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El secreto de Carlota: amor y erotismo lésbicos, drama, religión, historia, política. FINALIZADO

Tema en 'Relatos extensos (novelas...)' comenzado por Amorclandestino, 6 de Noviembre de 2023. Respuestas: 12 | Visitas: 841

  1. Amorclandestino

    Amorclandestino Poeta recién llegado

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    Mujer
    INTRODUCCIÓN


    Durante este tiempo he sabido que Carlota ocultaba algo. Algo que forma parte de su alma, pero con lo que la han hecho sufrir mucho a lo largo de su vida.


    Ella. Tan noble, inteligente, culta, tímida, introvertida, empática, sentimental, cariñosa conmigo... Asperger como yo. Tan especial, tan de otro mundo... Un ángel como el sol, caído del cielo. Más de lo que siempre soñé en una mujer.

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    Su triste mirada. Memoria de un pasado marcado por la temprana pérdida de sus padres, abusos físicos y psicológicos, ansiedad y depresión. De una constante lucha para encajar en este mundo. Tan vulnerable y tan fuerte y valiente a la vez... Carlota: de origen germánico, «mujer fuerte y guerrera». Judit: de origen hebreo, «alabada de Dios».

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    Carlota Judit. Preciosos nombres. Por alguna razón que todavía desconozco, prefiere que la llamen Carlota, aunque tengo la absoluta certeza de su amor hacia sus dos nombres por igual desde lo más profundo de su entraña. El día que nos conocimos, al haberme dicho su nombre con su peculiar y bella sonrisa que tanto me enamoró, ocultó discretamente la mirada y le mudó el semblante de repente, como si la tristeza que tanto caracteriza su mirada se hubiera difuminado por completo en su rostro. Fue entonces cuando me dijo, con un tenue hilo de voz y en un tono que yo interpreté como una desolada súplica: «em pots dir amb el nom que vulguis, però prefereixo que em diguin Carlota, si us plau» («me puedes llamar con el nombre que quieras, pero prefiero que me llamen Carlota, por favor»). Aunque las palabras comunicaran una cosa, el tono de voz y la mirada que las acompañaba me transmitían otra.



    Desde aquel verano que nos conocimos y en especial siempre que hemos consumado nuestro amor hasta la fecha, siempre he intuido que en sentido ascendente desde la cintura su piel nunca se libra enteramente de sus prendas. Cuando nuestros cuerpos se sumergían en las frías aguas marinas, las de la piscina del hostal y las de la ducha que compartíamos de vez en cuando, siempre advertí que ocultaba minuciosamente su espalda, ya fuera con su triquini negro, que la cubría en la medida de todo lo posible, o con su indómita cabellera. Siempre que la abrazaba sentía un extraño tacto en su espalda, como si llevara tatuada a fuego una grande, profunda y discontinua cicatriz cubierta con una especie de segunda piel para disimularla. Con el semblante triste me decía que no se sentía todavía preparada para mostrar esa parte de su cuerpo. Cuando le pregunté el porqué, me dijo que algún día me lo explicaría todo, pero que necesitaba su tiempo, ya que era algo que le afectaba mucho y con lo que le han hecho mucho daño y que me lo explicaría todo cuando se sintiera preparada. Yo la entendí perfectamente y le dije que cuando se viera con fuerzas me lo contara todo con calma, que yo jamás la juzgaría ni la haría sentir mal.

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    Hace ya un mes y medio que mi mirada no logra alcanzar sus brazos desnudos. Todas las veces que hemos consumado nuestro amor durante este tiempo nunca se ha desasido de las prendas que cubren su cuerpo de cintura para arriba. Para mí no supone ningún problema, no necesito estrictamente la contemplación de su torso totalmente desnudo para que me sonroje, mi corazón palpite y mi cuerpo sienta calor y humedad. Con la mera visión de una sola parte, especialmente en sentido descendente desde la cintura, ya me basta. Además, es invierno y pasa todo más desapercibido. Pero igualmente es algo que me empieza a inquietar.



    Carlota, a pesar de su amor por la comida en abundancia, no come de todo, sobre todo según qué carnes y mariscos, entre más alimentos. Siempre recordaré aquel día que fuimos a comer en un chiringuito de la playa e invadida por su inquietud gastronómica, tomó discretamente de mi plato aquel delicioso musclo con limón y lo degustó con suma sensualidad... Pensé que tal vez tenía una intolerancia alimentaria, aunque a cada una de mis preguntas su respuesta siempre era: «algun dia t'ho explicaré, amor» («algún día te lo explicaré, amor»).



    Hay un día de la semana en especial en el que Carlota se siente todavía más triste de lo que es habitual por su sensibilidad y sus traumas del pasado (algo que exterioriza con muchísima pena, jamás dañando a nadie), y ese día es el sábado. Cuando convivimos juntas durante aquel espléndido mes de agosto en el que nos conocimos, me percaté de que cada semana a partir del atardecer del viernes y durante el sábado Carlota se sentía muy triste y mataba las horas sentada en el sillón de la habitación del apartamento que compartíamos con los ojos vidriosos, pensativa y leyendo un libro bastante grande, algo que por entonces me pasaba muy desapercibido, ya que estaba más que acostumbrada a verla leyendo libros bien tochos, especialmente sobre historia de la Edad Antigua y de la Edad Media, clásicos grecorromanos traducidos y también de la literatura catalana y española medieval en la versión antigua de las dos respectivas lenguas, es por ese motivo que no notaba nada «extraño» en su lectura.



    En las mismas vacaciones en la Costa Brava me percaté también de que los viernes por la noche siempre cenaba con un par de velas encendidas y sostenidas por dos grandes y bonitos candelabros de plata encima de la mesa de la terraza del jardín en el que comíamos, algo que tampoco me parecía extraño porque a veces comía rodeada de velas, aunque no como las que utilizaba en la cena del viernes, que sí que eran realmente una pasada. Siempre se cocinaba y cenaba lo mismo: una sopa con trozos de pollo, maíz, zanahoria, cebolla y apio y un filete grande de merluza al horno con cebolla y pimientos. No obstante, lo que me sorprendía más aún es que Carlota, a pesar de no tomar alcohol y de ni tan siquiera gustarle, siempre antes de la cena del viernes bebía una especie de vino con una preciosa copa y también que siempre comía un pan especial en forma de trenza amasado y horneado por ella misma, del que siempre degustaba una gran rebanada después de tomar el vino y antes de las comidas.



    Por lo que podía permitirme observar, llevaba siempre a cabo el siguiente ritual: encendía las velas, aunque nunca alcancé a ver exactamente cómo las prendía y lo que hacía, ya que siempre se las arreglaba para llevarlo a cabo en soledad. Después estaba unos minutos leyendo un libro y tarareando unas bellas melodías, algo que tampoco me extrañaba mucho porque es algo que hacía muy a menudo y además porque ella a veces devoraba sus libros de literatura e historia mientras comía, no exclusivamente en estos momentos. Pero los viernes y los sábados en concreto me fijaba en que leía más detenidamente, haciendo varias pausas y tarareando esas hermosas melodías con más sentimiento, con los ojos vidriosos, hasta el punto de haberme parecido ver caer de sus preciosos ojos más de una lágrima. Pasados unos minutos, llenaba de vino su preciosa copa hasta el tope, se lo tomaba, se levantaba, se dirigía hacia la cocina y transcurridos unos cinco minutos regresaba a la terraza donde comíamos con una gran rebanada de su pan trenzado y finalmente procedía a comer. Primero el pescado, después la sopa de pollo, algo un tanto curioso.



    Además, a lo largo de la semana Carlota siempre utilizaba los platos, vasos y demás utensilios corrientes de cocina que ya se encontraban en el apartamento, pero los que utilizaba durante la cena del viernes, el desayuno y el almuerzo del sábado eran de dos vajillas de plata diferentes para según qué comida y un precioso mantel con grabados y motivos vegetales estampados de colores azul y dorado.



    Por si fuera poco, los sábados al mediodía también comía siempre lo mismo, cocinado con rigurosa antelación del mismo modo que la cena del viernes, lo que entonces tampoco me sorprendía, ya que Carlota ama cocinar y además lo hace EXCELENTE: un guisado aun tanto peculiar y al mismo tiempo con un aspecto y un olor deliciosos, compuesto de frijoles, patatas, huevo, cebollas, carne de buey y especias varias.



    Un detalle que también he advertido cada vez que voy a visitarla a su casa es la misteriosa esquina de su habitación, cubierta con una cortina y repleta de cajas y bolsas de lo que a simple vista parecen ser recuerdos destartalados de los que, por algún motivo, no logra desprenderse.



    Carlota hace acopio de grandes esfuerzos para pasar desapercibida, pero si hay algo que se le hace bastante cuesta arriba es disimular. Siempre respondía a mis inquietas preguntas con un «algun dia t'ho explicaré, això no és fàcil per a mi, dona'm temps, però algun dia t'ho explicaré, t'ho prometo» («algún día te lo explicaré, esto no es fácil para mí, dame tiempo, pero te lo explicaré, te lo prometo») seguido de su triste mirada y de un tierno beso en la frente y en la mejilla.



    El idilio entre nosotras sigue su bello curso. Estoy tan enamorada de ella como aquellos días que nos conocimos en aquel pueblo de la Costa Brava y más todavía. A cada hoja que desciende del calendario la amo más y más. Lo que va a suceder en el transcurso del bello atardecer de un gélido viernes de mediados de diciembre en el que Carlota me invita a cenar y a dormir a su casa nos va a unir más y más.



    Carlota: «mujer fuerte y guerrera».



    Judit: «alabada de Dios, judía».


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    Última modificación: 14 de Enero de 2024
  2. Amorclandestino

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    Episodio I


    Girona, viernes 15 de diciembre de 2023.


    Llamo a la puerta de la casa de Carlota, su familia la ha ocupado durante generaciones. Se encuentra en la judería del casco antiguo de Girona. Me encanta su fachada medieval, tan antigua. No es grande ni muy pequeña, bonita y acogedora. Según me contó, su mobiliario data de entre dos y tres siglos.

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    En cuanto mi amada me abre, me percato de que la casa está a oscuras. Encima del viejo mueble situado al lado de la puerta de entrada hay una pequeña menorá de nueve brazos con sus respectivas lámparas de aceite encendidas. Me recibe con una suntuosa vestimenta religiosa a la vez muy modesta: una túnica blanca holgada y de manga larga con cuatro pares de rayas discontinuas de color azul oscuro y estampadas por diferentes zonas de la prenda: una en la cintura, otra en el dobladillo y las dos restantes en las muñecas de las dos mangas. Además, lleva puestas unas chanclas beis de cuero y plataforma alta, un precioso «talit» azul oscuro con líneas doradas que cubre ligeramente sus hombros, su cabello y su cabeza, adornada al mismo tiempo con una «kippá» roja con el dibujo de una «menorá» de siete brazos. Está increíblemente hermosa. Se han confirmado por completo mis sospechas de que es judía, aunque siempre la he respetado y he esperado a que me lo confiese.

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    Me abraza. Muy fuerte, muy fuerte. Me acaricia suavemente el cabello y me besa la cabeza, a la que tiene que agacharse bastante para lograr alcanzarla. Tengo mucho frío, siento mi menudo cuerpo congelado y su abrazo me reconforta más que un par de tazas de caldo bien caliente. Ella gordita y yo delgada, ella tan alta y yo tan baja... La tenuidad y el frío de mi piel junto a la voluminosidad y el calor que desprende la suya. ¡Qué protegida me hace sentir! Debajo de mi arrapado vestido negro, mis entumecidos pezones. Tanto por el frío como por todas las emociones que me despierta el mero roce de mi cuerpo junto al suyo. Por un instante puedo ver sus mejillas sonrojadas y sentir su entrecortada respiración mientras me abraza, reacciones que le habrán provocado el roce de nuestros cuerpos.



    –Amor meu! Que freda que estàs! Has d'abrigar-te més!


    Acto seguido, nos separamos del abrazo. Impone sus dos grandes manos en mis delicadas y frías mejillas y me besa la frente. Me toma de las dos manos y me las templa, ya que las tengo casi congeladas. Advierto un destello de emoción en su triste mirada.



    –Ai, quines manetes més fredes! Vine, amor, vine... Que te les escalfo ben escalfadetes!



    Amo sentir el roce de sus toscas manos con las mías, tan delicadas y con dedos de pianista.


    Acto seguido, agarra mi esbelta cintura, la acaricia y me toma en brazos. Siento el roce de sus grandes pechos y de sus ya entumecidos pezones por debajo de su recatada túnica religiosa con los míos. También el de su prominente nariz junto a la mía, minúscula y con la misma tendencia a destemplarse que mis manos.

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    –Quin nasset més fred que tens! –me dice, riendo con ternura.


    Nos besamos. Sentir sus labios enredándose con los míos es uno de los mayores placeres que he logrado experimentar en mis 26 primaveras. Estamos las dos muy sonrojadas y nuestras respiraciones se entrecortan mientras nos fundimos en apasionados besos. Mi cuerpo empieza a templarse, en todos los sentidos.



    (Carlota y yo hablamos en catalán, pero a partir de aquí escribo los diálogos solo en español para que se me entienda mejor).



    –Eres la más hermosa del universo... El mejor regalo que HaShem, es decir, Di-s, me ha ofrecido en esta vida. Te amo como nunca he amado a nadie, Clara. No tengas nunca la menor duda de ello –me dice, entre beso y beso.



    –No más que tú, Carlota. Eres la persona más bella que he conocido, en todos los sentidos. Un ángel como el sol, caído del cielo. Lo mejor que me ha sucedido en esta vida. Te amo más que a nadie.

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    Habiéndonos besado, me baja, me toma suavemente de la cintura con su brazo y me mena hacia el comedor. De camino, reparo en que tiene abiertas las puertas de todas las estancias de la casa (su cuarto, el baño, una sala de estar/biblioteca y la cocina), en cada una de las cuales hay una pequeña «menorá» encendida, todas ellas hechas también de plata y colocadas al lado de su respectiva ventana. Desde que me ha abierto la puerta mi olfato es seductoramente invadido por un cálido e intenso aroma a comida, preparada con antelación: apio, caldo de pollo, pescado, frituras, carne de ternera, cebolla, especias... ¡Qué delicioso cocina mi amada!

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    Llegamos al comedor. En un lado y en el otro de la ventana, hay dos grandes y preciosas «menorot» de oro. Una de nueve brazos y otra de siete, ambas apagadas. Son todas estas hermosas luces las que en este preciso instante iluminan y dan calor en casa de Carlota. Me sorprendo muchísimo. Nunca antes las había visto. Ahora puedo entender más que nunca qué era lo que escondía tras la cortina de la misteriosa esquina de su habitación.



    Nos dirigimos a la mesa. Decanta una de las sillas y con un brillo de alegría en sus ojos y una confiada sonrisa iluminando su rostro me hace un gesto para darme a entender que me siente. Después se sienta ella, a mi lado. Una vez estamos las dos sentadas, me toma de la mano. Amo sentir sus largos y carnosos dedos entrelazados con los míos, de pianista y tan delicados... Nos miramos a los ojos y nos besamos. Acurruco mi cabeza en su pecho.



    Es aún de día y el sol de invierno con un majestuoso cielo con luz rosada de fondo nos iluminan.

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    La mesa está servida para dos personas, en cada lado un plato hondo encima de un plato plano, rodeados por un bonito vaso delante y una servilleta de tela con cubiertos encima en cada lado. A la derecha, una cuchara y a la izquierda, un tenedor y un cuchillo. La mesa está cubierta con un precioso mantel blanco con estampados azules y dorados. Los platos, los vasos y los cubiertos forman parte de dos preciosas vajillas de plata diferentes. Los platos planos, los tenedores y los cuchillos son de una vajilla con grabados de cenefas con motivos vegetales y con el dibujo de una menorá de siete brazos en el centro y los platos hondos y las cucharas son de otra, grabados con una estrella de David en el centro y una inscripción en hebreo debajo: שבת שלום , tanto en los platos como en los vasos.


    No se trata de las mismas vajillas que utilizaba en las cenas de los viernes durante las vacaciones en las que nos conocimos, aunque ambas son parecidas. Lo que sobre todo las distingue es que las otras no contienen grabados de símbolos que a primera vista sabemos que son judaicos y estas sí. Este detalle demuestra su entonces atormentado afán por pasar desapercibida.



    Se me ilumina la mirada. Pocas veces en mi vida he presenciado tanta belleza. Me quedo sin palabras. Poso fijamente la mirada en la inscripción hebrea del plato hondo. Ella me lee la mirada, no me hace falta articular término alguno para preguntar.



    –«Shabat Shalom». Significa «Shabat Shalom» –me dice.



    –Ya me lo suponía. Ay, es todo tan precioso... ¡Bendita belleza!



    Ella se sonroja.



    –El Shabat es la reminiscencia del séptimo día de la Creación, cuando HaShem descansó de toda su obra. Se celebra entre la noche del viernes y durante el sábado, nuestro día sagrado. Para nosotros, la semana empieza en domingo.



    –¿Cómo celebráis el Shabat?



    –Durante el Shabat no podemos realizar ningún tipo de actividad, ya que, como dicen las Sagradas Escrituras es el día de descanso. Es por ello que siempre cocino la cena del viernes y el desayuno y la comida del sábado con mucha antelación. Además, tampoco podemos hacer ningún uso de la electricidad, por ejemplo no podemos prender ni apagar luces.



    –Entiendo... –le respondo en un tono de voz sumamente respetuoso.



    –La cena de los viernes es muy especial porque conmemora el comienzo del Shabat. Es un acto sublime para nosotros los judíos. Ya lo verás, amor –me besa la frente.



    Frente a nosotras, hay una gran bandeja de plata de la misma vajilla que los platos planos, los tenedores y los cuchillos. Contiene una gran jarra de cristal llena de vino. Justamente al lado reparo en la presencia de la preciosa copa de plata que ya tanto conozco con el grabado de un dibujo de lo que parece ser un precioso templo.



    –Este vino, por lo poco que sé de ello, es el que se utiliza para una bendición del Shabat, ¿verdad?



    –Tú lo has dicho, amor. Es el que, junto con la copa, se utiliza para decir la «berajá», es decir, la «bendición» del vino, llamada «kidush». Las «berajot», es decir, las «bendiciones», se encuentran enmarcadas entre las siete «mitzvot» rabínicas. Cada «berajá» que me escucharás declamar es una «mitzvá».



    –¿Qué significa «mitzvá»?



    –«Mitzvá» significa «mandato». Existen centenares, pero tenemos siete principales, que son las «mitzvot», rabínicas, es decir, los «mandatos» rabínicos. La declamación de las «berajot» es la segunda.



    –De acuerdo, ya entiendo... Si bien deduzco, «-a» es la terminación de singular y «-ot» la de plural, ¿es así? –la interrumpo discretamente, motivada por mis ansias de conocimiento– ¡Claro, ya caigo! Entonces, el plural de «menorá» es «menorot».



    –Tú lo has dicho amor, así es. Nociones básicas de gramática hebrea.



    –Es preciosa la copa. Me encanta.



    –Sí... –me dice con un melancólico suspiro– el grabado representa el Primer Templo de Jerusalén. Mira, amor.



    Se levanta de la silla y se dirige al mueble. Toma un gran libro antiguo, lo abre por el principio y regresa a mi lado.



    –¿Qué fue de este precioso templo? He escuchado muchas teorías sobre ello, aunque no logro discernir hasta qué punto son ciertas. ¿Cuál fue el origen del Primer Templo de Jerusalén?



    –Es una historia muy apasionante y triste a la vez... –suspira– Se remonta a muchos, muchos años atrás, amor. Casi tres mil años. Entre finales del segundo milenio y principios del primero antes de Cristo, concretamente al Éxodo de Egipto hacia la Tierra Prometida... –me dice emocionada, señalando en el libro una maravillosa ilustración que representa a Moisés abriendo el paso entre las aguas del Mar Rojo.



    –¡Qué bonito...! Es realmente bella la historia de Moisés. De pequeña tenía la película de dibujos animados, titulada El Príncipe de Egipto. Lloré tantas veces viéndola...



    –Lo es, amor, lo es. Y sí, me pregunto honestamente quién no habrá llorado viéndola... –deja escapar un melancólico suspiro– En el transcurso de los cuarenta años del Éxodo, a caballo entre Moisés y Josué, el pueblo de Israel necesitábamos algo que se asemejara a un templo para orar y manifestar nuestro amor hacia HaShem...



    –¡Claro! ¡El Tabernáculo móvil! Que, si bien recuerdo, era un santuario en forma de tienda de campaña. ¿Es así?

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    –Exactamente. Se trataba de un santuario portátil que cobraba esa misma forma. Fue allí donde se depositó el Arca de la Alianza confiada por HaShem a Moisés, que contenía los Diez Mandamientos –pasa a la siguiente página y me señala una bella ilustración del Tabernáculo, con el Arca en su interior.



    –¡Sí, las Tablas de la Ley! ¿Y de qué modo y en qué momento histórico se convirtió en el Primer Templo de Jerusalén?



