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El reflejo del castillo (tercera y última parte)

Tema en 'Clásica no competitiva (sin premios)' comenzado por Julio Viyerio, 7 de Octubre de 2014. Respuestas: 7 | Visitas: 432

  1. Julio Viyerio

    Julio Viyerio Poeta recién llegado

    Se incorporó:
    18 de Septiembre de 2014
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    Género:
    Hombre
    Los portones del castillo
    deja atrás. A poco rato
    se diluye en el paisaje
    sombrío y precipitado.

    Baja la arbórea pendiente,
    pensativo, adusto y parco.
    Monta un alazán vetusto
    de regular tamaño.
    Perdió su arrogante estampa,
    el brillo en sus ojos pardos
    y sus crines insolentes
    que flojo está por gastado.
    Mas el jinete lo exalta,
    pues ve su espíritu intacto
    corriendo viril y brioso
    sobre el espacioso prado.
    Tan dócil como Estrategos
    y tan veloz como Janto,
    cual Genitor receloso,
    como Bucéfalo, osado.
    El rocín inseparable
    de los tiempos legendarios
    y consentido en su otoño
    como el regio Cincinato.
    Testera y petral lo adornan,
    de acero en fino nielado
    y en la flanquera diseños
    simétricos y largos.
    La capizana recrea
    el oleaje aplacado
    que de su crin blanquecina
    disimula el pelo ralo.
    Cubre la grupa fibrosa
    un mantelillo metálico:
    rica barda repujada
    con espléndidos Pegasos.


    Divisa, por fin, la orilla
    y al astro lunar, lejano,
    cual fruto descolorido,
    desprendido de un naranjo.

    El alazán está inquieto,
    muy poco ve mas su olfato
    detecta a la carnicera
    bestia, que está abrevando.
    Con descarada indolencia
    sorbe y de vez en cuando

    la fiera dobla su cuello
    robusto, para escrutarlos.
    Saciada al fin, se endereza,
    camina, luego da un salto
    y hacia el tupido follaje
    va con andar elástico.
    Y en la lóbrega espesura
    dos ojos fríos y diáfanos,
    harto amarillos disparan
    su mirada como un dardo.
    El terrorífico aullido
    se desata en intercambios
    de bestial convocatoria
    que lento se va apagando.

    Golpecillos en la barda.
    El buen alazán más calmo
    resopla y paciente vuelve
    a su cansino tranco.
    Elude los multiformes,
    filosos pedruscos blancos
    en la extensa superficie
    alfombrada de guijarros.


    Con seco golpe de rienda
    detiene el corcel su amo.


    El espíritu en la roca
    saliente del río claro
    sujeta un potro iracundo
    por el cuello y con un lazo.
    Un flamígero azabache
    a él le ha reservado
    y así del leal rocín
    busca desmontar despacio.
    Vano esfuerzo, el alazán
    incontenible y reacio
    desata un sinfín de brincos
    prohibiéndole desmontarlo.
    Se conmueve el viejo conde
    de tal devoción, honrado.
    Su estricta voz lo modera
    aunque con tono plácido.
    Y sobre el bravo azabache,
    lanza el mordaz rechazo:
    -¡Este se viene conmigo,
    al vuestro lo lleve el diablo!.

    A la hermosa serranía
    hecha un último vistazo
    y fatal no ha de ponerse
    aunque sí un poco nostálgico.
    Ya turquesa pincelada
    sobre el horizonte arcano,
    la sierra de la Culebra
    le despide suspirando.
    Los robles son abanicos
    abiertos, luego cerrados
    y también los abedules,
    los fresnos y los castaños.
    Los chopos dan reverencia
    y en un adiós prolongado,
    los sauces sus ramas flácidas
    extienden con entusiasmo.

    Oculto entre la maleza
    junto al tejo centenario,
    el ágil corso es testigo
    de piedra, mudo y aislado.


    Plomizas nubes se agrupan.
    Regia el águila en lo alto
    planea bajo ese cúmulo
    vaporoso e instantáneo.

