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el regreso

Tema en 'Fantásticos, C. Ficción, terror, aventura, intriga' comenzado por miara, 7 de Junio de 2016. Respuestas: 0 | Visitas: 853

  1. miara

    miara Poeta asiduo al portal

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    Cantalejo de Veguilla, era un pueblo castellano con una población de dos mil habitantes, que crecía hasta los tres mil con la llegada del verano y las vacaciones estivales. Sus casas, de madera y piedra, lucían armoniosas gracias a las actitudes artísticas de un arquitecto local que antes de irse lejos de allí a buscar horizontes que se equilibrasen con sus expectativas, dejó huella de su talento en las construcciones que ahora eran del gusto de habitantes y visitantes.

    Entre los forasteros que desde hacía seis meses andaba por las calles de este pueblo tranquilo y pintoresco, sobresalía Darren, "el americano", como le llamaban, dado que el nombre no conseguía calar en la memoria de los cantalejanos. Darren, era un tipo alto, coloradote, con una sonrisa un tanto bobalicona que realzaba unos dientes que una mula hubiese envidiado,y dotado de una áspera, rebelde, cabellera rojiza. Aunque tenía un extraño acento, se le entendía bastante mejor que a alguno de los desdentados ancianos que se reunían en la tasca del Bernardo. La maestra, Berta, comentaba que no creía que fuese americano ya que ella había estado en Estados Unidos,y no le sonaba su acento. Él, al oír estos comentarios, decía que era del norte de Canadá, y que había diferencias entre ambos pueblos. Esto no suponía ningún cambio en la opinión del pueblo, que siguió llamándole "el americano".

    La gente era curiosa y se preguntaba a que se dedicaba éste. El, amablemente, les comentó que era profesor de ciencias en su país; que hacía tiempo que no tenía vacaciones, que había oído comentar a un colega suyo sobre Cantalejo, decidiéndose a disfrutar de esta experiencia, en un pueblo ajeno a las oleadas masivas de veraneantes, que por ejemplo, otros sitios sufrían.

    - ¿Y cuando nos dejará?- le preguntó Toribio Mansilla, el último de los habitantes del pueblo que abandonaba la tasca, y casi obligado por Bernardo, cuando el gallo empezaba a cantar.- Vamos a echarle de menos. Este pueblo se encariña con sus conocidos.

    - Bueno, creo que será pronto. Van a venirme a buscar en un par de días. Mi permiso se ha acabado y el trabajo me reclama. - Darren, se sonrojó algo cuando le pusieron delante un vaso del mejor rioja de la bodega del dueño- No gracias, no bebo. A mi metabolismo no le sienta muy bien el alcohol- dijo rechazándolo.

    - La verdad es que tiene unos gustos muy peculiares tanto en el comer como en el beber- dijo Bernardo. No le he visto probar ni uno solo de mis chuletones, ni de mis morcillas, y eso que es lo que mas gusta al personal.

    - Es que soy vegetariano- contestó Darren.

    - Bueno, vamos a echar una partida de cartas. A ver si esta vez gana alguna. Para que se despida a lo grande, ¿eh?- le dijo Tomás que era el que le suministraba los tomates y hortalizas a Bernardo.

    Cuando eran casi las cinco de la tarde, Darren salió de la tasca y se encaminó hacia la casita, alejada de lo que era el pueblo, aislada podría decirse de la rutina habitual de su gente y que había alguilado desde que llegó en Diciembre. Cuando entró por la blanca puerta que casi le rozaba la cabeza, suspiró profundamente, se estiró todo lo largo que era y buscó en la mesita de la cocina algo parecido a un abrelatas.

    Se desabrochó la camisa y se clavó el abrelatas a la altura del ombligo. Tiró con fuerza y la piel empezó a retirársele, en pliegues que caían hacia el suelo. La operación duró unos diez minutos. Y la criatura que reveló la superficie brillante de la mesa, no era algo de este mundo. Era del color verde de los lagartos, con ojos saltones color amarillo brillante, manos largas y pegajosas con tres dedos deformes cada una de ellas; sus piernas, largas, delgadas,acababan también en tres dedos sin uñas, dotadas de una flexibilidad asombrosa, mientras una larga cola se erguía tras de estar enrollada durante tanto tiempo alrededor de su abdomen.

    - Cuando regrese a casa, voy a pedirles a los del equipo de equipamiento y tecnología que usen otro sistema para el camuflaje. Estoy contento de que esto se acabe- Cogió los restos de piel humana sintética y los arrojó a la chimenea que tenía encendida pese a que era mayo- Bueno, no dejemos pruebas. No creo que nadie, ni en sueños, suponga que durante estos meses ha estado conviviendo con un habitante de la galaxia Morgusis, enviado para explorar las formas de vida y conocimientos de los terrestres, pero siempre hay que ser precavido y eliminar todas las huellas posibles.

    Se acercó hacia la habitación que se le servía de dormitorio, sacando del cajón un pequeño dispositivo semejante a un sacapuntas, que al frotar su lado derecho se iluminó con una luz potente y anaranjada. Una voz discordante, que utilizaba un lenguaje extraño, le dio un mensaje. El contestó en el mismo idioma; algo parecido a una sonrisa se formó en su cara chata y aplastada. Volvía con su pueblo, con su esposa, sus hijos. Llevaba especímenes de lo que los humanos llamaban insectos, y que para los suyos podían ser catalogados de ancestros primigenios de su especie. En la Tierra los despreciaban, pero entre su pueblo, les darían el trato que merecían. En cuanto a lo de darse a conocer y establecer lazos de cooperación con los terrestres, tendría que dejarse para otro tiempo, para un futuro en que su especie en verdad hubiese evolucionado, y su locura autodestructora cediese. Él estaba feliz; mañana estaría en Aquexos, su ciudad, bajo su cielo morado tornasolado.
     
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