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El reflejo del castillo (Romance completo y corregido)

Tema en 'Clásica no competitiva (sin premios)' comenzado por Julio Viyerio, 22 de Enero de 2015. Respuestas: 15 | Visitas: 744

  1. Julio Viyerio

    Julio Viyerio Poeta recién llegado

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    Hombre
    Labra el cincel intangible
    al firmamento obsidiano
    y desprende las astillas
    diamantinas de los astros.

    Del homenaje la torre
    cuyas almenas tallaron
    con alisado remate
    y cüadriformes trazos;
    entre dos de esas almenas
    de pie el viejo solitario,
    impasible se proyecta
    cual digno busto de mármol.

    De la delgada gorguera
    al jubón apretujado,
    barbilla canosa inyecta
    su rostro solemne y pálido.

    Audaz, ocurrente estrella
    precipitándose en arco,
    imprime aragona flecha
    bajo el cuartel castellano.
    Denso bosque en el poniente,
    sobre el espejo acüático
    destila al castillo estricto
    en yelmo pétreo y opaco.

    Se complace el gentilhombre
    con el céfiro de mayo.

    Rayo lunar lo seduce
    con esotérico encanto
    y le baja su corona
    de laureles de alabastro.
    Envuelto en sedas de brisas
    arría el viejo sus párpados
    y en nao brumosa surca
    las sombras de los peñascos.

    La marea de su mente
    ya bajamar del pasado
    deja emerger los recuerdos
    de hazañas fieras de antaño.
    En la morisca Granada
    sirvió a su reina el vasallo
    cuando Fernando montaba
    con Isabel, tanto y tanto.

    Por grande del reino infunde
    la reverencia en el trato,
    de hinojos él, pero solo
    cuando llega el soberano,
    mas sin quitarse el sombrero
    por ser manera de hidalgos.

    Su vista acuosa recala
    en los nudos de la mano;
    hundida sobre el coleto
    reprime el temblor del brazo.

    Al valiente padre en Toro
    tal vez esté recordando
    o la lid contra Navarra
    sometida al rey Fernando.
    ¿Será que piensa en Pavía
    allende el Milanesado
    donde Francisco temblara
    frente a los tercios de Carlos?.

    Trunca su voz y del bosque
    escala un gélido vaho
    y un sonido sibilante
    cual fatídico presagio.
    Percuten dentro del pecho
    redobles con ritmo errático
    y tras la ígnea estocada
    lo quiebra un dolor insano.
    Beso azur oculto espectro
    da en sus oprimidos labios.
    Su aliento frío e infesto
    le deja un sabor amargo.

    En espasmódico trance
    busca sostenerse, en vano,
    su hombro izquierdo soporta
    el apaciguado impacto.

    Nublada luna desprende
    su manto tibio y estaño
    y cubre sin prisa al viejo
    ¿Acaso está sollozando?
    Póstumo gesto, la espalda
    extiende en el suelo áspero
    y en el instante de gracia
    dando cuenta de su agravio
    confronta a la adusta muerte
    el noble Alonso, expresando:

    Vos que enseñáis con denuedo
    óseo índice alargado
    y veis cual menuda alfombra
    nuestras torres y palacios,
    a vuestro reino llevadme
    y frente al trono inhumano
    descubriré la cabeza
    sin reparar en regaños;
    pues os incumbe por cierto,
    decidir cuándo llevarnos,
    mas no por ello ignoréis
    la mi ralea e mando.
    ¡Indigna reserva hicisteis
    de tu forma en este caso
    y no pretendáis mi súplica
    que no estoy acostumbrado!.

    Carnal baqueta en el pecho
    da un latido suave y tardo.
    No siente dolor alguno,
    todo temblor ha cesado.
    La piel del rostro se ciñe
    a sus rasgos pronunciados
    y su rigidez se afina
    con amarillentos trazos.

    Lunar mortaja el espectro
    retira del cuerpo lánguido;
    y el corazón despabila
    con un demorado pálpito.
    Toma color su semblante,
    el caduco cuerpo, ánimo
    y asume de pie el talante
    magnífico de su rango.

    Irrumpe, corta un bullicio
    la mordaza del espacio,
    castrense y sonoro sube
    por el contorno almenado.
    Aproximándose, mira
    cual vigía desde un árbol
    marchar de coronelías
    perplejo tal vez y ufano.
    Truenan tambores potentes,
    entonces, alborozado
    distingue a los capitanes,
    almocadenes y cabos.
    Por detrás van los alféreces
    junto al maestre de campo,
    prosiguen los caballeros
    esbeltos como centauros.
    Su pecho marcan a fuego
    los señoriales grabados
    del emblema de Castilla
    que triunfal ondea en alto.
    Rampantes leones púrpura,
    el par contracuartelado
    a otros dos campos de gules
    con sendos castillos áureos.
    También, su dragante el Guión
    imperial exhibe en tránsito,
    más dos columnas de Hércules,
    en contrapunto, el bordado.

