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EL RETRATO DE SIR FRANCIS VARNEY

Tema en 'Prosa: Generales' comenzado por Raven, 9 de Marzo de 2006. Respuestas: 7 | Visitas: 1901

  1. Raven

    Raven Poeta fiel al portal

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    [center:f450d517ca] Mi nombre es Nicholas Haarman y soy estudiante de medicina en la nueva Universidad de Wesley, en Delaware. Vivo con mi tío Arthur Boden desde que tenía 11 años, momento en el que quedé huérfano de padre y madre. Tío Boden era un hombre alto y delgado, sus cabellos eran blancos, abundantes y despeinados; y lucía un negro bigote, cuidadosamente recortado. Además, tenía una hermosa hija, Marielle, de la cual hablaré en detalle según avance mi relato. Boden era un hombre de ciencia. Poseía un vivaz intelecto, inclinado hacia la zoología y la botánica. Su viudez le facilitaba mucho tiempo para invertirlo instruyéndonos a mi prima y a mí en las más variopintas materias. En muchas ocasiones descendíamos al mar por los Acantilados Blancos de Dover y, mientras nosotros recogíamos moluscos y crustáceos, él impartía sus clases. Sentado sobre una piedra, con los pies descalzos, leía en voz alta acerca de las maravillas por las cuales se hallaba fascinado. Marielle y yo reíamos en muchas ocasiones, sólo de verlo en tan cómica posición.
    Ah, la dulce Marielle… la viva imagen de los ángeles, un rayo de sol contrastando con la penumbra de mi alma. Mientras que yo me abstraía en mis lúgubres pensamientos, ella siempre permanecía alegre y dicharachera. Su piel era blanca y sus mejillas sonrosadas. Sus cabellos eran negros cuales plumas de cuervo. Sus ojos… brillantes y gentiles. Su sonrisa… su sonrisa era la más hermosa de cuántas ha habido sobre la tierra, el Santo Grial del cual hablan los poetas. ¡Oh! Por cuánto he vivido fascinado por la sonrisa de la dulce Marielle.
    Pero aquí no acaba el amplio abanico de virtudes de mi prima. También estaba dotada para el canto, la poesía y la pintura; siendo este último su más remarcable don. Desde muy temprana edad destacó por su destreza sin igual con la brocha y los óleos, rubricando algunas de las más preciosas estampas que yo haya visto jamás. Dado que su padre era de posición acomodada, podía dedicarse en cuerpo y alma a estas vicisitudes, haciendo volar las horas en su taller particular. Aún siendo una niña era objeto de halagos por parte de las gentes influyentes de nuestro entorno, los cuales miraban estupefactos las maravillas que manaban de su bendito pincel. Toda la casa del tío Boden estaba decorada con los hermosos cuadros de la dulce Marielle. Cuando tuvo edad suficiente comenzó a recibir clases de dibujo de parte de un prestigioso profesor. Pero el don de mi prima era tan inusitado que en poco tiempo acabó superando con creces a su maestro.
    En una ocasión me pidió que posase para ella, que la sirviese como modelo para una nueva composición. ¡Y con qué exactitud plasmó, no sólo mis rasgos físicos, sino el sentir angustiado de mi pobre espíritu! En mi gesto dibujado podían leerse toca suerte de pensamientos, y si no tenías cuidado, podías caer en el error de pensar que aquel lienzo estaba vivo. Más vivo de lo que estoy yo mismo.
    Casi sin proponérselo, el rumor de los magníficos talentos de mi prima se fue extendiendo por la región, llegando a oídos de un gran número de personas. Gentes de todas partes acudían a nuestra casa para adquirir alguna de las obras de Marielle. Pero de todos aquellos que se apostaron en nuestra entrada, ninguno era tan excéntrico y a la vez tan fascinante como Sir Francis Varney.
    ¿Por dónde comenzar la descripción de este extraño caballero? Nadie supo jamás de dónde había venido, ni a dónde se dirigía, sin embargo era imposible pasar por alto su excepcional carruaje y su insólita comitiva. Era el día 1 de Mayo de 18XX. El reloj marcaba las siete de la tarde. Casi noche cerrada. Cuando un enorme caballo negro, enjuto de carnes, tiraba de un carro mortuorio, cubierto de unas largas cortinas escarlata con ribetes dorados; de aquello que ocultaban las telas, no podía verse nada. Las ruedas del vehículo eran de gruesa madera tintada de ébano, con los rebordes y los ejes cubiertos de acero. A las riendas del caballo, se hallaba un hombre igualmente peculiar, cubierto por una capucha negra que le otorgaba un halo de lobreguez y mórbida tenebrosidad. La calesa se detuvo justo enfrente