundos.

    —Creo que me llevaría unos dos días—soltó él de improvisto.

    —¿El qué?

    —Preparar tu campaña. Eso sí, tendrás que hacer frente a un montón de adversarios izquierdistas—burló de nuevo.

    Sonriendo, y olvidando los problemas, prosiguieron con la suculenta comida sin muchas más preocupaciones…

    De noche, alrededor de las once menos cinco, los dos estaban intentando hacer el amor, pero Kelly parecía realmente no estar allí, a pesar de que Alan hacía todo lo posible para que ella se sintiera satisfecha. No obstante, la chica parecía no hallarse en aquel lugar con él.

    —Cariño, ¿qué te ocurre?—preguntó Alan preocupado.

    —No lo sé. Me encuentro un tanto extraña—admitió desanimada.

    —¿Por qué?, ¿es por culpa mía? ¿No te ha gustado eso…eso que te hecho en el cuello…no…—balbuceaba.

    —No, no lo creo…

    —Porque sabes que antes te gustaba…

    —No. No es una cuestión de gustos o de antes y después. Es que…no…no me encuentro bien.

    —¿Estás enferma?

    —No, no estoy enferma…no lo sé.

    —He notado que te empezabas a mover como automáticamente, como si lo hicieras de manera maquinal.

    —Sí, pero yo…no.

    —Oye, ya sé que hemos estado un poco agobiados porque es nuestro primer mes de convivencia, pero…nosotros…en fin, los dos lo queríamos.

    Ambos comenzaron a intentar dar algún razonamiento lógico, pero ninguno se aclaraba lo suficiente. Mientras, con la luz encendida, Kelly cogió el paquete de cigarrillos que tenía en la mesita al lado de la cama y se encendió uno.
    Se lo ofreció a Alan, pero lo rechazó.
    De repente, tras un momento, Alan se imaginó una visión extravagante e inverosímil en su habitación. Justo enfrente de la cama, se le apareció la imagen de su amigo Carl. Alan ya sufría desde hacía algún tiempo ese tipo de alucinaciones, pero no eran peligrosas.
    Carl era un tipo alto, moreno, de pelo rizado y un aspecto espigado. Iba “vestido” con un traje color crema y un sombrero clásicos. Parecía un gangster recién salido de una película de Coppola.

    —¿Qué tal, amigo?—le preguntó.

    —Yo bien, pero no entiendo lo que le pasa a Kelly—respondió Alan normalmente quedando su mujer relegada a un segundo plano.

    —Pues está muy claro, Alan: la has descuidado, y no te preocupas realmente por sus opiniones.

    —¿Qué quiere decir que no me preocupo?…yo…

    —Quiero decir que, en el fondo, siempre has considerado más tus propias decisiones que las suyas, haciéndola sentir incómoda, causándole inseguridad. Una inseguridad que te ha hecho despertar inseguridad.

    —¿Pero de qué tonterías estás hablando?—dijo levantándose y acercándose a la visión de Carl, mientras él se encendía un cigarro, de un paquete que había sacado del interior de su chaqueta— ¿Cuándo he tenido yo inseguridad?

    —¿Lo ves?—devolvió Carl— Ese es tu problema; al fin y al cabo sólo te preocupas por lo que tú sientes. ¿Cómo si no te explicas ese fracaso que tuviste con Kelly?

    Alan se quedó meditando en silencio, apoyado en el extremo del somier. La oscuridad de la habitación le hizo fijarse necesariamente en todos los objetos que allí había: el cuadro de “Melancolía” de Fetti, en la pared, encima de su cama; las dos mesas de noche a los extremos, un aparador con un televisor pequeño; detrás de él se encontraba un gran armario-ropero, y, enfrente, el camastro donde estaba Kelly, sentada, apoyada contra la pared, con la mirada perdida.

    —Es cierto—se dijo Alan para sí mismo—, nunca supe valorarla como se merecía.

    —Sí, es cierto…y, ya que estoy aquí, tengo que hacerte una consulta—se entrometió Carl.

    —¿Sobre qué?

    Sacó un puñado de folios del interior de su chaqueta y empezó a ojearlos: —Sobre el ensayo de la obra que tenemos mañana, quería saber sí…

    —Oh, vamos. Acabo de darme cuenta de que mi matrimonio va a romperse y tú preguntándome por la obra de mañana—se quejó Alan—. Además, mañana es domingo, no pienso levantarme para…

    —Venga, Alan, despierta. Estás soñando—dijo Carl, silenciando a su amigo—.Esto es sólo una ilusión. Hace relativamente poco que llegaste del psicólogo, y estás soñando con la ruptura de tu primer matrimonio, yo diría que es normal. Bueno, quería…

    —Sí, es prácticamente normal—se entrometió también en la escena la visión del psicólogo de Alan, el Dr. Costello—. Los acontecimientos más próximos de su presente han hecho evocar en su memoria profundos recuerdos del pasado, y lo está analizando, desde un enfoque totalmente realista, para intentar reparar algún percance que tendrá en el futuro—explicó detenidamente.