    –Estos hechos se remontan a caballo entre nuestra llegada a la Tierra Prometida e inminente conquista de Canaán, el repartimiento del territorio entre las doce tribus y nuestro glorioso Reino unificado de Israel, regido por los más memorables monarcas Saúl, David y Salomón. A raíz de constantes disputas en tiempo de las doce tribus, pasó de un lugar a otro. Así fue que el rey Salomón dio con el Arca de la Alianza vilmente arrebatada por los filisteos, la trajo de vuelta a Jerusalén y allí erigió un Tercer Tabernáculo, bajo el propósito de custodiarla.



    –Y del Tercer Tabernáculo emergió el Primer Templo de Jerusalén, ¿cierto? –le digo, con un visible destello de emoción en la mirada.



    –Así es. Salomón decidió amueblar el Tabernáculo y partiendo de este, erigió el Primer Templo. Es por esa razón que es también designado como el Templo de Salomón. Se mantuvo firme durante unos cuatrocientos años, a caballo entre la monarquía unificada de Israel y su partición en dos reinos: el del norte y el del sur. ¡Mira qué bello y qué majestuoso era...! –exclama, dejando escapar un melancólico suspiro mientras sostiene la copa y me muestra otra ilustración del libro con el Primer Templo dibujado– ¡Vilmente arrasado en manos de Nabucodonosor!

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    –Nabucodonosor, el comandante del ejército imperial babilonio, si bien recuerdo.



    –¡Tú lo has dicho! Las mismas atrocidades que los babilonios llevaron a cabo contra nuestro glorioso Reino de Judá, que era entonces el del sur, también las cometieron los asirios con la misma crueldad contra nuestro reino de Israel, que era el del norte y tan glorioso como el de Judá. Judit... –de repente suspira, le tiembla la voz y se le eriza la piel, mientras señala en el libro la ilustración de una mujer en pose guerrera degollando un soldado– ¡Judit de Betulia! ¡Una HEROÍNA entre las heroínas y en mayúsculas! ¡La personificación de nuestro pueblo! Que tuvo la entereza de plantar cara al general asirio Holofernes! –exclama, empleando un tono de voz aguerrido, seguido de un apasionado golpe de puño en la mesa.



    –Tiempo después, si bien recuerdo, Babilonia fue invadida por los persas aqueménidas.



    –Efectivamente. Tuvimos que vivir bajo el opresivo yugo babilonio. Hasta que llegaron ellos. Los persas aqueménidas sí que se portaron bien con nosotros... –suspira– Además, fue bajo su munificencia que logramos hacer posible que entre las ruinas del Primer Templo emergiera el Segundo. –hojea varias páginas del libro hasta llegar a una ilustración con otro templo dibujado y mostrármela– ¡Mira qué majestuoso era también!



    –Entiendo que fueron buenos tiempos para vosotros. Quizás no gloriosos, pero prósperos. ¡Qué templos tan espectaculares y avanzados para su época!



    –Así es, amor. Después nos dicen que los judíos somos la peor lacra de la humanidad... –deja escapar un amargo suspiro– En fin. Sí, nuestros tiempos gloriosos todavía estaban por llegar. Posteriormente, llegaron los macedonios comandados por Alejandro Magno. A pesar de sus viles profanaciones, el templo sobrevivió. Después, ya en la fase seléucida, concretamente la de las decadentes monarquías de los diádocos, bajo el reinado de Antíoco, ¡la gloriosa revuelta de los macabeos! ¡Judas Macabeo! ¡Un HÉROE entre los HÉROES! –exclama en un tono aguerrido, mientras vuelve a golpear en puño la mesa con suma pasión, se le agita la respiración, se le eriza la piel de la emoción y señala una espectacular ilustración de un soldado montado a caballo y sosteniendo una lanza en actitud guerrera– Posteriormente, la gloriosa dinastía Hasmonea. Y otros muchos años después, cruelmente profanado y arrasado por los romanos bajo el mando del sátrapa Tito Flavio Vespasiano.



    –Es... ¡Espectacular! Me encantan estas ilustraciones. ¡Qué libro más bello! –le digo admirada, mientras mis dedos de pianista recorren cuidadosamente las páginas.



    –Lo es. Ha pasado de generación en generación en mi familia. Cuenta con unos doscientos años de antigüedad. Fue publicado en Israel, en tiempos del Imperio Otomano –le brilla la mirada.



    –Estos bellos candelabros que iluminan cada estancia de tu casa sé que son «menorot», pero, ¿cuál es la diferencia entre las de nueve brazos y la de siete?



    –Las de nueve brazos son «januquiot». «Januquiá» en singular, «januquiot» en plural. La de siete es la «menorá».



    –¿Cuál es el origen y el significado de ambos candelabros? ¿La única iluminación del hogar con las luces de la «januquiá» y de la «menorá» son también parte de los rituales del Shabat?



    –No, mira, te explico, amor. La «menorá» de siete brazos representa los siete días de la Creación y muchas más cosas: la palabra y la luz de HaShem, el conocimiento humano, la zarza que vio Moisés en el Monte Horeb... Era la «menorá» original, la que iluminó el Primer y el Segundo Templo de Jerusalén. Fue creada por Moisés siguiendo las instrucciones de HaShem, junto con el Arca de la Alianza. Originalmente estuvo en el Tabernáculo móvil, hasta que fue reemplazado por el Templo de Salomón, donde permaneció hasta su devastadora caída, momento en el que fue vilmente saqueada y trasladada a Babilonia. Tiempo después, el imperio aqueménida arrasó con Babilonia. Tarde o temprano, cada quién recoge con lo que siembra en esta vida. Los persas de entonces sí que fueron de los pocos pueblos que a lo largo de la historia no nos han tratado a patadas ni han negado nuestro derecho a existir –suspira amargamente– ¡Y además de permitirnos erigir el Segundo Templo, nos trajeron la «menorá» original de vuelta a Jerusalén! ¡Nos trataron como lo que somos! ¡Como PERSONAS! ¡Nos dejaron ser!



    Se le quiebra la voz, se le entristece el semblante y se le ponen los ojos vidriosos.



    –¿Estás bien, amor? –le pregunto, acariciándole la mano.



    –Perdón –me dice entre suspiros.



    –Tranquila –le digo, mientras le acaricio la mano y el brazo por encima de la preciosa túnica.



    Se frota los ojos mientras se quita y pone momentáneamente las gafas y continúa con su explicación:



    –Después llegaron los helenos y nosotros volvimos a ser perseguidos. A pesar de sus viles profanaciones en nuestro Segundo Templo de Jerusalén, la «menorá» sobrevivió. Hasta que, al fin, ocurrió: la gloriosa revuelta de los Macabeos. Nuestro respetado Judas Macabeo... Fue ÉL quien purificó el Segundo Templo y entonces sucedió el milagro del aceite o «Janucá». Se prendieron las siete velas con aceite que solo bastaba para un día, pero la menorá estuvo encendida durante ocho, sin tregua alguna. Estos acontecimientos los conmemoramos cada año durante estos días de diciembre con una festividad, llamada Janucá o también Fiesta de las Luminarias.



    –¡De acuerdo! Ya entiendo. El candelabro original es la «menorá», pero a raíz de dicho acontecimiento surgió la «januquiá». Sus cuatro brazos laterales representan los ocho días que estuvieron las velas prendidas sin cesar. Pero, un momento, ¿qué simboliza el brazo central?



    –Así es, amor. Vas muy bien encaminada. Los brazos laterales representan los ocho días que estuvo encendida y el del centro sostiene la vela o lámpara «shammash», que significa «siervo».



    –¿Qué simboliza el «shammash»? Quiero decir, ¿qué función desempeña?



    –Te explico, amor. Para conmemorar este sacro acontecimiento, realizamos el ritual o «mitzvá» de la encendida de la «januquiá». Se encuentra también entre las siete «mitzvot» rabínicas y es concretamente la séptima. En primer lugar, se prende la lámpara o vela «shammash» y seguidamente, se añade una lámpara o una vela para cada uno de los días, como dice la Halajá, es decir, la Ley Judía, en las escrituras talmúdicas, siempre dispuestas de derecha a izquierda, empezando por un extremo y acabando por el otro, un ritual simbólico relacionado con la escritura del idioma hebreo. Después recitamos unas «berajot», es decir, unas bendiciones, y con la luz de la vela o de la lámpara «shammash», encendemos el número de lámparas que corresponde en cada uno de los ocho días que dura la festividad de la Janucá, siempre de izquierda a derecha y habiendo anochecido.



    –¡Claro, entiendo! El «shammash» podría simbolizar un modo de conservación como reminiscencia a la sacra luz y a su larga duración a pesar de su escasa cantidad.



    –Exactamente. Solo se pueden encender con la luz de la vela o lámpara central, es decir, la del «shammash», nunca directamente, y además deben de estar encendidas durante al menos treinta minutos, lo que simboliza la luz de aceite de la Januquiá en calidad de solemne e invicta. No obstante, puede permanecer más tiempo encendida, como hago yo durante la noche del último de los ocho días que dura la celebración, hasta que se consumen.



    –¡Qué acto tan y tan sublime! –le digo, con un destello de emoción en mi mirada y un deje de admiración en mi voz– Y en cuanto a las fechas exactas de la festividad, ¿se conmemora en días señalados o como lo hacemos los cristianos en Semana Santa al tratarse de ocho días?



    –Lo hacemos como vosotros en Semana Santa. Mira, amor... –entrelaza sus carnosos dedos entre las hojas del precioso libro, pasándolas con sumo cuidado, hasta llegar a las dos últimas, donde se muestra horizontalmente una preciosa ilustración de lo que parece un calendario circular con dibujos de cosechas y repleto de palabras hebreas con su respectiva transcripción en alfabeto latino– Este es nuestro calendario. Estos nombres son los meses del año. Mira, amor, ahora estamos en diciembre...

    –su dedo señala una palabra del libro, «Kislev»–Siempre celebramos la festividad de la Janucá entre mediados y finales de diciembre del calendario cristiano, lo que corresponde a más o menos entre finales del mes de Kislev y principios del mes de Tevet en el calendario judío. Kislev se encuentra a caballo entre los meses de noviembre y diciembre. Tevet entre diciembre y enero. Como puedes ver, este año la festividad de la Janucá se celebra en Kislev. ¿Lo ves? Aquí podemos leer «Janucá». Estos otros nombres que se encuentran fuera del círculo y estos dibujos representan las festividades y el tipo de cosechas y producción ganadera que corresponden a cada mes.

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    Me explica detalladamente cómo funciona el calendario judío, su historia y las correspondencias de sus meses con los nuestros. Ambas seguimos tomadas de la mano. La escucho atentamente e invadida por mis insaciables ansias de conocimiento. Amo escuchar su voz hablándome de lo que más le apasiona, en especial si trata de algo de tan vital importancia para ella como es su religión.



    –Hay otro detalle que me ha parecido un tanto curioso...



    –Dime, amor.



    –El hecho de que todas las «januquiot» se encuentren dispuestas al lado de las ventanas o de la puerta de entrada tiene también algún simbolismo, ¿verdad?



    –Por supuesto, amor. Siempre colocamos las «januquiot» al lado de una ventana y de la puerta de entrada de nuestras casas, algo que simboliza el poderío y el orgullo del pueblo judío –dice, mientras le tiembla la voz de la emoción y en un tono apasionado, al mismo tiempo que se le eriza la piel– que el mundo sea plenamente consciente de nuestra existencia y, sobre todo, que se nos respete.



    –Pues como debe de ser al fin y al cabo. Sois un pueblo admirable, de veras. Por vuestra valentía y vuestra resiliencia. ¡La religión monoteista más antigua de las tres! ¡Sin vosotros el cristianismo y el islam no tendrían ninguna razón de ser!



    –Debe... Debería. Lo sé. Y no merecemos todo el odio que nos cae encima día tras día. Es todo tan injusto, Clara... Hay tanta maldad en este mundo... Es tanto lo que sufro por ello... Ni te lo imaginas, te lo digo de veras.



    Se le ponen los ojos vidriosos y se los frota inmediatamente mientras deja escapar un intenso y amargo suspiro.



    –Por cierto, voy a encenderla –me dice, levantándose de la silla y señalando la gran y preciosa «januquiá» situada al lado de la «menorá»– Hoy es ya la octava y última noche de la celebración de la sagrada fiesta de la Janucá y tengo que prender todas las nueve lámparas de aceite de oliva. Normalmente se encienden una vez ha anochecido, pero los viernes se hace antes de la puesta de sol, ya que coincide con el inicio del Shabat. Así lo dictan las leyes talmúdicas, concretamente la Ley Judía o Halajá.



    –Entiendo que las enciendes antes porque le sigue otro ritual relacionado con el Shabat, ¿cierto?



    –Así es, cariño. Cada año, el día de Janucá que coincide con el viernes del Shabat, la tengo que prender antes de que falten dieciocho minutos para la puesta de sol, ya que, como cada viernes, dieciocho minutos antes hago el encendido de las dos velas de la mesa, que son ya parte del Shabat. ¡Ya lo verás, te va a encantar! –le brillan los ojos de la emoción– Es la última «januquiá» que enciendo este año.



    –Por lo que me explicas, tengo la impresión de que el encendido de las velas de la «januquiá» es un acto sublime y que ello implica también llevar a cabo otros rituales más allá de la colocación de las las velas o lámparas y del «shammash», ¿cierto? Entiendo que te debe de haber tomado bastante tiempo encender el resto de las «januquiot».



    –Así es, amor. Es por ello que las enciendo con mucha antelación, ya que, como he dicho, tengo que pronunciar unas «berajot» antes de prender cada una y cantar unos himnos una vez hecho. Precisamente hoy que es Shabat debo hacerlo antes de la puesta de sol. Y todavía más si es la octava noche, ya que tengo que encender las nueve lámparas de aceite de cada una de las «januquiot». Cada uno de los ocho días se coloca una vela o una lámpara.



    –Son increíblemente preciosas las «januquiot», de veras. Entiendo que hagáis uso de varias al conmemorar un acontecimiento tan importante en la historia judía y de tanto valor sentimental para vosotros. Te debe de haber tomado mucho tiempo encenderlas todas.



    –Tal y como has visto, tengo varias «januquiot». Fueron creadas en Jerusalén, todavía en tiempos del Imperio Otomano. Tienen unos ciento cincuenta años. Las adquirieron unos tatarabuelos míos por la parte materna y han pasado de generación en generación en mi familia. El hecho de encender solo una o varias ya depende de cada persona y del significado que tiene para la «januquiá». Podría usar solo una, concretamente esta grande del comedor, pero prefiero usar todas las que tengo. Una para cada estancia de mi casa. Siento que me dan protección... –me dice ruborizada y con una voz temblorosa acompañada de una tímida sonrisa.



    Puedo intuir como se intensifica la característica tristeza de su mirada y con la voz suave y temblorosa, acariciándose la mejilla, el cabello y el cuello, ese lenguaje corporal que ya tan familiar me resulta en ella y que denota un cierto temor a que la miren extraño y a que la juzguen.



    Le acaricio la mano y le dirijo una cariñosa mirada seguida de una sonrisa de complicidad. Dándole a entender sin palabras que no tema, que en mí podrá confiar siempre, que jamás se me pasaría por la cabeza juzgarla. Ella responde a mi mirada y a mi sonrisa besándome en los labios. Por lo que logro intuir, interpreta perfectamente mi expresión.



    Hechizada me deja la religiosidad de Carlota. AMO sus peculiaridades que la hacen ÚNICA. Jamás sería capaz de juzgarla. Y aún menos sabiendo cuáles son las duras circunstancias por las que ha pasado a lo largo de su vida. Y que conoceré en su totalidad en el transcurso de esta noche y me llevarán a entender a Carlota y a empatizar con ella todavía más.



    Se dirige al gran y viejo mueble empotrado a la pared para buscar algo. En cuestión de un instante, puedo advertir su presencia detrás de mí, como estando ella de pie se agacha un poco para, desde detrás y estando yo sentada, darme unos dulces besos en la cabeza, en las mejillas y en los labios mientras que sus imponentes brazos rodean mi esbelta cintura y sus toscas manos de carnosos dedos acarician las mías, delicadas y con dedos de pianista. No puedo evitar que mi piel se erice, que mi cuerpo sienta calor y que mi corazón palpite ante su cariño. Entre su calor y el que desprende el fuego sagrado de las lámparas de aceite de oliva de las «januquiot» encendidas por todas las estancias de su casa, acabo de perder totalmente el frío y se me sonrojan las mejillas. Mi amada Carlota. Mi amada Judit.



    Abre un cajón del mueble, del que toma unos cuatro libros. Los dispone con suma delicadeza encima de la mesa, frente a mí. Me quedo muy sorprendida. Tres libros muy grandes y uno más pequeño. Los reconozco al instante. Son los que leía al anochecer de los viernes y los sábados durante las vacaciones. Se percata de mi fija mirada y me lee la mente.



    –Estos tres libros son los más importantes del judaísmo: la Torá, el Tanaj y el Talmud. Hago uso de ellos cuando Shabat me coincide fuera de casa. Normalmente los leo en rollo de pergamino. Ya lo verás, amor, te va a encantar.



    De los cuatro libros me acerca el más pequeño y lo hojea muy cuidadosamente ya que se trata de un libro muy antiguo y de hojas quebradizas, hasta llegar a lo que parecen ser unas tres bellas «berajot» escritas en hebreo (en alfabeto hebreo y latino) y sus respectivas traducciones al catalán. La primera se titula «Berajot de la Januquiá», la segunda «Hanerot Halalu» («Encendemos estas luminarias») y la tercera «Ma'oz Tzur» («Fortaleza de la roca»). Me señala cada una.



    –Mira, amor... Aquí puedes leer las tres «berajot» rituales de la encendida de la «januquiá». Ten en cuenta que la tercera es solo pronunciada en la primera noche. Por cierto, Ado-nai es uno de los tantos nombres a los que los judíos nos referimos a HaShem (o a Di-s). Se recitan inmediatamente antes de la encendida de la Januquiá. «Hanerot Halalu» y «Ma'oz Tzur» son dos himnos que se cantan prendidas ya todas las lámparas.



    Leo interiormente las bendiciones y los himnos, a los que presto especial atención. Son toda una exaltación del pueblo judío y de su historia, en especial el «Ma'oz Tzur». Quedo hechizada ante tanta belleza y mis ojos se iluminan de emoción.



    –Es tan y tan encantador... –le digo. Me sonríe y me besa en la mejilla.



    Entonces, ella, con una mano, toma una lámpara de aceite y la cajetilla negra de cerillas con la Estrella de David grabada en dorado, se vuelve otra vez hacia mí y me ofrece su otra cálida mano, seguida de una noble sonrisa y de un brillo de emoción en su mirada.



    Le tomo la mano y me levanto de la silla sosteniendo el libro de las bendiciones y los himnos en la otra mano. Nos dirigimos lentamente hacia la «januquiá». Una vez frente a esta, ella me suelta delicadamente y coloca la lámpara de aceite en el único brazo todavía vacío y con la cerilla enciende el «shammash».



    –Acompáñame, amor mío, por favor –me susurra en un emotivo hilo de voz seguido de un intenso destello en sus ojos, mientras me ofrece su mano.

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    Le tomo la mano, mientras con la otra sostengo el libro. Acto seguido, recita en hebreo las dos bendiciones.



    –Baruj Ata Ado-nai E-lo-he-nu Melej haOlam...



    («Bendito eres tú, Ado-nai, Di-s nuestro, Rey del Universo...»).



    Me quedo increiblemente asombrada ante la fluidez con la que Carlota articula las palabras. Puedo deducir sin dificultad alguna que las plegarias, himnos y demás cosas relacionadas con su religión y con Israel no deben de ser lo único que sabe en esta lengua. ¿Acaso Carlota habla hebreo?



    Puedo sentir su emoción en su dulce y quebrado tono de voz mientras recita.



    Recitadas las bendiciones, toma muy cuidadosamente la lámpara de aceite central, con la que enciende el resto, de izquierda a derecha.



    Prendidas ya las nueve lámparas de aceite, canta el himno «Hanerot Halalu».



    «Hanerot halalu anajnu madlikin 'al hanisim ve'al...»



    («Encendemos estas luminarias por los milagros y las maravillas...»)



    Con el libro abierto, sigo sus oraciones y sus cantos fijándome en la traducción hebrea en alfabeto latino. ¡Qué peculiar y dulce voz, qué dulce melodía! ¡Cómo me suena esta melodía! Pero ahora no caigo. Sus cantos... Tal vez no canta como un profesional ni como alguien que entiende demasiado de música, pero con su melodía es capaz de acariciar angelicalmente mis oídos y de estimular mi sensibilidad sentimental. Puedo sentir como el quiebre en su voz, el brillo en sus ojos y la tristeza en su mirada se tornan más intensos.



    –Ma'oz Tzur ieshuati, Leja Nae Leshabeaj...



    («Fortaleza roca de salvación, a Ti es adecuado alabar...»).



    Esta melodía también me suena... ¡Ya está! ¡Ya caigo! ¡Es una de estas tantas misteriosas y hermosas melodías que siempre le escucho tararear desde que la conocí! Es ya mientras canta el Ma'oz Tzur que estalla. Puedo ver sus ojos inundándose de lágrimas y escuchar su dulce voz ya llorosa. A pesar de ello, sigue cantando. Le acaricio la mano y el brazo. Puedo sentir un temblor de intensa emoción en su cuerpo. Me emociono y mis ojos también derraman lágrimas.