    Entra en el río el corcel,
    mas su equilibrio es vago.
    Sobre las flácidas algas
    cetrinas, hunde sus cascos.
    Traza Eolo sobre el agua
    abanicos estirados.
    Más profunda que el silencio,
    la calma, reina en tal grado.

    Su andar el rocín refrena.
    De frente, en seco relámpago,
    el espíritu se afirma
    cual muro añejo y compacto.
    Con la indicación nefasta
    mira el reflejo inmediato
    de su ecuestre presencia,
    Alonso, con rostro impávido.
    Artera imagen se espeja.
    No es él quien está montado
    sino el pertinaz espectro
    sobre el jamelgo estático.

    Concede el noble, por fin,
    a la muerte el desengaño:
    en cada fatal deceso
    la muerte asume el formato.
    Y sobre sí se endereza,
    ni triste ni desairado
    y ensaya su rostro grave
    una mueca de sarcasmo.
    Se le ocurre que la muerte
    se lió en su ardid macabro
    pues al morirse el mortal
    muere el modo con el acto.
    No así la forma de ver
    que al ser singular extracto
    de la vida sigue siendo,
    por la vida, necesario.

    La algazara de sus tropas
    perfora el sereno ámbito.
    En su honor hileras forman
    con el centro despejado.
    Por fin, su abismal garganta,
    exhibe Saturno, ávido.
    Noble y rocín se sumergen
    tras fugitivo rastro.

    En Valverde de Lucerna
    causa asombro y sobresalto
    los melancólicos sones
    del hundido campanario.


    Mas de los actos honrosos
    sus nudos quedan atados
    y de la muerte destraban
    el resistente candado.
    Eternidad plegadiza
    extiende de nuevo el trazo
    de la silueta vacía
    de Alonso cual Cid hispano.

    La superficie del río
    supera al fin, renovado,

    en su corcel esplendente
    un paladín ahora intacto.

    Cesan el noble y sus tropas
    de entrar en orden jerárquico,
    y pronto el castillo espejo
    recobra su inerte estado.

    Luz de albor tan apacible
    rebaza el confín serrano.
    La naturaleza trina
    en su majestad, el salmo.

    Pero triste está Sanabria
    sin su ritmo cotidiano
    pues la funesta noticia
    se sabe desde temprano.
    Del esclarecido Alonso,
    el trovador con su canto
    narra los hechos heroicos
    en la presencia del vástago.
    Mas su extraña expiración,
    en adaptado relato,
    la contextúa en el lecho
    por ser un fin muy sensato.
    No revela que en el toque
    de maitines lo encontraron
    tendido bajo una almena,
    junto al rocoso intervalo.
    Ni del pétreo centinela,
    describe su extraño hallazgo.
    En la torre y junto al cuerpo
    inerte, lo está velando.
    Del escultor se mantiene
    hasta hoy su anonimato…
    La luna calla y pretende
    que otro hizo ese trabajo.

    Torna el cincel a lo suyo.
    De nuevo, el cielo estrellado
    y la luna cristalina
    con su blanquecino halo.
    El rayo lunar se enfoca
    con la potencia de un faro
    sobre el espejo castillo
    que se agita a su contacto.
    Y del líquido abismal,
    entonces, desdibujado,
    el héroe emerge cual Fénix,
    de fulgor extraordinario.
    Con altivez el excelso
    estandarte, firme en alto,
    del Tera al Valderaduey
    despliega en galope raudo.

    Así la hermosa Sanabria,
    propaga el mensaje patrio
    que a toda Zamora enciende
    y ofrece a Castilla el lauro.
     
    #1
  2. Julio Viyerio

    Julio Viyerio Poeta recién llegado

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    18 de Septiembre de 2014
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    Hombre
    Bueno, mis queridos amigos poetas y queridas amigas poetisas. Subí un romance un poco larguito, je je, en tres partes y seguro tengo un millón de errores de métrica aunque a veces mi oido me macanea al recitarlo. Ya me irán diciendo, como Jorge que tan amablemente me ilustra para escribir cada día mejor. Sin embargo espero que igual el esfuerzo sea suficiente para que les guste y no los espante. Un abrazo a quienes lo lean
     
    #2
  3. musador

    musador esperando...