de la casa del tío Boden. Y de ahí bajo el ser más asombroso que yo había visto jamás. Debía medir cerca de 6,7 pies. Aparentemente era un hombre, pero su cara guardaba los rasgos de aquel nacido en la profundidad de los infiernos. Su rostro era completamente andrógino, pese a lo cual guardaba una singular belleza. Tenía los labios delgados y oscuros, y los ojos decorados por unas pestañas y cejas finas y alargadas. Sus cabellos eran luengos y plateados, recogidos en una elaborada trenza. Sus manos eran grandes e igualmente hermosas, con las uñas de los dedos inusitadamente crecidas. Todo aquello que se dejaba ver de su piel era blanco como la nieve. La ropa que lucía estaba escogida con exquisito gusto, si perteneces al Reino de los Muertos, claro; vestía como cualquiera de estirpe noble, pero completamente ataviado de negro. Nada más pisar él la tierra, un viento gélido y lloroso comenzó a mecer las hojas de los árboles, aullando desconsoladamente entre las ramas. Por unos segundos se hizo el silencio en la casa del tío Boden. Pasados estos instantes de inicial incertidumbre, el extraño fue recibido como es costumbre en la casa, y cordialmente se le animó a pasar. El caballo del visitante fue apostado en la cuadra con los de la propiedad de mi tío, y al cochero se le ofreció la entrada junto a su amo, pero sin mediar palabra desapareció entre las sombras. El extraño caballero pidió excusas dada la grosería de su subordinado y amigablemente preguntó por el señor de la hacienda. El tío Boden y yo mismo salimos a recibirle sin la más mínima reserva y de inmediato fue calentado un fuego en el salón principal para que pudiéramos mantener una deleitable conversación.
    El desconocido se presentó como Sir Francis Varney, aunque no agregó ningún otro dato sobre su persona. Esto, sin embargo, no fue impedimento para una larga y amena charla entre los tres contertulianos. Varney poseía vasto conocimiento tocante a Política, Filosofía, Historia y Arte, y se mostró vivamente interesado por las investigaciones zoológicas de mi ilustre tío. La tertulia se extendió durante largo en la noche. En la amenidad de la conversación, incluso olvidamos el hecho de que nos encontrábamos ante tan excepcional personaje. Tanto volaron las horas que ninguno de los presentes pusimos atención en cenar o en marcharnos a dormir, y no fue hasta escuchar el sonido de las campanadas de medianoche cuando caímos en la cuenta de estos menesteres. El servicio se hallaba ya indispuesto, de modo que el tío Boden me hizo despertar a Marielle para que improvisara unas tazas de té y unos sándwiches. ¡Ah!, cuando Varney puso sus ojos sobre mi prima… Con claridad pude ver cómo cambiaba el gesto de su cadavérico rostro. Fue entonces cuando nos reveló los verdaderos motivos de su visita:
    - En verdad, caballeros - dijo – debo decir que mi presencia junto a ustedes no se debe a la mera casualidad. Verán, los años me han tratado bien. El tiempo ha resultado generoso para conmigo, conservándome joven y recio aún en la largura de días. Pues sabrán que sus ojos les engañan, yo mismo soy mucho más longevo de lo que ustedes podrían imaginar. Nunca revelo la cifra de mis años, pues recelo de esta conducta, espero sepan comprenderme. La cuestión es que veo con angustia el paso de los inviernos peinando mis canas, y temo que pronto este don maravilloso del cual me ha dotado la naturaleza dé paso a las marcas habituales de la vejez. Y por tanto, desearía inmortalizarme, por así decirlo, en una imagen que yo pueda contemplar y recordarme a mí mismo como el hombre que ven hoy. Ha llegado a mis oídos que ustedes guardan un objeto de gracia entre sus muros. Tengo entendido que su hija, Marielle, ha sido dotada con la fascinante cualidad del dibujo. Por tanto ruego que deis vuestro consentimiento para que pueda ser usado como modelo de Marielle, y así ella me pinte en un lienzo que yo deba conservar hasta el día de mi muerte. El precio no es ningún problema. Estoy seguro de que considerará mi oferta generosa.
    Al escuchar pronunciar estas palabras, Marielle alzó la vista y encontró sus ojos con los del forastero. Tío Boden y yo permanecimos en silencio mientras que la pintora escudriñaba el rostro de Sir Francis Varney.
    - Acepta, Papá. Quiero retratar a este caballero. – Respondió en voz baja, casi susurrando.
