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El sueño de María (cuento)

Tema en 'Fantásticos, C. Ficción, terror, aventura, intriga' comenzado por Piedad Acosta Ruiz, 7 de Marzo de 2021. Respuestas: 2 | Visitas: 510

  1. Piedad Acosta Ruiz

    Piedad Acosta Ruiz Poeta recién llegado

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    María se encontraba en un megasupermercado, podía escoger lo que quisiese, se encontraba en la sesión de alimentos, ni un día entero le daría para recorrerlo en su totalidad, todo cuanto quisiese sacar para sí, era suyo sin pagar un solo peso.

    No se cansaba de empacar, tortas de chocolate, limón, pan tajado, en los lácteos, yogures de todos los sabores, los quesos más costosos que nunca su paladar había probado, especialmente uno azul y otro cremoso agridulce.

    Caramelos, espaguetis, exquisitas salsas, jugos, gaseosas, toda la variedad de cárnicos y enlatados, mecatos dulces, salados, picantes, naturales, artificiales, manjares; todo lo que siempre había soñado; sudaba, su cuerpo se calentaba, su respiración se exaltaba, su energía y adrenalina la estremecían, mientras empacaba sin descanso, lo que le ocurría a ella, era lo mismo que acompañaba a los que estaban cerca de ella; por todos los lados, eran ejércitos de langostas, abejas, hormigas empacando sin descanso para llevar cuantiosas y voluminosas provisiones a sus hogares.

    María se sentía como la pobre viejecita, entre más empacaba, más le faltaba, nada le llenaba, solo era una fuerza, una necesidad imperiosa de acumular la que le compelía sin descanso, sin suspiro, sin tregua a empacar.

    Tal vez en el paraíso, Adán y Eva no habían tenido la necesidad de acumular como ella, porque todo estaba allí, pero había sufrido tantas hambres, tantas necesidades y carencias, que este sería su desquite frente a la precaria vida y sus penurias, por primera vez en la historia de su vida, en medio de su carecía, todo gratis; “aproveche aprovechado”, se repetía sin descanso, mientras cogía de aquí y de allá y empacaba sin importar lo que caía y rodaba ni que los demás se enteraran de la codicia que la agitaba, que superaba la tacañería, el hambre y la mala educación.

    Frutos exóticos, granos, cárnicos, verduras, sus canastos y sacos se hacían gigantes y con todas sus fuerzas los apilaba a uno de sus costados, por fin comería como reina al lado de su familia, de sus hijos, padres y vecinos, a todos les compartiría sus manjares, nadie se quedaría sin probar los esquisto bocados y gratis, gratis, gratis.

    ¡Oh Dios, gratis!

    Todo gratis y para ella, un supermercado por primera vez abierto para ella sacar de allí gratis lo que quisiera.

    Se extasiaba María en este gran supermercado de gran estatus y calidad; su hambre y deseo de saciar su paladar eran tan enormes que pensaba que no llegaría nunca a casa para deleitarse con tan excelentes productos que soñó probar y gratis, completamente gratis, sentía que tocaba el cielo con las manos en la terrible pandemia, cuando el frio estremecía su frágil cuerpo y lo había sometido a las más difíciles pruebas de supervivencia como especie bajo la faz de la tierra.

    María empacaba cuanto estaba su paso; en su vida no había experimentado tanta emoción; la música que sonaba en este lugar la animaban, extasiaban su alma, la estremecían y le compelían a empacar sin descanso, era la nota musical de empacar sin nunca descansar.

    Olía a café capuchino, a buñuelos, empanadas, tamales, arepa de huevo, tamales, sudado, chorizo, morcilla, frijoles, arepa de chócolo, pasteles de guayaba y hawaiano, tortas de pescado, pan de queso, quesadilla, palito de queso, croissan, papas fritas, papas rellenas, pollo frito, asado, brosty, frituras, natilla, buñuelos, hojuelas, arequipe, arroz chino, tortilla, fresas con cremas, jugos, chocolate, manjares, malteada; olía a navidad, a vida; todos los que le acompañaban, al igual que ella, tomaron el rico café capuchino acompañado de buñuelos y frituras gratis y repitieron con otros alimentos varias veces por ser deliciosos y gratis; los comensales lo hicieron hasta saciarse hasta la gula.

    Todos empacaban presurosos como ella, como alma que lleva el diablo, como si se los fuerana a quitar, como si se fuera a acabar; por primera vez en su decadente edad, hacia el más grande y exquisito mercado de su vida en la temible pandemia, solo pensaba y estaba absorta en empacar, en sacar tanto como su impulso y deseo le permitieran llevar a casa.