    Una vez ha terminado de cantar, la abrazo y llora con más intensidad. Puedo sentir el fuerte latir de su corazón y el temblor en su cuerpo. Comprendo perfectamente que es algo que la emociona y con mucho significado para ella.



    Estamos unos minutos abrazadas. Poco a poco, amaino su llanto.



    –Muchas gracias, amor, te amo –me dice, separando delicadamente su cabeza de nuestro abrazo, con un dulce y emotivo tono de voz y todavía con alguna lágrima cayendo de sus ojos. Seguidamente, me besa con suma delicadeza en la frente, en las mejillas y en los labios.



    Seguidamente, Carlota mira el precioso reloj de pared situado al lado del gran mueble empotrado con armarios y cajones.



    –Faltan casi dieciocho minutos para que se acabe de poner el sol, ya es hora de encender las dos velas del Shabat. Este ritual es también una «mitzvá» entre las siete «mitzvot» rabínicas, la quinta.



    Seguidamente, me toma de la mano, nos dirigimos a la mesa y nos volvemos a sentar. Me pasa las páginas del libro de «berajot» y cantos con sumo cuidado hasta lo que parece ser otra «berajá» escrita en hebreo (tanto en alfabeto hebreo como latino) y su respectiva traducción al catalán.



    –Mira, amor. Esta es la «berajá» que ahora recitaré.



    Puedo ver por primera vez como realiza el ritual del encendido de velas del Shabat.



    Se levanta de la silla. Yo, por solemne respeto, llevo a cabo lo mismo, sin que ella me lo tenga que pedir. Vuelve a abrir la cajetilla de cerillas y toma otra, la prende con sumo cuidado y enciende las dos velas. Una vez termina, apaga la cerilla soplándola lenta y sensualmente. Yo estoy a su lado, mirándola y escuchándola atentamente y con suma admiración. Acto seguido, se quita las gafas, levanta las manos y hace tres vueltas con ellas entorno a las velas, acariciando su luz. Después, se cubre los ojos con las manos y moviendo ligeramente la cabeza pronuncia otra bendición en hebreo, también empezada por «Baruj Ata», la primera que hay escrita:



    –Baruj atá Ado-nai, E-lo-he-nu Melej HaOlam asher kideshanu bemitzvotav, vetzivanu lehadlik ner shel Shabat.



    («Bendito eres, Oh Señor, Di-s nuestro, Rey del Universo, que nos has santificado con tus preceptos y nos ordenaste el encendido de las velas de Shabat»).



    Recitada la bendición, dice:



    –Shabat Shalom.



    Permanece unos segundos cubriéndose los ojos con las manos. Seguidamente, una vez termina el encendido de velas, se pone las gafas, se sienta en en la silla, cosa que yo también hago, se vuelve hacia mí, me toma la mano, me acaricia el cabello y me besa los labios con suma sensualidad.



    –Muchas gracias por todo y por tantísimo, amor.



    Estamos en silencio, sentadas una al lado de la otra tomadas de la mano y con mi cabeza acurrucada entre su hombro y su pecho, sintiendo el dulce latir de su corazón. Nos hemos sentado mirando a la ventana, rodeada por las dos bellas menorás, concretamente mirando hacia el este, dirección Jerusalén. Un precioso cielo con reflejos de luz rosados y anaranjados, un bellísimo atardecer de invierno y la luz sagrada de la «januquiá» nos iluminan.


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    #2
    Última modificación: 6 de Enero de 2024
  3. Amorclandestino

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    Episodio II


    Después de las solemnes encendidas de la «januquiá» y de las dos velas del Shabat permanecemos sentadas y tomadas de la mano, viendo como empieza a oscurecer.

    –¿Estás bien, cariño? –le pregunto, tiernamente.

    –Sí, amor mío, ya está. Me emociono mucho, ya conoces lo sensible que soy. Muchas gracias por tanto, de veras.

    –No supone ningún compromiso para mí presenciar y acompañarte en algo tan sublime y de vital importancia para la persona a la que más amo en este mundo. ¡Es que faltaría más!

    –Te amo, amor de mi vida –nos besamos.

    Mi mirada repara en otro detalle.

    –Hay algo que me llama especialmente la atención.

    –Dime, amor.

    –¿La «menorá» se enciende ahora? ¿Qué ritual hay que seguir para prenderla?

    Me sabe un poco mal abrumarla a preguntas, aunque mis ansias de saber me pueden.

    –No, mira, te explico. La «menorá» no la podemos encender. Simplemente la tenemos como elemento ornamental y reminiscencia de lo que somos. Se debe al hecho que fue el candelabro original y a que debemos respetar sus orígenes, su gloriosa y triste historia y su incierta suerte, así como su santidad.

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    –¿Qué fue de ella después del milagro del aceite? ¿Se sabe algo al respecto en la actualidad?

    –Te explico cómo continua y termina la historia de la «menorá» original. Cuando cayó en manos romanas la gloriosa dinastía Hasmonea, heredera de los Macabeos, saquearon arrasando cruelmente con todo lo que se encontraron por delante y más y se llevaron la menorá de siete brazos hasta Roma. Años después, tras la caída del Imperio Romano de Occidente bajo el mando de las tribus germanas bárbaras, los vándalos arrasaron con Roma, llevándose con ellos la menorá hasta Cartago. Pasados unos años, los bizantinos, comandados por el general Belisario, arrasaron con el reino de los vándalos y se llevaron con ellos la «menorá» hasta Constantinopla. Hubo entonces un judío que advirtió a Justiniano, el entonces emperador romano de Oriente, sobre el mal fario que corrieron todas las ciudades que habían custodiado la «menorá» a lo largo de la historia y por fin fue devuelta a Jerusalén, ¡de donde nunca se debería haber movido! –exclama en un tono vehemente– Y allí permaneció hasta la llegada de los persas sasánidas, a partir de la cual se encuentra en paradero desconocido hasta nuestros días.

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    –Resulta increíble que a pesar de la gran carencia de recursos de aquellos tiempos tan remotos la «menorá» permaneciera tanto tiempo en paradero conocido.

    –Es por obra de HaShem.

    –Es una de esas cosas por las que no cabe duda alguna de la existencia de Dios.

    –Así es, amor. Nunca lograré entender a las personas que no tienen fe en Él. Y todavía menos cuando tienen un corazón que no les cabe dentro, algo de lo que este mundo va muy escaso –suspira.

    –Yo tampoco, de veras. No concibo un mundo ni una manera de vivir sin su sentido moral y trascendental ni sin ningún vínculo con la auténtica belleza.

    –Hay un proverbio muy extendido que dice lo siguiente: «lo esencial es invisible a los ojos». HaShem y la fe en Él son una clara muestra de ello.

    –Exactamente. Dios se encuentra fuera del alcance de nuestros cinco sentidos, pero está en todas partes. Está dentro de nosotros si creemos en Él y lo amamos.

    –Aquí en Occidente gran parte de la gente no es consciente de ello. Hay cada vez más personas absorbidas por el materialismo, el consumismo salvaje y la falta de sensibilidad que imperan en esta sociedad. Desamparadas a nivel emocional y espiritual y con el rumbo de la vida realmente perdido. Y ello se debe a como la mentalidad occidental posmoderna ha alejado a las personas de HaShem... –deja escapar un amargo suspiro– Es algo que realmente me entristece.

    –Así es, amor. Tantas personas como tú y como yo tiradas en la calle a causa de las drogas, del alcohol y/o de la prostitución, que intentan llenar vacíos a base de vías de escape perjudiciales que conducen a las adicciones. Además la cantidad de promiscuidad que hay y de gente que va de relación en relación sin saber qué es lo que realmente quieren en su vida... Es triste, muy triste.

    –Exactamente a eso me refiero, amor. Algo por lo que más oro a HaShem es porque la esperanza consiga sobrevivir. Porque es lo último que se pierde en esta vida. Antes de la fe en Él... –suspira– Mira, amor.

    Se dirige de nuevo al mueble, toma tres rollos de pergamino muy grandes y los deja en la mesa, frente a mí.

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    –¡Uau...! Es la Torá, ¿verdad?

    –Son la Torá, el Tanaj y el Talmud. A ver si sabes decirme qué contiene cada uno –me sonríe tiernamente.

    –¡Sí, ya entiendo, ya recuerdo! La Torá es el Pentateuco, el Tanaj la Bíblia hebrea y el Talmud un tratado de leyes rabínicas y relatos históricos y tradicionales.

    –¡Así es, amor! Ahora hago el «Parashat HaShavúa», que consiste en leer un «parashat», es decir, un «fragmento» semanal de la Torá. Para facilitar la realización de esta «mitzvá», la Torá se divide en cincuenta y cuatro «parashat», que corresponden a cada una de las semanas del año judío. Hoy me toca leer un fragmento del libro del Éxodo, concretamente sobre Moisés.

    –En cuanto a duración, no se distingue demasiado del año cristiano, ya que este dura cincuenta y dos semanas.

    –En ese aspecto casi no se distingue, amor. Aunque sí en el orden y estructura de los meses como ya has visto y en la cuenta de los años. Actualmente es el año 2023 de la era cristiana, pero en la nuestra es 5784.

    –Claro, de la misma manera que los cristianos contamos los años desde el nacimiento de Jesucristo, los judíos lo hacéis desde la promesa de Dios a Abraham, ¿cierto?

    –No, no es así. Mira, amor... –me muestra de nuevo el calendario del bello libro de ilustraciones– Contamos los años desde la Creación. Nuestro año empieza en el mes de Tishri y termina en el de Elul, concretamente entre los meses de septiembre y octubre del calendario cristiano.

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    –Es asombroso que algo tan vital y tan universal como el tiempo sea a su vez tan y tan relativo según la manera de medirlo en cada cultura.

    –Así es, amor. Ello demuestra que aunque los mortales nos empeñemos en controlar de una manera u otra lo que sobrepasa nuestro alcance, es algo que siempre estará en manos de HaShem.

    Entre las dos abrimos el rollo de pergamino con sumo cuidado.

    –Es impresionante. No es lo mismo ver semejante sacra belleza en fotografías o en películas que presenciarla en vivo.

    –Por supuesto que no. Quédate con lo que ves ahora, es lo que realmente enamora.

    Me lee los versículos muy emocionada y me los traduce. Carlota me explica que desde los tres años ha aprendido hebreo, toraíco y moderno. Junto con el catalán y el castellano, es también su lengua, por lo tanto, la entiende, la habla y la escribe al nivel de un israelí nativo. Me enseña cómo se escribe y se lee en hebreo de derecha a izquierda. Después me muestra en qué consiste el Tanaj, centrándose especialmente en el Pentateuco (también presente), los libros de Jueces y de Reyes, empezando por los patriarcas Abraham, Isaac y Jacob, siguiendo por Moisés y Josué y Samuel y terminando por Saúl, David y Salomón. Siempre pasando por la figura de Ester contra la conspiración del traidor rey persa Amán a pesar de la concordia entre aqueménidas y judíos, al igual que Judit de Betulia, todo un referente de lucha para el pueblo judío y el motivo de la celebración de la festividad del Purim. Básicamente, cómo el territorio de Israel pasó de ser la Promesa de Dios y el asentamiento de los patriarcas hasta el surgimiento de la monarquía unificada, su posterior división y su inminente caída. Aunque no sin antes pasar por la huida a Egipto y su posterior éxodo, la época de las doce tribus y la de los jueces. La escucho muy atentamente y con mucha sed de conocimiento de algo tan y tan bello como una religión, aunque no pertenezca a ella. Y todavía más si se trata de las creencias de la persona que más amo en el mundo.

    Me admira su intensa emoción mientras me explica estas bellas historias a través de la lectura de la Torá y del Tanaj. Su elevado tono de voz, el marcado destello en su mirada, su piel erizada y su vehemencia exteriorizada mediante más de un golpe de puño en la mesa.

    Finalmente, me muestra todas las leyes talmúdicas referentes al Shabat y demás festividades, de las cuales me explica el significado y me muestra en el calendario del libro de las bellas ilustraciones en qué mes de su año se celebra, por ejemplo, el Purim o carnaval judío, la Pesaj o Pascua Judía y el Rosh HaShaná o año nuevo judío.

    Transcurre casi una hora, hasta que permanecemos unos minutos en silencio tomadas de la mano. El precioso cielo de luz rosada que nos iluminaba ha dado paso a una noche oscura de luna llena. Las luces de las «januquiot» alrededor de la casa son las únicas que nos alumbran.

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    Después de cinco largos minutos se dirige de nuevo al mueble, toma un álbum de fotos y lo deja en la mesa frente a mí. Lo abre, hasta llegar a unas fotos increíblemente preciosas en las que aparecen un hombre y una mujer vestidos de negro y con un sombrero y unas trenzas nacidas en las sienes, uno de esos rasgos que tanto identifican a los judíos. Sus padres.

    –Mira, amor. Son mis padres, Judit y Josafat. Josafat, además del nombre del protagonista de la tan famosa novela homónima del escritor catalán Prudenci Bertrana, también fue el de uno de los reyes de Judá. Mira qué felices eran y cuánto se amaban... –suspira– Dime, ¿cuántos matrimonios así existen hoy en día?

    –Sí, puedo ver felicidad en sus rostros. Pocos matrimonios hay así, muy pocos. Es triste, pero así es.

    –Como se amaban mis padres, hoy en día contadísima gente, de verdad te lo digo... –suspira amargamente y se le ponen los ojos vidriosos.

    Pasa la página. Puedo ver fotos de un bebé. Ella recién nacida en una camilla y sus padres sosteniéndola en brazos.

    –Mira, amor, el día que, gracias a la intercesión de HaShem, mis padres me trajeron al mundo.

    –Un 20 de abril de 1988... –le digo, con una tierna sonrisa.

    –Un 29 de Nissan del año 5751 de la era judía.

    –¡Ay, qué belleza de fotos! ¡Qué bebé más bonita! –digo, con una cariñosa sonrisa y con la voz presa de ternura.

    –Gracias, amor... –me dice con un fino hilo de voz, mientras pasa la página.

    Mi sentido de la vista se inunda de fotos de una tierna niña. Ella de pequeña. La misma melena castaña larga y lacia con el mismo flequillo recto. El mismo brillo en su mirada de ojos cafés.

    –¡Qué niña más bonita!

    Estoy que no quepo en mi emoción y hasta se me ponen los ojos vidriosos. ¿Cómo le han hecho tanto daño a Carlota a lo largo de su vida?

    –Gracias, amor... –me besa la mejilla.

    Pasa a la siguiente página, donde puedo ver unas fotos de ella de pequeña con sus padres en lo que parecen una espectacular sinagoga y el muro de un edificio antiguo. Los tres vestidos de negro y con el sombrero y las características trenzas nacidas en las patillas.

    –Mi primer viaje a Israel con mis padres. Celebrando el Shabat en el Muro de las Lamentaciones, que es lo que queda del Segundo Templo, y en la sinagoga sefardí de Jerusalén.

    –Son momentos que merece la pena recordar. Siempre hay que quedarse con lo bueno.

    –Siempre hay que quedarse con lo bueno, pero son recuerdos y personas que nunca regresarán, amor –suspira muy amargamente, se le quiebra la voz y caen lágrimas de sus ojos, que se las seca rápidamente.

    Permanecemos unos largos segundos en silencio.

    –Mira, amor... Quiero explicarte algo. Toda la verdad sobre mí, sobre mi familia y de lo que les ocurrió a mis padres... –me dice, con el semblante muy triste– Es algo sumamente duro de explicar, pero mi corazón me dice que contigo ahora es el momento.

    –¿De veras estás segura? ¿Te sientes emocionalmente preparada para ello? Lo último que deseo es que a mi lado te sientas presionada.

    –En algún momento u otro debo armarme de valor y explicártelo. Estoy cansada de ocultar lo que soy y algo que tanto me marcó en mi vida. Y todavía más a la persona que más amo en este mundo.

    –Como desees. Pero despacio.

    –Si, amor –me responde, mientras me toma la mano. Le beso la frente.

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    –Mi familia, tanto del lado paterno como del materno, son judíos sefardíes. Conozco muy bien la historia de mis ancestros. En mi familia ha pasado de generación en generación. No sabemos si llegamos a Sefarad en la diáspora a raíz de la caída del glorioso Reino de Judá y del Primer Templo en manos de los babilonios, es decir, en tiempos de Salomón, o a raíz de la caída en manos romanas de la dinastía Hasmonea y del Segundo Templo hasta su expulsión, pero fue por aquellos remotos tiempos. Es obvio que con el paso de los siglos nos mezclamos con las poblaciones oriundas de los lugares donde emigramos a lo largo de las diásporas, eso explica porque existen diferentes ramas étnicas entre nosotros los judíos. En el transcurso de la Edad Media, sobrevivimos a las horribles persecuciones de los reyes visigodos a raíz del paso del arrianismo al catolicismo, sobre todo por parte de Sisebuto. Supimos adaptarnos y realizamos una gran labor artesana, comercial, económica y, sobre todo, científica y cultural en Sefarad a lo largo de toda la Edad Media, tanto en los reinos cristianos como en Al-Andalus, a pesar de que los almohades forzaron a cristianos y a judíos a convertirse al islam. Ante ambos intentos de expulsión tuvimos que sobrevivir fingiendo convertirnos. Éramos queridos hasta que la presión por cristianizar fue en aumento y llegaron las crisis del siglo XIV. Entonces ya no les interesamos en absoluto. ¡Se nos acusó de envenenar los pozos y de propagar la peste negra! ¡Así nos lo pagaron! ¡Los horribles pogromos extendidos a lo largo y a lo ancho de las Coronas de Aragón y de Castilla en 1391! ¡Después de TODO lo que hicimos por ellos! ¡Desgracias humanas es lo que son! –exclama con ira, alzando el tono de voz hasta cerrar el puño y propinar un fuerte golpe en la mesa.

    Escuchando atentamente la explicación de Carlota y su visceral tono de voz, empiezo a comprender todavía más el gran dolor y tristeza que albergan en su alma, así como también a intuir la causa principal de ello y a empatizar con ella más intensamente.

    –¡Es a todas luces tan injusto todo lo que habéis sufrido a lo largo de la historia...! ¡Es que cómo me pongo en tu piel! ¡No os lo merecéis! ¡Nadie merece esto! ¡Sois personas! –exclamo, con indignación.

    –¿Sabes lo qué ocurre, amor? Que en tiempos de crisis el descontento social siempre lo pagamos los colectivos más minoritarios y vulnerables. ¡Así de mala y cruel llega a ser la gente! ¡Chivo expiatorio de todos los males del mundo! ¡Eso hemos sido los judíos a lo largo de la historia! ¡Nuestra amada Sefarad...! –exclama con un tono de voz tembloroso y acongojado y haciendo un gran esfuerzo por contener las lágrimas. Seguimos tomadas de la mano y no se la pienso soltar.

    –Y durante los cien años posteriores, en vez de protegeros como es debido y como merecíais, las persecuciones y conversiones forzadas aumentaron hasta que culminaron en la Inquisición a lo largo y a lo ancho de las Coronas de Castilla y de Aragón (en pocos años, España) llevada a cabo por los Reyes Católicos. ¡Así os lo pagaron!

    –Así fue, amor. ¡Así fue! A raíz de la unión dinástica en 1492, la Inquisición de los Reyes Católicos tomó su punto álgido y los judíos que nos negamos rotundamente a renunciar a nuestra fe tuvimos que huir por patas hacia diferentes partes del Viejo Mundo y posteriormente a las Américas. Y exactamente lo mismo ocurrió en 1497 en la parte portuguesa de Sefarad. ¡Era eso o nos mataban!

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    –Por lo que sé, hubieron numerosos asentamientos sefardíes concentrados sobre todo en los Países Bajos, los Balcanes y el Norte de África. ¿Es así?

    –Efectivamente, amor. Mis antepasados estuvieron entre los sefardíes que se afincaron en los Balcanes, concretamente en la ciudad macedonia de Salónica, donde se creó la mayor comunidad judía sefardí del mundo. A pesar de ello, esta vez sí que no nos mezclamos nunca con las gentes oriundas del lugar y siempre conservamos el catalánico y el ladino, es decir, las lenguas judeocatalana y judeoespañola.

    –Entiendo que hasta el siglo XX os sentisteis mucho más protegidos en las zonas donde tuvisteis que emigrar. Gracias a ello habéis logrado sobrevivir ante tantísima opresión.

    –Así es, amor. Hasta el siglo XX. Mis antepasados estuvieron entre los que no regresaron a Sefarad hasta los años cuarenta del pasado siglo. Huían desesperados a raíz de las persecuciones durante la Segunda Guerra Mundial a causa del creciente antisemitismo y pogromos que inundaron Europa durante el pasado siglo debido al auge del na..., lo que desencadenó en el Ho... –el tono de su voz se torna más amargo, hasta que precisamente en este instante se le quiebra y deja ir un ahogado suspiro– ¡La Sh...! ¡El hache! ¡No puedo ni pronunciar estos nombres, ni escucharlos, ni ver ninguna imagen relacionada! ¡Me da un ataque de pánico hasta revolverme el estómago y vomitar, te lo juro, Clara! ¡No puedo, es superior a mí! –grita con ira y dolor, mientras caen lágrimas de su rostro– Además de la monarquía zarista con sus infames Protocolos de los sabios de Sión y la inminente revolución rusa hacia el comunismo, más sistemas e ideologías que tampoco nos tienen ninguna simpatía a los judíos. Mis bisabuelos y mis abuelos de pequeños sufrieron mucho por culpa de... De aquel engendro austríaco bastardo y malnacido que no merece ni ser llamado «humano»... ¡De aquella rata de cloaca inmunda! –cierra el puño y propina un fuerte golpe en la mesa con furia.