    - No se hable más, entonces. Señor Boden, se verá ampliamente recompensado por este favor tan grande que usted me hace. – Diciendo esto, Varney se levantó de la mesa. – Ahora si me disculpan, querría desenvolver mi equipaje en mis aposentos.
    - Pero si aún no ha probado bocado, Señor, tendrá usted mucha hambre – Tartamudeó tío Boden.
    - Olvidé prevenirles de que soy parco en cuanto a apetito. Seguro que la señorita Marielle es tan buena cocinera como pintora, pero el cansancio puede conmigo ahora mismo.
    - Muy bien. Nicholas, acompaña al señor a la habitación de invitados.
    - Sepa que durante el día estaré ausente. Aprovecharé mi estancia en Dover para realizar unas gestiones. Cuando caiga el sol estaré preparado y vendré a Marielle para ser retratado. – Volvió a mirar a mi dulce y prima e hizo una cortés reverencia – Buenas noches, y felices sueños.
    Acto seguido, acompañé a Sir Francis Varney a sus aposentos, donde convenientemente habían sido dejadas sus pertenencias. Mientras subíamos por las escaleras, y caminamos por los pasillos de la casa, pude observar las enormes espaldas de nuestro huésped, y como su terrible sobra se arrastraba errante tras sus pasos. “Sir Francis Varney”, me repetía una y otra vez. ¿Qué hay de familiar en ese nombre? ¿Dónde lo he leído o escuchado? Antes de que pudiera trazar el hilo de mis propios pensamientos, llegamos a la puerta del dormitorio para visitantes. Hice pasar al extraño reverentemente y le di unas leves directrices para que pudiera acomodarse de la mejor manera. Después de asegurarme de que todo estuviera dispuesto correctamente, me despedí del extraño estrechando su blanca mano. Y no pude evitar sentir un escalofrío al sentir su piel, su gélida y helada piel. Guardé las formas como pude y cerré la puerta tras de mí. Volví con el tío Boden y con mi querida Marielle, pero ninguno mediamos palabra. De modo que rápidamente volví a subir las escaleras y procedí a encerrarme en mi propia habitación. Estaba realmente exhausto y agitado por los nervios. No me demoré mucho tiempo y en unos minutos, estaba profundamente dormido.
    A la mañana siguiente, entré sigilosamente en el dormitorio de Sir Francis Varney. Tal como había dicho, ahí no había nadie. La cama estaba perfectamente hecha, y ni un solo mueble había sido removido de su posición original, antes de la entrada del huésped. Siendo así marché hacia la universidad, pensando que todos mis temores iniciales sobre el visitante habían sido infundados. Seguramente su aspecto propició en mí estas suspicacias, pero no cabía duda de que este era un hombre de bien. Cuando estaba a punto de salir por la puerta principal escuché un gemido angustioso proveniente del piso de arriba. Venía del cuarto del tío Boden. Subí corriendo las escaleras y abrí la puerta con violencia. Ahí estaba tendido mi tío, pálido como una lápida, sudando abundantemente. Enseguida me alarmó la terrible escena, e intenté preguntar a Arthur cómo se encontraba. Intentó tranquilizarme en vano con el habla entrecortada, producto de una inusitada fatiga. Supe que debía intervenir, como médico que soy (o que iba a ser) quise auscultarle lo antes posible. Llamé a Marielle para que me ayudara, sin contar con el impacto tremendo que produjo en ella ver a su padre en semejante condición. Una vez se hubo recompuesto, trajo mis útiles de medicina desde la habitación contigua y procedí con el análisis de sangre. Hundí la aguja en la parte posterior del codo de mi tío, limpié el sitio de punción con un antiséptico y luego coloqué una banda elástica alrededor de su antebrazo con el fin de ejercer presión y restringir el flujo sanguíneo a través de la vena. Posteriormente, le inyecté un antibiótico y una leve dosis de morfina para facilitarle el sueño. Marielle puso sobre su frente una toalla húmeda y rezó una plegaria silenciosa. Una vez tomadas estas medidas salimos de la habitación y dejamos a mi tío dormir.
