1. Invitado, ven y descarga gratuitamente el cuarto número de nuestra revista literaria digital "Eco y Latido"

    !!!Te va a encantar, no te la pierdas!!!

    Cerrar notificación

El semáforo del fin del mundo

Tema en 'Prosa: Surrealistas' comenzado por Évano, 8 de Marzo de 2016. Respuestas: 3 | Visitas: 1008

  1. Évano

    Évano ¿Esperanza? Quizá si la buscas.

    Se incorporó:
    16 de Octubre de 2012
    Mensajes:
    8.628
    Me gusta recibidos:
    5.012
    Género:
    Hombre
    Mientras Carlos paseaba por El bosque del murciélago anglosajón, una voz como ululo de ramas le susurraba hay que matar a los débiles porque en ellos se instala el temor, la avaricia, la codicia, el egoísmo. Hay que matar al débil antes que el débil te mate a ti por miedo. Carlos apartó con un fuerte golpe de vara las hojas que colgaban a la altura de su cabeza. Es ley de vida —continuaba la voz desconocida—, el fuerte sobrevive y el débil se extingue.

    Se detuvo para ver por dónde andaba su perro. Pata trasera en alto, meaba en el tronco de un gran castaño. Le silbó, pero el can acudió cuando se cansó de olfatear y mear con cuanto árbol se topaba.

    Anochecía como anochece en cualquier bosque, y este era uno que desconocía. De hecho, desconocía todos los bosques pues nunca estuvo en ninguno. Aunque había leído mucho sobre bosques encantados, naturales o fantasmales, no estaba asustado; más bien enfadado, tanto que había decidido no volver jamás atrás. No retornaría a esa especie de pueblo-barrio-ciudad donde la vida era solo un nombre pues no pareciera haber vida ninguna. Gente, gente mecánica ejerciendo cada día lo mismo, un ejercicio inútil. Gente haciendo de cada día el mismo día, un montón de días que se acumulaban en semanas, meses, años, siglos y milenios. ¿Para qué voy a volver?, mejor morirse aquí de golpe que allí poco a poco.

    De repente acabaron los árboles y el bosque entero, y se hubiera despeñado acantilado abajo si no hubiera sido por una luz roja que, a lo lejos, iluminaba en verde su alrededor.

    Decidió encender la linterna y apuntar a las olas que abajo chocaban contra las rocas. Le gustaron las espumosas aguas a la luz de la linterna. No tanto a su asustado perro, colgado ahora a las espaldas de Carlos como se cuelga de las espaldas a un niño con un pañuelo africano.

    Con temor, bordeando el filo del tremendo acantilado, fue ascendiendo al norte, pues era donde la luz extraña se hallaba. Fue acercándose a ella mientras la brisa fresca y nocturna le enfriaba el rostro. El silencio del ululo entre las hojas le decía que eso debía ser el silencio pues ningún otro había conocido. La sal de la mar y la humedad de la tierra le decían que eso debía ser la naturaleza pues ninguna otra había conocido.
    Al estar cerca de la luz extraña, vio que en verdad era un alto semáforo al borde de un saliente del acantilado.

    Al llegar al semáforo se sorprendió ante una cola de personas en fila, una fila tan larga que no tenía fin a pesar de que la iluminó con su linterna. La fila de personas cabizbajas iba sur abajo hasta perderse en la noche oscura. Solo el rumor del mar rompía el silencio custodiado por el intermitente ulular del viento.

    El primero que esperaba ante el semáforo lo miró, mas no dijo nada. Se le notaba nervioso, indeciso y sudoroso a la luz de farola y linterna. Dudaba, le temblaba el dedo índice de la mano derecha, el mismo que debía apretar uno de los tres colores que habían incrustados en cada botón.

    Los botones estaban a la altura de los ojos del primer hombre de la fila. Uno era rojo, el de arriba; otro era naranja, el del medio; y otro era verde, el de abajo.

    Apretó el verde y el semáforo, inmediatamente, cambió a verde, iluminando de verde un trozo del ancho mar de su enfrente, un poco los laterales, las espaldas del semáforo mismo que no eran otras que las del Bosque del murciélago anglosajón.

    El primer hombre que estaba en la fila que daba al semáforo apretó el botón verde, como se dijo, y corrió de pronto y sin grito ni ruido ninguno se arrojó al acantilado.

    Otra persona ocupó el primer sitio de la fila del semáforo, apretó el rojo y se marchó corriendo como un cobarde por el borde de la fila de los hombres que esperaban a ser el primer hombre de la fila del semáforo.

