El último viaje del juglar

Hacía mucho tiempo que Louis había llegado. Casi nadie recordaba cuándo había sido. Parecía que siempre hubiese vivido en Villablanca. Su dedicación era la de juglar. Un juglar con traje de colores brillantes y gorro de cascabeles. Una vihuela le acompañaba como amiga sempiterna que lo mismo servía para acompañar una historia, cantar una canción o hacer más llevaderas las horas de ocio. Villablanca era en aquel tiempo un pueblo de casas blancas y vecinos amables. Ni que decir tiene que lo recibieron con los brazos abiertos y los días de fiesta, se congregaba en la plaza, aquella plaza grande, luminosa y bella que miraba al Lago Topacio, todo el pueblo para escuchar los cuentos de seres mágicos, o las batallas de grandes caballeros o escuchar los romances que habían ido pasando de padres a hijos desde hacía tantos años. Con su traje reluciente, era capaz de recitar poemas que hacían llorar a quienes le escuchaban o cantar canciones acompañadas de extrañas cabriolas que eran la delicia de los niños.


Y los años fueron pasando, como es inevitable. Las gentes fueron cambiando. Creció Villablanca, muy cerca se encontraron unos minerales muy valiosos y el pueblo se fue llenando de gentes, crecieron casas de paredes ennegrecidas por el humo de las grandes chimeneas que sembró el progreso y que florecieron por todo el paisaje.


Las gentes se volvieron reservadas; precisamente por ser reservadas perdieron el trato familiar que antes tenían y con el paso del tiempo se hicieron hurañas. Ya no había funciones los días de fiesta, casi no había días de fiesta. Las calles antes empedradas se llenaron de una barruchina oscura que tiznaba en negro todo aquello que tocaba. El cielo, antes claro, estaba ahora oscurecido por el denso humo de aquel bosque de chimeneas que llenaba la ciudad. Ciudad, sí, pues Villablanca había crecido, barrios enteros habían surgido, casi sin que los propios habitantes se diesen cuenta.


Louis comenzó a notar cómo se ajaba su traje de colores, perdía brillo y su vihuela permanecía mucho tiempo en silencio. Únicamente algunos niños se acercaban a él, para oírle narrar algún cuento. Cada vez menos; había una niña de pelo corto, ojos grandes y curiosidad en la mirada que acudía en todas las ocasiones en que Louis actuaba. No llegó a saber su nombre, todo lo más, que los demás niños la llamaban Ce. Cada vez que Louis comenzaba un cuento, Ce centraba toda su atención como si quisiera que ni una de aquellas palabras se le escapase. Mas, también ella terminó por dejar de acudir, ya que su afición por escuchar al juglar trajo aparejada la burla de los compañeros, la soledad e, incluso algún disgusto más serio. Al cabo de un tiempo, sus padres no la dejaron acudir más.


Cuando se dispone de mucho tiempo y poco que hacer, las horas se hacen largas y los días tediosos. Eso le ocurrió a Louis. No era la primera vez, ya que en sus largos años, había tenido que abandonar otras poblaciones por idéntico motivo. Tal vez era hora de marcharse, de emprender de nuevo el camino, pero ahora estaba muy cansado. Se acercó a la plaza. Habían levantado unos edificios altos que no permitían ver el lago. Caminó por las calles hasta llegar a la orilla del agua. Se quedó horrorizado. Aquel agua trasparente, azul, intensa, que había dado el nombre de Topacio al lago, estaba ahora oscurecida, marrón, llena de detritus, con un olor nauseabundo. La ciudad había dado la espalda al hermoso lago y parecía que nada, a parte de sus fábricas y sus calles interesase a sus gentes.


Supo Louis que aquel era el momento. Con su traje desvaído, su vihuela deslustrada a la espalda, sin otro equipaje que su repertorio de historias y cantares, se puso en marcha. Bordeó el lago. Llegó hasta el Camino Antiguo, casi irreconocible; las zarzas y las retamas, prácticamente lo habían cerrado. Caminó hasta el Bosque de los Álamos y comenzó a sentirse mejor, andaba con más garbo y el cielo estaba de nuevo azul. Cuando después de una buena caminata llegó al Bosque Añoso, se sentó a descansar. A los pies de un roble viejo, una fuente de agua clara iniciaba el Arroyo Cantarín y Louis se refrescó con su agua. Apoyando la espalda en el rugoso tronco, cogió su vihuela y, tras afinarla, comenzó un punteo suave. Le vino a los labios la canción:


“En el tiempo en que me vi
más alegre y placentero…”


Y siguió cantando, cada vez con más ganas, cada vez más alto. Su traje, antes desvaído, se veía ahora deslumbrante, lleno de color, brillante. La vihuela destellaba con la luz que se filtraba entre las ramas de los árboles y se diría que nunca había sonado tan bien


Al terminar de cantar, se dio cuenta de que estaba rodeado de un público muy especial. Docenas de hadas, gnomos y elfos le rodeaban y le escuchaban complacidos.


En Villablanca solamente Ce le echó de menos. A menudo se preguntaba qué habría sido del juglar. Guardaba sus historias como un tesoro. Con el paso de los años también ella se fue de Villablanca, fundó lejos de allí una familia y a sus hijos les narraba las historias que había escuchado hacía mucho tiempo.


Sobre el Lago Topacio creció una niebla espesa, casi impenetrable y nadie volvió a navegar sus aguas. La ciudad se volvió totalmente de espaldas al lago. El Camino Antiguo se hizo impracticable y se borró, como si nunca hubiese existido. Los villablanquinos olvidaron el Reino Ignoto y en poco tiempo, ya nadie sabía de la existencia de Titania y Oberón.