    Hacia la luna el espectro
    señala y un fulgor cándido
    viste al viejo, de armadura
    con excepcional boato.
    Sobre la gola, un morrión
    con primoroso penacho
    y en el espléndido peto
    magistral damasquinado:
    el cinturado contorno
    de oro recubre el marco
    y filigranas de hojas,
    caprichos del artesano.
    Amplia figura, una torre
    sostiene al signo cristiano:
    La cruz en símil de espada
    de la Orden de Santiago.
    Bajo la cruz resplandece
    pasante león plateado
    pues del reino de García,
    Castillo reino de Sancho.
    Continúa la corona
    con sus florones de acanto,
    sin diademas y un bonete
    voluminoso, muy raso.
    Por base inefable triunfo
    sostiene su heroico cuadro:
    de laurel, un par de ramas
    y cruzadas en sus tallos.
    Dos anchas bandas en plata
    marcadas sobre los flancos
    del sobrio espaldar se arquean
    hacia un surco meridiano.
    Tras esa franja platina,
    filigranas en hilados
    transversales se resuelven
    como imbricados ángulos.
    Sin marcas ornamentales
    el pulcro gorjal delgado.
    Sí, sus remaches cual perlas,
    se traducen sin embargo.
    Hombreras articuladas
    y lisos los guardabrazos,
    aunque los ristres presuman
    de exquisitos repujados:
    La Virgen Madre en el diestro,
    sostiene al Niño Sagrado
    y en el izquierdo del héroe
    que es santo y rey, el retrato.
    Los codales sin adornos,
    de una pieza, más bien amplios
    y en avance de hemiciclo
    sus repliegues laminados.
    Los avambrazos se empotran
    en guanteletes muy anchos
    y un pivote del derecho
    sobresale como aro.
    Por falda dos escarcelas
    de prolijo articulado,
    más estrecha la del muslo
    derecho, que es más dinámico.
    Las alisadas musleras
    de esta falda por debajo,
    sus pulidas superficies
    dejan entrever un tramo.
    En las grebas de dos piezas,
    vertical filigranado;
    las rodilleras orladas
    de unas hojas por dorado.
    A la armadura galana
    la completan cual calzados,
    escarpes de horma estrecha
    sin adornos y livianos.

    Firme se estila el guerrero,
    más que feroz, gallardo.
    Su diestra afirma la hoja
    brillante todo su diámetro.

    Sus mesnadas lo ovacionan.
    Truena el eco del reclamo
    ante el viejo quien severo
    devuelve un saludo llano.

    Raíz en la Segundera
    con su fluvial brote parvo
    confunde la procedencia
    de tan magnífico lago.
    Prosigue el caudal su curso
    rocoso y accidentado
    mas en Sanabria al ensueño
    se rinde y toma un descanso.

    Astro radial en declive
    argenta su candor mágico.
    Observa el río un momento,
    el noble en fugaz letargo.
    Cuando el castillo reflejo
    sobre el Tera ve el anciano,
    erguirse en bisagra y queda
    confundido y muy callado.
    Pronto se alza un rastrillo
    con movimiento mecánico
    y hasta rasar con el agua
    el puente baja pesado.
    Reanudan su andar las tropas
    con talante temerario;
    sobre el río se desplazan
    con pausas para aguardarlo.

    El viejo recluye el juicio
    en pos del tenaz reclamo
    de los valientes reunidos
    en cautivante escenario.
    El mudo sopor desgarra
    un eco desmesurado
    que moviliza a la guardia
    y despierta a los criados.
    Su tronante voz demanda
    que le ensillen el caballo;
    debe guiar a la hueste,
    ¿no es su señor, acaso?.

    Los portones del castillo
    deja atrás. Al poco rato
    se diluye en el paisaje
    sombrío y precipitado.