    Carlos se quedó esperando, para ver si alguien le hablaba, para ver si alguien apretaba el color naranja. Quería comprobar qué ocurría cuando uno se decidía por dicho color
    Cuando Carlos llevaba un montón de tiempo indefinido en la cola, ya sin su perro, uno le preguntó que por qué había venido por el norte y no por el sur, como todos, y que si quería le dejaba colarse para que fuera y disfrutara de eso que sienten todos al ser los primeros de la fila del semáforo.

    Carlos le contestó que él no entendía de nortes o sures, que no sabía si era posible venir del norte al norte, que los del norte no van al norte porque el norte es una estepa de frío y soledad, que los del sur si van al norte es porque seguramente los obligan, ¿quién dejaría el sol y la alegría para viajar a la frialdad de la estepa solitaria?, que él pensaba que el mundo entero ahora era norte, que por ello todos los de la fila venían del norte, que él había llegado allí de casualidad, como aquellas casualidades de vivir toda una vida por casualidad, en un casual pueblo, con unos casuales amigos, en una casual calle con una casual pareja, con un casual perro. Pero como estoy aburrido de esperar aquí a ver qué pasa cuando uno aprieta el botón naranja y, porqué no decirlo, porque llevo demasiado tiempo aquí sentado, y porque mi querido perro ya no está y lo hecho de menos, le agradezco que me deje colar.

    Carlos, ante la mirada del segundo hombre de la fila que finaba en el semáforo, pues los demás jamás alzaron la vista, o Carlos no vio si la alzaban, enderezó el dedo índice de su mano derecha y cuando iba a apretar el botón naranja, se le ocurrió preguntar al segundo de la fila que por qué en tanto tiempo nadie le había hablado. Porque tú no preguntaste, fue la respuesta.

    Al darse cuenta de que preguntando respondían los hombres que esperaban a ser los primeros del semáforo del fin del mundo, nombre que se le ocurrió de golpe, aunque después tanta espera decir de golpe quizá sea mucho, al darse cuenta de que preguntando obtenía respuesta, decía, Carlos preguntó al segundo hombre que de dónde venía él, quién era y por qué estaba allí.

    Soy cartero, dijo, y vengo a entregar un certificado en la dirección que la carta lleva. Mire aquí, ¿ve?, pone semáforo del fin del mundo, botón rojo.

    ¿A pesar de las consecuencias posibles entregará la carta certificada? —preguntó otra vez mientras se decía lo adivino que era, pues bautizó el semáforo con el nombre que ya tenía—. Mi perrito estaría orgulloso de mí, pensaba mientras oía la respuesta del cartero que no era otra que el trabajo y el deber son el trabajo y el deber.

    Carlos dudó antes de apretar el botón naranja. Tuvo el valor de hacer esperar, aunque fuese un momento, a los demás. Tanto dudó que sintió impaciencia a sus espaldas. La curiosidad le hizo girar el cuello para ver que ahora sí, casi todos le miraban a él.

    Apretó el botón naranja y el mar de enfrente se iluminó como el crepúsculo; y se iluminó un poco los laterales y el atrás que no era otro que El bosque del murciégalo anglosajón.

    Un gran ruido de hélices girando a gran velocidad, un foco cegador apuntándolo y cuatro hombres descendiendo por cuerdas del helicóptero rápidamente se lo llevaron del primer sitio del semáforo del fin del mundo.




    Se despertó un alba cualquiera. A los pies del lecho dormía su querido perrito. No es él, se dijo mientras apartaba las legañas y abría las cortinas a las luces de las farolas madrugadoras. Tendría que haber apretado el verde, se masculló entre lengua y dientes. Ahora estoy otra vez aquí.

    Pero le fue imposible pensar mucho más, ni tan siquiera desayunar y vestirse pues el sonido del timbre de la puerta le obligó a mirar quién era. Era el cartero, el mismo que se quedó en el segundo lugar de la gente que esperaba en la fila del semáforo del fin del mundo.

    Tienes que volver —le gritó—. No puedo entregar la carta y la fila no puede avanzar hasta que vuelvas y aprietes verde o rojo, que es lo que se ha hecho siempre.
    ¿Y que ocurriría si no voy? —preguntó.

    ¿Quién sabe lo que pone esta carta certificada, el valor inmenso que pueda tener? Quizá se acaben los valientes, los suicidios y los cobardes. No sé, no sabría responderte, pero lo que sí sé es que el mundo es así y cuando algo es así es lo que se debe hacer.

    ¿Por qué está mi perro aquí si murió hace años? —le preguntó al cartero mientras señalaba a su querido perrito.