    Hicimos todo lo posible por volver a la normalidad, y el resto del día discurrió de la forma más habitual posible. Claro está que me quedé en casa guardando rigurosa guardia por si volvía a ser necesitado, y aproveché para analizar la muestra de sangre que había tomado del tío Boden. Observé una alteración causada por la disminución del número de glóbulos rojos y hemoglobina bajo los parámetros estándares (en general puede establecerse como normal para un hombre un hematocrito en torno al 40 y 50%, y un índice de hemoglobina entre el 13 y 18 %). Y es que, rara vez se registra en forma independiente una deficiencia de uno solo de estos factores. Muy a mi pesar interpreté estos datos como rasgos característicos de una grave anemia. Y por Dios, por Dios juro que ojala hubiera estado equivocado. Pasada la media tarde entré a comprobar el estado de mi convaleciente tío. Mis horrendos augurios se vieron confirmados. El tío Boden no era capaz de mover un solo músculo, siendo víctima de una adinamia atroz. Con espanto comprobé como la piel de mi tío se tornaba en un amarillo pálido, al igual que su mucosa, como también pude comprobar. Esto se debe a la liberación de bilirrubina en la sangre. Este pigmento biliar no conjugado se produce por la destrucción de eritrocitos, y es un claro síntoma de la llamada anemia hemolítica. No es mi intención crear un listado médico, sólo quiero plasmar la gravedad del estado del tío Boden, y expresar de esta forma el horror al que me enfrentaba. Puse todos mis esfuerzos en mejorar el estado de mi paciente, pero cuanto hacía resultaba inútil. Justo después de la caída del sol unos recios nudillos golpearon a nuestra puerta. Ahí estaba, tal como prometió. Sir Francis Varney.
    Marielle misma salió a recibirle, y le comunicó la trágica noticia. Varney se mostró contrariado al escuchar sus palabras, pero insistió en llevar a cabo los planes según lo acordado. Amargamente mi prima asintió, y dirigió al visitante hasta su taller de pintura, situado en el piso inferior. Esta era una habitación amplia, decorada con viejos muebles de madera y las paredes completamente pintadas de blanco. En medio, estaban colocados los lienzos y demás utensilios de pintura, alumbrados por una tenue vela. Marielle dispuso su caballete y afiló sus carboncillos. Seguidamente arregló una butaca cubierta en telas de satén, lista para que Sir Francis se acomodara en pos de ser inmortalizado. En primera instancia Marielle se encontraba demasiado atribulada para pintar, preocupada atrozmente por el estado de su padre. Pero según avanzaban los minutos se fue imbuyendo en la singular belleza del ser que tenía delante. Disfrutó representando cada contorno, cada curva del hombre magnífico que se encontraba inmóvil ante sí. Sobretodo, reparó en sus hermosas manos y penetrantes ojos. En poco tiempo había olvidado por completo todo aquello que rodeaba a la enfermedad del tío Boden, y no existía nada más en el mundo que esa maravillosa simbiosis que se produce entre el artista y su modelo. Con extraordinaria rapidez termino de perfilar la estructura y esquemas del cuerpo del personaje, y en seguida comenzó con los óleos. Hasta bien entrada la noche pintó Marielle por puro placer, y Varney continuó mirándola, fíjamente… sin mover un solo músculo.
    Por fin se hizo de día. Marielle despertó tendida sobre el suelo, al lado de su obra aún sin completar. De Sir Francis Varney no quedaba rastro. Era como si nunca hubiera estado ahí. Con rapidez se recompuso mi prima, y cubrió el lienzo con una fina gasa, dejándolo secar hasta la noche siguiente. Mientras todo esto ocurría, yo no había dormido ni un segundo en toda la noche. Velé a mi tío durante horas interminables, anotando minuciosamente hasta el más leve cambio en sus síntomas. Como tuve tiempo, realicé un hemograma (estos es, expresar el número, proporción y variaciones de los hematíes, leucocitos y plaquetas que hay en la sangre) al tío Boden lo mejor que pude, con el fin de delimitar la etiología de mi paciente. Comencé a observar una serie de conductas sintomáticas que se alejaban del patrón de la anemia, sino que resultaban más propias de los enfermos de carbunco. La fiebre comenzó a subir a unas temperaturas desorbitadas, tío Boden empezó a sufrir severas convulsiones, afectación respiratoria, y lo más desconcertante de todo… una intensa e insaciable sed. El tío pedía agua constantemente, y la necesidad debía ser imperiosa teniendo en cuenta que la fatiga apenas le permitía hablar. Sin embargo por más que bebía, menos se saciaba. Cada vez me resultaba más difícil conseguir que Boden conciliara el sueño, pero al mediodía finalmente lo conseguí. Estaba cansado, pero demasiado inquieto como para acostarme. Busqué consuelo en la compañía de mi adorada Marielle. ¡Cuánto había llegado yo a amarla en secreto! Sólo su dulce presencia podría descargar mi alma atormentada, de modo que la busqué por toda la casa. Al fin la hallé en su taller, con la mirada perdida en aquel cuadro. ¡Sir Francis! Ya casi lo había olvidado. Traté en vano de hablar con mi prima acerca del estado de su padre, pero no hizo ningún caso. Estaba completamente absorbida con esa imagen plutónica que se hallaba en el lienzo. Esos ojos hipnóticos representados con una exactitud tal, que no pude evitar helárseme la sangre en las venas. Alargué la mano para tocar el hombro de Marielle, más ella no respondió. Abatido, derrotado, subí hasta mi habitación y rompí a llorar.