    Me sobresalto. Nunca antes había visto a Carlota en ese estado. Puedo sentir la amargura y la ira en su voz y como se le entrecorta la respiración y traga saliva unas cuantas veces, además de su corazón martilleando a mil por hora, ya que seguimos tomadas de la mano y no se la pienso soltar.

    –Lo siento, amor. Sé que te he asustado. Perdóname. Lo último que quiero es asustarte, amor –me dice, dejando escapar un suspiro y acariciándome la mano. Me besa la mejilla.

    –Intenta mantener la calma, toma aire. Es difícil, lo sé... Aunque inténtalo.

    Ella asiente y se toma un instante en el que cierra los ojos e inspira y espira unas cuantas veces mientras sigo sin pensar soltarle la mano ni un segundo y le tomo el pulso con mi otra mano.

    –Muchas gracias, amor –me besa en la frente.

    –No hace falta que me lo expliques todo si no te ves con fuerzas. Siéntete tranquila, yo en ningún momento te he presionado, ni pienso hacerlo de ninguna de las maneras. Entiendo lo duro que es para ti y la mochila tan pesada con la que cargas... Conmigo siéntete tranquila y segura de ser tú misma. Yo confío y siempre confiaré en ti y nunca te juzgaré ni te abrumaré a preguntas.

    –Ya lo sé, amor, ya lo sé. Por el simple hecho de que es una carga muy pesada que llevo dentro y de que eres la persona que más amo en este mundo tengo la necesidad de explicártelo todo.

    –¿De veras estás segura? –le pregunto, preocupada.

    –No te preocupes, amor –me besa la mejilla.

    –Como desees.

    –¡Es que no puedo ni ver su cara ni en pintura, en ninguna imagen, ni leer, ni escuchar su nombre! ¡Literalmente, mi reacción es que se me revuelva el estómago y vomite! ¡Te lo digo de veras, es tan grande el trauma que arrastro que mi organismo reacciona así! ¡Es que NO PUEDO, de verdad! ¡En TODOS mis libros de historia contemporánea de la universidad, antes de empezarlos a leer, he tenido que tachar su nombre, igual que términos como «na...» y «Ho...»! ¡Y no yo misma, sino pedirle a mi rabina que lo haga por mí! ¡También en los exámenes y trabajos de historia contemporánea tenía que poner tres puntos suspensivos, la letra inicial o la primera sílaba para no escribir estos nombres! ¡Suerte que mis profesores conocían todas mis circunstancias y lo entendían perfectamente, todavía quedan personas buenas y empáticas en el mundo! ¡Imagina el trauma que esto supone para mí, Clara! –habla con la respiración acelerada y un temblor acongojado e iracundo en la voz. Además, puedo ver como las gotas de sudor frío resbalan por su frente– Es que... ¡Cuánto odio! ¡Cuánto estigma! ¡Cuánto dolor! ¡Solo por ser judíos! ¡Por el mero hecho de existir! –grita entre lágrimas.

    Hace una breve pausa para tomar aire. La ayudo a relajarse mediante la respiración mientras seguimos tomadas de la mano.

    –Amor... Inspira...

    –Inspiro...

    –Espira...

    –Espiro, amor...


    Y así unas cuantas veces. Mediante el contacto de nuestras manos puedo sentir como logro amainar muy paulatinamente su pesar.

    Transcurridos unos minutos, continuará con su explicación.
     
    #3
    Última modificación: 13 de Diciembre de 2023
  4. Amorclandestino

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    Episodio III


    Carlota reanuda su explicación.


    –En un principio, mis bisabuelos, junto con mis abuelos de niños, estuvieron entre los judíos sefardíes que se intentaron afincar en lo que iba a ser Israel, nuestra Eretz, nuestra Tierra Prometida, entonces en tiempos del Mandato británico de Palestina, posterior a la disolución del Imperio Otomano, pero los árabes palestinos restringieron la inmigración de judíos... ¡Cero empatía hacia nosotros y todo lo que hemos sufrido! ¡Cero A LA IZQUIERDA! ¡Y llevamos casi ochenta años en una guerra que comenzaron ELLOS! –me dice, conmocionada– Israel era (y es) UN ESTADO TOTALMENTE LEGÍTIMO de la misma forma que también lo pudo legítimamente haber sido Palestina a raíz de la partición de los territorios.

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    –Sí, sí. Tienes absolutamente toda la razón. Ahora el pueblo palestino está como está gracias a lo que os han ido haciendo entre ciertos grupos de los países árabes que os rodean ¡Todo eso lo han conseguido ellos! Si pretenden tirar del argumento de que los judíos les robaban las tierras, ¡es a todas luces falso! ¡Las compraban bajo la total aquiescencia de los terratenientes árabes! ¡Tenéis absolutamente TODO el derecho a existir como nación con toda la opresión que habéis sufrido! ¡Y que continuáis sufriendo en la actualidad! ¡Es que es tan y tan injusto e indignante! ¡Cuánta razón tienes y cuánto entiendo tu pesar!



    –¡Efectivamente! ¡Esas RATAS terroristas pseudo islamistas! –exclama en un tono de voz colérico, seguido de un furioso golpe en la mesa– ¡Podrían haberse negado perfectamente a vendernos las tierras! Después los jornaleros árabes se vieron en la miseria, sí, ¡pero fue gracias a las decisiones de los terratenientes, no a las nuestras! ¡NO les robamos! ¡NO les echamos!



    –¡Pues claro que no! ¡Es un argumento del que pretenden sostenerse con el fin de justificar todo lo que os han hecho!



    –¡Exactamente! ¡Nosotros huíamos! ¡A nuestra Tierra Prometida! ¡A nuestra Eretz de Sión! De tanta tiranía! ¡De tanta inhumanidad! ¡De tanto antisemitismo! ¡De tantos pogromos a lo ancho y a lo largo del continente! ¡Del inhumano Hol...! ¡AAAH! ¡Posteriormente, los países árabes colindantes se pusieron en contra de nuestro derecho y declararon la guerra!



    –Totalmente. En todos estos años no han hecho nada más que declarar y empezar guerras contra Israel. ¡No luchan por la libertad de NADA! Realmente no les importa la libertad de Palestina (tan legítima como Israel) ni de su gente, sino aniquilar vuestro derecho a dejar de ser un pueblo sin patria. Que si las revueltas árabes impidiendo vuestra inmigración, la guerra araboisraeliana de 1948 una vez proclamado el Estado de Israel, la guerra del Sinaí, de la de los Seis Días, la de Yom Kipur, la del Líbano.... ¡Pero bueno! ¿No valéis nada los judíos o qué? ¿No sois personas?



    –¡Claro que no les importa un bledo la libertad de Palestina a estas ratas psicópatas que, en el fondo, NADA tienen que ver con el islam ni con los musulmanes! ¡Solamente anihilarnos de la faz de la Tierra y quedarse con TODO el territorio! ¡Desde el río hasta el mar...! –exclama en un amargo tono de burla y desdén, cierra el puño y propina un furioso golpe en la mesa– ¡DESGRACIADOS! Que si las bandas terroristas supuestamente «en nombre de Alá» que no puedo ni nombrar, que si las ratas comunistas de Al-Fa... y de la OLP. ¡Escoria abyecta, antisemita e inhumana es lo que son! –le tiembla la voz de cólera, cierra el puño y vuelve a golpear fuertemente la mesa.



    –¡Es que se les ha ofrecido UN MONTÓN DE ALTERNATIVAS para cumplir con su derecho a poseer un estado palestino! ¡Tan legítimo como el vuestro a poseer vuestra Tierra Prometida! ¡Nunca han luchado por crear su estado, tan legítimo como el vuestro sino por eliminar a Israel a cualquier precio! –mi voz adquiere un tono cada vez más indignado.



    –¡Así es! ¡Y de poner en riesgo a su gente si hace falta! ¡Empezando por la... ¡la inhumana masacre de Hebrón de 1929! –deja escapar un intenso suspiro– las infames revueltas árabes de 1936, terminando por escoria putrefacta de Hez..., Ha..., Fa..., la OLP... AAAAHH! ¡No puedo ni nombrar a semejantes sanguijuelas! Pasando sobre todo por el desgraciado de Abdel Nasser y las guerras del Sinaí y de los Seis Días, excusa perfecta para justificar el asqueroso antisemitismo de la gente. Además, ya se refleja con más claridad de qué pie calzan toda esa gentuza a raíz los tres «no» de la resolución de Jartum transcurrida la guerra de los Seis Días. Obviamente Israel no ha tomado las mejores decisiones, pero es que, ¿cuál pretendían que iba a ser la reacción? ¿Con besos y abrazos? Dime... ¡No han hecho más que atacarnos por uno y otro lado y a nosotros no nos ha quedado otra alternativa que defendernos! ¿Qué pasa? ¿Que los judíos no tenemos ningún derecho a tener nuestra patria y además a defenderla? ¿Encima tenemos que quedarnos de brazos cruzados? ¿Y más con TODO lo que nos han hecho? ¡Que sigan diciendo que Israel no existe ni merece existir! ¡Venga! ¡Que sigan negándonos el derecho a poseer nuestra patria! ¡Nuestra Eretz de Sión! ¡Venga, que sigan! ¡TERRORISTAS todos los que nos han hecho tanto y tanto daño a lo largo de la historia ya sea usándonos como chivo expiatorio o aprovechándose de nosotros, no Israel! ¡Desgraciados bastardos! –grita con amargura, ira y golpeando la mesa, mano en puño– ¿Colonización israelí? ¿Apartheid? ¿De qué diablos hablan!? ¡Israel existe! ¡Y desde muchos siglos antes que Palestina! Pero claro, dices esas verdades y te llaman «sionista», como si fuera algo negativo, y «fascista». ¡Es que no hay derecho, Clara, no lo hay!



    –El comodín perfecto del izquierdista promedio, que no posee ni la más mínima capacidad de razonar y argumentar, Carlota. Además, en la tierra de Israel siempre han convivido en armonía personas de todas las etnias y religiones: judíos, musulmanes, cristianos, ateos, árabes, semitas, europeos... ¡Hasta que empieza toda esa barbarie! ¡No sé qué hablan de apartheid, etnoestado, teocracia integrista y demás farsas!



    –¡Falsedades y antisemitismo puro y duro, Clara! ¿Sabes cuál es el problema de las putrefactas izquierdas y de la estupidez occidental? Que para ellos los judíos en general somos blancos, y claro, según su abyecto paternalismo plagado de superioridad moral e intelectual y narcisismo, ser blanco es sinónimo de ser «privilegiado». ¡Si esto no es también racismo que baje Di-s y lo vea! ¡Y es que además son puras patrañas! ¡Aunque hayamos muchos judíos que somos blancos también hay muchos que no lo son! ¡Y quien afirme lo contrario no ha abierto un libro de historia en su vida! E igualmente que en general fuéramos blancos, ¿también mereceríamos eso!? –exclama, a gritos vehementes.



    –¡Pues claro que tampoco lo mereceríais! Además de los judíos sefardíes y los askenazíes también existen los mizrajíes. También los sefardíes emigrados a Latinoamérica. ¡Y demás grupos independientes a lo largo y a lo ancho del mundo! Como tú bien has dicho, a raíz de las diásporas ha habido muchas mezclas étnicas en el transcurso de tantos y tantos siglos fuera de vuestra tierra.



    –¡Exactamente! Los judíos mizrajíes, los que emigraron hacia Oriente Próximo, Oriente Medio y el norte de África y que en el transcurso de los siglos se han mezclado con la población árabe, han sufrido exactamente LO MISMO que los askenazíes y que nosotros los sefardíes. ¡El pogromo de Adén contra los judíos yemenitas en 1947 es un claro ejemplo de ello! ¿Qué hicieron? ¡Huir por patas hacia Israel, nuestra Eretz!



    –Claro, en 1947... Y el detonante fue la negativa por parte de grupos palestinos y demás países árabes ante vuestro derecho a existir como nación, ¿me equivoco? ¡Tuvisteis que pagar TODOS los judíos! ¡Para que digan que no hay antisemitismo detrás de toda esa barbarie!



    –Así es, amor. ¡Así es! ¡Claro que lo hay! –se le quiebra la voz, cada vez más colérica y temblorosa– ¡Para que digan que el sionismo es algo perverso y cosa de cuatro judíos blancos europeos! ¡Y es que además, no es en absoluto algo que surgió exclusivamente durante el auge de los nacionalismos en el siglo XIX bajo la figura de Theodor Herlz! ¡Se remonta a los tiempos de la caída de la gloriosa dinastía Hasmonea en manos del Imperio Romano! ¡A lo largo de miles de años han sido muchos los rabinos que han manifestado nuestro deseo de regresar a los orígenes! ¡A la tierra de nuestros ancestros! ¡A nuestra Eretz! ¡Existe constancia documental de ello! –exclama, en un tono de voz vehemente y tembloroso–¡Es INCREÍBLE como impera la maldad humana mezclada con incultura y falta de espíritu crítico!



    –Se puede ser inculto e ignorante y tener un corazón noble, sensible y empático. El problema surge cuando se es ignorante y mala persona. Un cóctel molotov. Nos quejamos de que parece mentira que en la era del acceso ilimitado al conocimiento las generaciones salen cada vez más incultas. Y sí, claro que es cierto, aunque la causa va mucho más allá. No tiene tanto que ver con el exceso, cantidad o carencia de información sino con el rumbo que está perdiendo nuestra sociedad en cuanto a valores humanos.



    –¡A eso me refiero, Clara! Vivimos en la era del acceso ilimitado a la información y a la cultura, pero al mismo tiempo del consumismo masivo, de las apariencias y de la sobreestumulación de imágenes e información, que en vez de culturizar a las personas, produce el efecto contrario. Y ya ni te digo el daño que hacen las redes sociales. Me salí de ellas hace tiempo. No podía soportar la cantidad de burlas, acoso y odio hacia nosotros y hacia Israel que leía día tras día, me afectaba al nivel de acabar con fuertes ataques de ansiedad. Ni te lo imaginas, Clara. ¿Bromas? ¡Cuando se ofende a alguien NO ES NINGUNA BROMA! ¡Por insignificante que le parezca a mucha gente! Puedo entender la decepción y la frustración que nos generan los atropellos inhumanos a los que nos somete día tras día este sistema capitalista en el que vivimos, pero absolutamente NADA justifica la maldad, hacer daño ni odiar por odiar. ¡Unas malas condiciones materiales no justifican absolutamente NADA! Las redes sociales llegan a ser un pozo muy oscuro de odio en el que la gente saca lo peor de si misma. Ten mucho cuidado tú que a veces eres activa en ellas, Clara, amor mío, de verdad te lo digo –me dice, mientras posa delicadamente su tosca mano debajo de mi pequeña barbilla mientras su voz se quiebra y sus ojos se tornan vidriosos hasta derramar lágrimas.



    No nos hemos soltado de la mano ni un segundo durante todos estos instantes. En cuanto veo lágrimas por sus ruborizadas mejillas, acerco mis manos a su rostro y se las seco, mientras le beso la mejilla. La abrazo sin pensarlo y estamos así durante unos minutos, hasta que se ve con fuerzas de retomar el hilo de su explicación. Le tomo la mano de nuevo. Necesita sentirse acompañada mientras me explica algo tan duro para ella.

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    #4
    Última modificación: 28 de Enero de 2024
  5. Amorclandestino

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    Episodio IV

    –Cuando mis bisabuelos y mis abuelos regresaron a Sefarad, en nuestra parte española eran tiempos de Franco. Llegaron casi a finales de la década de los cuarenta, todavía en los primeros y los más duros años de la posguerra. No lo pasaron nada bien a causa de la represión por parte del régimen franquista hacia los judíos. ¡Por el mero hecho de existir! ¡Franco, otro desgraciado! ¡No nos tenía ninguna simpatía a los judíos! Además, se alió con... ¡AHH, NO! ¡NI NOMBRARLO!



    –¡Así es! Se arrimaba al sol que más calentaba. Después pactó con Estados Unidos como una de las potencias vencedoras en la Segunda Guerra Mundial y la única y definitiva en la Guerra Fría, Estados Unidos.



    –Estados Unidos. ¡Siempre aparentemente TAN defensor de los judíos y de Israel! Pero por detrás armando y pactando con quien nos quiere aniquilar. Además de ser un estado a todas luces lleno de RATAS GENOCIDAS. Igual que los na... ¡AAH!, igual que los comunistas.



    –Por lo que sé, transcurrida la Segunda Guerra Mundial y los años más duros de la posguerra los sefardíes fueron adquiriendo más derechos. Pero también si Franco se acabó portando aparentemente un poco bien con ellos fue porque era una alimaña oportunista sin ningún tipo de honor ni de principios y al que solo le movían las ansias de poder.

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    –¡Efectivamente! ¡Seguía siendo el mismo antisemita de siempre! Chivo expiatorio o moneda de cambio de espurios intereses ajenos. Eso hemos sido y continuamos siendo los judíos a lo largo de la historia. «Contubernio judeomasónico comunista»... –pronuncia, con tono de burla y desdén– ¡DESGRACIADO! ¡Como si porque algunos comunistas, liberales y francmasones fueran judíos o de ascendencia judía, los judíos en si tuviéramos algo que ver con toda esa basura de sectas modernas, igual que también lo es el na...! ¡JODER! La masonería... ¡Otra secta infame que se ha apropiado descaradamente de nuestros símbolos y de nuestra cultura!



    –Las ideas ilustradas han hecho tanto bien y a la vez tanto mal a la humanidad... Obviamente tiempos pasados tampoco fueron para nada mejores, aunque muchas ideas actuales son las que están terminando de cargarse lo realmente bello del ser humano.



    –Así es, amor. Lo realmente bello del ser humano, la sensibilidad humana, es un valor bajo mínimos. Están matando a Di-s. ¡Hay que ser mezquino y con ganas! ¡Es que cuantísima maldad! ¡Y cuantísimo odio, joder! ¡Solo por ser judíos! ¡Por el mero hecho de existir! ¡Que somos personas, joder! ¡PER-SO-NAS! Es que... ¿Tanto mal hemos hecho a lo largo de la historia?! ¿Tanto?! Dime... Que si que controlamos el mundo, que si robamos, que si movemos el dinero. ¡Solo porque entre toda la élite de poderes en la sombra que nos controlan hay un par de familias judías! ¡Tantas mentiras sobre nosotros! ¡Y tantas conspiraciones fraguadas con maldad!



    –Sería lo mismo que decir que los cristianos, los musulmanes o los chinos controlan el mundo para hacer daño solo porque también hay familias así cristianas, musulmanas y asiáticas metidas en ello. ¡Me parece tan ruín!



    –¡Actualmente, el verdadero enemigo de la humanidad NO somos los judíos ni Israel, es Estados Unidos!



    –Así es. Un estado neoliberal, imperialista y genocida en toda regla. Que ha bombardeado una barbaridad de países en nombre de, supuestamente, la «libertad». Afganistán, Irak, Yemen, Somalia, Indonesia...



    –Así de ratas inhumanas son. Cuando les viene bien según su asqueroso oportunismo nos defienden, cuando no, son capaces de pactar con el enemigo, lo mismo que hicieron las ratas soviéticas en su día a raíz de las guerras del Sinaí y de los Seis Días. Nos hacen creer que nos apoyan a los judíos y a Israel, mientras que por detrás son exactamente LOS MISMOS que miran a otro lado cuando se trata de cierta secta na... vomitiva que no puedo ni nombrar y arman a los yih..., que al mismo tiempo financian a Ha... ¡AAAH, NO! Y lo mismo puedo decir de Reino Unido, aparentemente muy de nuestro lado, pero en tiempos del Mandato Británico igual velaban por nuestros intereses mediante la Declaración Balfour y, la Comisión Peel, igual posteriormente restringían nuestra inmigración y nos expulsaban estirando del infame Libro Blanco. Después bandas terroristas como Irgún y Haganá, también cometieron atentados horribles y arrebatando la vida a personas inocentes, sí, ojo por ojo y el mundo quedará ciego, que no fueron más que una consecuencia de la radicalización que ocasionó entre sectores de la población judía ante el juego a doble banda por parte de Reino Unido. ¡Ratas neoliberales genocidas, traidores y oportunistas es lo que son! ¡Son también el enemigo a batir! ¡Los únicos que pueden defendernos somos NOSOTROS MISMOS, no oportunistas fuerzas externas que se arriman al sol que más calienta! ¡Disponer de nuestra soberanía en todas las facetas!



    –Estados Unidos es el verdadero imperialismo depredador, el verdadero enemigo de la humanidad, no el legítimo deseo judío de regresar a vuestra tierra.