    Baja la arbórea pendiente,
    pensativo, adusto y parco.
    Monta un alazán vetusto
    de limitado tamaño.
    Perdió su arrogante estampa,
    el brillo en sus ojos pardos
    y sus crines insolentes
    que flojo está por gastado.
    Mas el jinete lo exalta,
    pues ve su espíritu intacto
    corriendo viril y brioso
    sobre el ubérrimo prado.
    Tan dócil como Estrategos
    y tan veloz como Janto,
    cual Genitor receloso,
    como Bucéfalo, osado.
    El rocín inseparable
    de los tiempos legendarios
    y consentido en su otoño
    como el regio Cincinato.
    Testera y petral lo adornan,
    de acero en fino nielado
    y en la flanquera diseños
    proporcionados y largos.
    La capizana recrea
    el oleaje aplacado
    que de su crin blanquecina
    disimula el pelo ralo.
    Cubre la grupa fibrosa
    un mantelillo metálico:
    rica barda repujada
    con espléndidos Pegasos.
    Divisa, por fin, la orilla
    y al astro lunar, lejano,
    cual fruto descolorido,
    desprendido de un naranjo.

    El alazán está inquieto,
    muy poco ve, mas su olfato
    detecta a la torva bestia
    salvaje que está abrevando.
    Del río bebe indolente
    el lobo, de vez en cuando
    ladea un poco su cuello
    robusto para mirarlos.
    Saciado al fin se endereza,
    apremia su andar elástico
    y en el tupido follaje
    del bosque irrumpe de un salto.
    En la lóbrega espesura
    dos ojos fríos y diáfanos,
    cual ambarinos disparan
    su mirada como un dardo.
    Al terrorífico aullido
    se desata un intercambio
    de bestial convocatoria
    que lenta se va apagando.

    Golpecillos en la barda;
    El buen alazán más calmo
    resopla y cansino vuelve
    a su pacífico tranco.
    Elude los multiformes,
    filosos pedruscos blancos
    en la extensa superficie
    alfombrada de guijarros.

    Con seco golpe de rienda
    detiene el corcel su amo.

    El espíritu en la roca
    saliente del río claro
    sujeta un potro iracundo
    por el cuello y con un lazo.
    Un flamígero azabache,
    mordaz le ha reservado
    y Alonso del alazán
    procura apear despacio.
    Vano esfuerzo, su jamelgo
    incontrolable y reacio
    desata un sinfín de brincos
    prohibiéndole desmontarlo.
    Se conmueve el viejo conde
    de tal devoción, honrado.
    Su estricta voz lo modera
    aunque con tono más plácido.
    Y sobre el bravo azabache,
    dispara un mordaz rechazo
    :
    -¡Ven “Colunela” conmigo,
    al otro lo lleve el diablo!.

    A la hermosa serranía
    echa un último vistazo
    y fatal no ha de ponerse
    aunque sí un poco nostálgico.
    Ya turquesa pincelada
    el frío horizonte arcano,
    la sierra de la Culebra
    le despide suspirando.
    Los robles son abanicos
    abiertos, luego cerrados
    y también los abedules,
    los fresnos y los castaños.
    Los chopos dan reverencia
    y en un adiós prolongado,
    los sauces sus ramas luengas
    extienden con entusiasmo.
    Oculto entre la maleza
    junto al tejo centenario,
    el ágil corso es testigo
    de piedra, mudo y aislado.

    Entra en el río el corcel,
    mas su equilibrio es vago.
    Sobre las flácidas algas
    cetrinas, hunde sus cascos.
    Traza Eolo sobre el agua
    abanicos estirados.
    Más profunda que el silencio,
    la calma, reina en tal grado.

    Su marcha el rocín refrena.
    De frente, en seco relámpago,
    el espíritu se afirma
    cual muro añejo y compacto.
    En el agua cristalina
    muestra el índice nefasto
    del noble su ecuestre estampa
    como reflejo inmediato.
    Artera imagen se espeja;
    no es él quien está montado
    sino el pertinaz espectro
    sobre el jamelgo estático.

    Circunspecto, le concede
    a la muerte el desengaño:
    en cada fatal deceso
    la muerte asume el formato,
    más no del modo de ver
    que al ser singular extracto
    de la vida sigue siendo,
    por la vida, necesario.

    La algazara de sus tropas
    perfora el sereno ámbito.
    En su honor hileras forman
    con el centro despejado.
    Por fin, su abismal garganta
    exhibe Saturno, ávido;
    noble y rocín se sumergen
    desvaneciéndose el rastro.

    Y en Valverde de Lucerna
    causan asombro y espanto
    los sonidos lastimeros
    del hundido campanario.

    Mas de los actos honrosos
    sus nudos quedan atados
    y de la muerte destraban
    el resistente candado.
    Eternidad plegadiza
    extiende de nuevo el trazo
    de la silueta vacía
    de Alonso cual Cid hispano.

    La superficie del río
    supera al fin, renovado,
    en su corcel esplendente
    un paladín ahora intacto.