    Así fueron pasando las horas, y por fin calló el atardecer. Con puntualidad milimétrica cayeron unos pesados nudillos sobre la puerta de la casa. Era Sir Francis Varney, dispuesto a una nueva sesión de pintura. Toda la noche, Marielle pintó. Y yo me lamenté amargamente por mi nefasta suerte.
    Al día siguiente todo fue igual. Sin haber acumulado una sola hora de sueño en dos días, volví para escudriñar el estado de mi pobre tío. Ya no había nada que yo pudiera hacer por él. De modo que mandé un telegrama urgente a uno de mis profesores en la universidad, pero sin abrigar la más mínima esperanza de que le llegara a tiempo. La falta de oxígeno comenzó a provocar espantosas alucinaciones a Boden. En sus locos desvaríos murmuraba frases ininteligibles, de las cuales logré destacar un par de palabras, pronunciadas en latín: desmodus rotundus. Concluí que en el tumulto de su agitada mente vomitaba expresiones emanadas de su vasto conocimiento zoológico. ¿Y qué otra cosa se podría esperar? Sólo tenías que mirar su demacrado aspecto. La carne de su rostro comenzaba a pudrirse, siento esto especialmente evidente en nariz y orejas. Además, desarrolló una extremada fotosensibilidad, con lo cual se debía de tener completamente cerradas puertas y ventanas todo en derredor suyo. Bajé al taller y supliqué a Marielle que velase a su padre conmigo, en su lecho de Muerte. Mas fue imposible. El retrato ya estaba casi terminado. Y era en verdad una obra prodigiosa.
    Casi había atardecido cuando dirigí mis pesados pasos hacia la librería. Vagando entre los libros en busca de consuelo encontré uno que trataba sobre casos de metafísica y esoterismo. Ahí encontré un artículo sobre un tal Barón Stolmuyer de Saltzburgo, residente en Anderbury, alrededor del siglo XVI. Este fue asesino y hereje, y dicen que después de muerto resurgió de la cripta durante la primera noche de luna llena. Vagando por su castillo en condición de no-muerto fue rebautizado como Sir Francis Varney.
    Cerré el libro con estrépito. Mi rostro palideció al mismo tiempo que los ojos prácticamente me salían de las cuencas. ¿Cómo describir el espanto? ¿Cómo plasmar en palabras la sensación de terror que invadió todo mi cuerpo? En cuanto recuperé el pleno uso de mis piernas, corrí como alma que lleva el Diablo. Irrumpí de esta manera en el cuarto de mi tío Boden y… ¡que Dios se apiade de mi pobre alma! ¡La cama estaba completamente vacía! Registré cada rincón del lugar y no había rastro alguno de mi pobre tío. Acto seguido escuché un grito despavorido. Un grito de mujer. Ya era noche cerrada. ¡4 De Mayo! ¡Noche de Walpurgis! ¡Marielle! Después del grito, tronó el pesado galope de un caballo. “La cuadra”, pensé. Y lo más rápido que pude corrí hasta el lugar dónde mi tío guardaba los caballos. Nada más entrar sufrí el golpe demoledor de una peste sin igual. Todos los caballos, cada uno de los animales que se guardaban ahí, ¡muertos! ¡Muertos todos y cada uno de ellos! Y en medio de ese terrible hedor, una figura humana, reclinada sobre el cuello de uno de los equinos semi-descompuestos. ¡Arthur Boden! Movido por la fuerza descomunal que haya el ser humano en las situaciones más extremas, salí de la cuadra y fijé sólidamente la puerta, para que nada ni nadie pudiera entrar o salir. ¡Ay!, tío Boden, ¿cuál es este terrible destino al que te has enfrentado?
    Pero no tardé un segundo en deshacerme de estos pensamientos. ¿Dónde estaba Sir Francis? ¿Dónde estaba mi dulce Marielle? De nuevo a galope descendí hasta el taller de pintura donde había estado recluida mi prima durante estos últimos días de pesadilla. Y cuando llegué ahí, la escena que encontré terminó por hacerme sucumbir al borde la locura. Desde las puertas rojas del infierno, en medio de la habitación vacía, un lienzo. La obra terminada de un genio. Y en el lienzo un retrato perfecto, diabólicamente sublime. Sir Francis Varney, y en sus brazos, ardiendo de pasión… mi querida, mi dulce, mi por siempre deseada… ¡MARIELLE!