Muy lejos de allí, casi en la otra punta del mundo, una niña de ojos curiosos y sonrisa abierta decía a su madre: “anda cuéntame otra historia de hadas y de gnomos”.


Ce, se rió y comenzó diciendo: “en un lugar muy lejano, hace mucho, mucho tiempo, al otro lado del Mar Profundo, más allá de las Montañas Azules…”


Nadie supo más de Louis, pero me han llegado rumores de que en las fiestas del Palacio de Luz, se oye, entre otros instrumentos, una vihuela.

 

Buenas noches
Tus letras merecen estar en primera fila de ataque
Graciaspor compartirlas
Un beso

 

Nunca, jamás entenderé los motivos de las personas que desechan la magia. Que devuelven los regalos, que los pisotean.
A todos aquellos que cierran los oídos y los corazones a las cosas hermosas y prefieren que el alma se les llene de sombras.
Sé que tus historias son cuentos, pero en todos los cuentos hay referencias a las conductas de los seres humanos.
Podría dar a tu prosa un enfoque ecológico, porque es inconcebible la ruina del propio espacio, otro enfoque anti materialista para que la codicia nunca supere a la espiritualidad, y otro, el tercero, que me lleva a preguntarme por las razones de las personas que deciden dañar a sus semejantes, que lo hacen sabiendo que provocan sufrimiento.
Villablanca es un gran símbolo.
Es imposible no conmoverme, sobre todo porque mis cercanos me llaman Ce.
Ce, CC, Cecé, etc.
Para mi, el nombre de Louis será sinónimo de arte, de canción, de poema y espero que las hadas de ese bosque hermoso siempre permitan que su vihuela esté afinada y llena de magia.
Para que nunca deje de cantar. Porque si no cantan los juglares, ganan los ruidos de las ciudades sin lagos, y sin vida.

Espero que se note que me encantó tu relato, por eso te dejo una devolución un poco más larga.
Hay mucho amor y respeto a las letras en tus obras.

Un gran abrazo con cariño y emoción.

 

Gracias por llegar a este cuento que cierra, de momento, la serie de la Tierra de Oberón. No es un relato luminoso, pero quiere mantener una chispa de esperanza. El mundo no estará perdido mientras un pequeño disfrute con una historia fantástica, mientras alguien se emocione escuchando una canción o leyendo un poema. Quisiera tener la capacidad de llegar a los lectores, pero la realidad es terca y yo muy limitado. Tal vez algún día cuentes estas historias a alguien muy allegado, mejorándolas y permitiendo que perduren.
Gracias por venir, por leer y por dejar siempre la palabra exacta.
Un abrazo Cecy. Un buen día para ti y los tuyos.

 

Buenas noches Fabiola. Gracias por acercarte hasta estas líneas. Ojalá te hayan gustado. Un gran abrazo. Y un besazo.

 

Esa capacidad está, nunca lo dudes. Lo que te puedo decir desde mi experiencia personal, es que las cosas bellas nunca son masivas. Pero ese grupo de personas que las atesoran, las hacen vivir para siempre.
Es de lo más hermoso que escribiste y repito que me emocioné hasta las lágrimas (pero de las buenas)

Otro abrazo.

 

Una historia plena de belleza y al mismo tiempo muy triste, los seres humanos hemos dado la espalda a la madre naturaleza en POS de un progreso que es la ambición del atraso. Cada paisaje, hadas, bosques, magias y misterios lo hemos cambiado por selvas de cemento y odio. Pero por suerte aún quedan niños que no necesitan tecnología para ser felices como lo fuimos nosotros alguna vez. Simplemente magistral y profunda historia!!!. Aplaudo de pie y felicito a su maravillosa prosa, Luis, saludos para usted.

 

Muchas gracias, Daniel por su lectura y sus palabras. Construimos un mundo plano, sin encanto, sin misterio ni magia. Un mundo absurdo que se destruye a sí mismo. No sé si las palabras podrán ayudar a que no pase, pero al menos hay que intentarlo. Un abrazo.

 

Es verdad que la belleza y la autenticidad solo son comprendidas por pocas personas, como en tu narración, sin embargo esto es bueno porqué solo lo similar se identifica con su igual.

 

La magia se ofrece a todo el mundo, pero no todo el mundo tiene los ojos preparados para contemplarla. Así por puro egoísmo los seres humanos somos capaces de destrozar aquello que nos ha sido regalado como un tesoro
Gracias por acercarse a este relato y dejar un comentario. Un cordial abrazo.

 

Es una maravillosa historia Luis, de esas que conmueven profundamente y nos muestras la realidad de lo que ocurre a nuestro alrededor. Mucho se ha perdido en los últimos tiempos, por ejemplo esas charlas e historias que contaban los más ancianos de la familia donde los más chicos nos quedamos boquiabiertos ante las aventuras que nos narraban.
Tu historia nos demuestra cómo de a poco todo cambia para mal y a veces parece que fuera contagioso ese comportamiento egoísta olvidando los buenos modales y valores. Tengo la esperanza que pueda revertirse y que algun dia las personas se den cuenta que estas conductas nos están llevando a la autodestrucción. Ojala todos encontremos el Camino Antiguo y nos detengamos en el Bosque Añoso a escuchar a Louis.
Todo mi agradecimiento por narrarnos estas bellas historias que nos brindan la magia que tanto necesitamos en este mundo que cada vez parece mas caótico querido Luis. Un gran abrazo con miles de sonrisas.

 

Siempre he sido un contador de historias, de cuentos más bien. Se los contaba a mis hijas cuando eran pequeñas, los inventaba sobre la marcha y luego, si les gustaban, me los pedían otras noches. Así forjé un repertorio que llamo HISTORIAS DE LA TIERRA DE OBERÓN. Gracias por tus amables palabras y bienvenida a esta nueva tierra.