    María, la delgada y tambaleante María, estaba tan delirante que se había olvidado de la pandemia y las medidas de bioseguridad; encontraba que por fin la vida la había acariciado con lo que había querido comer y llevar a casa, y empacaba como una máquina retroexcavadora, escarbaba en esta gran superficie de mercancías gigantescas, como un niño escarba bajo el árbol de navidad, todo era alimento, no quería ir a otras secciones, quería saciar el hambre, aunque nunca había sido tan pobre para mantener su vientre satisfecho; guardaba vinos, galletas , manjares y sus manos, su cuerpo se hacían pinzas, cucharas, tenazas, alicate, embudos para empacar; sacó cuanto pudo, algo caía, pero no importaba si caía o rodaba, los chocolates, el café los olores, colores, sabores de los productos empacados saciaban su cuerpo que casi contorsionaba para llenar prontamente su nevera, para tener la provisión de alimentos jamás vista, todo ello para ella y su Familia.

    Si no fuera por este regalo, por este momento que le regaló la vida y este supermercado, nunca habría tenido esta excitante y maravillosa experiencia, nunca habría tenido tanto en un solo día, nunca, nunca en su vida habría podido acumular tanto; saciar esa hambre que ya no era física, nunca hubiese podido darse ese gusto de muchos de esos deliciosos productos por su precios y sus acuciantes necesidades.

    María era acumuladora de ropa y calzado que nunca saciaba, que acumulaba y nunca usaba, porque por afán en la vida desembocada que llevaba, por sus múltiples roles y ocupaciones, se había acostumbrado a llevar las mismas prendas, de esas que no hay que planchar y se pueden llevar en la informalidad.

    María cada vez que estaba triste salía a la tienda de ropas y calzado, prefería no comer para comprarse una hermosa prenda que no se excedieran en precios, ya le había colocado un límite, preferiblemente de promoción para acallar las culpas frente a sus excesos; pero ahora le sorprendía que su apetito acumulador estremecía todo su ser con estos mercados gratuitos costosísimos y de la calidad que soñó, tanto para ella en un solo día, lo nunca visto, lo siempre soñado, no importaba si perdería su dieta y que luego no pidiera usar las prendas de talla pequeña o a ras de su cuerpo adquiridas; su cuerpo temblaba de la emoción, ya no veía ni escuchaba, quería llevarse todo el gran supermercado, así completo a casa, después de todo se repetía una y otra vez, es gratis, grais, gratisssss...

    Lo último que no entendió porque se encontraba en la zona de alimentos y que presurosa cogió y empacó, fue las pinzas y tenazas para hacerse sus incansables aretes, miles de aretes que nunca lucia, especialmente en la pandemia, cuyo virus se pegaba al metal.

    Justo antes de llegar a casa con semejante mercado, gratis, el mercado nunca visto, despertó agitándose sudorosa en su lecho, era ella sola en su amplia cama, durmiendo con su esposo; alargó la mano entre dormida y su esposo helado no respiraba, no se atrevía a moverlo, tampoco tenía alientos para despertarse del aletargamiento en que la habían sumido las tres pastillas que de tajo se atragantó antes de dormir para curar su infección y que suponía le habían llevado a tener el mejor sueño de su vida, por una única vez su nevera, su cocina, su despensa llena, repleta, pletórica de los productos que había soñado probar y tener antes de morir; su esposo a la orilla de la cama, estaba allí como un bulto, como ese bulto que siempre había permanecido ignorado, orillado por su orgullo, por su indiferencia, por sus múltiples ocupaciones, por su no deseo, por sus veleidades, inapetencias y diferencias, porque ya le había olvidado, ese mismo cuerpo que en su juventud amó y le prodigó el placer de sentirse mujer.

    Con su delgada mano alargada, María no lograba sentirle movimiento al cuerpo de su esposo, a su compañero de viaje, lo encontraba helado; ella tampoco tuvo alientos de despertarlo, el sueño la dominó, pero ya no fue igual; cuánto hubiese querido que continuara su sueño con un desenlace final esperado, o que no hubiese sido un simple sueño sino algo real.

    Así en ese lecho nupcial, matrimonial, espacio vital que ocupó la mitad de su longeva vida, donde su mascota les hacía compañía, María, la delirante María, quedó dormida con su mano extendida sobre helado pecho de su escuálido esposo.
     
    #1
  2. Rigel Amenofis

    Rigel Amenofis Poeta que considera el portal su segunda casa

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    Un cuento de terror, si porque a mi me causa terror saber que existe gente cuya única aspiración en la vida es comprar y todo lo demás se vuelve secundario. Mi saludo cordial.
     
    #2
  3. fabiolaselene

    fabiolaselene Poeta que considera el portal su segunda casa

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    Buenas tardes
    Un placer leer tu cuento a mi nueva entrada
    Gracias, por compartirlo
    Un saludo
     
    #3

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