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    #1
  2. Raven

    Raven Poeta fiel al portal

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    Menos mal que te tengo a ti, Miyu, que lees mis relatos... :lol:

    Pues no, no tengo ni idea de medicina. Pero estoy muy acostumbrado a documentarme mucho para escribir cualquier cosa, cualquier chorrada. Es cuestión de remitirse a alguna página de medicina, leerla (comprenderla es lo más difícil) y luego ya expresarlo en tus palabras para que no quede como un pegote artificial en el texto.

    ¿Quieres que cambie la letra o el formato? Eso son cosas que deben decirse. Siéntete libre.

    Un enorme abrazo.
     
    #2
  3. TCD_Anonime

    TCD_Anonime Poeta recién llegado

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    :shock:
    Sin duda, un relato lleno de emoción, angustia e intriga...
    Me gustó mucho!! =D>
    Me gustó la intriga que dejas hasta el final, y también la información que nos das de esas teorías médicas, que como bien dijiste, te gustaba buscar informacíon antes de escribirlo en tus relatos, y eso me parece perfecto!!

    Y en cuanto a la letra... Ponla de un color llamativo para que se vea mas!!! :lol: (es broma, asi está muy bien)

    En fin, Raven, despues de leer este extenso pero mágnifico relato, me despido con ansias de ver el próximo, que sin duda sera igual de bueno o mejor que este! :wink:


    Un abrazo!! "Anonime"
     
    #3
  4. Raven

    Raven Poeta fiel al portal

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    Muchas gracias por leerlo Anonime, aunque sea larguito... ¡hehehehehe!

    ¿le cambio el colo a la letra? ¿O el formato?

    Tú dímelo, muchacha.

    Bueno, ¡un abrazo fuerte!
     
    #4
  5. librampiro

    librampiro Poeta fiel al portal

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    Extraordinario relato Raven, también me sorprendieron todos los terminos médicos y tu vocabulario en si. Lo que note es que a veces el narrador (que es testigo) habla de si mismo en tercera persona, eso esta algo raro; pero es sin importancia porque a pesar de que tu relato es largo me mantuvo pegado al monitor.
    Que bien!!!
    en verdad.
    Saludos amistosos
    Librado.
     
    #5
  6. Lilith

    Lilith Poeta fiel al portal

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    Precioso escrito Señor Cuervo... un gran escrito...

    Gracias por todo...
     
    #6
  7. Raven

    Raven Poeta fiel al portal

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    Un placer, mein blonder engel... ¡hehehehe!

    Un abrazo.
     
    #7
  8. luz

    luz Exp..

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    GRACIAS POR COMPARTIR ESTE BELLO ESCRITO EN ESTA TARDE HERMOSA...RADIANTE DE SOL...UN BESO GRANDOTE TE QUIERE TU AMIGA LUZ
    TE DEJO MI CORAZON...
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    #8

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