    Cesan el noble y sus tropas
    de entrar en orden jerárquico,
    y pronto el castillo espejo
    recobra su inerte estado.
    Luz del albor apacible
    rebasa el confín serrano.
    Despierta natura trina
    en su majestad, el salmo.
    Mas la puebla de Sanabria
    deja el jaleo de lado
    pues la funesta noticia
    se sabe desde temprano.

    Del esclarecido Alonso,
    el trovador con su canto
    narra los hechos heroicos
    en la presencia del vástago,
    aunque el extraño deceso
    en adaptado relato
    lo contextúa en el lecho
    por ser un fin muy sensato.
    No revela que en el toque
    de maitines lo encontraron
    tendido bajo una almena,
    junto al rocoso intervalo.
    Ni del pétreo centinela,
    describe su extraño hallazgo.
    En la torre y junto al cuerpo
    inerte, lo está velando.
    Del escultor se mantiene
    hasta hoy su anonimato.
    La luna calla y pretende
    que otro hizo ese trabajo.

    Torna el cincel a lo suyo.
    De nuevo, el cielo estrellado
    y la luna cristalina
    con su blanquecino halo.
    El rayo lunar se enfoca
    con la potencia de un faro
    sobre el espejo castillo
    que se agita a su contacto.
    Y del líquido abismal,
    entonces, desdibujado,
    el héroe emerge cual Fénix,
    de fulgor extraordinario.
    Con altivez el excelso
    estandarte, firme en alto,
    del Tera al Valderaduey
    despliega en galope raudo.

    Así la hermosa Sanabria,
    propaga el mensaje patrio
    que a toda Zamora enciende
    y ofrece a Castilla el lauro.
     
    #1
    Última modificación: 6 de Febrero de 2015
  2. musador

    musador esperando...

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    Seguramente tu extenso romance merece un comentario más sesudo y detallado, estimado Julio, pero prefiero comentarte aunque sea lo que veo a vuelo un poco de pájaro. La métrica no la miré en detalle, solo cuando mi oído rechinó me detuve a mirar (sucedió en dos versos). Me ha parecido en general muy bien escrito, aunque quizás el hilo narrativo no me resulte fácil de seguir (recuerdo, en relación con esto, la idea de Antonio Machado de escribir una narración en prosa paralela a su romance «La tierra de Alvargonzález»). Has logrado en grado sumo el tono de romance antiguo, lo que creo que era tu mayor propósito estético, aunque algunos detalles dan fe de modernidad (lo que no me parece mal, oye), por ejemplo las rimas esdrújulas y la pulcritud en las conjugaciones verbales.
    Creo que valdría la pena que completaras una tarea que veo que has dejado a medias: eliminar el interlineado en algunos párrafos y agrupar en estrofas según unidades narrativas.

    y que siga corriendo el río de nuestra lengua...
    abrazo
    Jorge
     
    #2
    Última modificación: 6 de Febrero de 2015
  3. Julio Viyerio

    Julio Viyerio Poeta recién llegado

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    Como siempre mi gratitud para con vos amigo Jorge porque te has detenido anteriormente a leer con detalle este romance que subí por partes, en los cuales vertiste apreciaciones muy generosas. Tuve en cuenta cada observación que me hiciste en su oportunidad, especialmente en los versos de siete sílabas para convertirlos en ocho que me ayudó también a precisar más mi narrativa. Te pido por favor que me indiques cuáles dos versos te hicieron rechinar los dientes, ja ja ja, para corregirlos y así mejorar. Con relación al interlineado de ciertos párrafos y la agrupación de estrofas, también me gustaría que me iluminaras un poquito. Vuelvo a reiterar la fundamental importancia del apoyo técnico de ustedes en nuestros poemas. Voy a leer el romance de Machado en detalle, porque de esa manera uno va captando sutilezas del estilo y del mensaje y veo que has captado en este romance esos detalles de modernidad. A propósito, el estilo de la generación modernista española me fascina. Un abrazo y aguardo tus constructivas apreciaciones.
     
    #3
    Última modificación: 6 de Febrero de 2015
  4. musador

    musador esperando...

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    Esos versos, como varios otros detalles, están marcados en la cita: dale un ¡clic! y ten paciencia que el romance es largo... ¡no por mi culpa!, juajuajua. Revisa el interlineado, hay párrafos que has agrupado en estrofas eliminando las líneas en blanco que separaban los versos, pero hay otros párrafos donde no hiciste esa tarea: no te los he señalado porque saltan a la vista.
    abrazo
     
    #4
  5. Julio Viyerio

    Julio Viyerio Poeta recién llegado

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    Bueno, aquí lo volví a estructurar y le cambié aquellos detalles que me aconsejaste. A ver que tal quedaron.
     