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    Hola, Julio, disculpa que me limite a lo técnico pero esto ya es bastante trabajo con poemas tan largos. Me siguen asombrando la calidad de tu escritura y la riqueza de tu rima asonante. En tantos versos algunos deslices métricos eran de esperar. Te los he indicado de dos maneras: (7) cuando el verso me parece claramente de 7 sílabas, (7?) cuando hay alguna sinalefa dudosa que podría salvar la métrica. Hay también un par de detalles gramaticales. Tú dirás.

    abrazo
    Jorge

    Los portones del castillo
    deja atrás. A poco rato (Al?)
    se diluye en el paisaje
    sombrío y precipitado.

    Baja la arbórea pendiente,
    pensativo, adusto y parco.
    Monta un alazán vetusto
    de regular tamaño. (7)
    Perdió su arrogante estampa,
    el brillo en sus ojos pardos
    y sus crines insolentes
    que flojo está por gastado.
    Mas el jinete lo exalta,
    pues ve su espíritu intacto
    corriendo viril y brioso
    sobre el espacioso prado.
    Tan dócil como Estrategos
    y tan veloz como Janto,
    cual Genitor receloso,
    como Bucéfalo, osado.
    El rocín inseparable
    de los tiempos legendarios
    y consentido en su otoño
    como el regio Cincinato.
    Testera y petral lo adornan,
    de acero en fino nielado
    y en la flanquera diseños
    simétricos y largos. (7)
    La capizana recrea
    el oleaje aplacado
    que de su crin blanquecina
    disimula el pelo ralo.
    Cubre la grupa fibrosa
    un mantelillo metálico:
    rica barda repujada
    con espléndidos Pegasos.

    Divisa, por fin,
     
    #3
    Última modificación: 9 de Octubre de 2014
  4. musador

    musador esperando...

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    Por algún misterio se ha borraro buena parte de mi comentario, aquí dejo el resto.

    Divisa, por fin, la orilla
    y al astro lunar, lejano,
    cual fruto descolorido,
    desprendido de un naranjo.

    El alazán está inquieto,
    muy poco ve mas su olfato
    detecta a la carnicera
    bestia, que está abrevando. (7?)
    Con descarada indolencia
    sorbe y de vez en cuando(7)
    la fiera dobla su cuello
    robusto, para escrutarlos.
    Saciada al fin, se endereza,
    camina, luego da un salto
    y hacia el tupido follaje
    va con andar elástico.(7)
    Y en la lóbrega espesura
    dos ojos fríos y diáfanos,
    harto amarillos disparan
    su mirada como un dardo.
    El terrorífico aullido
    se desata en intercambios
    de bestial convocatoria
    que lento se va apagando.

    Golpecillos en la barda.
    El buen alazán más calmo
    resopla y paciente vuelve
    a su cansino tranco. (7)
    Elude los multiformes,
    filosos pedruscos blancos
    en la extensa superficie
    alfombrada de guijarros.

    Con seco golpe de rienda
    detiene el corcel su amo.

    El espíritu en la roca
    saliente del río claro
    sujeta un potro iracundo
    por el cuello y con un lazo.
    Un flamígero azabache
    a él le ha reservado
    y así del leal rocín
    busca desmontar despacio.
    Vano esfuerzo, el alazán
    incontenible y reacio
    desata un sinfín de brincos
    prohibiéndole desmontarlo.
    Se conmueve el viejo conde
    de tal devoción, honrado.
    Su estricta voz lo modera
    aunque con tono plácido.(7)
    Y sobre el bravo azabache,
    lanza el mordaz rechazo:(7)
    -¡Este se viene conmigo,
    al vuestro lo lleve el diablo!.

    A la hermosa serranía
    hecha un último vistazo
    y fatal no ha de ponerse
    aunque sí un poco nostálgico.
    Ya turquesa pincelada
    sobre el horizonte arcano,
    la sierra de la Culebra
    le despide suspirando.
    Los robles son abanicos
    abiertos, luego cerrados
    y también los abedules,
    los fresnos y los castaños.
    Los chopos dan reverencia
    y en un adiós prolongado,
    los sauces sus ramas flácidas
    extienden con entusiasmo.