    –¡Nos quieren importar su (in)cultura globalista basada en el consumismo salvaje y en aniquilar todos los pueblos, culturas, identidades y todo rastro de humanidad! ¡Pero claro, los culpables SIEMPRE seremos los judíos! ¡O las personas inmigrantes, con las que empatizo totalmente! Entiendo perfectamente lo que es tener que huir por patas de la tierra que te ha visto nacer. Entiendo lo que es sentirse desarraigado. Muchas ratas racistas y xenófobas de las también putrefactas derechas, quieren hacer con las personas que no les queda otra opción que emigrar exactamente lo mismo que han hecho con nosotros a lo largo de la historia. La inmigración actual no es más que una consecuencia directa de la desigualdad social causada por los estragos que ha hecho Occidente a lo que mal conocemos como «Tercer Mundo», ¡empezando por Estados Unidos, que allí donde va todo lo destruye! ¡Hay que ir contra el imperialismo yanqui, no contra personas inocentes que, muy a su pesar, no les queda otra alternativa que dejar la tierra que les ha visto nacer y crecer! ¡De la misma manera que hay que ir contra las mafias y explotadores que se aprovechan de la situación de vulnerabilidad de las personas inmigrantes!



    –Claro, ahora hablan de los musulmanes como chivo expiatorio de las crisis económicas y de valores que hay en Occidente.



    –A eso me refiero. Reitero, en tiempos de crisis, el chivo expiatorio con el que cebarse son siempre los colectivos más vulnerables. El verdadero enemigo de Occidente es Estados Unidos, además de la falta de endurecimiento contra el terrorismo yih... ¡AAHH! Que de islam no tiene absolutamente NADA. Sí, exactamente. Durante la Edad Media en los reinos cristianos ha habido judíos que, muy a su pesar, se han visto obligados a practicar la usura. Está muy mal y es algo horrible, sí, pero, ¿qué podíamos hacer si paulatinamente nos fueron vetando de toda actividad económica y política, tan solo por el mero hecho de existir? Dime, ¿qué podíamos hacer para lograr sobrevivir?!



    –Eran entonces otros tiempos y no se gozaba de los recursos ni de las comodidades actuales, no había otras alternativas. ¡Pero NO es algo gravado a fuego en el gen judío!



    –¡Claro que no! Los judíos NO somos usureros. Es más, ¡la Torá y HaShem lo condenan terminantemente! ¡Bajo ninguna justificación de extrema necesidad y de supervivencia como sucedió en la Europa medieval es a todas luces execrable! Al igual que también ha habido y hay judíos malos, pero como en todos los grupos sociales, religiosos, étnicos... ¡Gente buena y mala la hay en todas partes!



    –Sería como decir que todos los musulmanes o todas las personas inmigrantes son malas solo porque hay basura yihadista o porque hay una minoría de población inmigrante que no se integra, como hace mucha bazofia racista y xenófoba de derechas hoy en día.



    –¡Claro que sí! Queriendo hacer exactamente LO MISMO que hicieron con nosotros los árabes que habitaban bajo el Mandato Británico. Además, algo que también me hierve la sangre es que las pútridas izquierdas equiparen a Israel y al sionismo con el Tercer ... y el na...! ¡AAHHH! ¡Escoria es lo que son! –exclama en un colérico tono de voz mientras propina otro furioso golpe en la mesa.



    –Lo sé. ¡Lo sé muy bien, Carlota! ¡Con todo lo que habéis sufrido y el trauma y estigma que arrastráis con esa mierda! ¡No tienen vergüenza ni moral ninguna! Sus patrañas, su superioridad moral y sus discursos maniqueos tienen las patas muy cortas.



    –Tú bien sabes que de izquierdas y de roja no tengo nada y ello obviamente no significa tener algo que ver con esa lacra social infecta, en contra de lo que van proclamando muchos demagogos izquierdistas desde su superioridad intelectual sin haber abierto un libro en su vida.



    –La verdad es que pone los vellos de punta la frivolidad con la que hablan sobre temas que se nota que no les han afectado, ni les afectan ni les afectarán en su vida y de los que realmente no tienen ni idea. Las izquierdas... ¡Tan de moralistas y de adalides de la justicia social que pretenden ir por la vida! Muy revolucionarios todos desde la comodidad del sofá de sus casas.



    –¡Claro que sí! ¿De sus casas? ¡De los chalets de tres pisos con piscina de sus familias! ¡Y desde detrás de las pantallas de sus móviles de última generación comprados con el dinero de sus papás



    –Resulta que es muy divertido jugar a hacer la revolución mientras los papis se parten el lomo para pagarles la universidad.



    –¡Claro! Es muy fácil ir de revolucionario cuando vives muy cómodamente sin pegar un palo al agua y no te ha tocado vivir nunca una guerra ni sus funestas consecuencias. ¡Que no me vengan dando lecciones de moral! ¡A mí! ¡Que siempre he tenido que luchar a solas! ¡Que llevo desde los dieciséis años partiéndome el lomo a trabajar, ya sea en el campo recogiendo y cargando sacos de frutas y hortalizas, en la fábrica cargando cajas y sacos de cemento o limpiando edificios enteros! ¡Además de partirme también los codos a estudiar mientras he cursado bachillerato y las carreras de historia e historia del arte! ¡Y con calificaciones sobresalientes! ¡He salido adelante sola! ¡Tragándome a palo mi pena, mis traumas, mis depresiones y mis miedos que no son pocos! ¡Me ponen enferma toda esta gentuza!



    –Las izquierdas, al igual que las derechas liberales y/o racistas y xenófobas, tampoco están por los problemas reales de la gente de a pie. Solo justifican todo tipo de delincuencia, de falta de respeto y de maldad con «es que es pobre y sus condiciones materiales son horribles». Para eso han quedado.



    –Es totalmente cierto que vivimos en un sistema capitalista y globalista que nos condena a la miseria y hay mucha gente sufriendo y con la que empatizo mucho. Independientemente de ello, nada justifica la mezquindad humana, ni el marxismo ni la anarquía son la solución a nada, lo mismo que el liberalismo, reducir a las personas a mera mano de obra y desposeer al mundo de todo fundamento espiritual pero bajo un discurso opuesto. Además otra cosa muy abominable que tanto caracteriza la izquierda es callar ante ataques yihadistas. ¡Es una barbaridad que todos los que se llaman comunistas y anarquistas justifiquen terroristas de toda índole! –vuelve a cerrar el puño y a golpear con furia la mesa– ¡Y que esto sea lo que se promueve actualmente en las universidades me pone enferma! ¡El nivel de degeneración y de lavado de cerebro que manejan pone los vellos de punta! ¡Ni por asomo se acercan a lo que eran en mi época como universitaria!



    –En mi época en cambio ya empezaba a despuntar ese nivel de decadencia. Las universidades deben de ser una fuente de conocimiento y de cultura, ¡no de propaganda y manipulación! Mucho se subestima la formación profesional, pero la gente que conozco que la ha cursado no tiene el nivel de lavado de cerebro y más sentido común que la que conozco que ha sido universitaria durante esta última década.



    –Y si tengo que hacer una lista de fallas muy condenables dentro de la izquierda no acabaría, Clara. Enfrentar hombres y mujeres bajo el paraguas de un falso feminismo, hacer de la homosexualidad un circo, incitar a que la gente dude de su naturaleza y se mutile partes vitales de su cuerpo de por vida, promover la hipersexualización, la promiscuidad y el consumo de drogas y alcohol bajo una perjudicial (sobre todo para las mujeres) y falsa idea de libertad, tan confundida con libertinaje, faltar al respeto y burlarse de las religiones, sobre todo del cristianismo y del judaísmo, obviamente con el islam ni se atreven porque saben lo que puede ocurrir a la primera tontería. ¡Incomprensible todo!



    –Porque no tienen ninguna conciencia y viven alejados de las necesidades reales de las personas. Y no todo se reduce a las materiales, también existen las espirituales. Y no les importan ni las unas ni otras. Solo su narcisismo y superioridad moral e intelectual. Nada les diferencia de las derechas.



    –De la misma manera que no entiendo cómo tanta gente aplauda más basura como el liberalismo, el marxismo y el anarquismo todavía entiendo menos que haya quien aplauda una basura abyecta como es el na... ¡AAAH! ¡No puedo ni decir la palabra! Na..., yih..., comunistas, liberales, anarquistas... ¡Monstruos! ¡Ratas de cloaca! ¡Sectas del diablo! ¡Ni bromas, ni «humor negro» ni hostias! ¡En el fondo igual de antisemitas todos! ¡Que se pudran! –golpea la mesa y se le quiebra la voz– Con todo lo positivo que hemos aportado los judíos por la humanidad a lo largo de la historia... ¡Y así nos lo pagan! ¡Es para encerrarles, tirar la llave al mar y prenderles fuego a todos los que nos han usado como chivo expiatorio y hecho tanto daño a lo largo de la historia! –grita con mucha ira.

    Nunca antes había visto a Carlota en este estado y no puedo evitar sentirme asustada. No nos hemos soltado de la mano ni un segundo. Puedo sentir su corazón martilleando aceleradísimo, un intenso temblor y un sudor frío en su piel. Vuelve a respirar hondo. Se vuelve hacia mí. Puedo intuir un profundo remordimiento en su mirada y como se le entristece el semblante esta vez como nunca antes y como se le ponen los ojos intensamente vidriosos, empezando a derramar lágrimas.


    –Lo siento mucho, amor –me dice, entre intensos sollozos– ¡no debería haberme puesto así! Y aún menos delante de ti, amor mío, ¡que no tienes absolutamente la culpa de nada! ¡No mereces verme así! ¡No mereces eso! ¡Perdóname, cariño! ¡Sé que te he asustado! –me besa la mejilla.

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    –Puedo entender tu sufrimiento e indignación. Nunca osaré juzgarte.



    Con el rostro inundado me mira, asintiendo.



    –¡Perdoname HaShem! ¡Por favor! ¡Te lo ruego! ¡HaShem! –grita en medio de su desolado llanto y con las manos en el corazón, bien presionadas contra su pecho para exteriorizar instintivamente su dolor– ¡Sí! ¡Ya lo sé! ¡Tampoco hemos hecho cosas bien nosotros! Al igual que las atrocidades que han cometido contra nosotros a lo largo de los años los países árabes colindantes con Israel y movimientos terroristas pseudo islamistas como Ha... Nombres que no puedo ni... ¡Ni pronunciar! Y digo «pseudo» porque el islam nada tiene que ver con esa basura. Alá, Mahoma... ¡Condenan eso! El islam es una religión de paz! ¡De amor! ¡Como el judaísmo, como el cristianismo! Una religión que también admiro y respeto, al igual que el cristianismo. Es más, realmente los musulmanes son de los grupos sociales que mejor nos han tratado a los judíos a lo largo de la historia, ¡por ejemplo en Al-Andalus! De la misma forma que son A TODAS LUCES condenables y repudiables todas las atrocidades que ellos han cometido contra nosotros en estos ochenta años, también lo son las que en consecuencia ha cometido Israel contra personas inocentes. El derecho a defenderse es totalmente legítimo, siempre y cuando se haga correctamente y de manera proporcionada y ello significa que no pasa por hacer daño gratuito a quien no lo merece. ¡Eso ya no es defensa! ¡Todos! ¡Los unos y los otros! ¡Se están cebando con las personas inocentes! ¡Con los más débiles! ¡Así son las asquerosas guerras! ¡Estoy sufriendo con toda esta guerra, Clara! Me duele profundamente! ¡Todo ese ODIO hacia Israel y ese antisemitismo, todavía tan y tan arraigado en gran parte del mundo! ¡Ver imágenes de tantas y tantas personas inocentes de un lugar y del otro! ¡Ultrajadas, secuestradas, asesinadas! ¡Cuánta ignominia! ¡Ojo por ojo, diente por diente y el mundo quedará completamente ciego! Yo... A pesar de todo el daño que nos han hecho durante casi cien años y de las ansias de revancha que no he podido evitar sentir en ocasiones desde la faceta más visceral de mi persona, ¡HaShem, perdóname!, lo único que deseo y que le ruego a Di-s cada noche antes de vencerme el sueño es que toda esta barbarie termine. Que nos dejen a los judíos en paz. Que nos permitan de una vez poseer nuestra patria y que dejen de mirarnos así de mal por ello. Que Israel y Palestina puedan coexistir EN PAZ siendo dos estados. ¡Quiero que llegue ese día en el que pueda decir que esta horrible guerra es cosa del pasado!



    Su llanto se torna cada vez más desolado y desesperado y en ese instante estalla, sollozando a gritos. Nos abrazamos con mucha fuerza y se deja caer encima de mis hombros. Le acaricio el cabello y la espalda por encima del «talit». Siento su fuerte y acelerado latido. Nunca antes había visto a Carlota llorar con tanta desolación.

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    –Estas ratas inmundas, porque no tienen otro nombre que este, ¡de musulmanes no tienen absolutamente NADA! ¡Que Alá y Mahoma les den su merecido castigo! Secuestraron... Asesinaron... ¡SECUESTRARON Y ASESINARON A MIS PADRES! ¡Mis padres! ¡Estábamos en Israel! ¡De peregrinación en Jerusalén! ¡Durante las fiestas de la Pesaj, la Pascua judía! ¡Les... Les arrebataron la vida! ¡Sin piedad! ¡A sangre fría! ¡Fue en el año 2002, en plena Segunda Intifada! ¡Fue Ha...! ¡Y Fa...! ¡Nombres que no puedo ni pronunciar! ¡Yo estaba presente! ¡Yo lo vi todo! ¡Como los llevaron! ¡Secuestrados! ¡Les planté cara como pude a pesar de mi edad y pasé días y días buscando desesperadamente a mis padres! ¡Al principio fueron a por mí! ¡Gracias a ellos no se me llevaron! ¡De lo contrario, no estoy aquí para contarlo! ¡Tuvieron el valor y la entereza de plantar cara a esos monstruos para defenderme! ¡Dieron su vida por mí! ¡Pero salvarme les costó muy caro y a la vez su pérdida a mí me mató en vida! ¡Hice tanto para salvarles a ellos...! ¡Y fracasé! ¡Me he sentido tan y tan culpable de ello todos estos años! ¡Nunca olvidaré cuando me mostraron la noticia! ¡Aquella horrible foto! ¡Perdí el conocimiento! ¡Yo tenía catorce años! ¡Catorce años! ¡Era una niña! ¡Solo una niña! ¡Me he sentido tan y tan culpable de ello! ¡Esto me ha llegado a minar las ganas de vivir, Clara! Cuando perdí a mis padres, al ser hija única, no tener tíos y estar todos mis abuelos fallecidos, HaShem los tenga en su gloria, me acogió mi rabina, que siempre ha sido, es y será como una segunda madre y una gran psicóloga para mí. ¡La amo! Ha sido gracias a todo su apoyo que he seguido adelante todos estos años. ¡De lo contrario, no sé qué hubiera sido de mí, Clara...! –cae rendida abrazada a mí y sollozando a gritos– A veces con tanta tristeza y necesidad de afecto que tengo me siento una carga para quien me rodea.



    Me quedo atónita y no tengo otra reacción que llorar dolorosamente.

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    –¡Lo siento muchísimo! ¡Qué duro es! ¡Siempre tendrás mi apoyo y mi amor, Carlota! ¿Por qué no me lo explicaste antes? –le digo, preocupada, y entre muchas lágrimas, mientras lentamente separo mi cara del abrazo, le quito las gafas y le seco las lágrimas– ¡Por favor, Carlota, mírame a los ojos! –pongo mis manos en sus mejillas– ¡NUNCA vuelvas a decir que eres culpable de NADA ni una carga para NADIE! ¡Yo te amo y siempre te amaré incondicionalmente, Carlota! ¡Eres la persona que más amo en este mundo! ¡Y, sobre todo, NUNCA vuelvas a decir que has perdido las ganas de vivir, por favor te lo ruego, Carlota! ¡NUNCA! ¡Perdí a mi padre también con catorce años por esta misma razón, no quiero perderte a ti! ¡Es que me muero! ¡Por favor, Carlota! ¡No puedes ser así de dura contigo misma! ¡Mereces ser feliz! ¡Dentro de tu vulnerabilidad tienes también una gran fortaleza! ¡Y el apoyo de las personas que realmente te amamos!



    Le beso la mejilla. Vuelvo a abrazarme completamente a ella, con más y más fuerza. No pienso soltarla. Y todavía menos mientras me explica algo tan y tan desolador.



    –¡Lo siento mucho, amor! ¡Es que es tan y tan duro!¡Es tan difícil hablar de esto! ¡Cargar con esta mochila tan y tan pesada! ¡Además, lo que me hicieron sufrir en la escuela no tiene nombre! ¡Me pintaban...! ¡Esvásticas, cruces célticas...! ¡Simbología y proclamas na... y yih...! ¡NOOO! Me pegaban imágenes del Ho... con la cara de...! ¡De masacres contra judíos israelíes cometidas por Ha...! ¡Con la cara de terroristas yih...! ¡No puedo ni decir el nombre de semejantes ratas! ¡En todas partes! ¡A todas horas! ¡Como si me persiguieran! ¡Me gritaban chistes muy crueles! ¡Me metían en la boca jamón, chorizo, fuet y cualquier comida que fuera cerdo y que no puedo comer! ¡Me arrebataban de las manos mi comida «kosher» y me la tiraban a la basura! ¡Me robaban dinero y objetos personales! ¡Se metían con mi físico! ¡Unos motes horribles! ¡A todas horas! ¡Y cosas más fuertes que no me siento con fuerzas de explicar! ¡Porque son inenarrables! ¡Muy crueles! Ya desde pequeña arrastro un estigma por ser judía, por mi autismo, por mí físico, por no ser de talla pequeña, por no tener una piel ni un rostro, a los ojos de la sociedad, «perfectos»... ¡Por existir! ¡Por este simple hecho! ¡Por no ser lo común! ¡Por no ser lo que la sociedad espera! ¡En mi adolescencia y a raíz de lo que les pasó a mis padres se agravó todavía más! ¡Unos comentarios inhumanos he tenido que soportar! ¡Qué cruel y mala llega a ser la gente, Clara! Judit... ¡Este es mi nombre de nacimiento! ¡Significa «judía»! ¡Tuve que ponerme otro nombre porque no podía lidiar con todo lo que me hacían! ¡Y ahora tengo dos nombres! ¡Carlota Judit! ¡Es que no hay derecho! ¡No lo hay! Clara... No puedo... Yo... Parezco una persona fuerte, pero soy muy vulnerable. ¡Soy tan frágil! ¡Tengo una gran congoja dentro de mí! No puedo con este dolor que arrastro... De años y de años... ¡Con toda esta historia! No hay ni un solo día que no llore, Clara. Vivimos en un mundo ultra polarizado. Nuestra sociedad está muy enferma, Clara. No hay humanidad. No hay Di-s. No lo hay. Han matado a Di-s. ¡Entre todos han matado a Di-s! ¡Han matado a HaShem! ¡HaShem! ¡Escúchame, por favor! ¡Ayúdame! ¡Dame fuerzas! ¡Por favor! ¡Te lo ruego!



    –¡Me hierve la sangre que haya tanto odio! ¡Y todavía más cuando la persona a la que más amo lo ha sufrido en sus propias carnes! ¡Nunca me iré de tu lado, Carlota! ¡Siempre me tendrás en todo! –le digo, hecha también un mar de lágrimas y entre intensos sollozos.



    Seguimos abrazadas y llorando. Muy paulatinamente, abrazada a mí, Carlota amaina su desconsolado llanto y el temblor de su cuerpo y sus latidos recuperan su ritmo y su fuerza naturales.



    Aparta ligeramente la cabeza del abrazo. Ambas nos miramos. Me da un beso en la frente, otro en la mejilla y otro en los labios. Intuyo un visible decaimiento en su rostro, ruborizado, con ojeras y con los ojos rojos y vidriosos.



    –Necesitas descansar, amor... –le digo.



    –Sí... Tal vez sí. Necesito dormir un rato. Todavía es temprano. Es lo que tiene el invierno, que oscurece tan pronto. Faltan un par de horas para cenar –dice, en un tono muy decaído.



    Se levanta de la silla, me tiende la mano y se la tomo.



    –Ven a mí, amor...



    Nos dirigimos a su habitación, también iluminada y aclimatada con una Januquiá de plata encima de su escritorio y al lado de la ventana, con las cortinas apartadas.



    Nos tumbamos las dos en su cama. Acurruca su cabeza en mi pecho y abrazándome por la cintura. Le acaricio el rostro y el cabello por debajo del «talit». Le beso tiernamente las mejillas unas cuantas veces hasta que se duerme cayendo rendida en mi pecho.

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    #5
    Última modificación: 17 de Diciembre de 2023
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  6. Amorclandestino

    Amorclandestino Poeta recién llegado

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    Mujer
    Episodio V:


    Carlota permanece dormida acurrucada en mi pecho. Mientras duerme, le acaricio el cabello y la espalda por encima del «talit» y de la túnica y le beso la mejilla con suma delicadeza.



    Después de abrir su corazón conmigo con su dura y dolorosa confesión, todavía la comprendo más y la amo con más fuerza. Carlota tiene una gran necesidad de afecto. De amar bonito y de ser amada de la misma manera.



    Transcurrida una hora y media, Carlota va despertándose abriendo los ojos y suspirando lentamente ante las sacras luces de la Januquiá.



    –Clara… Cariño… –me dice con voz adormecida y acariciándome la mano, que seguidamente me la besa.



    –Has dormido una hora y media –le digo, con un delicado y cariñoso tono de voz.



    –Gracias… Amor mío… –me dice, mientras se levanta lentamente.