    —Oiga…¿y usted cómo ha entrado aquí?—se exaltó Alan.

    —Gracias a su gran capacidad de reminiscencia, muchacho—se acercó a él y le rodeó con el brazo—.Todo esto que ve es una representación irreal de los objetos que se encuentran en la realidad a partir de la información que le han dado sus propias retentivas captada por sus sentidos…¿lo ha entendido, hijo?

    Alan, que había intentado comprender lo que Costello le había explicado, y mientras estaba masajeándose las sienes, sólo preguntó: —¿Le importaría repetírmelo un poco más despacio?

    —…Necesita encontrar pronto a una mujer—concluyó dándole una palmada en el hombro.

    —Sí, desde luego—se metió Carl.

    —Eh, un momento…haber…¿me estáis dando consejos para ligar, vosotros dos? ¿Un psiquiatra viudo que está rozando los sesenta y un obsesionado de Harol Lloyd que perdió la virginidad con su prima en las bodas de platino de su abuela?—refunfuñó, bastante irritado.

    —Eh, a nosotros no nos metas—contradijo Carl.

    —¿¡Qué…que no os meta!? ¿Y sois los que habéis violado la intimidad de mi habitación?

    —Esta no es su habitación, Alan. Ahora mismo está echado en su cama, en el apartamento que usted tiene en Manhattan, en 1.989.

    —Ya te dije que esto no era más que un sueño—terminó Carl.

    —¿¡Un sueño!? Más bien parece un “sketch” del programa de los Monty Python.

    —Con lo que te estaba diciendo, Alan—volvió a acercársele Carl con los papeles del trabajo—, no sé si deberíamos ensayar otra vez la escena de…del salón, cuando…haber…cuando Annie se reencuentra con Mary.

    —Por Dios, esa escena es vital para la obra, y todo tiene que salir perfecto—interrumpió rabioso—. Son diálogos muy largos.

    —¿Y por qué?…había pensado…¿por qué no metemos el “flashback” con la discusión de Annie con Michael justo antes de esa escena?

    —Michael ya se ha enterado del lío que tiene Mary con Charlie. Al público le despistaría esa representación.

    Costello, que había estado al lado de ellos, escuchando todo el rato, se metió también: —No sabía que Charlie estuviese liado con Annie.

    —No, no, verá—dijo Alan—. Mary era la mujer de Charlie, que, sin que ella lo supiera, tenía una aventura con Stephanie, que era la hermana de Annie. Ella, a su vez, estaba enamorada del tío de Charlie, Dustin, que estaba casado con Mina, que mantenía relacionas sexuales incestuosas con el primo de su marido, Woody, y que, al mismo tiempo, sentía un amor platónico por Mary; ella ya lo sabía, pero nunca se lo había dicho, porque tenía una amiga, René, a la que le gustaba Woody y que mantenía relaciones anímicas con el cuñado de Mina, Thomas. La mujer de Thomas se enteró de esto y, como venganza, sostuvo un furtivo noviazgo con Dustin…¿comprende lo que le he dicho?

    Tras la larga narración de Alan, Costello no pudo más que preguntar: —¿Me lo podría volver a repetir?

    —…Tiene que olvidarse ya de su difunta y buscarse a otra mujer—burló con escarnio—. Últimamente hay muchas jovencitas deprimidas que pasan por su consulta. Aproveche la situación y benefíciese con alguna antes de que sea demasiado tarde.

    —Sí, dicen que lo mejor que hay para un psicólogo, para aliviar la desmoralización de uno de sus pacientes, es tener relaciones sexuales con él—se metió Carl—. Por supuesto, siempre, en los casos femeninos.

    —Pero no puedo. Hace poco que a mi madre le entró una crisis de nerviosismo, y tenemos que estar cuidándola…—admitió, desanimado, Costello.

    —¿¡Su madre!?—se exaltó Alan— Dios mío, ¿cuántos años debe tener?

    —No te pases, Alan—reconvino Carl.

    —¡No me paso, soy realista! Cuanto más cuanto menos, tuvo que hacer la EGB con Paul Flory.

    —No creo que esa sea una obra de teatro adecuada—soltó Costello, que había estado observando durante un rato a Carl.

    —¿De qué está hablando?—intervino él con un tono un tanto iracundo. Que criticasen sus trabajos era lo que más detestaba.

    —El argumento es vulgar, inextricable, sacado de contexto y totalmente fuera de la realidad.

    En un momento, Carl y Costello comenzaron a discutir elevando la voz más de lo normal, e impidiendo que Alan pudiese hablar.

    —Un momento…venga, chicos, que vamos a despertar a los vecinos—dijo por fin, poniéndose entremedio de los dos.
     
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