    Oculto entre la maleza
    junto al tejo centenario,
    el ágil corso es testigo
    de piedra, mudo y aislado.

    Plomizas nubes se agrupan.
    Regia el águila en lo alto
    planea bajo ese cúmulo
    vaporoso e instantáneo.

    Entra en el río el corcel,
    mas su equilibrio es vago.
    Sobre las flácidas algas
    cetrinas, hunde sus cascos.
    Traza Eolo sobre el agua
    abanicos estirados.
    Más profunda que el silencio,
    la calma, reina en tal grado.

    Su andar el rocín refrena.
    De frente, en seco relámpago,
    el espíritu se afirma
    cual muro añejo y compacto.
    Con la indicación nefasta
    mira el reflejo inmediato
    de su ecuestre presencia,(7)
    Alonso, con rostro impávido.
    Artera imagen se espeja.
    No es él quien está montado
    sino el pertinaz espectro
    sobre el jamelgo estático.

    Concede el noble, por fin,
    a la muerte el desengaño:
    en cada fatal deceso
    la muerte asume el formato.
    Y sobre sí se endereza,
    ni triste ni desairado
    y ensaya su rostro grave
    una mueca de sarcasmo.
    Se le ocurre que la muerte
    se lió en su ardid macabro (7?)
    pues al morirse el mortal
    muere el modo con el acto.
    No así la forma de ver
    que al ser singular extracto
    de la vida sigue siendo,
    por la vida, necesario.

    La algazara de sus tropas
    perfora el sereno ámbito.
    En su honor hileras forman
    con el centro despejado.
    Por fin, su abismal garganta,
    exhibe Saturno, ávido.
    Noble y rocín se sumergen
    tras fugitivo rastro. (7)

    En Valverde de Lucerna
    causa asombro y sobresalto (causan?)
    los melancólicos sones
    del hundido campanario.

    Mas de los actos honrosos
    sus nudos quedan atados
    y de la muerte destraban
    el resistente candado.
    Eternidad plegadiza
    extiende de nuevo el trazo
    de la silueta vacía
    de Alonso cual Cid hispano.

    La superficie del río
    supera al fin, renovado,
    en su corcel esplendente
    un paladín ahora intacto.

    Cesan el noble y sus tropas
    de entrar en orden jerárquico,
    y pronto el castillo espejo
    recobra su inerte estado.

    Luz de albor tan apacible
    rebaza el confín serrano. (rebasa)
    La naturaleza trina
    en su majestad, el salmo.

    Pero triste está Sanabria
    sin su ritmo cotidiano
    pues la funesta noticia
    se sabe desde temprano.
    Del esclarecido Alonso,
    el trovador con su canto
    narra los hechos heroicos
    en la presencia del vástago.
    Mas su extraña expiración,
    en adaptado relato,
    la contextúa en el lecho
    por ser un fin muy sensato.
    No revela que en el toque
    de maitines lo encontraron
    tendido bajo una almena,
    junto al rocoso intervalo.
    Ni del pétreo centinela,
    describe su extraño hallazgo.
    En la torre y junto al cuerpo
    inerte, lo está velando.
    Del escultor se mantiene
    hasta hoy su anonimato (7?)
    La luna calla y pretende
    que otro hizo ese trabajo.

    Torna el cincel a lo suyo.
    De nuevo, el cielo estrellado
    y la luna cristalina
    con su blanquecino halo.
    El rayo lunar se enfoca
    con la potencia de un faro
    sobre el espejo castillo
    que se agita a su contacto.
    Y del líquido abismal,
    entonces, desdibujado,
    el héroe emerge cual Fénix,
    de fulgor extraordinario.
    Con altivez el excelso
    estandarte, firme en alto,
    del Tera al Valderaduey
    despliega en galope raudo.

    Así la hermosa Sanabria,
    propaga el mensaje patrio
    que a toda Zamora enciende
    y ofrece a Castilla el lauro.
     