    Las dos nos levantamos despacio hasta que nos encontramos sentadas en su cama. Nos miramos. Puedo ver su rostro cansado y decaído. Le beso la mejilla. Me abraza entre suspiros y me corresponde con otro beso



    –¿Cómo te encuentras? –le pregunto, preocupada.



    –Estoy mejor…



    –¿Estás segura?



    –Sí… No te preocupes, amor… Muchas gracias… –me besa la frente.



    Nos tomamos de la mano y nos dirigimos al comedor. Antes de sentarnos en la mesa, ella se dirige al gran mueble empotrado y toma un marco de aristas negras con una preciosa foto de sus padres y ella de adolescente. Se lo lleva y lo coloca encima de la mesa. Acto seguido, abre un cajón, toma dos platos planos y dos hondos, dos vasos, cuatro servilletas de tela, dos cucharas, dos tenedores y dos cuchillos de las mismas dos vajillas que los que ya ha servido para nosotras y los coloca en la mesa en el mismo orden que los nuestros, frente a nosotras. Como si sirviera para dos personas más. Después, se vuelve a dirigir al mueble y toma dos marcos más. Uno con una foto de su padre y otro con una foto de su madre. En lo que especialmente me he fijado en todas las fotos que me ha enseñado de sus padres desde que nos conocimos es en el gran parecido entre Carlota y su madre, también Judit, una mujer también muy hermosa. Su padre, Josafat, un hombre de barba y cabello canosos y bien largos. Ambos bien altos y corpulentos, como Carlota. En ambas fotos, tanto su padre como su madre, llevan un sombrero negro y las partes laterales del cabello nacidas a la altura de las sienes recogidas con trenzas.



    –¡Qué fotos más bonitas!



    –Muchas gracias, amor.



    –¿Qué significado tienen las trenzas nacidas en las patillas para vosotros? ¿Tienen algún nombre?


    –Las trenzas se conocen como «peyot», es decir, caireles. Es una entre las centenares de «mitzvot». Su significado se encuentra en la Torá y el Tanaj, concretamente en el libro de Levítico, en el que HaShem prohíbe cortarse las patillas.



    –¿Por qué razón lo prohíbe?



    –Porque los idólatras de aquellos remotos tiempos se las rapaban, dejando crecer el resto del cabello. El judaísmo es opuesto a la idolatría y es una manera de distinguirnos de ellos.



    –Claro, los paganos del resto de las civilizaciones con las qué convivió el pueblo de Israel.



    –Exactamente. Los cananeos, los fenicios, los egipcios, los babilonios, los persas, los helenos, los romanos…



    –Incluso el cristianismo peca también de idolatría ante la veneración a innumerables santos y a arcángeles.



    –El cristianismo, pese a tratarse de una religión monoteísta ha caído mucho en la idolatría, porque muchas personas malentienden el verdadero significado de venerar.



    –Venerar es admirar y respetar. La idolatría es un culto excesivo y tal vez sesgado hacia una sacra figura.



    –Lo sé, así es. Aunque algunas veces es inevitable caer un poco en ello… Y más cuando la vida se te hace cuesta arriba.



    –Claro, no hay que juzgarlo tampoco. ¿Y los sombreros qué significado tienen?



    –Entre las centenares de «mitzvot», se encuentra la de cubrirnos la cabeza, ya sea con la «kipá», lo que yo llevo ahora, o con un sombrero negro. Al igual que el «talit» y la túnica, son prendas que tradicionalmente han llevado siempre los hombres, pero en mi familia hemos hecho lo mismo tanto las mujeres como los hombres. El significado que tiene es que HaShem se encuentra por encima de nosotros para protegernos y con el hecho de llevarlo nos postramos ante Él. Por ejemplo, «kipá» significa «palma de la mano», como la de Di-s y la de nuestros seres queridos para protegernos.

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    –Entiendo que la kipá tiene un gran significado para ti. Que Dios y tus padres te aman y te cuidan desde el cielo.



    –Así es, amor. Así es. Y que así sea –suspira y me besa la mejilla.



    Coloca ambas fotos delante de cada lado donde se encuentran los platos y, en medio, la foto en la que salen todos tres. Nos sentamos, con los platos delante.



    –Ahora cenaremos, amor. Aunque no sin antes llevar a cabo el «kidush», es decir, la «berajá» del vino, y el «ha-motzi», la del pan sagrado, conocido como «jalá». Ahora lo vas a ver. Te va a encantar, amor.



    Seguidamente, me acerca el mismo libro en el que se encuentra escrita la bendición de la encendida de las velas del Shabat, escrita en hebreo y en los dos alfabetos y su respectiva traducción en catalán. Justo debajo, se encuentra una especie de poema, titulado «Shalom Aleijem» («La paz sea con vosotros»), que ella misma me señala.



    –Es un poema cantado, con el que recibimos y despedimos a los ángeles del Shabat. Oramos para que nos den paz y plenitud. El título de este poema es también una expresión típica judía dentro de la lengua hebrea, que la decimos como saludo. Consta de cuatro estrofas, que las cantamos unas tres veces cada una.



    Se levanta de la silla. Yo también me levanto.



    –Dame la mano, amor. Acompáñame –me dice emocionada mientras me tiende la suya. Yo le correspondo sin dudarlo ni un instante, mientras que con la otra mano sostengo el libro para poder leer y entender las bellas canciones.



    Empieza a cantar, con la mano en el pecho, a la altura de su corazón:



    –«Shalom Alejem malajé hash-sharet malajé El-yón…»



    («La paz sea con nosotros, ángeles servidores…»).



    Puedo ver como le brillan los ojos y le tiembla la voz de la emoción. Va cantando estrofa a estrofa, unas tres veces cada una.



    –«…Mim-meléj maljé ham-melajim, Hak-kadosh Baruj ju».



    («…el Supremo Rey de reyes, es Santo, bendito es»).



    Termina de cantar el primer poema. Se vuelve hacia mí, hojea el libro de «berajot» con sumo cuidado y me señala otro poema, titulado «Eshet Jail» («Mujer valiosa»).



    –Ahora cantaré este poema. Es toda una alabanza a la mujer judía, en especial a la figura de la madre y todo lo que hace por la familia –dirige su mirada hacia el marco con la foto de su madre y deja escapar un intenso suspiro.



    Acto seguido, toma la fotografía de su madre y sostiene el marco, entre su brazo y su pecho, como si estuviera abrazándola. Empieza a cantar.



    –«Eishes jail mi imtza ve-rajok mi-peninim mijrah…»



    («Una mujer valiosa, ¿quién la hallará?, más allá de las perlas es su valor…»).



    Las melodías de estas canciones me resultan también muy familiares. Como si se las hubiera escuchado tararear en algún momento dado. A medida que va cantando, abraza con más y más fuerza la fotografía de su madre y, de vez en cuando, la besa. Este precioso e intenso sentimiento con el que canta no se compara con nada en este mundo. Puedo escuchar como se le quiebra la voz mientras canta y ver lágrimas cayendo en abundancia de sus ojos.



    –«…Tenu lah miperi yadeha vihaleluha bashe’arim ma’aseha».



    («Elógienla por el fruto de sus manos y que sus obras la alaben en sus puertas»).



    Tras terminar de cantar, cae rendida sentándose en la silla mientras sostiene la foto de su madre con sus manos.



    –¡Madre! ¡MADRE! –grita, llorando, entre suspiros y sollozos. Su llanto se derrama encima del cristal del marco.



    Vuelve a abrazar con fuerza la foto y agacha intensamente su cabeza y su espalda, fundiéndose en un amargo llanto. La abrazo como puedo



    –No… ¡No te haces a la idea de cuánto y cuánto te extraño! ¡Mamá! ¡TE AMO! ¡Te llevo tan dentro! ¡Y siempre así será! A ti, madre… –alza lentamente la espalda y la cabeza, se dirige de nuevo a la mesa y toma el marco con la foto de su padre, que lo coloca en su falda junto al de su madre– ¡Y también a ti, padre! ¡TE AMO, papá! ¡OS AMO! ¡No os hacéis a la idea de lo culpable que me siento de no haber podido salvaros la vida! ¡Tampoco de cuánto os llevo dentro! Y siempre os llevaré muy dentro de mi alma –abraza las dos fotos y agacha la cabeza y la espalda de nuevo, fundiéndose en un intenso llanto. Sin pensarlo, me agacho ante ella y me abrazo a su falda. Mis ojos también derraman lágrimas.



    Con el rostro lleno de lágrimas, levanta la espalda y la cabeza, besa la foto de su madre y la de su padre, que las deja de nuevo encima de la mesa, y nos abrazamos con fuerza. Siento su corazón martilleando de nuevo.

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    –Sé lo duro que es. No mereces estar así. ¡Por favor, te lo ruego, NUNCA vuelvas a repetir que eres culpable de nada! Lo que te está haciendo el doble de daño es esta autoflagelación. No es nada bueno eso, Carlota, de veras -digo yo también entre lágrimas.



    –Perdóname, amor. Me sabe tan mal que me veas así de triste… ¡Lo siento tanto!



    –Tampoco te disculpes por sentir y padecer. Necesitas liberar tu dolor. No te disculpes NUNCA por ser humana, Carlota. Solamente, por favor, no te autoflageles.



    –Sé lo que me quieres decir. También me lo ha repetido muchas veces mi rabina. ¡Es tan duro para mí dejar de lado mis sentimientos de culpa! Pero debo hacerlo, debo perdonarme a mí misma.



    –No tienes nada que perdonarte porque no tienes ninguna culpa de NADA. ¡Absolutamente de nada! Hiciste todo lo que entonces cupo en tus posibilidades.



    Transcurridos un par de minutos, aparto mi cabeza del abrazo. Su rostro continua inundado en llanto. Muy delicadamente le quito las gafas y mis dedos recorren los alrededores de sus ojos, sus párpados y sus mejillas, secando sus lágrimas. Seguidamente, le beso la frente y la mejilla.



    Continuamos abrazadas unos quince minutos hasta que Carlota logra amainar su llanto. Separamos de nuevo las cabezas del abrazo y nos besamos.



    –Te agradezco tanto, amor. Voy a guardar a mis padres. Intento mirarlos sin que me invada este sentimiento de culpa y tanto dolor, pero no se me hace fácil. No quiero llorar más ahora.



    –Suelta cualquier sentimiento negativo que pase por tu corazón. Verbalízalo. Conmigo, con tu rabina… No dejes que se pudra dentro, Carlota. Porque eso duele mucho y acabas explotando como te está ocurriendo ahora, créeme.



    –Lo sé, amor. Lo sé. Es lo que intento hacer. Poco a poco, pero hago un esfuerzo.



    –Exactamente, poco a poco. Tómate tu debido tiempo, pero hazlo, por favor. Sobre todo debes de empezar por no sentirte que eres ninguna carga.



    –Te prometo que lo haré, amor. A mi tiempo, pero lo haré.



    Separamos nuestros cuerpos, lentamente toma los tres marcos y con ellos se dirige de nuevo al mueble empotrado, donde los guarda en el mismo estante de donde los ha tomado.



    Vuelve a la mesa, sin sentarse. Me acerca de nuevo el pequeño libro de «berajot» y lo hojea hasta llegar a lo que parece otro poema, bajo el título de «kidush» («santificación»), que me lo señala. Consta de tres partes.



    –Esta es la «berajá» del vino, también conocida como «kidush», que ahora recitaré cantando. Es toda una reminiscencia al libro del Génesis, al séptimo y último día de la creación, en el que HaShem descansó de su obra. La razón por la que conmemoramos el Shabat.

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    Acerca la preciosa copa con el grabado del Primer Templo de Jerusalén entre dos uvas e inscripciones hebreas y la pequeña bandeja que la sostiene junto con la jarra de cristal que contiene el sacro vino. Seguidamente, con su mano derecha toma la jarra y llena de vino la copa hasta el tope. Llenada, la levanta con sumo cuidado con la mano derecha, se la pasa a su mano izquierda y se la vuelve a pasar a la palma de su mano derecha, en la cual es sostenida por la parte de debajo con la ayuda de sus dedos.



    Empieza a cantar, mientras que con la palma y los dedos de la mano derecha sostiene la copa llena del sacro vino.



    –«Va-ye-hi erev, va-ye-hi voker… Iom Ha-shishi. Va-ye-julu hasha-maim ve-ha-aretz ve-kole tze-va-am…»



    («Y hubo anochecer y hubo amanecer… El sexto día. Así el cielo y la tierra fueron terminados, y todas sus huestes…»).



    A las luces de la Januquiá, puedo ver como se le eriza la piel de la emoción mientras canta.



    –«…Ki hu iom te-jila le-mikra-ey kodesh, ze-jer li-tzi-as mitz-raim. Ki vanu vajar-ta ve-osanu kidash-ta mikol ha-amim. Ve-shabbos kod-sheja be-ahava uve-ratzon hinjal-tanu. Baruj ata Ado-noy, me-kadesh ha-shabbos. Amen.».



    («…Pues ese día es el prólogo de las convocaciones sagradas, un recuerdo del Éxodo de Egipto, y a nosotros elegiste y santificaste de entre todas las naciones. Y Tú, sagrado Shabat,con amor y favor nos legaste. Bendito eres Tú, HaShem, que santifica el Shabat.»).



    Terminada la bendición, se toma lentamente el vino y me ofrece la copa para compartirlo conmigo, acercándomela con el lado en el que ha dispuesto los labios para beber mirando hacia mí. Mientras tomo el vino disponiendo mis labios en el mismo lado de la copa que ella, me mira emocionada. Ella toma la mitad de la copa y yo la otra mitad. Es un vino diferente. Tiene un sabor dulce y suave.



    Tomado el vino, ambas nos miramos. Me regala su preciosa sonrisa. Después de tanto llanto… Siento su mirada y su sonrisa tan pura, deslumbrante y llena de vida como siempre, pero esta vez más. Mucho más. Como la preciosa luna en sus fases de cuarto creciente y menguante iluminando el nocturno cielo.



    –¿Te ha gustado, amor? –me pregunta, mirándome cariñosamente y sonriendo.



    –Me ha encantado, mi vida.



    Me mira de una manera discretamente sensual y me besa. Junta lenta y suavemente sus labios con los míos hasta ir más allá de ellos, haciendo el beso más profundo. El roce de su prominente nariz con la mía. Con nuestras bocas enredadas puedo sentir el dulce sabor a vino con más intensidad y sensualidad. Siento un dulce escalofrío dentro de mí, quizás por el efecto del vino mezclado con el sacro calor de la luz de la gran Januquiá de oro ya que nunca tomo alcohol, quizás por lo que provocan en mí la sensualidad y el cariño de Carlota.



    Nos separamos lentamente del beso.



    –Ahora voy a hacer la «berajá» del pan «jalá», también conocida como «ha-motzi»… Aunque no sin antes hacer otra de las siete «mitzvot» rabínicas, concretamente la tercera: el lavado de manos, previo a la «ha-motzi», cuya «berajá» se conoce como «netilat ladaim». Ven, amor… –me tiende la mano, se la tomo y nos dirigimos a la cocina.



    Una vez en la cocina, también iluminada y aclimatada únicamente con las luces de la Januquiá de plata situada encima del mármol, concretamente al extremo situado al lado de la ventana, puedo ver las ollas con la comida preparada, tapadas para mantenerla caliente.



    –Huele delicioso…



    –Ya verás como te va a encantar lo que he cocinado para las dos…



    –Tú siempre cocinas estupendamente, mi vida, nunca dejas de sorprenderme.



    –Gracias, amor… –me besa la mejilla– ¡Ja, ja, ja! Aunque no creo que nunca supere en ello a mis amados padres, ¡a ellos les debo mi afición por la cocina y por la comida! –deja ir un suspiro– Fueron ellos quienes me enseñaron. Ya te digo que en mi familia hombres y mujeres hemos acabado haciendo lo mismo.



    –Como debe de ser, al fin y al cabo.



    –Así es, amor. Mujeres y hombres somos diferentes e iguales a la vez.



    Está más animada. Su risa. Tan noble y radiante como siempre, aunque esta vez en especial, más. Como un precioso arco iris iluminando el soleado cielo después de una abundante y larga tormenta.



    Encima del mármol, al lado de la Januquiá, fijo mi mirada en una especie de bandeja que contiene alguna comida cubierta con una bella servilleta de tela blanca con una Januquiá y letras hebreas estampadas en azul oscuro, con un pequeño bote de sal al lado. El sabroso aroma seduce mis papilas gustativas. Recuerdo aquel pan. Aquel delicioso pan en forma de trenza. Aquel hechizante sabor a miel. Apetitosamente condimentado con sal. Amasado de una manera un tanto peculiar y horneado por ella. Que después lo dejaba en la cocina, en una bandeja y cubierto con una servilleta de tela. En las vacaciones, en todas las cenas de los viernes lo comía. Nunca llevaba el pan directamente a la mesa, sino que iba a la cocina a buscarlo y se lo llevaba. Tardaba más de la cuenta y ahora entiendo perfectamente el porqué. Carlota se percata de mi atenta mirada y me lee la mente.

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    –Sí, amor. Es el misterioso pan trenzado sobre el que me preguntaste más de una vez y que te gustó mucho… –me dice, animada, sonriendo y con un tono de voz simpático y cariñoso– Este pan se llama «jalá». Es el pan que los judíos comemos durante la festividad del Shabat. Simboliza el «maná» con el que HaShem alimentó al pueblo de Israel durante el Éxodo. Los viernes descendía del cielo con el doble de abundancia. Es por eso que comemos un par de «jalot», que significa «jalá» en plural. Desde después de prepararlo hasta antes de ser comido tiene que estar cubierto por debajo con una tabla, que es la bandeja, y por encima con un cobertor, que es la servilleta.



    –¡Ya decía yo que este misterioso pan de tan sublime sabor entrañaba un significado especial! ¿Y por qué hay que cubrirlo?



    –Porque el maná caía del cielo cubierto de rocío.



    Toma la tabla con los dos «jalot» cubiertos con la servilleta junto con el bote de sal y los lleva al comedor, a la mesa. Volvemos a la cocina.



    –Vamos a hacer la «mitzvá» del lavado de manos.



    –¿Yo también la puedo hacer? –le pregunto, algo sorprendida.



    –¡Claro que la puedes hacer! –me dice, riendo con ternura– De la misma manera que también puedes tomar el vino y comer el pan, alimentos que además tenemos la «mitzvá» de compartir. Y yo tengo el honor de compartirlos contigo, amor mío –me besa la mejilla.



    –¿En qué consiste el lavado de manos?



    –El lavado de manos no se trata de una cuestión de higiene sino de simbolismo. El agua simboliza la esencia de la vida física, sin la cual moriríamos, y la «Torá», que se traduce como «sabiduría», la esencia de la vida espiritual. Las manos, nuestra interacción con el mundo físico. El pan, nuestro diario sustento. En primer lugar, hay que lleuna jarra, en segundo lugar, vertir las manos, empezando con la derecha como símbolo de la bondad o «jesed» y terminando con la izquierda. Finalmente, tal y como ya hacían en el Primer Templo, hay que levantar las manos para recitar la «berajá» del «netilat ladaim» mientras el agua se escurre hasta las muñecas como símbolo de la elevación espiritual y secarlas.



    Acto seguido, abre un armario y toma un par de servilletas de tela blanca con un grabado azul de la Estrella de David y una preciosa jarra de plata de dos asas con el grabado de lo que parece una ciudad en tiempos remotos, de la que sobresale un precioso templo. Jerusalén.

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    –¡Qué bonito! Es Jerusalén, en tiempos del Primer o del Segundo Templo, ¿verdad? –me quedo maravillada.



    –Gracias, amor. Sí, es Jerusalén. En tiempos del Segundo Templo y de nuestra gloriosa dinastía Hasmonea. ¡Mira qué precioso era! –suspira.



    Enciende el grifo y llena la jarra, mientras la sostiene con la mano derecha. A continuación, se la pasa a la mano izquierda y vierte el agua en su mano derecha, en un lado y en el otro, y después se la pasa a la mano derecha y vierte el agua a la mano izquierda. Seguidamente, toma de nuevo la jarra con la mano izquierda y, con suma delicadeza, vierte el agua sobre mis manos, primero la derecha, después, sosteniendo ella la jarra con su mano derecha, la izquierda. Seguidamente, pone las manos en alto con el agua escurriéndose hasta las muñecas. Yo hago lo mismo.



    Pronuncia la siguiente bendición:



    –«Baruj ata Ado-nai Elo-henu melej haolam, asher kideshanu bemitzvotav vetsivanu al netilat iadaim».



    («Bendito seas eterno Di-s Rey del mundo, que nos has santificado con tus mandamientos y nos ordenaste el lavado de las manos»).



    –Ahora nos secamos las manos. Toma, amor.



    Toma el par de servilletas con la Estrella de David grabada y me tiende una. Con la otra, se seca las manos. Yo también me las seco. Mientras nos secamos las manos, nos miramos la una a la otra, sonriendo, con un brillo en los ojos acompañado de una enamorada mirada.



    Terminada la «mitzvá», seguimos mirándonos con amor y sus toscas y grandes manos con dedos gorditos y largos toman las mías, tan delicadas. Las mías encima, las suyas debajo. La fortaleza de sus manos sosteniendo la fragilidad de las mías. Como nuestros cuerpos cuando nos abrazamos. Lo grande que es ella y lo pequeña que soy yo a su lado. Carlota es tan fragil… Y a la vez tan fuerte y protectora… Estoy tan y tan enamorada de ella…

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    –Eres increíblemente hermosa. Amo cuando sonríes. Te amo, mi reina –le digo.