    No es tu perro, tú estuviste allí muchísimo tiempo, quizá toda la vida. Todos te dirán que estás loco si comentas esto. Te meterán en un manicomio y lanzarán las llaves al mar. Es más, mandarán a otro, a ti, a tu otro yo, mandarán a tu otro yo a la fila del semáforo del fin del mundo para que apriete el botón verde y se lance por el tremendo acantilado. Tú serás un espectro, un fantasma cuyo nombre se irá olvidando mientras te pudres en un manicomio cualquiera de este mundo. Y cuando hablo de manicomio me refiero que es posible que sea esta misma casa tu manicomio, por poner un ejemplo que entiendas.

    ¿Y tú, después de apretar el botón verde y lanzarte al abismo vuelves al mundo del principio y a la fila para volver a lanzarte al acantilado? —preguntó Carlos mientras su perro miraba embobado a los dos.

    Yo tengo trabajo, y es este, tan honrado como cualquier otro —contestó con el pecho henchido el cartero extraño.

    ¿Y si vuelvo y empujo el botón rojo? —esta vez preguntó en tono amenazante.
    Que volverás aquí, como ahora mismo estás, pero como un cobarde llorón. La única diferencia es que la fila del semáforo del fin del mundo irá avanzando. El mundo irá avanzando, yo iré avanzando en mi trabajo —contestó el cartero mordiéndose los labios.

    ¿Y si voy y le doy al botón verde, que me ocurrirá, si yo no tengo tu trabajo? En voz baja, temblando, sin saber por qué, susurró ahora Carlos.

    Hay mucha gente que aprieta el botón verde y se lanza al acantilado sin tener mi trabajo. Y no sabría qué decirte, pues no los vuelvo a ver jamás. El mundo es muy grande...

    Está bien —dijo alto Carlos, cortando la voz del cartero extraño—. Está bien, iré. Tampoco tengo otra cosa que hacer, y de esta vida estoy harto. Me ducharé, desayunaré y volveré al semáforo y apretaré el verde y me lanzaré al acantilado. Esta vez dejaré aquí a mi perro Mundo. Supongo que sabrá sobrevivir sin mí, que alguien lo cuidará.

    El cartero extraño calló, dio media vuelta, y se marchó.



    No se sabría decir cuánto tiempo pasó, si fueron días, semanas, meses, años, siglos o milenios. El caso es que la carta del cartero que estaba en la fila del semáforo del fin del mundo era para él. Sí, era para Carlos y era una bellísima carta de suicidio, aunque un poco extraña y surrealista.

    Nunca más se supo de Carlos Humano Pérez.




    Gracias por leer.
     
    #1
    Última modificación: 5 de Abril de 2016
  2. Mamen

    Mamen ADMINISTRADORA Miembro del Equipo ADMINISTRADORA Miembro del JURADO DE LA MUSA

    Se incorporó:
    17 de Diciembre de 2008
    Mensajes:
    23.508
    Me gusta recibidos:
    5.791
    Género:
    Mujer
    [​IMG]


    Prosa del MES


    (Seleccionada por la administración entre las propuestas remitidas por moderadores y/o usuarios)

    Muchas FELICIDADES
    MUNDOPOESIA.COM
     
    #2
  3. Évano

    Évano ¿Esperanza? Quizá si la buscas.

    Se incorporó:
    16 de Octubre de 2012
    Mensajes:
    8.628
    Me gusta recibidos:
    5.012
    Género:
    Hombre
    Tengo la sensación, después de pasar este agosto extraño incomunicado y casi fatal, de ser el protagonista de esta historia; ser ese Carlos Humano que se lanzó al acantilado, pero esta vez después de apretar el botón rojo del Semáforo del fin del mundo.

    Gracias por el reconocimiento. Es un gran incentivo.

    Fuerte abrazo a todos y gracias por tanto trabajo altruista..
     
    #3
  4. LUZYABSENTA

    LUZYABSENTA Moder Surrealistas, Microprosas.Miembro del Jurado Miembro del Equipo Moderadores

    Se incorporó:
    21 de Octubre de 2008
    Mensajes:
    103.093
    Me gusta recibidos:
    39.045
    Género:
    Hombre
    Felicidades por el reconocimiento
    una obra que deja disuelto el espacio extraño y que en el concierto
    de lo vivido uno busca ese balsamo ultimo. plenitud en una obra
    de contante intensidad y manjares que arrebatan. felicidades.
    un aplauso disfrute. luzyabsenta
     
    #4

Comparte esta página