    #4
  5. Julio Viyerio

    Julio Viyerio Poeta recién llegado

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    Gracias Jorge, por lo de la calidad de mi escritura. Si efectivamente, hay algunos versos que tienen siete sílabas, eso yo lo tenía presente. Aquí me pregunto si está permitido que la métrica no sea tan exacta, no se si fue tema de estudio, porque tal vez, hay versos que salen muy bonitos con alguna sílaba menos y agregarle la que falta puede cambiar ese término-imágen que uno eligió. Pero no se si es pecado con relación al perfil técnico.
    Por ejemplo, cuando escribo: de regular tamaño, se siente un poco más corto, pero más definitivo. Más corto el verso-regular el tamaño. Puede quedar también: de moderado tamaño.
    Es como un pequeño remate en el verso. Por favor, por allí, estoy diciendo una tontería. Claro que lo ideal es ajustarse a la métrica, pero ¿Siempre los grandes poetas líricos se ajustaron estrictamente a la misma o hay razones para de vez en cuando burlarla un poquito?. Bueno, te dejo amigo poeta esta inquietud. Igual veré de realizar esos cambios que muy bien me apuntás. Un abrazo
     
    #5
  6. musador

    musador esperando...

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    Versos hay, de los mejores poetas, que escapan a la norma, pero son errores, no conozco casos donde lo hagan de intento. Hay temas muy sutiles, también es cierto, a veces nuestro oído no nos engaña sino que oye cosas más finas que las que podemos analizar. Por ejemplo Blas de Otero, poeta de finísmo oído, en ciertos poemas le cuenta a las esdrújulas una sílaba menos en cualquier lugar del verso, no solo al final. Como si argumentaras que en «de regular tamaño» «regular» es aguda y se le debe contar una sílaba más. En el caso de varios de los versos que te señalo con (7?), creo que pasan por octosílabos rompiendo alguna sinalefa. Creo que tienes muy buen oído, pero en otros casos me parece que te ha engañado.

    Por otra parte, existen otros sistemas de versificación. Los versos de Juan de Mena de los que hablamos en otro sitio siguen un esquema de versificación acentual. Es interesante la versificación de Lezama Lima, en este sentido. Sé poco y nada de esto, pero son cosas estudiadas.

    abrazo
    Jorge

    En cuanto a permitir o no, Julio, en este reino la libertad impera. Tu romance es bello, más allá de la métrica. Es una elección estética la de someterlo a las mayores exigencias del ritmo. Y, en esto, llego a mi límite. Respeto tu oído que, por lo que leo, es mucho mejor que el mío.
     
    #6
    Última modificación: 9 de Octubre de 2014
  7. Julio Viyerio

    Julio Viyerio Poeta recién llegado

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    Hola Jorge, gracias siempre por la ayuda que me brindás. Aprendo muchísimo de tus enseñanzas. El asunto de la manera en que suenan al oído los versos y vos sabés que sí, es como si mi oído estirara las agudas. Pero también, fijate que en mis versos dodecasílavos me engaña el sentido de la audición, porque cuento menos de lo que debe corresponder. No se si es también una forma de sonar la sinalefa a cada oído. Eso sí, creo que tengo algún problemita sobre la exactitud del ritmo, me pasó cuando alguna vez quise estudiar piano y la profesora me lo hizo notar. Cuando se me realizaron aquí las observaciones, en su gran mayoría yo las consideré correctas. Me daba cuenta de que efectivamente mi oído me engañaba, al realizar los cambios correspondientes. Creo que afinar ese sentido a la métrica, también infiere una adecuación que lleva su tiempo. Veo que vos sí tenés un excelente oído y a mí me hace falta refinarlo más. Bueno, esta tarde o mañana subiré otro poema, a ver si voy mejorando su métrica, de a poquito. Un abrazo
     
    #7
  8. musador

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    Una pregunta, Julio: ¿hablas con frecuencia otro idioma? Lo de las agudas es muy interesante, de hecho en algunos romances viejos por ejemplo «regular» rimaba en «ae» con «padre» porque lo pronunciaban «regulare».

    Es cierto lo que dices de que el oído se educa también, lo que pasa es que se puede educar para distintos sistemas de versificación: es un instrumento maravilloso...
     
    #8

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