    –Yo te amo más, mi princesa. Tienes la mirada y la sonrisa más hermosas que he visto nunca. ¡Qué manos tan preciosas y delicadas tienes! ¡Qué labios tan carnosos! –me acaricia y me besa sensualmente las manos y los labios.



    Seguidamente, tomadas de la mano, nos dirigimos hacia el comedor.



    –Voy a hacer el «ha-motzi», la «berajá» de los «jalot»… –me dice.



    Una vez en la mesa, Carlota destapa el pan levantando con suma delicadeza la servilleta que hace de cobertor. A continuación, toma las dos «jalot» y las levanta de la tabla juntándolas por la parte inferior, es decir, por su cara lisa y no trenzada.



    Pronuncia la siguiente bendición:



    –«Baruj Atá Ado-nai, Elo-heinu melej ha-olam ha-motzi lejem min ha-aretz».



    («Bendito eres Tú, HaShem, Di-s nuestro, Rey del Universo, que hace salir el pan de la tierra»).



    A continuación, Carlota parte con las manos las deliciosas «jalot» en pedazos en forma de rebanadas y toma una, que condimenta con sal y le da un bocado. Seguidamente, condimenta el resto y me pasa una rebanada. Se me hace la boca agua y le doy un apetitoso bocado. Carlota hace que me derrita, en todos los sentidos positivos habidos y por haber, también el de mis papilas gustativas.



    –Como siempre, increíblemente delicioso.



    –Muchas gracias, amor.



    –¿Por qué motivo se condimenta el pan con sal?



    –Es una manera de rememorar las gloriosas épocas del Primer y el Segundo Templo, ya que entonces se esparcía sal en los sacrificios ofrecidos a HaShem. También en calidad de alimento incorruptible, de la misma forma que el pueblo judío y nuestro orgullo de pertenencer a él.



    Permanecemos unos breves minutos en silencio, tomadas de la mano y comiendo el sacro pan. Que delicias de «jalot» prepara mi Carlota…



    –Ahora vamos a cenar. Pásame el plato hondo, por favor, cariño –me dice, con suma dulzura.



    Me levanto de la silla.



    –Tranquila, tranquila. No hace falta.



    –¿No necesitas ayuda? ¿Estás segura?



    –Sí, tranquila, voy a buscarlo todo. Quiero darte una sorpresa, amor.



    –Como desees.



    Se dirige a la cocina y, en dos viajes, trae un par de ollas y de cucharones. Carlota destapa la olla y sirve el contenido en los platos hondos, empezando por el mío y terminando por el suyo. Una deliciosa sopa con caldo de pollo, fideos y maíz, pechuga, zanahoria y apio troceados. Desprendiendo un delicioso y cálido humo. Mi olfato y mis papilas gustativas se tornan más sensibles y receptivos. Carlota se sienta y empezamos a cenar.



    –Mira, amor. Utilizamos dos vajillas diferentes: una para la carne y otra para el pescado. Además, siempre debemos comerlos por separado y acostumbramos a empezar por el pescado



    –¿Qué significado tiene este ritual?



    –Porque en tiempos del Primer y del Segundo Templo y durante toda la Antigüedad el pescado era un alimento muy cobejado, casi sagrado.



    –Son preciosas las vajillas, de veras. ¿Hace mucho tiempo que las tienes?



    –¡Y tanto! Tienen casi cien años de historia en mi familia. Fueron también fabricadas en Jerusalén.



    –¡Qué delicia, amor!



    –Muchas gracias, amor… –se sonroja– Ya te dije que te encantaría.



    –Que aproveche, amor. Shabat Shalom.



    –Muchas gracias… Igualmente. ¡Shabat Shalom, amor! –nos besamos.



    La cena transcurre de lujo. Comemos la deliciosa sopa y el pescado. De postres, comemos unos deliciosos dulces típicos judíos concretamente unas tortas hechas de patata y cebolla conocidas como «latkes» y unos buñuelos y donas rellenas de gelatina llamadas «sufganiyot». Todo amasado y horneado por Carlota.



    Carlota sabe cómo seducir cálida y sutilmente todos mis sentidos, las papilas gustativas incluídas.


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    #6
    Última modificación: 13 de Diciembre de 2023
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  7. Amorclandestino

    Amorclandestino Poeta recién llegado

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    Episodio VI


    Una deliciosa cena de Shabat a la luz de las dos velas encima de la mesa y de las nueve que componen la «januquiá». La «jalá», el pescado, la sopa de pollo, los «latkes» y los «sufganiyot», estas deliciosas tortas y donas rellenas de gelatina. Es toda una delicia como Carlota es capaz de seducir todos mis sentidos, el del sabor incluido. Degustar esas delicias preparadas con toda su alma.

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    –¿Te ha gustado mi comida, amor? –me pregunta habiendo terminado de cenar, casi susurrándome al oído.

    –Me ha parecido deliciosa, como siempre. Todo delicioso.

    –¿Cómo te han parecido los «latkes» y los «sufganiyot»?

    –Una auténtica y maravillosa delicia, de veras…

    Se ruboriza. Me besa en la mejilla.

    –Son una comida típica de las fiestas de la Janucá. Al tratarse de frituras, tenemos la tradición de prepararlas y comerlas para conmemorar el milagro del aceite, la gran hazaña de nuestro Judas Macabeo.

    Acto seguido, se levanta de la mesa y se dirige de nuevo al gran mueble empotrado, del que toma una especie de peonza de cuatro caras con una letra hebrea en cada una, junto con unas monedas de chocolate. Se vuelve a sentar y me toma la mano.

    –Mira, amor. Esto que ves se llama «dreidel»… Son cuatro letras del alfabeto hebreo. Esta es la letra Nun, inicial de «Nes», que significa «milagro»; esta es la letra Gimel, inicial de «Gadol», que significa «grande»; esta es la letra Hei, inicial de «Haya», que significa «ocurrir» y esta es la letra Shin, inicial de «Sham», que significa «allí». Dice lo siguiente: «nes gadol haya sham», que significa «un gran milagro ocurrió allí». Durante las fiestas de la Janucá, utilizamos el «dreidel» para hacer un juego mnemotécnico, procedente de la tradición askenazí. En el centro, cualquier espacio al azar encima de la mesa entre los jugadores, al que llamamos «pozo», colocamos o quitamos unas fichas, que pueden ser diferentes objetos, entre estos, «Janucá gelt», es decir, monedas de chocolate tradicionales de las fiestas de la Janucá, según lo que digan las letras, siguiendo otra tradición del yidish, la lengua de los askenazíes. En yidish, representa que Nun, inicial de «nisht», «nada», por lo tanto, no hacer nada; Shin, de «shtel ayn», que significa «colocar», es decir, añadir una ficha, Gimel, de «gants», que significa «todos», es decir, recibir todas las fichas que hay en el pozo y Hei, de «halb», que significa «medio», es decir, recibir la mitad de ellas. Quien se queda sin fichas, queda eliminado o puede pedirlas a sus contrincantes. ¿Jugamos unas partidas, amor?

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    –Claro que sí, amor.

    –Que bonitos recuerdos de pequeña… Jugando al dreidel con mis padres… -dice, dejando escapar un suspiro, con tristeza.

    Le beso la mejilla. Empezamos una partida.

    –Mira, amor, en primer lugar tenemos que poner unas cuantas «Janucá gelt» en el «pozo»…

    Jugamos unas cuantas partidas. Disfrutamos, nos reímos. En un momento dado, con el «pozo» lleno, a ambas nos sale Hei («halb») a la vez y quedamos en empate, con la mitad de las monedas de chocolate cada una.

    –¡Por la paz! Para que algún día no muy lejano podamos decir que Israel y Palestina quedan en empate… Coexistir en paz… –deja escapar un melancólico suspiro.

    La abrazo y la beso sin pensarlo. Estamos media hora en silencio tomadas de la mano, a la luz y al calor de la Januquiá, degustando el sabroso chocolate de las monedas.

    –Ahora voy a hacer una «mitzvá» que consiste en un ritual de purificación. Se llama «tevilá», que significa «inmersión» y se lleva a cabo en un espacio llamado «mikve». Es un baño ritual que llevamos a cabo tanto mujeres como hombres por distintos motivos.

    –Hace tiempo visité lo que fueron los Banys Nous de la judería de Barcelona. Por lo que recuerdo, las mujeres judías lo hacéis cuando habéis pasado la menstruación, ¿es así?

    –Así es. Hace una semana que he tenido la menstruación en su punto culminante y, según las leyes talmúdicas, la Halajá, las mujeres judías lo tenemos que purificar nuestro cuerpo transcurridos siete días para salir de la condición de «nida», es decir de haber sangrado. Es todo un acto sublime, íntimo y con mucho significado para nosotros los judíos. Como he dicho, lo realizamos tanto las mujeres como los hombres para distintas finalidades. Para mí, realizar esta «mitzvá» simboliza una purificación transcurridas mis menstruaciones, que, como ya sabes, acostumbran a ser muy intensas y dolorosas. También una paulatina sanación de todos mis traumas psicológicos. En fin, que te puedo explicar mucho, pero ya verás mejor lo que es, te lo digo de veras que te va a encantar…

    –Si bien recuerdo, hay que llevar a cabo un ritual una vez dentro del agua, aunque no sin antes asearse muy minuciosamente.

    –Efectivamente. Tengo que estar bien aseada, quitarme toda la «jatzitzá», es decir la suciedad: llevar los dientes impolutos y sin ningún resto de comida, las heridas bien tratadas en caso de haberme hecho daño, las uñas bien cortas y sin esmalte, (eso no importa ya que no me las pinto nunca), el cabello bien limpio, alisado y sin el mínimo enredo, los pies sin grietas, la piel bien depilada (lo que no me supone ningún problema ya que pasé por el láser hace ya unos años), no llevar ningún accesorio…

    –Si bien recuerdo también, el simbolismo del aseo se basa en la cercanía del cuerpo a Dios, a obra e imagen de como nos creó.

    –Exactamente. Significa desprenderse de cualquier barrera que nos separe de Él.

    –¿Y en qué consiste el ritual de la «tevilá»? ¿Cómo se realiza exactamente? Por lo que recuerdo que leí en mi visita en los baños, debe de haber una persona especialista supervisando, ¿es así?

    –Tengo que sumergirme desnuda en el agua mientras recito una «berajá». La «tevilá» siempre se realiza de noche y todavía más si el séptimo día posterior a haber estado en el punto más culminante de la menstruación coincide con el viernes del Shabat. Así es, una «balanit», es decir, una persona especialista, obviamente una mujer, tiene que supervisarme durante el baño. Si todo está bien, pronuncia la palabra «kosher». Si algo falla, puede repetirse el acto. En mi caso, mi «balanit» es mi rabina. Vendrá en unos minutos. ¡Es una persona maravillosa, te va a encantar! –vuelve su vista hacia el reloj de pared– ¡Uy, va a venir ya! Tú me acompañarás, amor -me dice con un brillo de emoción en su mirada.

    –¿Hay una «mikve» en esta judería, de veras? –le pregunto un tanto sorprendida– No lo sabía.

    -No, amor –me dice, riendo tiernamente– está en el sótano de mi casa. Ya la verás, te va a enamorar.

    Me guiña el ojo con discreta sensualidad. Mi corazón late con fuerza y me sonrojo mucho.

    –Pero es un acto muy íntimo… –le digo.

    En el fondo estoy que no quepo en mis ganas de ver su hermoso cuerpo desnudo sumergiéndose entre las benditas aguas de la «mikve», llevando a cabo este acto tan precioso y sublime… Aunque por encima de todo está el respeto.

    –Efectivamente, pero cuando existe un vínculo tan especial como el nuestro, no hay ningún problema, de veras. Mi rabina ya lo sabe… –de repente se escucha que alguien golpea suavemente la puerta de entrada– Ya está aquí. Ven… –me dice, tendiéndome la mano.

    Le tomo la mano. Nos dirigimos a la puerta de entrada. Abre la puerta y entra la rabina, una sonriente mujer ya de cierta edad. Lleva puesta la misma indumentaria religiosa que Carlota: una «kipá», una túnica y un «talit» entre los hombros y cubriendo ligeramente la cabeza, blancos y estampados con rayas azul oscuro y letras hebreas, además de un colgante con la estrella de David y otro con una Januquiá. Se dan dos besos, se dicen mutuamente «Shabat Shalom» y se saludan con simpatía. También me saluda con una sincera sonrisa y me da dos besos a mí. Entre ellas hablan en español. Pero en lo que parece una variante lingüística un tanto peculiar, que nunca antes se lo había escuchado a Carlota, como si fuera español antiguo. Las escasas veces que he escuchado hablar a Carlota en español siempre lo ha hablado como cualquier persona de aquí y con su marcadísimo acento catalán entre gerundense y vicense, nunca he notado nada extraño. La rabina lo habla de la misma manera que ella. Me quedo perpleja. Carlota se percata de ello y se vuelve rápidamente hacia mí.

    –Los judíos sefardíes hablamos así el español entre nosotros, amor, en ladino o judeoespañol, nuestra lengua originaria –me dice al oído con delicadeza y volviéndome a tomar de la mano.

    Ahora puedo entender mejor su asombrante facilidad para leer en español antiguo y entenderlo tan y tan a la perfección.

    Tomadas las dos de la mano y acompañadas de la rabina, nos dirigimos hacia una antigua puerta de madera del sótano de casa de Carlota que siempre me ha parecido aun tanto misteriosa. Carlota toma de un bolsillo de la túnica una grande y preciosa llave antigua, con la que la abre. La puerta comunica con un estrecho pasillo con dos otras puertas: una que comunica a un baño y otra que comunica a lo que parece una pequeña sala. La rabina se dirige directamente a la sala, Carlota a un cuarto de baño contiguo.

    –Ven a mí… –me dice Carlota, tomándome la mano.

    Ambas entramos al cuarto de baño.

    –En primer lugar, debo lavarme bien los dientes. Tienen que estar impolutos.

    Toma un cepillo, pasta y un hilo dental y se lava los dientes muy exhaustivamente.

    –Ahora voy a lavarme bien la cara, los oídos, las manos y los pies. Aunque no sin antes… Enseñarte una cosa. Amor… Algo que significa muchísimo para mí… –me dice, con la voz temblorosa y con nerviosismo.

    Toma aire. Pongo mis manos en sus brazos. Ya por debajo de la túnica advierto un tacto aun tanto áspero, como si tuviera una enorme cicatriz.

    –Amor, mantén la calma, por favor. Sabes que aquí estoy y que no te voy a juzgar.

    –Lo sé, amor, lo sé… En ningún momento quiero que pienses que no confío en ti. Es solo que se trata de algo de lo que me siento orgullosa pero que al mismo tiempo me resulta muy difícil de enseñar.

    –No temas, amor. Aquí estoy.

    –Si te asusta… No te gusta… O te llevas una mala impresión sobre mí. Lo entenderé… Solo quiero que sepas que esta ha sido una manera de canalizar todo el dolor que llevo dentro durante todos estos años. Por mí, por mis padres, que HaShem los tenga para siempre en su gloria, por todo el pueblo judío y por todo lo que hemos sufrido… Y a su vez, por todo lo que hemos luchado y conseguido –me dice, con un tono de voz conmocionado, nervioso y tembloroso.

    Entonces, dejándose puesta la «kipá» roja con el dibujo de la «menorá» de siete brazos, se quita lentamente el «talit» y la túnica, hasta que ambas prendas se dejan caer lenta y sensualmente desde su cuerpo hasta sus preciosos pies con las chanclas de plataforma… No lleva puesto nada más ni nada menos que una camiseta blanca de tirantes con la bandera de Israel estampada, debajo de la cual puedo intuir sus grandes y preciosos pechos y sus carnosos pezones y su gordita y a la vez fuerte y bien proporcionada barriga, unas sensuales braguitas blancas de seda cubriendo sus colosales caderas y nalgas y las chanclas beis de cuero y plataforma. De su cuello pende una preciosa cadena plateada con la estrella de David, en el destello de la cual me fijo a la luz de las nueve lámparas de la «januquiá» dorada que nos ilumina en el cuarto de baño. Me ruborizo y me palpita el corazón. Se expande ese dulce calor dentro de mí.

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    Entonces, me fijo en como acaricia lentamente sus brazos desnudos con las manos temblorosas. Puedo escuchar su agitada respiración por el miedo que siente a que me lleve una impresión negativa sobre ella. Bajo la única iluminación de la Januquiá es dificil reparar en ello a simple vista, aunque presto especial atención a lo que Carlota me intenta decir sin palabras. Pasados unos largos segundos, me percato de ello. La blanca piel de Carlota… Entre los bíceps y los codos, lleva tatuado un rollo con unas letras en hebreo, lo que parecen ser unas plegarias o unos pasajes toraícos.

    Seguidamente, se pone de espaldas, se levanta la camiseta y se acaricia la espalda como puede. Lleva tatuadas una gran Januquiá y más arriba una estrella de David. Estoy que no quepo en mi asombro. No se trata de los tan comunes tatuajes con tinta. En absoluto. Son ESCARIFICACIONES.

    Acto seguido, levanta la pierna derecha por debajo de la rodilla, dejando ver su pantorrilla. Quedo asombrada con lo que veo.

    –Moisés abriendo el paso del pueblo judío en medio del Mar Rojo, como guía de su pueblo en el éxodo.

    –Así es, amor. Por obra de HaShem. Nuestro gran salvador. Un HÉROE entre los héroes.

    Acto seguido, procede a llevar a cabo lo mismo, pero con la pierna izquierda. Lo que parece un soldado judío de la Antigüedad sosteniendo un martillo en actitud guerrera.

    –Es Judas Macabeo, ¿sí? ¿Qué simboliza el martillo?

    –Así es, amor… Otro HÉROE entre los héroes. «Macabeo» significa «martillo». ¡Recibió dicho sobrenombre por su entereza en la batalla! –dice, con un tono vehemente y beligerante, muy a pesar de su miedo y nerviosismo. Se le eriza la piel.

    Toma aire y continúa explicándome.

    –Estas dos escarificaciones son las más recientes que me he hecho. Es por eso que todavía no las has podido ver hasta ahora. Las de la espalda hace años que las llevo. He tenido que hacer lo máximo para ocultarlas en verano, sobre todo cubrirlas con parches de piel artificial. Horrible, Clara, horrible… Tener que esconderme de las crueles miradas de la gente.

    Le tiembla muchísimo la voz y todo el cuerpo. Puedo ver mucho rubor en su rostro y una mirada temerosa, como si se expusiera a ser juzgada. Intuyo la ansiedad en su agitadísima respiración, en su intenso temblor y en su dificultad para articular palabra.

    Un extraño escalofrío recorre mi cuerpo entero. Lo que intuyo en la blanca y cálida piel de Carlota me impacta en un principio (aunque en absoluto negativamente) y a su vez provoca que ese dulce calor que siento dentro de mí por el hecho de ver a Carlota en paños menores crezca. AMO todas esas imperfecciones y cicatrices que la hacen ÚNICA, tanto las de la piel como las del alma. Contemplar su belleza a la luz de la gran «januquiá», la única que nos ilumina y que nos proporciona calor.

    Me acerco lentamente a ella y, con mis delicados dedos de pianista, resigo cada una de las letras hebreas que tiene escarificadas en sus grandes, gorditos y fuertes brazos, de derecha a izquierda, y seguidamente, se los acaricio con suma sensualidad. Mediante el tacto puedo sentir todavía más el temblor de su cuerpo y como de acelerado y martilleado late su corazón.

    –Tranquila… Calma… Ya está… –le digo, mientras le acaricio los brazos.

    Ella asiente con la cabeza y con mis caricias en sus brazos, poco a poco amaino su respiración y los latidos de su corazón. Sentir ese tacto tan dulcemente áspero entre mis dedos… Carlota… Judit… Tan frágil y tan fuerte y valiente a la vez… Cicatrices fruto de experiencias duras, de lucha, de sanación.

    Mi Carlota… Mi Judit… La fragilidad, la fortaleza, la nobleza, la belleza y la voluptuosidad personificadas.

    Poco a poco se tranquiliza y se siente más segura.

    –Son unos versículos de la Torá.

    –Me encanta, no tengo palabras para describir tanta belleza –le digo.

    –En el rollo escarificado del brazo derecho se puede leer el versículo 17:8 del libro del Génesis y se traduce así: «yo te daré a ti y a tu posteridad la tierra en que andas como peregrino, todo el país de Canaán, en posesión perpetua, y yo seré el Di-s de los tuyos». Abraham y nuestra amada Tierra Prometida… Así comenzó todo. En el del brazo izquierdo se lee el versículo 17:6 del libro del Éxodo y se traduce así: «he aquí que yo estaré delante de ti allí sobre la peña en Horeb; y golpearás la peña, y saldrán de ella aguas y beberá el pueblo. Y Moisés lo hizo así en presencia de los ancianos de Israel».

    –Es precioso, de veras. Muy precioso.