    #5
  6. musador

    musador esperando...

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    La división en estrofas la veo un poco anárquica, creo que deberías definir un criterio y aplicarlo a conciencia todo a lo largo.
    Te falta una tilde en "pálpito" (se me escapó la vez anterior, supongo) e insisto en que debería ser "Al terrorífico aullido" y no "El...".
     
    #6
  7. Julio Viyerio

    Julio Viyerio Poeta recién llegado

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    Bueno, allí corregí la tilde y el, con relación a la anarquía en la división de estrofas, mmm, me parece que se ajusta a lo que intenté describir. Lo dejo así.
     
    #7
  8. Jorge Lemoine y Bosshardt

    Jorge Lemoine y Bosshardt MAESTRO

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    Espléndido el talento y la inspiración divina.
    Inmenso trabajo. Excelente.
     
    #8
  9. RAMIPOETA

    RAMIPOETA – RAMIRO PONCE ”POETA RAPSODA"

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    VOLVERÉ A LEERLO, CON PACIENCIA PARA DARTE MI OPINIÓN.

     
    #9
  10. Jorge Lemoine y Bosshardt

    Jorge Lemoine y Bosshardt MAESTRO

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    Espléndida maravilla de arte hermoso.
    Talento y calidad magnífica.
     
    #10
  11. Julio Viyerio

    Julio Viyerio Poeta recién llegado

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    Muchas gracias querido poeta Jorge, me alegra mucho realmente que te haya gustado. Un abrazo fraterno
     
    #11
  12. Julio Viyerio

    Julio Viyerio Poeta recién llegado

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    Con gran gusto, querido Ramiro espero tu opinión. Muy contento de que te detengas a leer estos poemas. Un fuerte, fraternal abrazo
     
    #12
  13. edelabarra

    edelabarra Mod. Enseñante. Mod. foro: Una imagen, un poema

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    Estimado Julio,
    celebro tu paciencia y denuedo,
    para lograr tan rico romance,
    pleno de casticidad e historia;
    lo he leído de punta a punta y trasunta amor por los tiempos heroicos en que se fue forjando ese reino,
    lleno de referencias y hasta la heráldica brilla en sus descripciones de los blasones.
    Creo que en los octosílabos, sólo se debe recurrir a esos diéresis solo en casos excepcionales, en que resulta casi imposible alguna alternativa más franca,
    con respecto a otro tipo de irregularidad, veo un verso: "como imbricados ángulos", que es heptasílabo;
    fuera de eso lo veo muy bien realizado;
    un saludo cordial,
    Eduardo
     
    #13
  14. Jorge Lemoine y Bosshardt

    Jorge Lemoine y Bosshardt MAESTRO

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    La maravilla de las letras divinas en la composición excelente.
     
    #14
  15. Julio Viyerio

    Julio Viyerio Poeta recién llegado

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    Muy contengo querido Eduardo de que te haya gustado. Ciertamente, siempre se nos escapa algún detalle aquí y acullá como el heptasílabo que encontraste y que naturalmente lo voy a remediar. Con relación a las diéresis también coincido contigo pues no debemos abusar. La heráldica, bueno, ese es un tema aparte. porque la verdad, me puse en los zapatos de un maestro platero de Toledo, ja ja ja, y cincelé en mi cabeza cada detalle de las figuras que pude plasmar con letra. Como soy profe de historia, también hube de pulir la figura de don Alonso, porque muchas veces se confunde al padre con el hijo (de la familia Pimentel) y además incurrir en errores. Por ejemplo, el Duque de Rivas nos cuenta que el Alonso aludido, (quinto conde de Benavente) tenía residencia en Toledo, cuando no fue así. Su castillo se situaba en la puebla de Sanabria. En fin, son detalles que uno debe tener en cuenta. Finalmente, como muy bien apreciaste, mi amor por nobleza del castellano es muy grande. El romance se lo dediqué a mi cuñado Eduardo Zamorano. ingeniero el hombre, que felizmente supo apreciarlo. En otro orden, tengo un muy buen amigo, Alberto Zaragoza, al que le dediqué otro Romance pero escrito completamente en castellano medieval, versión latina, sobre Alfonso el Batallador, para lo que debí empaparme de las crónicas del monasterio de Saint Johan de la Pennya y otras fuentes. Me extendí mucho, sabrás disculparme. Un cordial saludo también para vos
     
    #15
    A edelabarra le gusta esto.
  16. Jorge Lemoine y Bosshardt

    Jorge Lemoine y Bosshardt MAESTRO

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    La divinidad de la obra magistral, excelente.
     
    #16

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