    –Muchas gracias, amor. Muchas gracias… –me dice, soltando un largo suspiro y muy ruborizada–

    La Torá, el Tanaj y la Biblia lo prohíben en el libro del Levítico, pero en fin. Todos somos débiles, de una u otra manera. Ya bien lo dijo Jesucristo en un pasaje del Nuevo Testamento bíblico: «quien esté libre de pecado que tire la primera piedra». Aunque corre en mi sangre la eterna esperanza ante la llegada de un Mesías y de un ansiado Tercer Templo de Jerusalén y no creo en Jesucristo como tal, guardo un especial respeto hacia su figura como judío que fue y, obviamente, hacia el cristianismo. Además, como ya te he dicho antes, es a veces inevitable experimentar idolatría.

    Me pongo detrás de ella. Delicadamente, le subo un poco la camiseta de tirantes, le resigo la «januquiá» y la estrella de David con mis dedos y también le acaricio la espalda. Me siento gratamente admirada por su fortaleza y su coraje de haberse hecho este tipo de tatuajes como símbolo de todas las circunstancias duras que ha vivido y de su entereza por salir adelante a pesar de todo el dolor.

    Mi dulce y húmedo calor crece paulatinamente. Siento un irrefrenable instinto de abrazarla desde detrás y pegar bien mi cuerpo y sobre todo mis pechos con mis endurecidos pezones a su espalda, a su piel escarificada, aunque dada la notable diferencia de estatura entre las dos, es complicado.

    Me vuelvo de nuevo delante suyo. La miro, con respeto y amor.

    –¡Es simplemente HERMOSO! Estoy ORGULLOSA DE TI, Carlota. Eres una valiente.

    Mi cuerpo cae rendido abrazándose con al suyo con fuerza. Me da besos en la frente y en la mejilla. Siento el roce de su prominente, imperfecta y bonita nariz y de sus labios. Nos separamos delicadamente del abrazo, se vuelve hacia mí, me toma de la mano y se sienta encima del inodoro. Me atrae hacia ella. Le vuelvo a acariciar los brazos y seguidamente, nos abrazamos con mucha fuerza, estando ella sentada y yo de pie delante suyo. Acaricia suavemente mi espalda, mi cintura, mis caderas y mis nalgas por encima de mi arrapado y sensual vestido largo negro. Mis manos recorren suavemente su cuello concentrando mis caricias en su cadena con la estrella de David, su espalda escarificada por debajo de la camiseta y sus brazos. Es ya de noche y solo nos iluminan y nos dan calor las sacras luces de la «januquiá» de oro. Tengo las mejillas muy ruborizadas, pero esta vez ya calientes, tanto por el sacro calor como por el que ella en mí provoca.

    IMG_20231213_220121.jpg

    –¡Qué manos tan sublimes y delicadas tienes, Clara…!

    Separamos un poco nuestros cuerpos, agarra mi cintura con sus grandes y fuertes manos y me atrae hacia ella hasta llegar a mi rostro. Me besa. Mientras tanto, mis manos vuelven a posarse en sus brazos, concretamente donde lleva las escarificaciones y se las vuelvo a acariciar y a reseguir muy sensualmente. Puedo ver sus mejillas ruborizadas y un brillo febril en sus ojos cafés. Pasados unos minutos, se levanta.

    –Voy a lavarme la cara, la nariz, los oídos, las manos y los pies y a repasar y comprobar que todo esté bien en mi cuerpo. No puedo ducharme durante el Shabat, ya que no se permite usar agua caliente, ni tan solo templada. En tiempos del Templo de Jerusalén, durante el Shabat, los sacerdotes prohibían calentar el agua a los que se dedicaban a ello, ya que, como ya sabes, durante el Shabat no se puede realizar ningún tipo de tarea. Es por eso que este mediodía, con antelación, ya me he duchado enjabonando fuertemente mi cuerpo con una esponja y peinando muy bien mi cabello con suavizante porque no quede ningún enredo. Mientras tanto, también he cortado mis uñas, he pulido las durezas de mis pies y he limpiado por la piel levantada al lado de las uñas de las manos y las costras de mis últimas escarificaciones, ya que son cosas que tampoco puedo hacer durante el Shabat. También me he pasado el hisopo por los oídos y la nariz este mediodía, pero lo volveré a hacer ahora mientras me lavo bien. Además, tengo que desprenderme de todo tipo de complementos, por ejemplo de la cadena -se la quita con suma delicadeza, besa la estrella de David y lo deja encima del mármol de la pica, junto con sus ropas.

    Ya lavada, se cubre con una gran toalla blanca con una «januquiá» grabada, junto a inscripciones hebreas. Pese a la sacra situación, me cuesta disimular mi deseo y no puedo evitar que mi imaginación vuele. En un momento dado, antes de salir del cuarto de baño, se percata de mi mirada y mi sonrojo, me sonríe tierna y seductoramente y me besa los labios.

    Me tiende la mano con un destello de emoción en su mirada. Le doy la mano y nos dirigimos hacia la puerta que comunica con la misteriosa sala.

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    #7
    Última modificación: 13 de Diciembre de 2023
  8. Amorclandestino

    Amorclandestino Poeta recién llegado

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    Episodio VII


    Abierta la puerta, mi mirada repara en una especie de alberca con agua corriente y en la cual se accede mediante una escalera de quince peldaños es en lo primero que capta la atención mi mirada.

    –Este baño es la «mikve». Comunica con el manantial más cercano del río Onyar, ya que el agua debe de ser natural –me dice Carlota, con un brillo de emoción en sus ojos

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    Se trata de una sencilla y a la vez preciosa sala, iluminada por otra gran «januquiá» de nueve brazos. Las respectivas paredes están cubiertas de unos bellos azulejos blancos con dibujos de varios colores pastel de escenas toraícas: el sacrificio de Abraham, Jacob y las doce tribus de Israel, la liberación del pueblo judío por Moisés y Josué, los reyes Samuel, Saúl, David, Salomón, el Tabernáculo móvil en el desierto, el Primer Templo, la huida a Babilonia, la rebelión de Ester, el Segundo Templo, la revuelta de Judas Macabeo, la dinastía Hasmonea… En el corazón de la pared de la sala hay una gran estrella de David de color azul.



    Se me iluminan los ojos, hasta derramar algunas lágrimas de la emoción.



    –¡Cuantísima belleza! De veras, me encanta…



    –Lo que ahora vas a ver te va a encantar el doble, amor mío –me dice, posando sus manos en mis mejillas.



    Seguidamente, avisa a su rabina. Ya está preparada para llevar a cabo la inmersión y se dirige lentamente a la «mikve».



    Puedo ver como, una vez Carlota se encuentra ante la mikve, su rabina le inspecciona bien el cabello y se lo decanta de la cara en la medida de lo posible, la boca, los dientes, los oídos, los ojos, las manos, los pies, si las uñas están bien cortadas, si la piel está bien limpia y rasurada… Una vez hecho, se pone a su espalda y le quita delicadamente la toalla. Puedo ver a Carlota, con su hermoso cuerpo desnudo siendo paulatinamente abrazado por las sacras aguas, descendiendo solemnemente los quince peldaños de la «mikve».

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    Las abundantes curvas de su gordito y hermoso cuerpo. Su larga y lacia cabellera castaña con flequillo recto, como una bravía cascada, una verdadera e indómita arma de seducción masiva. Su blanca piel como la luna llena, adornada de las bellas escarificaciones, bien iluminadas a la luz de la gran «januquiá».



    Pese a encontrarme en un espacio sacro y presenciando una situación del mismo calado no puedo evitar que mi cuerpo reaccione ante el goce de las divinas vistas de la desnudez de Carlota. La deseo demasiado, a rebentar. Respiro hondo. Debo reprimir estos pensamientos, al menos durante un momento así. Debo… Debería.



    Descendidos los quince peldaños, sus pies tocan con mucha facilidad la superficie del suelo de la «mikve», teniendo en cuenta su alta estatura. Cierra ligeramente los párpados y los labios. Entonces se pone de pie y se sumerge en el agua, con los brazos y las piernas separadas, con el cuerpo ligeramente inclinado hacia adelante.



    Terminada la primera inmersión, posa las manos en

    su pecho y recita en hebreo y en un tono de voz alto e intensamente emotivo la siguiente bendición:



    –«Baruj atá ad0nai eloheinu melek ha-olam asher kidshanu b’mitzvotav v’tzivanu al ha-teviláh».



    (Bendito eres Tú, Ad0nai, nuestro Di-s, Rey del Universo, que nos ha santificado con las mitzvot y nos ha mandado acerca de la inmersión).



    Se sumerge unas tres veces más en la misma postura.



    Concluida la cuarta y última inmersión, la rabina, en su función de «baladit», pronuncia la sacra palabra «kosher». Carlota ha llevado a cabo la «tevilá» correctamente.



    Quedo realmente maravillada ante este acto tan solemne. Es increíble esa sensibilidad y esa religiosidad que tiene Carlota.



    Carlota asciende lentamente los peldaños de la «mikve» y la rabina, sonriendo, la vuelve a cubrir delicadamente con la gran toalla. Puedo ver como a Carlota se le ponen los ojos llorosos. Su rabina también lo nota y la abraza. Yo también la abrazo sin pensarlo. El cuerpo de Carlota empieza a temblar, por lo que intuyo que rompe a llorar.



    –Ay, mi Judit… Cariño… HaShem ha estado, está y permanecerá siempre a tu lado. Tu amor por HaShem ha sido lo que te ha impulsado a seguir adelante a pesar de todos los duros golpes que la vida te ha dado injustamente. HaShem te ama tal y como eres porque tú también le amas y siempre le has amado. Tenlo siempre presente, por favor. ¡Nunca más te escondas de que eres judía, por favor! ¡Es totalmente revolucionario y motivo de orgullo ser judío! ¡Nunca más escondas tu nombre originario, por favor! Tus dos preciosos nombres, Carlota y Judit, hacen honor a la gran mujer en la que te has convertido, sobre todo a tu fortaleza, a tu sensibilidad y a tu amor por HaShem, de la que tus padres se sentirían más que orgullosos. Eres la viva imagen de tu difunta madre, que HaShem la tenga eternamente en su gloria por la valerosa, noble, sencilla y bellísima mujer que fue –le dice la rabina, en un tono de voz cariñoso y apenado al mismo tiempo.



    –¡Sí! Siempre… Siempre he tenido, tengo y tendré a HaShem en mi corazón. Nunca me separaré de Él. ¡No! ¡Nunca más! ¡Nunca más me esconderé de quien soy! Me siento tan mal por ello… ¡Por mí, por mis padres, por mis ancestros, por mi pueblo! Yo… ¡Tenía mucho miedo! –dice Carlota, conmocionada, entre lágrimas y sollozos.



    La escena me conmueve y yo también empiezo a derramar lágrimas.



    Seguidamente, se separan un poco de su abrazo y la rabina toma de las manos a Carlota.



    –Además, tienes a tu Clara. Sé que la amas, tal y como HaShem y tus virtuosos padres te han enseñado a amar. HaShem no juzga el amor entre dos hombres ni entre dos mujeres. Para Él, el amor entre dos personas tiene que ser puro, noble y leal, sea entre un hombre y una mujer, entre dos hombres o entre dos mujeres. Debes confiar en ella.



    –¡Sí! ¡Confío plenamente en ella! ¡La amo! ¡Más que a nadie en este mundo! ¡Daría mi vida por ella! ¡Clara…! ¡Eres el amor de mi vida! Un ángel de luz, un regalo de HaShem entre tanta oscuridad e insensibilidad. Eres es mi impulso para seguir adelante con una sonrisa en el rostro. La razón por la que me levanto cada día con más fuerza y ganas de vivir, porque eres una persona por la que merece la pena luchar y arriesgar. ¡Eres lo mejor que me ha sucedido en esta dura vida! ¡Es contigo con quien deseo pasar el resto de mis días! ¡Envejecer a tu lado! No veo el día en que nos casemos, Clara… ¡TE AMO CON TODAS MIS FUERZAS! –dice Carlota, realmente emocionada y entre lágrimas.



    –Clara te ama, tal y como HaShem te ama –se vuelve hacia mí– ¿Es así, Clara? ¿Amas a Judit?



    –¡La amo! ¡Más que a nadie! Carlota… ¡Eres un ángel como el sol caído del cielo! ¡Siempre estaré a tu lado en las buenas y en las malas! Eres la razón por la que no pierdo la fe en la auténtica belleza de este mundo. En todas esas cosas que hacen de él un mejor lugar donde vivir. En la nobleza, en el honor, en la lealtad y en los más bellos y puros sentimientos como la sensibilidad y el verdadero amor. Porque son precisamente todas estas bellas cualidades las que, como un ángel, te definen, Carlota… ¡Judit! –digo, también entre lágrimas– El fin de tus días es también el fin de los míos. ¡Si tú te vas yo voy detrás! ¡TE AMO MÁS QUE TODO Y MÁS QUE NADA EN ESTE MUNDO!



    Carlota se vuelve hacia mí y nos abrazamos con fuerza. Mi cuerpo siente el roce de la húmeda y caliente piel de sus brazos y de su sacra toalla por encima de mis ropas. También el de pequeños ríos de sacra agua bendita nacidos de su majestuosa larga cabellera recorriendo la suave tela negra de mi arrapado vestido negro. Nos besamos.

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    Transcurridos unos segundos, Carlota me toma la mano y nos dirigimos de nuevo al cuarto de baño, donde se viste rápidamente mientras la rabina nos espera.



    La miro ruborizadísima. Cuando aún le falta ponerse la túnica, el «talit» y la «kipá», se percata de nuevo de los esfuerzos que hago para disimular mi mirada de deseo. Me mira sensualmente y me besa. Ya conozco muy bien ese mirar de Carlota y lo que precede…



    Ya completamente vestida, en compañía de su rabina, abandonamos el sacro espacio y, una vez en la entrada, Carlota baja solemnemente la cabeza, mientras que su rabina le dedica la siguiente bendición, perteneciente a un pasaje de la Torá, del Tanaj y de de la Biblia, concretamente del libro de los Números:



    –«Que HaShem te bendiga y te guarde, que el Eterno haga brillar su rostro para ti y te tenga misericordia, que el Eterno eleve su rostro sobre ti y te otorgue paz».



    –Amén –responde Carlota.



    Se abrazan con fuerza y se dan dos besos de despedida. Acto seguido, la rabina se acerca a mí.



    –Cuida mucho de Judit, por favor… –me dice, en voz baja, en un tono de voz apenado y preocupado–Se siente muy sola. Ha sufrido mucho a lo largo de su vida sin merecerlo. Judit es una alma pura y noble como un ángel. Tiene un corazón que no le cabe en el pecho. Todo lo que necesita es mucho amor, empatía y comprensión, de veras. Ámala bonito, por favor.



    –La amo más que a nadie en este mundo. Ni por un instante se me pasaría por la cabeza hacerla sufrir.



    La rabina me mira confiadamente, me abraza y me da dos besos. Nos despedimos.



    Nos quedamos a solas de nuevo. Carlota posa sus grandes manos en mis mejillas, yo las mías entre el «talit» y su cabello y nos besamos los labios.



    –Ven a mí, amor –me dice, con un tierno y seductor tono de voz que me ruboriza mientras me tiende la mano.



    Le tomo la mano y me lleva hacia su cuarto, iluminado por una de las «januquiot» de plata. Me siento en su cama, mientras ella se desviste ante mi mirada de deseo.



    Deja caer lenta y sensualmente su sagrada túnica blanca. Su larga cabellera mojada de las sacras aguas de la «mikve», humedeciendo la camiseta de tirantes, a la altura de sus pechos. Esas colosales y voluptuosas ubres con sus carnosas areolas y pezones despuntando y transparentando tras la húmeda tela blanca. Sus braguitas blancas de seda, adornando sus imperfectas y voluptuosas nalgas. Sus preciosos y grandes pies en las chanclas beis de cuero y plataforma.



    Su solemne recato en el vestir es una mística senda de ocultos recovecos que menan al voluptuoso pecado.



    Mi piel empieza a ruborizarse febrilmente, a erizarse y a tornarse más sensible, en especial mis pechos y mis pezones por debajo de mi arrapado vestido negro. Mis ojos a adquirir un ardoroso destello, mis extremidades a tiritar como una hoja, mi respiración a agitarse, mi corazón a latir con más fuerza y esa húmeda presión tan latente dentro de mí por la seducción de Carlota con más intensidad. La deseo a rebentar.



    La camiseta de tirantes con la bandera de Israel estampada, el collar plateado con la estrella de David y las escarificaciones en sus piernas, en su espalda y en sus brazos. Le dan un aire patriota y beligerante que me atrae en sobremanera.



    En un momento dado, posa la mano derecha en su pecho con los dedos bien abiertos, sosteniendo la estrella de David del collar y cubriendo la bandera de Israel estampada. Muy emocionada, con la piel erizada, un intenso destello en su mirada y en un tono apasionado que roza lo beligerante, exclama:



    –¡Más de TRES MIL años de historia…! ¡ORGULLO DE PUEBLO! Desde el patriarca Abraham hasta nuestros días, pasando por Isaac, Jacob, Moisés, Josué, Samuel, Saúl, David, Salomón, Judit, Ester, Judas Macabeo y la gloriosa dinastía Hasmonea. ¡Orgullosa de mi Tierra Prometida! ¡La Eretz de Sión! ¡Nuestra Madre Patria! ¡Por mí, por mis padres, por mis antepasados desde los inicios de los tiempos! ¡Por los que fuimos, por los que somos, por los que seremos, por los que vendrán! ¡Orgullo Patrio!



    Seguidamente, entona con suma pasión lo que parece ser un himno, con la mano vehementemente pegada a su pecho y la piel erizada.



    –«Kol od balevav penima-



    Nefesh yehudi homiya-



    Ulfa’atei mizraj kadima-



    Áyin letzion tzofiya.



    Od lo avda tikvatenu-



    Hatikva bat shnot alpayim:-



    Lihyot am jofshi be’artzenu-



    Eretz Tzion v’Yerushalayim».



    –Simplemente, precioso. ¡Sin palabras! –la aplaudo apasionadamente– Es el himno de Israel, ¿sí?



    –Así es, amor. La «Hatikvá», que significa «Esperanza».



    –¿Está también versionada al catalán o al español?



    –Sí, al español. La tengo un disco
    de música judía versionada al español. Me encantaría reproducirla, pero durante el Shabat no podemos encender aparatos electrónicos.



    –Cántala, amor.



    Vuelve a posar la mano derecha con los dedos bien abiertos en su pecho y entona la «Hatikvá» en español.



    –«Mientras palpite el corazón



    en un alma judía,



    rumbo al Oriente dirigimos



    la mirada a Jerusalén.



    No estará perdida la esperanza;



    la esperanza de dos mil años,



    de ser un pueblo libre en nuestra tierra:



    tierra de Sión y Jerusalén».





    Quedo fascinada ante la pasión con la que canta. De sus ojos puedo ver lágrimas caer. Veo patriotismo puro en ella.



    –¡POR LA PAZ! –exclama, emocionada y con la voz quebrada una vez termina de cantar. Acto seguido, besa la estrella de David de su cadena.



    –¡Así se habla, amor! ¡Con el lenguaje de la razón!



    La aplaudo, me levanto de su cama y la abrazo con fuerza, mientras lágrimas de emoción recorren sus mejillas.

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  9. Amorclandestino

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  10. marlene2m

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    Una hermosa historia de amor con un enfoque sorprendente
    que fluye entre tiernas caricias mientras se retrata el dolor que inflige
    la guerra y su prolongado ciclo interminable de acciones y reacciones
    del que nadie puede escapar.
    A intervalo, esos tonos sombríos de violencia son suavizados
    con momentos donde el amor. la amistad y el respeto hacia lo sagrado
    ilumina y alivia la amargura incurable, secuela del dolor acumulado
    por la injusticia.
    Me encantó leer.
    saludo.

    Nota : No pude leer el final, no tengo acceso a ese foro.
    igual me gustó la historia.
     
    #10
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  11. Amorclandestino

    Amorclandestino Poeta recién llegado

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    Bienvenida Marlene,

    En primer lugar, agradezco mucho tu tiempo dedicado a leerme y, sobre todo, no te haces a la idea de cuánto me alegra que te haya gustado. No es una historia fácil ni cómoda de leer para todo el mundo. Hay que tener la mente muy abierta y libre de prejuicios, al menos hacia el tema tan delicado que trato y también debido a la espantosa polarización política y censura que imperan en gran parte de la gente de a pie.

    La desgarradora situación en Oriente Medio, mi creciente sed de conocimiento por la historia, el arte y las religiones y, todavía a mis 26 primaveras, mi incansable deseo de que el verdadero amor de mi vida llame a mi puerta me han inspirado para escribir esta historia.

    En cuanto al último episodio, por el erotismo que hay lo he puesto en el foro para adultos. No sé si tengo permiso para darte la contraseña o tienes que pedirla a moderación. Lo pregunto y te digo.


    Sobre todo, muchísimas gracias por leerme.


    Te envío un fuerte abrazo desde Cataluña. ❤️‍❤️‍;);)
     
    #11
    Última modificación: 15 de Diciembre de 2023
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  12. Amorclandestino

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    Ya te he escrito en privado con la contraseña del foro para adultos, cuando desees, ya sabes. :)
     
    #12
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  13. marlene2m

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    Gracias, querida.
    Saludo.
     
    #13
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